Vida de Ignacio Agramonte - Juan J. E. Casasus
Vida de Ignacio Agramonte • Juan J. E. Casasús
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L I B R O   C U A R T O


El mejor general de su época, el mejor oficial de caballería que han tenido los cuadros del Ejército Cubano, el Mayor General, jefe de nuestras huestes en dos provincias, actuó en aquel momento, en que se apartaba de su Infantería para dirigirse a su caballería, como un simple soldado, y puso a los pies del enemigo de la patria cuatro años de incesantes triunfos, su brazo, su talento, el alma de la guerra en estas dos provincias y la esperanza más pura de la República.

J. J. E. C.

 
 LIBRO CUARTO
 

Renuncia Agramonte el cargo de jefe del distrito militar del Camagüey. Su carta a Miguel Betancourt. Su comunicación a los miembros de la Cámara en 26 de abril de 1870. El Gobierno le acepta la renuncia y le deja de cuartel. Enérgica carta de Agramonte a Céspedes. Noble respuesta del Presidente. Comunicación que dirige Agramonte en 21 de mayo de 1870 a miembros de la Cámara. Consideraciones sobre este incidente enojoso. Carta de Agramonte a Aguilera. Céspedes le repone en el mando. Proclama que dirigó a los camagüeyanos cuando se hizo cargo del mando. Acciones que libra durante el período de su deposición. Socorro, Rosario, Ingenio Grande y Mucara. Con anterioridad estando al mando del distrito había librado los combates Jimirú y El Cercado. Carta a su madre. Sorpresa de la finca donde vive el Mayor con su familia. Relato de Amalia Simoni. Conducta altiva de Amalia ante el General Fajardo. Relato que hace el Mayor de su desgracia. Heroica acción en compañía de Enrique Mola. Exodo de las familias del Puerto Príncipe. Mando de los generales Cavada y Boza. Frases de Ramón Roa. Opinión de Zambrana sobre la designación por segunda vez de Agramonte para el mando. Los Judíos Errantes de nuestra Guerra Grande. Cita de Loynaz sobre la petición del Mayor para terminar la Guerra. Opinión del general Mella sobre las instrucciones que el Mayor hizo circular entre sus tropas. Palabras de Pimentel sobre el fanatismo de los camagüeyanos por el Mayor. El "Diario de la Marina" de 15 de mayo de 1873. La carta de Máximo Gómez a Amalia Simoni. Importancia de este documento para estudiar la vida del Mayor.
 

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HEMOS visto, al final del libro anterior, como el 4 de abril el gobierno nombraba a Agramonte jefe del Distrito del Camagüey. Días después el Mayor presentaba la renuncia de su cargo y le era aceptada, quedando él en situación de cuartel y asumiendo la jefatura el General Federico Cavada, que mandó el ejército hasta junio del 70, en que le entregó a Manuel Boza Agramonte. Este acontecimiento, nefasto para la Revolución que perdió un jefe del prestigio y de las altas dotes de Agramonte, amén de su conocimiento de la región camagüeyana, constituyó la fatal culminación del antagonismo inconciliable entre aquellos dos hombres que representaban diversas ideologías. Ya en octubre 17 de 1869 Agramonte dirigía a Miguel Betancourt la siguiente carta: "La Matilde, octubre 17 de 1869. C. Miguel Betancourt. Estimado Miguel: Acabo de recibir tu grata fecha 28 del próximo pasado y ella me confirma lo que hace tiempo vengo pensando, esto es, que nuestro Presidente es la roca en que se estrellan todas las buenas ideas. Las noticias que me comunicas indican a las claras que dicho C. Presidente cree de veras que lo es, que no considera válido lo que tiene en realidad valor, que es la ley, y que se permite alterarla cuando su magín se lo aconseja. Esta conducta me aconseja no solicitar ninguna clase de arreglo que nos lleve al buen camino, sino dejar que los acontecimientos se sucedan, que dé vuelta la rueda del Estado, con la esperanza de que pueda arrastrar y triturar a los que se oponen a toda idea de progreso, que no esté amoldada a las miras ambiciosas del que en su ilusión cree que todo lo puede. Dejo, pues, a la consideración la justicia que me asiste. Haga el Presidente lo que quiera: si sus resoluciones de acuerdo con Uds. las creyera convenientes, las veré con gusto; si, por el contrario, no las estimare tales me retiraré en la convicción de que la Revolución marchará conmigo y sin mí, siempre que se conserve a su frente al invicto Carlos Manuel de Céspedes. Respecto al último párrafo de su carta acerca de Antonio Aguilera, permíteme que te diga no participe de tu opinión, a pesar de que como me dices, está fortalecida por la de Salvador y Moralito.

"Yo tenía entendido que entre nosotros no había escalafón ninguno, que las circunstancias eran las que colocaban a nuestros hombres en los puestos en que debían estar, que el hecho de haber estado al frente de una partida desde el comienzo de la Revolución, es sin duda muy meritorio y la Patria lo tendrá siempre presente, pero no comprendo que esta sola circunstancia sea bastante a situar en puestos de una responsabilidad grande a hombres cuyas condiciones demostradas nos hacen ver claramente que sus resultados han de ser fatales. Obrando así, se habrá cumplido con los hombres, pero no con la Patria, que a nadie debe agradecimiento. Si Antonio Aguilera no reune las dotes, que en mi concepto me hicieron indicarle para el puesto de Mayor General o de Lugarteniente, no se le nombre en buena hora, pero no seré yo quien le aconseje que se ponga al frente de la partida del Caunao para que su nombre SUENE, según me dices, y se coloque en el puesto que debía ocupar, como también me agregas. Haré lo posible por verte en la Aurora, el domingo en la tarde, más por el placer de hablar contigo, que por tratar de estas cuestiones que tanto trabajo dá abordarlas. Ignacio Agramonte y Loynaz."

