Vida de Ignacio Agramonte - Juan J. E. Casasus
Vida de Ignacio Agramonte • Juan J. E. Casasús
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L I B R O   S E G U N D O
 

Ignacio Agramonte y algunos estudiantes. Agramonte reclinado.

Agramonte es la antorcha a cuya luz viste Cuba sus avíos de guerra.

J. J. E. C.

 
 LIBRO SEGUNDO
 

Nacimiento de Agramonte. Sus padres, Influencia de la educación infantil en la vida del hombre. Indagación de la línea de vida del Mayor. El niño Agramonte .en el campo de Arroyo Méndez. Paralelo entre Catón y Agramonte. Sus maestros en Camagüey y en la Habana. Su larga permanencia en España. Su ingreso en la Universidad. Semblanzas por Aurelia Castillo, Manuel Sanguily y Manuel L. Miranda. Otro punto de contacto con Catón. Estudio de la vocación vital de Agramonte a la luz de la doctrina de Goethe. Agramonte estudiante de la Universidad. Juicio de Sanguily. Su discurso de grado. Estudio crítico de esta pieza oratoria. Agramonte abogado. Juez, como desempeña sus funciones. Acomete los altos estudios del doctorado. Su traslado a Camagüey en 1868. Su viaje a New York, con fines revolucionarios. Su incorporación a la Logia Tínima en Puerto Príncipe. Elocuente informe ante la Audiencia.

Importante función de las logias masónicas en la Guerra Grande. Pirala. Eladio Aguilera. Vidal Morales. Incidentes en Camagüey en 1866 en las fiestas de San Juan.

Agramonte en el "terreno del honor". Sus más importantes lances personales. Ligero estudio sobre el duelo. Importancia del epistolario íntimo de Agramonte para penetrar en su yo interior.

Aparición de Amalia Simoni. Semblanza que ofrece Aurelia Castillo. Su matrimonio en Agosto de 1868. El Dr. Simoni y Agramonte. Conducta del primero en la Asamblea de Minas. Las dos Venus de la doctrina platónica. Agramonte y Leopardi. Estudio de las cartas de Agramonte a la Simoni desde la manigua cubana. Una vida íntima frustrada y una vida histórica provechosa. Paralelo entre las vidas íntimas del Cid y Agramonte. Su actitud cuando la muerte le arrebatara al padre en New York. Su carta a la madre. La única carta desde el campo en que habla alegremente de la guerra. Agramonte encarna éticamente el tipo kantiano. Maravillosa carta de Amalia que no llegó a poder del Mayor.
 

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EN el marco que hemos trazado viene a la vida y a la gloria el día 23 de diciembre de 1841, en esta ciudad de Camagüey, entonces Puerto Príncipe, Ignacio Agramonte y Loynaz, hijo de D. Ignacio Agramonte y Sánchez y de Doña Filomena Loynaz y Caballero. Eran sus padres, el uno austero varón y docto jurisconsulto, y la otra venerable dama de este sencillo y patriarcal rincón camagüeyano donde regían, con la fuerza toda de lo imponderable, los viejos usos sociales, aquellos que actuaban como aglutinante del pueblo y ejercían alta y noble misión educadora.

Adverso nuestro criterio al afán de muchos escritores y biógrafos de traer los antecedentes de progenie del biografiado como un título más que avalore su vida: razón y mucha la del autor del "Quijote" cuando decía: "la sangre se hereda y la virtud se aquista y la virtud vale por si lo que la sangre no vale".

Sabios los hijos del Celeste Imperio quienes, estimando que la nobleza de la sangre, en el orden hereditario, es un absurdo, invierten el orden de trasmisión, siendo no el padre quien ennoblece al hijo sino éste a sus antepasados, destacando con sus esfuerzos, en el escenario multiforme de la sociedad, a su estirpe humilde e ignorada. Pero el biógrafo no puede ignorar los postulados del método de Taine, que tiene aquí evidente aplicación, y raza y medio y momento son circunstancias que se destacan egregiamente en estos estudios.

Fonsegrive lo ha dicho: "es ley del espíritu que nada de lo que ha sido dado a la conciencia se pierde para ella" y si gran parte de la educación, como enseña la paidología, la adquiere el niño en su casa, no sólo por lo que los padres le enseñan directamente sino por los cuidados y precauciones que toman para evitar que ayos y criados lleven al alma del infante ideas y sentimientos vitandos, se advierte la superior importancia que tiene para conocer la vida de un hombre saber quienes fueron sus padres. Y determinar, no los títulos de nobleza, ni el grado de riqueza material, sino las condiciones de probidad y de carácter y la cultura de sus mayores.

Hemos visto ya quienes eran los padres del Mayor y esto nos dará causa para explicarnos y revelarnos muchas facetas de aquel gran corazón.

