Vida de Ignacio Agramonte - Juan J. E. Casasus
Vida de Ignacio Agramonte • Juan J. E. Casasús
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A G R A M O N T E


Amaba la justicia como Arístides, por ella lo abandonó todo y marchó a la manigua irredenta, pasional tenía de Petrarca y de Leopardi, su carácter le emparejaba con el de Utica, él también se hubiera atravesado con la espada por no caer prisionero de César; pero por encima de todo encarnaba el ideal romántico del caballero de leyenda generoso, magnánimo y audaz, dispuesto a ofrecer la vida ante los altares de esa religión del pundonor y de la hidalguía que llevaba inscritos en su escudo inmaculado.

J. J. E. C.

 
 ANTEPREFACIO
 

BAJO la égida de la muy ilustre sociedad camagüeyana "La Popular de Santa Cecilia", centenaria institución cultural y baluarte del patriotismo cubano, viene a la luz pública este modesto trabajo sobre la insigne personalidad del Bayardo.

En los primeros días de la República, como marcando el rumbo a la dignidad y a la gratitud de un pueblo, inicia la citada sociedad una colecta pública para alzar en la plaza principal de Camagüey la estatua del Mayor, que años después, merced al entusiasmo y al esfuerzo de aquellos varones ilustres que formaban su directiva, fuera inaugurada y entregada a las autoridades municipales de esta ciudad, cuna gloriosa de hombres inmortales.

Ahora, en medio de la incuria y del abandono oficial, hacia estas cosas ilustres del pasado, un cubano meritísimo, un devoto fervoroso de esa religión, que tiene por pontífices a los constructores de la nacionalidad, nuestro carísimo amigo el señor Arturo Pichardo y Navarro, alma y propulsor indiscutible de esta edición, ha querido agregar al aporte imponderable ya citado, que perpetuara en bronce y en mármol la figura egregia del Mayor, esta biografía que presenta al Caudillo en los diversos aspectos de su multiforme existencia, y en la que se rinde tributo, en todo momento, al primer postulado, lema inviolable de la historia: Veritas et omnia veritas.

Viene este trabajo, laureado ya en infortunado Concurso, con el siguiente dictamen aprobatorio: "El jurado lamenta no poder recompensar, como fueran sus deseos, otros dos trabajos serios y meritorios, los correspondientes a los doctores Juan J. E. Casasús y XX y se toma la libertad de proponer la creación de dos accesits remunerados con la suma de doscientos cincuenta pesos cada uno para premiar la labor de los doctores Casasús y X.X." (Fdo.) José V. Zequeira; Ramón Catalá y José M. Pérez Cabrera.

Pero al hablar del laudo del jurado que nos otorgara el lauro más arriba citado debemos denunciar públicamente, desde esta tribuna de la dignidad humana, no sólo el acto de injusticia cometido con nosotros, sino el atentado a la cultura, a la seriedad y a la verdad histórica que se cometiera al otorgar el primer premio, para escarnio de Palas Atenea y ludibrio de Themis afligida a la obra "Agramonte, el Bayardo de la Revolución Cubana" que presentara el Sr. Carlos Márquez Sterling.

Basta para enjuiciarla, descalificándola, apuntarle los errores históricos que en brevísima sinopsis expuse a la Dirección de Cultura, en recurso que tengo interpuesto contra el injusto laudo y que subrayo de esta manera:

        "el trabajo, al referirse a hechos de la vida del Mayor, constituye serie inescindible de falsedades y errores de tal jaez que excluyen toda auténtica documentación, requisito exigido en las bases del concurso. Así se verá en ligera ojeada, que desde la afirmación rotunda que se produce de que Agramonte obtuviera brillantemente el título de doctor, a cuyos exámenes de grado no asistió, según pruebo documentalmente; desde el relato sin sentido de la acción de Bonilla, donde Agramonte dirigió un pelotón de mambises; hasta el de la infausta rota de Jimaguayú donde se pone a Serafín Sánchez al mando de las fuerzas de las Villas, cuando sólo era capitán y mandaba a sus chinos, y donde se deja en la obscuridad la muerte del Mayor, sobre la que yo he vertido chorros de luz, pasando por el cañoneo de Camagüey (cuyo relato evidencia plena ignorancia de la acción, y hasta de la topografía de la ciudad) y el macheteo del Cocal, dado por Agramonte con sólo setenta hombres, y presentado con varios centenares (dice que a las fuerzas del Mayor se le unieron en Jimaguayú, ciento cuarenta jinetes), es todo un rosario de graves y peligrosos errores históricos reveladores evidentes de la injusticia que denuncio ante esa Secretaría."

Queremos, para terminar la brevísima ojeada nuestra sobre la maltrecha obra, citar una frase que se destaca en el luctuoso episodio final y que la desnuda permitiéndonos "verle el alma" como decía Séneca:

        "sus cenizas fueron aventadas al viento de la inmortalidad".

Si no bastaran los marcados errores históricos que por sí solos condenan la obra; si no bastara el estilo purísimo a que hacemos alusión, bastaría el adverso dictamen del que es, sin disputa alguna, cantera viva e inagotable de preciosísimos datos históricos del solar agramontino, y miembro correspondiente de la Academia de la Historia en esta ciudad, el Sr. Jorge Juárez Cano, quien en veintidos crónicas, casi todas publicadas en el diario "El Camagüeyano", ha puesto de relieve el grave atentado a la justicia, a la cultura y a la historia, cometido por el tribunal del Concurso.

A ese otro tribunal: al de la conciencia honrada de los hombres justos, entregamos nuestra protesta y nuestro libro.