En abril 26 del propio año de 1870 dirigía, a varios miembros de la Cámara de Representantes, el siguiente oficio:

"P. y L. Troya, abril 26 de 1870. C. Salvador Cisneros, Eduardo Agramonte, Antonio Zambrana, Miguel Betancourt y Luis Ayestarán . Queridos amigos: Antes de que la explotación que está ejerciendo el Gobierno en el Camagüey concluya por reducir a la impotencia este Distrito, en los momentos precisamente en que el enemigo reconcentra sus fuerzas en él y opera con actividad, es mi deber llamar sobre ello la atención de los representantes, cuyo interés por el bien de la Patria me es conocido, a fin de que con energía contengan el mal, antes de que sea tarde para evitarlo. Mientras que aquí consume el Gobierno recursos necesarios al ejército en escoltas y en proporcionarles elementos de que carecen las fuerzas, que desnudas, descalzas y llenas de privaciones combaten con empeño y derraman su sangre en la pelea, no hay pretexto ni recurso alguno a que apele para extraer elementos de guerra con destino a Oriente y a las Villas, el Presidente que las codicia para el primero de los estados últimamente citados a fin de evitar la oposición de algunos funcionarios que las desean para el segundo, consiente y autoriza la extracción de aquéllos para Vuelta Abajo y éstos le pagan con igual condescendencia respecto de Vuelta Abajo. Parece que distribuyen el botín enterito conquistado. Son los judios que se dividieron la túnica del Señor. IGNACIO AGRAMONTE Y LOYNAZ".

Estando el Mayor fuera de servicio celebra sesión el gobierno y en élla propone el Presidente Céspedes que la Junta Cubana, de New York, no continúe abonando sueldos del Mayor General Agramonte a la familia de éste y que él, el Presidente, de su peculio satisfaría la cantidad precisa para tal atención.

El temperamento del Mayor queda inscripto en la categoría de los coléricos, (1) al responder al Jefe del Estado, en la siguiente forma:

"Los Güiros, mayo 16 de 1870. Señor Carlos M. de Céspedes: Ciudadano Presidente. Acabo de enterarme de que en la sesión, de ese Gobierno, del día de hoy, protestando usted contra la continuación ahora de sueldo a mí, por haber cesado ya en el mando de la División del Camagüey, manifestó usted que escribiría a la "Junta Cubana de Nueva York" para que no abonara más sueldos de sus fondos y los diera del peculio de usted. Mi honor ofendido se alarma a la sola consideración de que usted alimente, por un instante siquiera, la ilusión de que el Mayor General Ignacio Agramonte y Loynaz, pueda recibir una limosna de nadie, ni un favor del Presidente Carlos Manuel de Céspedes, y devuelvo a usted su oferta con el desprecio que ella merece por sí y por la persona de quien tiene origen. El ofrecimiento de parte de usted de abono a cargo de un peculio imaginario es una farsa miserable, que no es la primera vez que usted pone en juego; el ofrecimiento del Presidente de la República al Mayor General Agramonte, que renunció al mando de la División del Camagüey, porque su opinión y conducta se halla en una oposición diametral a la de aquél, es ofender la dignidad del Jefe, el ofrecimiento del Presidente Carlos Manuel de Céspedes a Ignacio Agramonte y Loynaz, es el colmo de la injuria. El jefe y el caballero C. arrojan al rostro de usted el lodo con que ha querido mancharle, ofreciéndole su bolsillo. Como jefe estoy dispuesto a responder ante los tribunales competentes de la República y como caballero donde usted quiera. Ignacio Agramonte y Loynaz."

De esta carta dijo Carlos Manuel de Céspedes, hijo, que "era imprudente, insultante, impropia de una razón serena y de la consideración que debía merecer la persona a quien iba dirigida."

El Presidente Céspedes contestó a la agresiva carta manifestando que su cargo, de jefe de la nación, le impedía ir al campo del honor; pero que una vez la República lo exonerase de tal deber pediría, en el terreno particular y como caballero, la reparación procedente a la ofensa proferida. Por fortuna, para la gloria de ambos y para la suerte de la Patria, ésto no llegó a realizarse y sí la conjunción de los caudillos, en aras del único ideal que les unía y ante el cual depusieron todo antagonismo: la independencia de su tierra.

Agramonte se dirigió, días después, a la Cámara de Representantes en la siguiente forma:

"C. Representantes del Camagüey: Conciudadanos: Después de mi carta anterior contra la explotación que se está ejerciendo en el Camagüey, y que no produjo otro efecto que algunas inútiles interpelaciones a los ministros en la Cámara de Representantes, ha continuado el mismo orden de cosas y entre los hechos que han llegado a mi conocimiento descuellan tres órdenes del Jefe del Estado Mayor General. Una de cuatro mil pistones a cargo del C. Esteban Mola y a favor del Comandante Marcos García, otra de doce mil a cargo del coronel Antonio Aguilera, Cuartel Maestre General del Estado y a favor del coronel Torres, de la División de Remedios; y la otra a un comísionado concebida en los siguientes términos:

"En vista de que el enemigo pretende recorrer en sus actuales operaciones todo el territorio del Estado y situar campamentos en los puntos más importantes, se servirá usted destruir con el fuego, sin pérdida de tiempo, las casas de las fincas mayores y las fábricas de ingenios que puedan ser utilizados por el enemigo durante la campaña de la primavera. Las autoridades civiles y militares se servirán prestar toda clase de auxilios al comisionado. Federico Cavada, Jefe del Estado Mayor General en operaciones.