Conocido es el dictamen de múltiples investigadores sobre la influencia de la educación infantil habiéndose afirmado, de consuno, y esto nuestra propia conciencia nos lo revela, que los impulsos determinantes de la constitución del alma provienen de la primera infancia. Alfredo Adler dice: "que los fenómenos aislados en la vida del alma no deben nunca considerarse como un todo cerrado sino que sólo se les puede comprender considerándolos como partes de un todo inseparable, procurando después descubrir la línea de movimiento, él estilo de vida de una persona, y llegando a la visión clara de que el oculto objetivo del comportamiento infantil es idéntico al del hombre en años posteriores." Por eso aquel grande de las letras patrias, Manuel Sanguily, en su admirable nota biográfica del Mayor, después de hacer constar las señaladas circunstancias que reunían sus padres dice: "estudió las primeras letras en varios colegios de su ciudad natal, siempre como externo". Véase como subraya este hecho, y con que finalidad lo verifica, "por lo que pudo recibir más constantemente la influencia de su honrada familia y en especial del carácter de su padre, que era hombre de mucha energía y firmeza". Energía y firmeza, esas son precisamente las cualidades singulares del carácter de aquel hombre, ellas fijan en todo el decurso de su corta existencia la línea de vida del Mayor. Y es esa línea, según afirman los psicólogos contemporáneos, la que permanece invariable, durante la existencia humana. El hombre, así que traspone el dintel de la existencia y se encuentra frente al mundo, toma de éste una visión de algo que le es hostil; pero tan pronto se incorpora en su cunita recibe la primera porción de valor y ya, creyéndose fuerte, se dispone a la lucha. Si sus educadores logran alejar el complejo de inferioridad e infundirle cada vez mayores energías espirituales pueden esperar que el éxito corone su labor. He aquí que las primeras impresiones del alma humana sean de tanta importancia en el curso de la vida y que muchos psicólogos vean, aún en el mismo período de la lactancia, la línea anímica a lo largo de la cual se desarrolla toda la existencia.

Con los valiosos antecedentes que Sanguily nos tiene suministrados, del padre del Mayor, cuya autenticidad hemos podido corroborar, en amena plática con venerables camagüeyanos, casi centenarios, queda fácilmente explicado aquel episodio admirable de su vida cuyo paralelo sólo podríamos encontrar en las historias de Esparta o de Roma la inmortal. Oigamos a Vidal Morales: "Refiere el malogrado joven escritor Manuel de la Cruz, apoyado en el testimonio de varios testigos, que Ignacio Agramonte, a la sazón de diez años de edad, quiso ir al lugar en que yacían los cadáveres de los ajusticiados; que sus padres con razones y consejos trataron de impedírselo, pero que él se obstinó tanto y con tanta vehemencia, que le otorgaron su consentimiento. Dice que corrió a la sabana de Méndez, atravesando por entre la turba de curiosos, que se acercó, lento y sereno, al cadáver de Agüero, y que, después de un momento en que estuvo abstraído, contemplando aquel cuerpo inmóvil y frío, de repente, sacó un pañuelo, lo empapó en la sangre que bañaba el cadáver, y se alejó de allí pensativo y triste. Nuestro inolvidable amigo, en su obra inédita, y por desgracia incompleta, acerca del egregio caudillo que perdió la patria en los campos de Jimaguayú, refiere que largo tiempo conservó Agramonte el pañuelo empapado en la sangre de Agüero, como misterioso pacto de sangre, y que con .el desarrollo de su razón creció su amor a la memoria de aquel mártir, que era un culto, que en las paredes de su cuarto había dos retratos únicos, sus penates: el de Simón Bolívar, a quien admiraba de todo corazón, y el de Joaquín de Agüero, con su semblante dulce y severo, revelando un alma levantada, enérgica y no exenta de cierto dejo de amargura; que cada vez que surgía el recuerdo del infortunado mártir camagüeyano, Agramonte se exaltaba y encendía y no perdía la ocasión de quemar incienso en el altar de aquel paladín; que no quiso hacer fuego a un piquete de caballería enemiga porque los soldados, empleados en bañar sus caballos en medio del río, no podrían defender sus vidas, y él no iba a matarlos sobre seguro."

Vamos, pues, guiados por Plutarco, a descubrir en la vida misma de Catón de Utica hecho que puede compararse al relatado y ante los cuales debemos repetir las palabras del insigne autor de la Tebaida: Macte animo, generoso puer, sic itur ad astra.

"Hablase hecho ya tan célebre, que ocurrió lo siguiente, reunía e instruía Sila los mancebos de las principales familias para una carrera de caballos, juvenil y sagrada, a la que llaman troya, y había nombrado dos caudillos, de los cuales los jóvenes admitieron al uno por respeto a su madre, pues era hijo de Metela, mujer de Sila; pero en cuanto al otro que era Sexto, sobrino de Pompeyo, no permitieron que se les pusiera al frente ni siquiera seguirle, pregúntales Sila a quién querían, todos a una voz dijeron que a Catón, y el mismo Sexto cedió el puesto contento, y se puso a sus órdenes, dando esto testimonio a su mayor mérito. Había sido Sila amigo de su padre, y algunas veces los llamaba a él y a su hermano y les hablaba, siendo muy pocos aquellos con quienes tenía esta atención, por el envanecimiento y altanería de su majestad y su poder y dando Sarpedón grande importancia a este favor por el honor y seguridad, llevaba a Catón con frecuencia a casa de Sila, que entonces en nada se diferenciaba de un lugar de suplicios, por la muchedumbre de los que allí eran sofocados y atormentados; cuando esto sucedía tenía Catón catorce años, Viendo, pues, que se traían allí las cabezas de los varones más distinguidos de la ciudad, y que los presentes devoraban en secreto sus sollozos, preguntó al ayo por qué no había alguno que matase a aquel hombre, y respondiéndole éste: Porque, aunque le aborrecen mucho, todavía le temen más, le repuso al punto: ¿Pues por qué no me das a mi una espada para libertar de esclavitud a la patria quitándole de en medio? Al oir Sarpedón estas palabras, vió que le centelleaban los ojos, y que su encendido semblante estaba lleno de ira y furor, y concibió tal miedo que de allí en adelante estuvo siempre con cuidado y en observación de que no cometiera algún arrojo."