 

Camagüey, Febrero 18 de 1,937.

 

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 INTRODUCCION
 

HABIÉNDONOS propuesto estudiar la vida y la obra de Ignacio Agramonte lo primero que ocupó nuestra atención fué el problema del método; del medio adecuado para llegar al fin; método, de meta-en, odos-camino.

Recordamos a Tito Livio, apto para la majestad de la República romana, Tácito, apropiado para describir a los tiranos, Polibio para dar lecciones de guerra y Plutarco para ensalzar la gloria de los grandes personajes. Al punto descubrimos que, para comprender la vida del Mayor y discurrir por las vetas maravillosas de su existencia, debíamos seguir el sabio consejo de Don Pepe: Todos los sistemas y ningún sistema, he ahi el sistema. Porque de todo hay en la historia de esta eminencia; majestad propia de la Roma inmortal, acciones de guerra, no superadas por nadie, gloria emparejada a la de los hombres de Plutarco y hasta tiranos a porrillo, en los enemigos airados de la Patria.

Dividimos el material histórico en seis libros, dedicando el primero al escenario en donde surge el personaje biografiado; esto explica que hayamos traído a la obra hechos y personas, medio y momento que preceden a su aparición y que llenan papel histórico en nuestra obra, no pudiendo omitir esa ojeada retrospectiva a los primeros días de la conquista que nos muestran la actitud de los hombres de Iberia entre nosotros para, siguiendo el curso de los pocos siglos que tenemos de vida, llegar a los albores de 1868.

El libro segundo integra un estudio psíquico-somático del biografiado siguiendo los cánones de la psicología contemporánea, buscamos su línea de vida, desde los primeros años, examinando sus dotes de actor sobresaliente, que de modo magistral va a lucir en la cercana tragedia. Allí estudiamos su vocación vital, a la luz de la doctrina de Goethe, y fijamos su tipo moral, kantiano con vetas platónicas; advirtiendo la antinomia infrecuente entre una vida íntima frustrada y una vida histórica ubérrima y provechosa. Le vemos en este libro, como abogado novel, como orador y como conspirador; hasta que se desposa en 1,868, primero con su Amalia y luego, dos meses después, con la muerte.

El libro tercero, que con los cuarto y quinto abarca todo el período de su vida guerrera, nos describe al personaje en los dos primeros años de la campaña en que se revela como organizador, táctico, audaz capitán dando pruebas de valor colectivo, como ya las tenía dadas de valor personal y dócil a la superioridad de sus jefes Quesada y Jordán. Le vemos batiéndose a las órdenes del primero, muy inferior en capacidad militar a él, obediente a las disposiciones del mando, porque él, como dijera Luis Victoriano Betancourt, rebelde a todos los yugos, no obedecía más que a uno; al de la Ley, siguiendo así el consejo de Marco Tulio: Legum servi sumus ut liberi esse possimus.

En estos libros, donde le estudiamos como guerrero, realizamos una indagación crítica de todas sus acciones de guerra, a la luz de los principios que rigen el arte militar.

En los libros cuarto y quinto, donde continuamos estudiando al Mayor como militar, presenciamos la lucha incruenta y dolorosa entre los caudillos oriental y camagüeyano y le descubrimos a este todo el temperamentó colérico cuando desafía en lance personal al Presidente, cuando acusa al Gobierno y cuando protesta, y se queja, y se lamenta de los errores de aquél que le llevan, a su juicio, la Patria de las manos.

Hay un instante en este período, en que el historiador, que ha visto el cielo de la Patria oscurecido por los presagios más amargos, y las querellas más lúgubres e infecundas, ve, de repente, abrirse el firmamento sin nubes de la concordia y de la armonía, mientras anuncian las trompetas de la gloria la aparición de un día, fasto para la Patria; el día eternamente memorable en que los caudillos, enemigos y agraviados, el oriental y el camagüeyano, deponen sus diferencias, salvan los obstáculos que colocara el amor propio y en aras del otro amor, el amor santo de la Patria, se unen y se abrazan para luchar en comunidad contra el enemigo único de la tierra. Y vemos, a partir de ese momento, como en Agramonte se opera un avatar y se torna defensor del Presidente que representaba la Ley y la República. Y le vemos elevarse hasta llegar a ser el primer general de su tiempo y el mejor oficial de caballería que la Nación haya tenido. Y así le seguimos, desde enero de 1871, hasta el infausto día de mayo del 73, en que cae para siempre.

Estudiado ya Agramonte como militar precisaba explorar esa faceta admirable de su vida, para la cual reunía dotes admirables; la política, y en la cual, a nuestro juicio, se ofrecía íntegra su personalidad, uniéndose allí sus dos destinos: el histórico y el íntimo. Esa indagación la realizamos en el libro sexto, donde damos término a nuestra labor.

Hemos avalorado el trabajo, deficiente por ser nuestro, con infinidad de documentos inéditos, nos hemos servido de fuentes vivas, los oficiales, soldados y paisanos que se citan en el texto y nos hemos, por último, constituido sobre el terreno para levantar, por nuestras propias manos, un plano del campo donde se libró la acción de "Jimaguayú", que responda a las necesidades de este estudio con el propósito de poner término, de una vez y para siempre, a tanta historia, sin sentido racional; pero con sentido místico, como alrededor de la muerte de Agramonte se ha escrito, lo que estimamos haber conseguido plenamenté.

Al poner punto final a este trabajo sentimos la inefable euforia que lleva el deber cumplido a los corazones justos y si con él llegamos a prestar un servicio a la Patria, a la Cultura y a la Historia, habremos obtenido el más preciado galardón que apetece nuestra conciencia cubana.

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