"Con igual autorización hay otros comisionados. ¿Hasta dónde nos llevarán las contemplaciones y la falta de energía de la Cámara de Representantes? ¿Hasta cuándo aparecerá impasible ante tantos abusos? ¿Esperará que Carlos Manuel y sus secuaces arruinen el país, para proceder con energía? No parece sino que se quiere acabar con el Camagüey para poder decir luego 'neciamente, cuando se le haya reducido a la impotencia, que no hace nada, que el enemigo se pasea impunemente en su territorio; y en tanto sus representantes, que conocen el mal, que lo palpan como yo y como todos, sufren y callan por contemplaciones que se avienen mal con la marcha firme y enérgica que exige toda, revolución y la conciencia de todo buen patriota. Piensen, amigos míos, que contraen responsabilidades ante los hermanos cuya confianza tienen, ante su conciencia y ante la Historia, los representantes del Camagüey que permiten se le sacrifique en aras de celos . mezquinos y de un encono injustificable; y de una vez pongan coto a esa explotación y a esa devastación inmotivada que amenaza hundir el país y la revolución. De ustedes, de corazón Ignacio Agramonte y Loynaz. Quemado de Cubitas. Mayo 21 de 1870." (2) En esta carta parece oírse el grito de dolor de aquel gran corazón, que había dado a la Patria dos años de su vida, que había ganado las acciones más importantes de la contienda en este territorio y que, teniendo conciencia de la fuerza de su brazo y de sus excepcionales aptitudes, sentía en lo profundo de su ser los males de la Patria (3) . Censuramos la carta del Mayor a Céspedes, porque esta figura era digna del respeto de todos sus conciudadanos, y porque lo hecho por el Presidente, auténtico padre de la Patria, no constituía injuria para el Mayor; pero hallamos justificación para todas las demás epístolas, en el noble sentimiento que las inspira.

Dice Eladio Aguilera, en su obra citada, que el gran patricio bayamés, de su apellido, era gran admirador de Agramonte y que existía entre ellos tal comunidad de ideas que no pudo por menos de profesarle la más calurosa simpatía, sentimiento con que a su vez correspondía Agramonte a juzgar por la deferencia, confianza y consideración con que lo trataba. Que muy apesarado por la separación de Agramonte del Ejército y ver como un hombre de sus méritos estaba relegado a la inacción trató de atraerlo a la vida activa para aprovechar sus relevantes dotes militares. A ese propósito le escribió, proponiéndole el mando de la división de Holguín y tratando de estimularle, para que lo aceptara y obtuvo del Mayor la siguiente respuesta: "C. General Francisco V. Aguilera. Camagüey, enero 11 de 1871. Distinguido compatriota y querido amigo: Hoy me ha sido entregada su grata fecha 16 del mes ppdo., que contesto. Sus conceptos, lisonjeros para mí, me complacen en sumo grado, porque son un testimonio del aprecio y buena amistad de usted. El mando de la división de Holguín, aparte de los atractivos que usted me expone, tendría para mí, sobre todo, el de aproximarme a Ud. y el de trabajar en su unión por el bien de Cuba; pero entiendo que ha sido confiado al General Inclán. El Gobierno me ha ofrecido en estos días el de la División del Camagüey; y aunque parece dispuesto a allanar los inconvenientes sustanciales que impedían nos entendiésemos, todavía hay pendiente dificultades de forma que no sé si se superarán. Seguramente estas relaciones sorprenderán a Ud., que sabe cuán encontrados están la conducta de nuestro Gobierno en la marcha de los asuntos públicos y mis opiniones respecto de estos mismos; y sobre todo, cuán desagradables han sido nuestras relaciones de algún tiempo a esta parte. Pero es el caso que, mis compañeros de armas, invocando el interés de la Patria, piden con insistencia al Gobierno mi vuelta al puesto que antes ocupé, y a mí que lo acepte, procurando obviar inconvenientes; a esas instancias no resistimos, aunque quizás no confiemos mucho el uno ni el otro en la felicidad de tan discordante consorcio. Reciba Ud. General, el testimonio de mi profundo respeto y de mi más alta consideración. I. Agramonte Loynaz."

Por el texto de la carta anterior conocemos del nuevo nombramiento a favor de Agramonte, hecho por el Gobierno, restituyéndole en su antiguo cargo. Ya el día doce, en carta a su Amalia, también le hablaba del ofrecimiento del Gobierno, que el día trece constituyó una realidad. Tan pronto se hizo cargo del mando dictó la proclama siguiente:

"CAMAGUEYANOS: Estoy de nuevo al frente de las fuerzas libertadoras del distrito; espero vuestro enérgico apoyo. Ahora es cuando los verdaderos patriotas deben realizar los más entusiastas esfuerzos para romper de una vez las cadenas que todavía oprimen a Cuba. Poseémos todos los recursos necesarios para triunfar, pero es necesario ponerlos en ejercicio con aquel valor y aquella abnegación de que hizo alarde nuestro pueblo, aun en los primeros movimientos revolucionarios. El Camagüey se encuentra hoy hostigado por el enemigo. Seamos todos soldados de la libertad. Los que errantes en los bosques son inmolados sin venganza y sin gloria forman en el campamento la milicia sagrada e invencible del derecho. El enemigo, más que de buscar el combate, se ocupa de atormentar nuestras familias. Vamos a defenderlas con empeño, no permaneciendo a su lado, (4) para tener que abandonarlas en la hora del peligro, sino peleando valerosamente. Organizar y disciplinar el ejército es prepararlo para la victoria.