Es circunstancia que no puede omitirse, en la vida de este hombre singular, la que apunta, con la sagacidad acostumbrada, su biógrafo citado, consistente en haber sido alumno Agramonte en esta ciudad de Camagüey de un español, Don Gabriel Román y Cermeño, quien unido a la familia de su discípulo, por los lazos ínconsútiles del afecto y la gratitud, tomó gran empeño y extraordinario entusiasmo en la enseñanza de su alumno.

Si aquí tuvo maestro idóneo y animoso, allá, en la capital, fué alumno del renombrado e inolvidable plantel que fundara y dirigiera el ilustre filósofo y educador cubano Don José de la Luz y Caballero, de cuyas aulas pasó, sin que se pueda precisar la fecha; pero sí asegurar que fué por los años de 1851-52 a los colegios que en Barcelona dirigían José Figueras y Don Isidro Prats, ambos incorporados a la Universidad de aquella ciudad en la que cursó, con notas de sobresaliente, los tres años de latinidad y humanidades, y dos de filosofía elemental, con alta calificación también.

De allá regresó a Cuba en oportunidad de incorporarse en la Universidad al curso académico de 1857-58 y después de cursar con notas de sobresaliente los estudios de bachiller en artes obtiene en seis de julio de 1859 el título. En 2 de septiembre de 1859 matricula primer año de jurisprudencia y cursa los cuatro años de esta ciencia con notas de sobresaliente, alcanzando en 19 de julio de 1863 el grado de bachiller en jurisprudencia. Continúa estudiando la licenciatura y en 8 de junio de 1865 conquista en exámen de grado el título de licenciado en jurisprudencia, del cual se tomó razón en el Ayuntamiento de P. Príncipe en 16 de agosto de aquel año (1). En agosto del año 1867 solicita exámen al grado de doctor, haciendo constar que tiene cursadas las asignaturas correspondientes al período del doctorado, se le señala la fecha del 20 de dicho mes y año; pero no consta del expediente universitario, que hemos tenido a la vista, que concurriera a dicha justa. Es que ya por esa época andaba dedicado intensamente al ejercicio de su profesión y ya le solicitaban, también, los incoercibles requerimientos de la Patria que un año después le vería alzarse altivo, en los montes de Bonilla, contra el tirano.

Aurelia Castillo de González nos da la siguiente semblanza del héroe en esta época: "Me parece verlo. Era alto, delgado, pálido, no con palidez enfermiza, sino más bien, así podemos pensarlo, con palidez de fuertes energías reconcentradas; su cabeza era apolínea, sus cabellos castaños, finos y lacios, sus pardos ojos velados como los de Washington; su boca pequeña y llena, como la que se ve en las representaciones de Marte y sombreada apenas por finos bigotes; su voz firme."

Veamos, ahora, como le describe Don Manuel Sanguily: "Su aspecto y su carácter. Por entonces era un hombre de aventajada estatura y aspecto muy distinguido y airoso. De finísimo cutis, nariz aguileña y fuerte, los ojos negros, lánguidos y hermosos, larga la sedosa cabellera y aunque le sombreaba el labio superior ligero bozo tenía el aire juvenil de un doncel de leyenda, principalmente cuando al sonreir mostraba la dentadura de maravillosa perfección femenina." Como se ve, en su persona desde el punto de vista físico, como desde el punto de vista moral, habíanse armonizado todas las cualidades que en la primera ocasión convierten al que las posee en un gran jefe y director de hombres. Continúa diciendo Don Manuel Sanguily "que un americano que habló con el Mayor, en el campo insurrecto, decía que el joven caudillo le había parecido a lo que se imaginaba el apóstol San Juan", que los afectos de Ignacio Agramonte eran siempre serenos; pero profundos; que amaba a su hermano Enrique, menor que él, como un buen padre ama a su hijo único, a punto que por aquel compañero de su niñez y su juventud, de los días de paz y de los primeros años de la guerra, estuvo siempre dispuesto a exponer sin vacilación la vida, porque, además, por su naturaleza propia y por el medio en que se crió aquel joven catoniano y puro sentía en su corazón todos los ardores generosos de un caballero de los románticos tiempos medios, los cuales puso a prueba para su prestigio y fama en más de un lance ruidoso y grave. Y evidentemente Sanguily comparaba al Mayor con Catón porque bien conocía aquél, por Plutarco, la vida del gran romano; así en el amor que Agramonte tenía por su hermano menor se descubre otro punto de contacto con la vida de Catón. Oigamos a Plutarco: "Era todavía niño pequeñito cuando, a los que le preguntaban a quien quería más, respondió que a su hermano; volvieron a preguntarle: ¿Y luego? Y la respuesta fué igualmente que a su hermano; volvieron la tercera, cuarta y más veces, hasta que, cansados, no le preguntaron más. Después, con la edad, todavía se fortificó y creció este amor al hermano porque ya era de veinte años, y jamás había cenado, viajado o salido a la plaza sin Cepión."

Manuel L. de Miranda que fué condiscípula del Mayor en eI colegio a que aquél asistiera en Camagüey, y luego, en los campos de la lucha armada, su ayudante, nos da la siguiente semblanza del héroe:

"Cuando cayó en el campo fatal de Jimaguayú tenía treinta y un años cuatro meses; cumplía treinta y dos en diciembre 23, fecha de su nacimiento; media más de seis pies de alto, hermosa, gigantesca, noble, varonil, erguida figura. Frente espaciosa, ojos grandes, algo dormidos, trigueño muy claro, facciones bien delineadas, bigote fino, y no montañoso como aparece en los retratos que se publican, de mirada dulce y no azorada, como aparece en los sellos de correo. Su voz era clara, firme y de grato sonido.

Al vigor corporal reunía las más bellas cualidades del alma, era modesto, prudente, grave, magnánimo, generoso, tenía el talento de la palabra, orador elegante y sobrio. Parecía haber nacido para mandar, sin haber sido déspota ni altanera nunca."

Y llegado ya el momento en que Ignacio Agramonte se presenta al juicio del biógrafo como adulto, debemos estudiar su persona, según el método aconsejado por Ortega y afincado en la doctrina de Goethe. Debemos determinar cuál era la vocación vital del biografiado y la fidelidad del personaje a ese su destino singular, para hallar el plano de su existencia feliz.

Goethe afirmaba que la vida humana constituíala la lucha del hombre con su destino; que lo más importante no era la lucha del hombre con el mundo en torno, sino la lucha del hombre con su vocación. Goethe se separa de Kant y mientras éste sitúa su imperativo categórico como algo infrangible Goethe afirma: "No, recto es lo que es conforme al individuo." Así sustituye el deber de ser de la regla moral con el tener que ser de la vocación vital. Goethe afirma que el hombre sólo reconoce su yo, su vocación singular, por el gusto o disgusto que en. cada situación experimenta. La infelicidad le va avisando, como la aguja de un aparato registrador, cuando su vida efectiva realiza su programa vital; sólo sus goces y sus sufrimientos, le instruyen sobre si mismo. Cuando el hombre sufre, su vida proyecto no coincide con su vida efectiva; es el momento en que el hombre se escinde en dos, el que tenía que ser y el que en realidad es; pero esta dislocación, se manifiesta en forma de dolor, d, de angustia, de mal humor; la coincidencia, en cambio, produce el admirable fenómeno de la felicidad. Entonces el hombre es fiel a su destino, realiza su vocación vital. Veremos, en el curso de nuestro estudio, como Agramonte fué infiel a su destino; como vivió su vida, casi en perpétua escisión, en constante dolor, sufriendo amargado la quiebra de su entelequia, De aquí que nosotros ante su figura epónima, después de recorrer las rutas todas de su vida admirable, titularíamos su biografía la tragedia del Mayor.

El hombre desenvuelve su vida en el cumplimiento de tres misiones cardinales: amor, profesión y sociedad. En este trabajo hemos de ver como Agramonte resultó casi frustrado en la primera y llenando una misión histórica, en las otras, frustró, sin embargo, su vocación. Y decimos casi frustrado en la primera, porque no hay felicidad amorosa, viviendo separado del objeto, ya que la esencia del amor está en el afán de unión. Por eso Bretón de los Herreros daba su ley en estrofas admirables: "Sea amor impuro o casto, no .es dichoso sin la plena posesión del ser amado."

Pocos datos hemos podido acopiar de ese período, pleno de romanticismo, y de ensueño, y de esperanza, en la vida de todo profesional, que se pasa en las aulas universitarias, en relación con nuestro biografiado. Así vemos que siendo estudiante había practicado en el bufete del Dr. Antonio González de Mendoza, establecido en la propia capital de la República, según afirma su biógrafo Eugenio Betancourt. Vidal Morales, en "Hombres del 68", hablándonos de las sesiones de jueves y sábados en el Aula Magna de la Universidad, dice que a ellas (en las que se libraban reñidas lides dialécticas), asistían jóvenes llenos de júbilo y entusiasmo para apagar su sed de ilustración: Ignacio Agramonte, Luis Ayestarán, y otros. Manuel Sanguily, en "Oradores de Cuba", dice que por el año 66 se establecieron en el Liceo de la Habana unas reuniones dominicales a las que llamaban tertulias literarias y en una de estas reuniones, a propósito de un discurso leído por el Profesor Don Blas López Pérez, hubo ocasión para ser aplaudida su palabra fluente, severa y enérgica a un joven que acababa de recibir en la Universidad la investidura de licenciado en Derecho, Ignacio Agramonte y Loynaz, quien por su elocuencia y extraordinarias dotes de carácter tan gran papel habría de hacer en las convulsiones políticas que sobrevinieran."

Si el acto de recibir la investidura de grado en cualquier estudiante constituye un acontecimiento solemne de su vida, en el caso singular de Agramonte fué una verdadera apoteosis de dignidad y patriotismo. Allí se revelaron, más qué el talento y la erudición de aquel joven, sus excepcionales condiciones de carácter. Y si éste es la actitud, la posición que toma el hombre con relación al mundo que le circunda, allí quedó marcada con trazo inconfundible, la línea de la vida política de aquel varón austero. Así Antonio Zambrana, uno de sus oyentes, dijo: "Aquello fué como un toque de clarín. El suelo de todo el viejo Convento de Santo Domingo, en el que la Universidad estaba entonces, se hubiera dicho que temblaba, el catedrático que presidía el acto dijo que si hubiera conocido previamente aquel discurso no hubiera autorizado su lectura; los que debían hacerle objeciones llenaron sólo de una manera aparente su tarea y yo, que allí me encontraba, concebí desde entonces por aquel estudiante, que antes de ese día no había llamado mi atención, la amistad apasionada, llena de admiración y fidelidad, que me unió con él hasta su muerte."