"Convencido de ésto, estoy dispuesto a conseguir las ventajas de la organización y disciplina y vosotros me ayudaréis sin duda en esta importante obra. CAMAGUEYANOS: vosotros habéis realizado inmensos sacrificios por la gloria y felicidad de Cuba y es imposible que retrocedáis por el camino que ya está teñido con vuestra sangre. Muy pronto vuestras indomables legiones asombrarán al tirano y demostrarán una vez más que un pueblo amigo de la libertad y decidido a arrostrarlo todo para tenerla, alcanza siempre el laurel inmarchitable de la victoria. Ignacio Agramonte y Loynaz. Enero de 1871".

Pero es hora que volvamos atrás y examinemos los acontecimientos de este triste año, de 1870, que conjugados determinaron se llamara al siguiente el año trágico de la Revolución.

Sin mando aquel jefe organizador, audaz y táctico de singular capacidad, permanece durante todo aquel período de 1870 en compañía tan sólo de un grupo de valientes ayudantes, lo que no le impidió fusilar a una columna enemiga que operaba por los distritos del Este y del Sur, empleando en el tiroteo magníficos winchesters, con los que acababa de armar a su reducida falange. E incorporado a la fuerza de Maraguán libra los combates de "Socorro", "Rosario", "Ingenio Grande" y "Mucara". De la acción de "Ingenio Grande", realizada siendo el general Boza jefe del distrito, dice Sanguily: "fué un encuentro desastroso, donde corrió inminente peligro de muerte, de que escapó por la resolución de sus ayudantes y principalmente por el arrojo del entonces teniente José de la Cruz Delgado, que derribó de un machetazo al cabo Vela de la Caballería enemiga a punto de estar alcanzando al general cubano, que se retiraba haciendo fuego con su revólver, aunque sin tino, a causa de llevarlo Juan de Castro Palomino a la grupa".

Loret de Mola, refiriéndose a este período dice: "Que cuando no andaban en operaciones y se retiraban a algún campamento donde reponer sus caballos, les hacía estudiar táctica, manejos de armas, ejercicios de batallón y escuadrón, ordenanzas y procedimiento militar."

Con anterioridad, y ya en este mismo año, siendo todavía jefe del distrito, había el Mayor librado la acción del "Cercado". el veintiocho del mes de marzo y el combate de Jimirú el siete de abril; refiriéndose a la primera le dice a su mujer, en carta de 2 de abril, que había capturado 25 remingtons al enemigo, lo, que le tenía muy contento con sus tropas; las que habían peleado durante cinco días con entusiasmo y valor.

Por esta época le dice a su madre, en carta de 3 de mayo, lo siguiente:

"En cuanto a la guerra, ésta sigue con alguna actividad por parte del enemigo que casi ha abandonado a Oriente y ha disminuido mucho la guarnición de las Villas para concentrar fuerzas aquí; pero sin otro fruto que algunos campamentos que en nada disminuyen la importancia de nuestras operaciones limitadas a hacerles todo el daño posible en sus salidas. La cuestión es agotar sus recursos de hombres y dinero y a ese fin marchamos y llegaremos con el tiempo. El entusiasmo se sostiene en nuestras tropas que pelean cada día mejor y todos aquí están seguros del éxito, aunque no será muy pronto si los Estados Unidos nos dejan abandonados a nuestros propios recursos.

"Se dice que se trata nuevamente en los Estados Unidos y en España la cuestión de la cesión de Cuba; pero no sabemos otra cosa. Estoy separado nuevamente del mando de las fuerzas del Camagüey, porque los abusos y la marcha tortuosa de Carlos Manuel de Céspedes me pusieron en la alternativa de tolerarlos con perjuicio del país y desprestigio mío o de renunciar. La elección no fué dudosa para mí y desde el 17 del mes próximo pasado fué admitida mi dimisión. Doy a Enrique más detalles en la carta adjunta. Cuídese mucho, Mamá mía, esté tranquila por mí y confíe en que pronto nos abrazaremos en Cuba libertada y feliz. Un abrazo a cada uno de mis hermanos y Ud. reciba el afecto y cariño de su más amante hijo que le pide la bendición. IGNACIO."

En el último párrafo se advierte la seguridad que tenía Agramonte en el triunfo final, de los cubanos, y lo poseído que estaba de que volvería al puesto que de derecho le correspondía.

El día 26 de mayo del año de 1870, época en que la Revolución decaía, mientras los españoles aumentaban a diario sus contingentes, como hemos tenido oportunidad de ver, y en que la vida en la manigua se hacía cada vez más difícil para los cubanos, irrumpieron en el remanso donde vivía la familia de Agramonte tropas españolas al mando inmediato del capitán Arenas y mediato del general Fajardo, llevadas allí por un isleño traidor, según afirma Aurelia Castillo en su monógrafo citado. Era aquél un rancho construido en terrenos de la finca Angostura, ubicada en la región de Cubitas, con capacidad para tres matrimonios; el del Doctor Simoni y los de sus dos hijas. Agramonte bautizó aquel lugar, puesto por la mano de Dios para que disfrutara de algunos meses de felicidad, con el nombre de "El Idilio".

Amalia Simoni, explicando aquel acontecimiento desgraciado, dijo:

"El 26 de mayo de 1870, cumpleaños de mi hijo, nos despertamos alegres, preparándonos para celebrar el primer aniversario de nuestro primogénito. Estábamos en "El Idilio" mis padres, mi hermana y sus dos niños y mi Ignacio, que por no hallarse muy bien de salud, hacia cinco días que estaba con nosotros. Ese mismo día, y cuando más plácidos y felices estábamos, como a las ocho de la mañana, llegó un muchacho, diciendo que la columna española venía hacía "El Idilio"; aviso que nunca supimos quién lo enviaba. Ignacio no le dió crédito, y tranquilizándome, me dijo que no podía ser cierto, porque ningún aviso tenía de sus ayudantes y Estado Mayor, que, como siempre que él venía a casa, dejaba como a un cuarto de legua de nosotros. Pero un poco más tarde volvió el mismo muchacho, diciendo: "La tropa española está ya cerca de "El Idilio". Ignacio, que tenía en sus brazos al niño, y se reía, oyéndole pronunciar tan malamente las pocas palabras que sabía, se puso serio, y abrazando a su hijo y a mí, dijo con voz grave: "Esto parece una traición. No te aflijas; la esposa de un soldado debe ser valiente".. . .Llamó a papá y le dijo: "intérnese con la familia en el monte; que se preparen pronto con la indispensable ropa y salgan de aquí en seguida... Voy a ver qué es lo que pasa; de todos modos, estaré de vuelta dentro de dos o tres horas."