Insertaremos algunos párrafos del memorable discurso ya que este constituye jalón preciado para el estudio del carácter y la capacidad de nuestro biografiado: "La sociedad no se comprende sin orden, ni el orden sin un poder que lo prevenga y lo defienda, al mismo tiempo que destruya todas las causas perturbadoras de él. Ese poder, que no es otra cosa que el gobierno de un estado, está compuesto de tres poderes públicos, que cuales otras tantas ruedas de la máquina social, independientes entre sí, para evitar que por un abuso de autoridad, sobrepujando una de ellas a las demás, y revistiéndose de un poder omnímodo, absorba las públicas libertades, se mueven armónicamente y compensándose, para obtener un fin determinado, efecto del movimiento triple y uniforme de ellas."

"Detener la marcha del espíritu humano, ha dicho un célebre escritor, privándole de los derechos que ha recibido de la mano bienhechora de su Creador, oponerse así a los progresos de las mejoras morales y físicas, al acrecentamiento del bienestar y felicidad de las generaciones presentes y futuras, es cometer el más criminal de los atentados, es violar las santas leyes de la Naturaleza, es propagar indefinidamente los males, los sufrimientos, las disensiones y las guerras, de que los pueblos no han cesado de ser las víctimas." "Estos derechos del individuo son inalienables e imprescriptibles, puesto que sin ellos no podrá llegar al cumplimiento de su destino; no puede renunciarlos porque como ya he dicho, constituyen deberes respecto a Dios, y jamás se puede renunciar al cumplimiento de esos deberes. Se ha dicho que el hombre, para vivir en sociedad, ha tenido que renunciar a una parte de sus derechos; lejos de ser así contribuye con una porción de sus rentas y aún a veces con su persona al sostenimiento del Estado, que debe defendérselos, que debe conservárselos íntegros, que debe facilitar su libre ejercicio. Bajo ningún pretexto se pueden renunciar esos sagrados derechos, ni privar de ellos a nadie sin hacerse criminal ante los ojos de la divina Providencia, sin cometer un atentado contra ella, hollando y despreciando sus eternas leyes." "La ignorancia, el olvido o el desprecio de los derechos del hombre son las únicas causas de las desgracias públicas y de la corrupción de los gobiernos. . ." "Consecuencia de la libertad de pensar es la de hablar. ¿De qué servirían nuestros pensamientos, nuestras meditaciones, si no pudiéramos comunicarlos a nuestros semejantes? ¿Cómo adquirir los conocimientos de los demás? El desarrollo de la vida intelectual y moral de la sociedad sería detenido en medio de su marcha." "De la enunciación de los diversos exámenes, de las contrarias opiniones, de las diferentes observaciones, de la discusión en fin, surge la verdad como la luz del sol, como del eslabón con el pedernal, la ígnea chispa". "Pero la verdad, se ha dicho, no siempre conviene exponerla; en realidad no conviene; pero es al poderoso que oprime al débil, al rico que vive del pobre, al ambicioso que no atiende a la justicia o injusticia de los medios de elevarse; lejos de ser perjudicial, es siempre conveniente al ciudadano y a la sociedad, cuyas felicidades estriban en la ilustración y no en la ignorancia o el error, y a los gobernantes cuando lo son en nombre de la justicia y la razón". "El individuo mismo es el guardián y soberano de sus intereses, de su salud física y moral; la sociedad no debe mezclarse en la conducta humana, mientras no dañe a los demás miembros de ella. Funestas son las consecuencias de la intervención de la sociedad en la vida. individual; y más funestas aún cuando esa intervención es dirigida a uniformarla, destruyendo así la individualidad, que es uno de los elementos del bienestar presente y futuro de ella...". "Estos derechos, lo mismo que los anteriormente expuestos, deben respetarse en todos los hombres, porque todos son iguales; todos son de la misma especie, en todos colocó Dios la razón, iluminando la conciencia y revelando sus eternas verdades; todos marchan a un mismo fin; y a todos debe la sociedad proporcionar igualmente los medios de llegar a él." "La Asamblea Constituyente francesa de 1791 proclamó entre los demás derechos del hombre el de la resistencia a la opresión...". "La centralización llevada hasta cierto grado es, por decirlo así, la anulación completa del individuo, es la senda del absolutismo; la descentralización absoluta conduce a la anarquía y al desorden. Necesario es que nos coloquemos entre estos dos extremos para hallar esa bien entendida descentralización que permite florecer la libertad a la par que el orden". "La centralización hace desaparecer ese individualismo, cuya conservación hemos sostenido como necesaria a la sociedad. De allí al comunismo. no hay más que un paso; se comienza por declarar impotente al individuo y se concluye por justificar la intervención de la sociedad en su acción, destruyendo su libertad, sujetando a reglamento sus deseos, sus pensamientos, sus más intimas afecciones, sus necesidades, sus acciones todas" ..."pero fuerza es que concluya esta parte, y lo haré copiando un trozo de Maurice Lechatre: "Así como los antiguos romanos no usaban de la dictadura sino por cortos intervalos y solamente cuando la Patria corría grandes peligros, es necesario tener en ellos una acumulación tan enorme de poder, como la de una máquina que permite a un solo hombre atar una nación y someterla a su voluntad. En tiempo de paz, la centralización (limitada como lo hemos hecho nosotros), es el estado natural de un pueblo libre, y cada parte de su territorio debe gozar de la mayor suma de libertad, a fin de que siempre, y por todas partes, los ciudadanos puedan adquirir el desenvolvimiento normal de todas sus facultades." "Demostrado que sólo una administración concentrada convenientemente puede dejar expedito el desarrollo de la acción individual, quédalo también que sólo a la sombra de aquella puede realizarse esa alianza del orden con la libertad, que es el objeto que debe proponerse todo gobierno y el sueño dorado del publicista, porque aquella es la representación del orden; de esa armonía de los intereses y acciones de los individuos entre sí, y de los de éstos con el gobierno en su perfecta concurrencia de libertad, representada por ese franco desarrollo de la acción individual". "El Estado que llegue a realizar esa alianza será modelo de las sociedades y dará por resultado la felicidad suya, y en particular, de cada uno de sus miembros; la luz de la civilización brillará en él con todo esplendor; la ley providencial del progreso lo caracterizará y perpétua será su marcha hacia el destino que le marcó la benéfica mano del Altísimo". "Por el contrario, el gobierno que con una centralización absoluta destruya ese franco desarrollo de la acción individual, y detenga la sociedad en su desenvolvimiento progresivo, no se funda en la justicia y en la razón, sino tan sólo en la fuerza; y el Estado que tal fundamento tenga, podrá en un momento de energía anunciarse al mundo como estable e imperecedero, pero tarde o temprano, cuando los hombres, conociendo sus derechos violados, se propongan reivindicarlos, irá el estruendo del cañón a anunciarle que cesó su letal dominación."

El estudio crítico de esta pieza oratoria nos muestra, en primer lugar, la religiosidad innegable del Mayor, contra quién más de un enemigo apasionado ha lanzado sus diatribas infecundas, llamándole ateo e irreligioso. Adviértese la cultura filosófica que había recibido, de marcado sabor racionalista y principalmente, en lo que concierne al derecho político, se nota que había abrevado en las fuentes filosóficas de los enciclopedistas del siglo XVIII, en las doctrinas políticas de Rousseau, en la escuela de Montesquieu, continuador de Locke y de Aristóteles, en cuanto a su doctrina del estado respecta, y en la filosofía de Krausse y su discípulo Ahrens que introdujera en España el profesor Sanz del Río y que imperara, durante media centuria, en las universidades españolas.

Aunque Agramonte no resuelve aquí el problema social, que hoy constituye el eje de las especulaciones jurídico sociológicas, véase como, a pesar de su incipiente cultura, descubre y señala los peligros del comunismo y, siguiendo la tendencia de la escuela demoliberal, pide poderes para el Estado y libertad para el individuo, en cuyo único sistema es posible disfrutar de la vida feliz, si no se pierde de vista el problema económico, socializando las grandes empresas, estableciendo impuestos progresivos, distribuyendo la propiedad rústica, en justicia, y evitando la concentración de los grandes capitales, lo que desde luego integra una superación de la referida escuela; pero cuyos postulados vitales mantiene.

Por encima del aspecto intelectual de toda la pieza oratoria, brilla, con resplandores de Olimpo, la luz de aquel carácter poderoso.

Y principia el ejercicio de su carrera de abogado, allí, en la propia capital de la Isla, tan pronto la Universidad le provee del titulo correspondiente. Siguiendo la ruta de muchos jóvenes, ansiosos de adquirir experiencia profesional, en el ejercicio de la judicatura, le veremos desempeñando el cargo de Juez de Paz. Para tener una idea del modo como realizó sus funciones judiciales y la seriedad con que ejercía su ministerio de abogado podemos leer las cartas que dirigía a su prometida desde aquella Capital. Por ellas se advierte, en aquel temperamento apasionado y ardoroso, el culto que rendía a su sacerdocio, en aras del cual sacrificaba la urente apetencia de su espíritu que clamaba por marchar a esta ciudad a pasar determinadas fechas del año cerca de la mujer que amaba. Oigámosle: "Apenas llegué, al vapor mismo fueron a decirme que había muerto un juez de paz a quien debo suplir, y que tenia que presentarme para hacerme cargo del Juzgado, y ya con esto me he encontrado con trabajo atrasado que debo despachar pronto. También me ha tenido muy ocupado una causa bastante complicada de un pobre hombre que está en la cárcel de esa ciudad hace tres años, y que siempre que voy al Príncipe me manda a buscar para suplicarme que no le deje ir al presidio, como si sólo estuviera en mis manos impedirlo. Al cabo han sido hoy los estrados: he hecho cuanto a mi alcance está, en favor de él, y ya sólo tengo que esperar la suerte que le depare el Tribunal." "Hasta antes de ayer no perdí la esperanza de verte en la próxima fiesta, mas las dificultades crecían más cada, día. Tengo sobre todos dos negocios delicados, de una tía el uno, y de un tío el otro, que no me permiten alejarme mucho de la Habana; si se señala la vista de alguno para un día en que estuviera yo en el Príncipe, o en las mismas circunstancias pasa el término para establecer cualquier recurso que sea necesario, se ocasionarían perjuicios irreparables de que yo sería el culpable. Para ir necesitaría estar de vuelta el tercer día de Pascuas, y ni los vapores tienen su salida arreglada para eso, ni seria regular que no esperara algunos días el matrimonio de Matilde y Eduardo estando en el Camagüey" "Creo, pues, Amalia mía, que no deba ir ahora al Príncipe: que debo permanecer aquí sin interrupción hasta diciembre, en cuyo mes, por la vacación de los tribunales, podré ir a verte sin detrimento y sin propender a dilatar nuestra unión anhelada, que no quisiera demorar un solo minuto. El corazón sabe bien cuanto te cuesta este nuevo esfuerzo; pero lo que más duele es que no sea el mío el único que sufra, que el propio dolor no le abate como el que tú puedas experimentar."