Pero no hubo tiempo para que la familia cumpliera las disposiciones del Mayor, pues los españoles se acercaban rápidamente. Entonces la esposa y las hijas del Doctor Simoni, conocedoras del carácter sanguinario, propio de los españoles en aquella guerra sin cuartel, suplicáronle que se internara en el monte, hasta que aceptó, bajo la condición de quedarse cerca observando la conducta de los enemigos para con ellas. "Si les tocan un cabello, o les dicen una mala palabra, vengo a morir con ustedes", había prometido el heroico anciano. Pero tan pronto el capitán Arenas, que había sido prisionero del Mayor,, y que, por tanto, le debía la vida, se enteró de quien era la familia aquella, dijo a Amalia : "Señora, no tema, su marido me tuvo prisionero y me salvó la vida. Está usted bajo mi salvaguardia y constituye gran dicha para mí poder manifestarle mi agradecimiento."

Horas después, cuando ya la columna había marchado, se encuentran allí, sobre los escombros humeantes de lo que había sido su hogar feliz, aquellos dos hombres, el padre, y el hijo, el sacerdote de Esculapio y el preferido de Marte, llorando el uno la 'desgracia de los dos, y desesperado el otro por no contar con un escuadrón de caballería con el que hubiera repetido la hazaña incomparable de Bembeta, en 1869, u ofrecido un glorioso anticipo del famoso rescate de Sanguily.

Presentada la prisionera familia al general Fajardo, describióle éste a la Artemisa de nuestro biografiado la próxima e inevitable derrota de los insurrectos, y, después de hablarle de la muerte segura de Agramonte, la invitó a que escribiera a su marido para hacerle abandonar sus temerarios propósitos de libertad e independencia. Y aquella heroína de Plutarco se puso rápidamente en pié y contestó: "General, primero me cortará usted la mano que yo escriba a mi marido que sea traidor. ¿Traidor? Preguntó Fajardo. Sí, traidor a su Patria, contestó Amalia."

Otro incidente de aquel día, que describe a esta mujer maravillosamente, es el siguiente: "Allí, en el Estado Mayor español, encontró Amalia a un cubano que había sido amigo suyo y que al verla sorprendida le preguntó: "¿Usted se avergüenza de verme aquí? Sí—contestó Amalia—me avergüenzo y me dá lástima por usted."

El Mayor, por su parte, relata la historia de ese día, en carta que dirigiera el 6 de junio a Amalia en la siguiente forma:

"Sra. Amalia Simoni de Agramonte: Idolatrado ángel mío: Once días han transcurrido después del 26 último, aciago cumpleaños de nuestro Ernesto, y todavía no encuentro alivio a mi tormento. Pienso incesantemente ea todas tus amarguras, en todos tus sufrimientos. ¡Pobre ángel mío!

"Nunca he estado más tranquilo por tu seguridad que en los momentos de salir de los Güiros en unión de Enrique Mola a explorar por el camino de San Juan de Dios que juzgaba más peligroso. Había enviado exploradores, en todas direcciones, que avisaran a Simoni con tiempo si encontraban al ,enemigo por otro camino y regresaban antes que yo, y a mayor abundamiento dejé encargado a Pompilio en la casa de los Güiros, para avisar tan pronto avistase de lejos al enemigo. No parecía posible una sorpresa; estaban tomadas todas las precauciones. Figúrate, Amalía mía, cuál sería mi sorpresa cuando convencido de que el enemigo marchaba a San Juan de Dios, regresaba a los Güiros y allí me encontraba de súbito con su caballería. Todavía abrigaba la esperanza de que los exploradores que envié por el camino que podía traer esa caballería hubieran avisado con tiempo para que escapara Simoni con la familia. Corrí al rancho, por senderos extraviados, y sólo encontré despojos y efectos tuyos entre otros esparcidos: busqué en el monte y sólo encontré la seguridad de que el enemigo me había llevado mis tesoros únicos, mis tesoros adorados: mi adorada compañera y mi hijo. Mis exploradores habían avisado lo que vieron: que el enemigo avanzaba hacia San Juan de Dios, dejando el camino de los Güiros. Parece que la caballería contra-marchó y tras de ellos tomó éste. Qué desolación, amor mío, y sobre todo ¡cómo se han cebado en mí y cómo me han atormentado las consideraciones de tu marcha en medio de una columna de soldados brutos y groseros, de tu entrada de esa suerte en la población! .... ¡Todos, todos tus sufrimientos los he saboreado y cómo me atormentan! Que me buscaran a mí y que me hicieran picadillo, si me cogieran, estaría bien: yo soy su enemigo; ¡pero a tí, a mi hijo! No puedo escribirte más ahora, Amalia mía. Esto es terrible. Simoni te escribirá lo demás. El sale a ocuparse de la familia, y él también te dirá que quedo con salud y cumpliendo con mis deberes con más ardor y con multiplicado empeño. ¡Ah! yo te juro. ...vale más no jurarte nada. Cuídate mucho, yo te lo ruego, cielo mío; procura de todos modos tu bienestar y busca el contento y la alegría; un millón de besos a nuestro Ernesto; escríbeme siempre que puedas detalladamente, no temas hacerme sufrir; no tengas cuidado por mí; y siempre que pienses en mí ten la seguridad de que en esos momentos mismos mi pensamiento está fijado en ti, y que se desborda la pasión que me inspiras, en el corazón de tu Ignacio.