"Acabado de salir de los exámenes de todas las asignaturas del período del doctorado, quise aprovechar la oportunidad del domingo, para ir a ver a la familia de Calderón, que se halla en su finca en Managua: cumplía así con ella, y pasaba un día y dos noches de menos calor que el que en la Habana se experimenta. En efecto, después que salí de los actos de la Universidad, despaché algunas cosas que me importaba no dejar para otro día, y antes de las tres de la tarde, cuando acababa de recibir tu carta citada, estaba Pepe ya en casa donde se había de reunir con Manuel Castellanos y conmigo, para juntos hacer la visita a Calderón; allí estuvimos hasta la madrugada del lunes que regresamos a ésta; y no pude por consiguiente aprovechar el domingo escribiéndote como había proyectado.' "Ya no pienso en otra cosa que en mi viaje y en que pronto voy a verte otra vez: son pensamientos que me asaltan en todas partes y en todas ocasiones, mejor dicho que no se apartan de mí un solo momento; en medio del trabajo mismo un observador que permaneciera constantemente a mi lado sorprendería frecuentes distracciones; prefiero a hablar yo, oir a los demás, y ¡cuántas veces, mientras más empeñado está uno contándome alguna cosa, o explicándome los ántecedentes de negocios, pareceré muy atento, precisamente porque' el ánimo está absorto con mi amor! A veces a una larga relación de hechos, sucede una consulta sobre ellos, una pregunta sobre lo que débase hacer, y en el conflicto creado por la distracción —que nadie advierte,— para poder contestar tengo que decir: "vamos a fijar los términos" y a pretexto de aclarar los hechos de importancia procuro enterarme del caso de que se trata."

"Mi adorada y bella Amalia: más ocupado que nunca en estos días por reunirse a mi trabajo ordinario el despacho de algunos asuntos de un abogado amigo y antiguo catedrático, que ocupado con otra cosa ha tenido que encomendármelos, ni he tenido tiempo para escribirte antes, haciendo seis días que te escribí la última que si no me equivoco fué la que llevó Simoni, ni podré hoy extenderme mucho" ... "esta noche" digo por la tarde, y el día pasa sin ponerte un renglón. Si determino realizarlo en cuanto despache un negocio, se presenta otro igualmente urgente, o la necesidad de salir para practicar cualquier diligencia, o de ,registrar los libros para desvanecer alguna duda; siempre un obstáculo. Y después de todo, los negocios de mi bufete son los que menos tiempo me ocupan. El turno me ha señalado con otros muchos abogados para defender a los pobres, y a cada paso me traen una causa criminal para defensa, y tanto se iba repitiendo esto, que al fin he determinado excusarme alegando ocupaciones excesivas con el Juzgado de Paz, en todas las que me traen de mucho volumen. El tal juzgado es otra de las gangas que me abruman; tres días de las semanas pierdo con los doce o trece actos que en cada uno de ellos tienen lugar, y con las declaraciones de muchos testigos. Si precipitara el despacho, después las cavilaciones vendrían a decirme que con algún empeño mayor hubiera podido conciliar a dos litigantes y evitarles un pleito ruinoso o no hubiera condenado a pagar a un pobre que después de mayor investigación habría podido resultar que nada adeudaba; mientras lleve la carga tengo que llevarla con conciencia y revestido de una calma inglesa, con la sonrisa en los labios ante mil pasiones bastardas, agotando todos los medios de persuasión y de investigación tengo que pasar muchas horas procurando conciliar o desentrañando la verdad a través de las dificultades que presenta la malicia que sabe vestirse con trajes muy diversos y engañosos. Los mismos trabajos de los subalternos del Juzgado tengo que dirigirlos para evitar abusos."

"Me he encontrado con trabajo atrasado, que debo despachar pronto." Aquí se advierte el temperamento de aquel hombre; revelan estas frases el vivo afán de cumplir, con urgencia, la misión que se le tiene encomendada, al par que sacia los bríos de su espíritu, cumple con el imperativo de su conciencia recta que le va marcando la línea inquebrantable del deber.