"Para mayor fatalidad, Amalia mía, al día siguiente del 26 estuve gran parte de la mañana en observación a cien pasos de la casa de San Juan de Dios, y aunque vi a Juanita y a Paquita, y a la Cruz, y otras que se dirigían a la casa desde el frente de élla, y luego a Victoria y contemplaba el carruaje que estaba en la sabana, no te ví a ti. Pude haber matado los oficiales que se hallaban en el portal de la sabana o algunos de ellos impunemente. ¡Me daban tantas tentaciones de dispararles! Estaban tan al alcance de mis tiros; pero ni eso, ni procurar hacerme sentir quería, para evitar desmanes de esos bárbaros hacia ustedes. Cuídate, amor mío, y alma grande. Tuyo; ardientemente tuyo. Ignacio".

Aquella noche trágica pasáronla Agramonte y Simoni al raso y al amanecer del siguiente día se dirige el Mayor a donde estaba su pequeña escolta y dice: "Necesito un hombre que esté dispuesto a todo; a morir."

Inmediatamente se adelanta el valeroso comandante Enrique Mola, diciéndole: "Ordene usted lo que tengo que hacer". Replica el Mayor que quería ver a Amalia antes de que partiera la columna, a lo que contestó Mola: "Vamos, pues". Y describe Martí, con su estilo original esta heroica hazaña, expresa ya en la carta que dejamos transcripta, diciendo: "Aquél que, cuando le profana el español su casa nupcial, se vá sólo, sin más ejército que Elpidio Mola, a rondar mano al cinto el campamento en que le tienen cautivo sus amores."

Amalia embarcó, después de corta estancia en Puerto Príncipe, para Nueva York y allí le dió a su esposo el segundo vástago, Herminia, hija que nunca conociera Agramonte y de la que le habla a su marido en la memorable epístola del treinta de abril que ya conocemos.

Al comienzo de la guerra, familias enteras del Camagüey salieron al campo a compartir, las mujeres con sus hombres, los peligros de la lucha. Así el Brigadier Mena decía, en carta que copia Pirala: "Hasta las mujeres de esta ciudad han salido a fijarse en sus campamentos y por último están ya reuniendo todas las dotaciones de esclavos que de buena o mala gana se los llevan a la fuerza; es decir, que toda la jurisdicción está sublevada en masa, y sin que quede una sola columna que les persiga."

En este periodo crítico, sobre el que vamos a pasar, con el alma amargada por la más cruel decepción, volvían a la ciudad las familias del campo insurrecto; .el éxodo no era como al principio, del campo a la ciudad, sino a la inversa, y dice Torres Lasquetti que el lamentable estado en que venían las familias del campo insurrecto determinó al Municipio a nombrar una comisión de su seno, para que arbitrara los medios de atender a tan perentoria necesidad. Se acordó dar una sopa económica a las personas que fueran por ella en las respectivas demarcaciones; repartir semillas, para que los hombres sembrasen en los terrenos inmediatos a la ciudad y organizar un hospital para atender a los enfermos.

En tanto esto ocurría en la ciudad, como índice desgraciado de los dolores de la manigua, veamos que ocurría en ésta. El mando corto de los generales Cavada y Boza, muertos los dos en el año de 1871, había sido pródigo en desdichas para la Patria. Como dijera, en frase memorable, Ramón Roa parecía que el cielo se desmoronaba para caer sobre la Revolución en Camagüey. Manuel Sanguily describe el estado de miseria en nuestras filas en la siguiente forma: "Era común y tan profunda en los jefes y oficiales como en la tropa; Agramonte usaba un pantalón que sólo le bajaba seis dedos de la rodilla. Recuerdo una familia que vivía encerrada en un bohío, pues las pobres mujeres estaban desnudas. Compañías enteras andaban del mismo modo. Y en diciembre de 1870 y enero de 1871 operaron de diez a doce mil soldados españoles contra un corto número de fugitivos desnudos. Nunca olvidaré la expresión de abatimiento de una pobre gente de las Villas que encontramos en marcha por Camagüey y que a la media legua de habernos separado de élla ya había sido macheteada por el enemigo. Así sucedía entonces. La muerte se cernía, en todas partes, sobre el combatiente, sobre el prisionero, sobre el herido, sobre el enfermo. La mujer no podía contar ni con la vida ni con la honra. El niño no contaba ni con la piedad ni con la misericordia."

En aquellas terribles circunstancias en que hasta el gobierno había tenido que pasar a Oriente, el Presidente Céspedes viendo que el ejército del Camagüey se le desvanecía, salvó todos los obstáculos, que su amor propio personal y su dignidad de hombre herido colocaran frente a Agramonte, e irguiéndose una vez más, 'para la gloria, probó que era el Padre de la Patria y, por orden del gobierno de la República, nombra en los primeros días de enero de aquel año de 1871 al General Agramonte Jefe de la División de Camagüey. Tan pronto éste recibe el nombramiento lanza la proclama que hemos insertado al principio de este libro, y se dispone a la lucha, al triunfo y a la gloria.

Zambrana, hablando de este nombramiento, aunque errado en sus conclusiones, decía: "Nuevo nombramiento de Agramonte: Habiendo venido un desacuerdo entre Agramonte y el gobierno Cavada, desde abril a junio, y Boza, desde junio a diciembre, desempeñaron la Jefatura del Distrito; sin intrepidez el primero y el segundo sin la energía y la inteligencia necesarias. Convencido Céspedes de que era necesario el nombramiento de Agramonte olvidó, con un magnífico esfuerzo, sus desacuerdos políticos y privados, confiriéndole de nuevo la jefatura del Distrito. El nombramiento vino demasiado tarde y aquella vigorosa legión camagüeyana que tan heroicamente había sabido arrostrar desde noviembre de 1868 las inclemencias y los peligros de la guerra estaba dispersa."

Asistiremos, en el libro siguiente, a un acontecimiento de excepcional importancia para el estudio biográfico de Agramonte. Este hombre encuentra el territorio de su mando atravesando la difícil situación que explicada queda, por lo que para triunfar en la contienda es necesario se opere una total transformación de todos los elementos que Cuba oponía a España en esta región; pero este avatar debe realizarse, además, en la persona del Jefe. del Camagüey. Y, por un milagro de la Providencia, así ocurre plenamente. Dos autores, de la indiscutible autoridad de Enrique Collazo y Pírala, afirman que el Mayor se transformó completamente; "que al joven de carácter violento y apasionado sustituyó el general severo, justo, cuidadoso y amante de la tropa; que moralizó con la palabra y con el ejemplo, convirtiéndose en maestro y modelo de sus subordinados, formando en la desgracia y en el peligro la base de un ejército disciplinado y entusiasta." Así del grupo de dispersos que encontrara cuando se hizo cargo del mando surgió una brillante división. (5) Así aquellos miles de soldados de las Villas, los judíos errantes de nuestra Guerra Grande, que peregrinaron, desde las llanuras de Santa Clara hasta las montañas de Oriente, en busca de jefes y de armas, perseguidos por el enemigo, como alimañas miserables, de bosque a bosque y de llano en llano, fueron transformados por Agramonte en ejército respetable borrando el regionalismo, militarizando en un haz a camagüeyanos y villareños, quienes se confundían fraternalmente para quererle y admirarle. Así aquella magnífica frase, cuando un grupo de sus oficiales se expresaron, en su presencia, en términos severos del Presidente Céspedes. Cuéntase que Agramonte los reprendió con energía y, elevándose a la majestad del auténtico caudillo, exclamó: "Nunca permitiré que se murmure en mi presencia del Presidente de la República."

Esta labor admirable, de reorganización militar, en la que mezcló los contingentes villareños y camagüeyanos, tal vez si le hizo ver la conveniencia estratégica de una invasión, por todo el territorio de Occidente, y así el primero de enero de 1873 propuso al gobierno la realización de tan acertado plan. Dice Loynaz del Castillo que sólo pedía 400 fusiles para acabar y ganar la guerra, que él tenía ya la tropa necesaria. Efectivamente, con ello demostraba sus admirables dotes de organizador, que no daba de la mano el adiestramiento de sus hombres, a los que instruía siguiendo, no sólo las inspiraciones naturales de su talento privilegiado, sino los cánones establecidos por el arte de la guerra al través de la experiencia de los siglos.

Queremos preparar al lector para que asista con nosotros a ese tercer período militar de la vida del Mayor, que vamos a describir, íntegro, en el próximo libro; para ello oigamos a Ramón Roa. Dice este heroico soldado que la República había promulgado en 1872 una ley de organización militar deficiente y que Agramonte, al circularla entre sus tropas, la hizo preceder de unas. instrucciones de las cuales el general español Mella dijo: "Hay que guardar este documento como un modelo de su clase. Ni lo presto, ni lo doy, ni lo vendo. Este papel he de guardarlo yo, porque es una prueba de que los mambises no son tontos y de que a ratos podríamos imitarlos. Este documento vale para la historia."

En el orden de la administración militar, que a menudo confunden con el de la dirección, los profanos en estas cuestiones, dió pruebas de relevantes méritos el Mayor. En toda la vasta región camagüeyana funcionaban talleres para la fabricación de zapatos, monturas, cananas y para la reparación de armas de todas clases, contando el citado Ramón Roa que se hacían balas de balaustradas de hierro, con un corta-fríos, en sustitución de las balas de plomo, lo que originó la anécdota que vamos a referir: "Cargaba una tropa española sobre los mambises y uno de sus soldados, hermanando lo trágico con lo cómico, gritó: "Mambises, no seáis brutos; no tiréis con ventanas."

Del Mayor había dicho Pimentel, bravo soldado caído en los campos del Carmen, que los camagüeyanos no tenían más Dios que él y que su manera de adorarlo era lanzarse irreflexivamente hacia el enemigo, como legión de diablos. Y el "Diario de la Marina", de la Habana, de 15 de mayo de 1873, decía que la pacificación del Camagüey era la pacificación de Cuba y que el alma de la revolución en ese distrito, el que le había infundido nuevas energías e impedido presentaciones numerosas, había sido Ignacio Agramonte.

Pero la mejor apología del Mayor, el documento que íntegra, sin disputa, la apoteosis de Ignacio Agramonte, constitúyelo la carta del General Máximo Gómez a Amalia Simoni, en la que le inserta párrafos de su "Diario de Campaña," describiendo el aspecto, el espíritu y la disciplina del Ejército del Mayor, y ofreciendo, por inducción, una admirable semblanza del héroe. (6)
 


Notas:

(1) Recuérdese el trágico incidente de Valera. Al provocar éste a Galán, de cuya novia estaba enamorado, Agramonte salta de su asiento, el hecho ocurría en un casino, y agrede al español, motivando el duelo que cuesta la vida al auditor-comandante.

(2) La carta que se refiere es la siguiente: P. y L. Troya, abril 27 de 1870. C. Salvador Cisneros, Eduardo Agramonte, Antonio Zambrana, Miguel Betancourt y Luis Ayestarán. Queridos amigos: Antes de que a explotación que está ejerciendo el Gobierno en el Camagüey concluya por reducir a la impotencia este Distrito en los momentos precisamente en que el enemigo reconcentra sus fuerzas en él y opera con actividad, es mi deber llamar sobre ello la atención de los representantes, cuyo interés por el bien de la Patria me es conocido, a fin de que con energía contengan el mal antes de que sea tarde para evitarlo. Mientras que aquí consume el Gobierno recursos necesarios al ejército en escoltas y en proporcionarles elementos de que carecen las fuerzas, que desnudas, descalzas y llenas de privaciones combaten con empeño y derraman su sangre en la pelea, el Presidente consiente y autoriza la extracción de aquéllos para Vuelta Abajo. Parece que distribuyen el botín enterito conquistado.—Ignacio Agramonte.

(3) Como hemos visto, la causa de la renuncia del Mayor fueron sus desavenencias con el Gobierno por cuestiones administrativas. Era su afán el dotar lo mejor posible a sus tropas. Ya en 1869, por idéntica causa, había renunciado y obtenido del Gobierno esta respuesta: "Contesto su comunicación del 26. Las armas llegadas por Nuevas Grandes no han sido distribuidas por el Ejecutivo. El ciudadano Cisneros sin conocimiento del Gobierno las distribuyó entre los que allí se hallaban. El Presidente ha determinado admitir la dimisión que usted presenta, no obstante de quedar usted en su puesto hasta que vaya a relevarlo el que resulte nombrado. Asimismo significo a usted que el Ejecutivo tiene el derecho de distribuir las armas y usan-do de ese derecho dejó a cargo del General en Jefe la distribución y le niega a usted el derecho de reconvenir al Ejecutivo ni intervenir en las armas". Quedó, no obstante, en su puesto, hasta el incidente del año 1870,. a virtud de las hábiles gestiones conciliadoras de cubanos de buena voluntad.

(4) Véase de que modo, tan hábil, resuelve el ingente problema que atormentara a Jordan.

(5) Pirala dice en "Historia Contemporánea", tomando de Collazo y de otros: "El trabajo que tenía que emprenderse era inmenso y sólo un hombre dotado de especialísimas condiciones podría llevarlo a cabo; por fortuna el que debía hacerlo era Agramonte. Empezó la transformación por si mismo... Por la vida del rancho y la partida instituyose la del campamento, juzgó sumariamente a unos cuantos que sorprendió al irse a presentar y contuvo el pánico: restituyó la con-fianza a los que le rodeaban y triunfos como el de la carga llamada de los civiles y el rescate de Sanguily y el Carmen hicieron comprender a sus soldados que la victoria y el éxito eran sus compañeros. Aprovechó, asimismo, el valor y las aptitudes del General Sanguily, para que formara la base de la famosa caballería del Camagüey". "Del grupo . . . Agramonte fué el salvador y el creador de la revolución en ese territorio: Sólo su genio, valor, tenacidad y constancia hubieran realizado semejante empresa". Dice un biógrafo: "Ignacio Agramonte fué la vigorosa y austera personificación de un estado de la conciencia cubana, sintetizó todas las energías, todas las cóleras del derecho y de la justicia, conculcados por un ominoso régimen secular, maldecido de la historia y ahuyentado del continente por el Libertador. El genio de las reivindicaciones se encarnó en Agramonte, que de esta suerte se convirtió en un hombre idea, en un hombre símbolo. Lo que exaltó al gran camagüeyano, lo que le sublimó ante el ejército fué su carácter pontificio, al par que guerrero. La revolución y Agramonte se compenetraron, se confundieron. La primera fué para el segundo objeto de admiración; jamás causa alguna halló apóstol más entusiasta y fervoroso". Ramón Roa, en carta fechada en Sagua el 3 de agosto de 1878 dirigida a Juan M. Macías, en Matanzas, dice: "El año 71 nuestros recursos, nuestro número y nuestra práctica de la guerra eran infinitamente menores que en el año 77; entonces el enemigo era más poderoso moralmente, pues con frecuencia nos dispersaba estando desnudos, hambrientos y sin municiones. Entonces sólo el que estuviera poseído de un fenomenal optimismo podría creer en que la victoria fuera nuestra; y sin embargo los que rodeaban a Agramonte, los mismos que ahora han capitulado eran los que desafiaban la muerte con las "frentes radiosas" como él decía y los que en aquella época hubieran rechazado toda transacción. Agramonte fué el salvador de una época".

(6) El Dr. Hortsmann, ilustre abogado oamagüeyano, nos cuenta que allá por el año 88, en el domicilio del Gral. Sanguily, sito en Alcalá esq. Cedaceros, en Madrid, oyó de labios del General la siguiente anécdota. "Agramonte había dictado un bando por el cual se castigaba con la muerte al militar que abandonara el campamento para ir en busca de mujeres. Dos sargentos muy valiosos y queridos de la tropa salen una noche con aquel propósito. A su regreso, Agramonte ordena formarles consejo de guerra, a pesar de la advertencia de algunos subordinados que le hablan de la simpatía de aquéllos entre la tropa. Se forma el tribunal que dicta fallo de muerte. Se ordena formar la fuerza y hacer el cuadro: allí está Agramonte con su Estado Mayor; pero advierte que los miembros del piquete se muestran remisos a cumplir su misión y más con el semblante y con el gesto que con la palabra, los jefes se trasmiten el pensamiento. Entonces el Mayor saca su arma y diciendo: "Yo soy hombre y también tengo corazón; pero tengo que cumplir las leyes militares, porque debo hacer un ejército", espolea su caballo basta donde están los ejecutores y la voz enronquecida de los fusiles sella el cúmplase de la sentencia."

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