"También me ha tenido muy ocupado una causa bastante complicada de un pobre hombre, que está en la cárcel de esa ciudad, hace tres años, y que siempre que voy al Príncipe me manda a buscar. Al cabo, han sido hoy los estrados. He hecho cuanto a mi alcance está en favor de él y ya yo sólo tengo que esperar la suerte que le depare el tribunal." Aquí se destaca en su función profesional de abogado, derramando la ternura inagotable de su corazón; pues lógico es inferir que aquel pobre hombre, que llevaba varios años tras las rejas de la cárcel, sin que se ocuparan de él, era un hombre pobre que no podía pagar no digo espléndidamente, sino quizás, ni hasta el papel que se gastara en su defensa. Y el novel jurisconsulto, sigue el ejemplo de los "juris conditores" de la antigua Roma que ejercían su ministerio, por amor a la ciencia y a la justicia, sin preocuparles en lo absoluto, como afirma Marco Tulio, el miserable estipendio tras el cual corren afanosos los curiales de hoy. De aquí el nombre con que se designaran los regalos con que sus clientes, agradecidos, les obsequiaban afanosos: honorarium; de honor, en honor y como honra a aquel sabio que les había servido, sin otro interés que el de conducir, por los rectos caminos del derecho, la vida de su pueblo.

En una de las citadas cartas se advierte que Agramonte, ya obtenida la licenciatura, comenzó los altos estudios del doctorado y que simultaneaba esta labor con el ejercicio de la abogacía y el desempeño de sus funciones de Juez de Paz, todo ello descubre el caudal de energías que alimentaba, siempre dispuesto al trabajo y a la lucha. (2)

Por el mes de julio de 1868 se traslada el joven abogado a esta ciudad de Camagüey, con el propósito, parece, de, ejercer en la misma, ya que aquí le llamaba con imponderable fuerza un personaje singular, ya entrevisto por el lector al través del breve epistolario transcripto. Además aconsejábale asentar sus reales en esta capital de provincia el traslado de la Audiencia que, como hemos visto, se verificó en agosto de aquel año 68. Tal vez llamábale su seguro compromiso con los patriotas de la Habana y esta provincia, de marchar al campo rebelde tan pronto sonara el clarín reivindicador; esto se infiere del viaje que se dice realizó a mediados de 1868 a Nueva York, donde hubo de entrevistarse con Manuel de Quesada, acordando planes para el feliz éxito de la expedición que debía conducir a Camagüey el general, tan pronto principiara la guerra. El viaje fué corto y Agramonte Io verificó con el mayor sigilo posible, a tal extremo que en la copiosa correspondencia con su novia, no advierte el investigador la huella del mismo, a pesar de que en aquellas cartas palpita ingenuo, franco y expresivo aquel gran corazón.

Ejerció en esta ciudad de Puerto Príncipe, y se habla de un elocuente informe forense en su Audiencia que mereció la aprobación unánime de los miembros del tribunal, quienes llegaron hasta a felicitarlo personalmente, llevados a ello, tal vez, por la viva simpatía que despertaba la figura de nuestro joven biografiado.

Ya en esta ciudad incorporóse Agramonte a la Logia Tínima, que se fundó en el año 1867, en Puerto Príncipe, a la que también pertenecían Salvador Cisneros Betancourt, Adolfo de Varona y de la Pera y Miguel Betancourt Guerra. A pesar de las activas diligencias que hemos practicado, cerca de los dignatarios de la Logia Camagüey, ya que Tínima hace tiempo, abatió columnas, han resultado infructuosos nuestros esfuerzos, dirigidos a la afanosa búsqueda de los libros de actas de la época, en los que tal vez se han perdido trazos vigorosos y bellos de la vida de Agramonte, cuya ardiente y apasionada palabra debía, en aquellas sesiones del año 1868, dirigidas a preparar la guerra cercana, haber estremecido sus paredes.

Los tres hermanos citados fueron presos, en virtud de denuncia producida contra la Logia, la que continuó funcionando secretamente y ya en el mes de julio se recibe en ella comunicación de las asociaciones revolucionarias de Oriente, invitando a los conspiradores camagüeyanos a una asamblea, señalada para el 3 de agosto en la finca de San Miguel de Rompe, situada entre Tunas y Camagüey.

Debemos, a modo de imprescindible digresión, subrayar la excepcional importancia de las logias masónicas en nuestra primera campaña emancipadora; importancia que no pasó inadvertida a los ojos suspicaces de la policía española. Así vemos la orden de detención contra los miembros de Tínima, a que nos hemos referido anteriormente. El historiador Pirala dice, a este respecto, lo siguiente: "Los conspiradores de Cuba, como los de Puerto Rico, estaban de antiguo organizados masónicamente, y en esta forma, tan preferida en todo tiempo por los propagandistas americanos, llevaron adelante su obra separatista. Al efecto, tenían dividida la Isla en diferentes logias, obedientes a los hermanos de superior graduación que trabajaban de acuerdo con el comité o Junta establecida en la Habana, y relacionados con la primitiva Junta revolucionaria de Nueva York". "Hay escritores, como el señor Cisneros y otros, que dicen que en las logias masónicas no existía completa conformidad respecto del tiempo y de la forma en que debía darse el grito revolucionario, como se demostró en la reunión que el 4 de Agosto de 1868 celebraron los afiliados para decidir los puntos que motivaba la disidencia. En aquella junta conocida entre los conspiradores con el nombre de "Convención de Tirsan" a la que asistieron representantes de Puerto Príncipe, Manzanillo, Tunas, Camagüey, Bayamo y Holguín, no se consignó una verdadera avenencia, porque mientras unos señalaban el plazo de dos meses para el movimiento, se oponían otros fundándose en que sus distritos no contaban aún con los suficientes medios para emprenderlo; pidiendo, por tanto, que fuese el término más largo v el necesario para adquirirlos. Además de esto había una trascendental desconformidad entre las aspiraciones de unas y otras logias, que las dividía profundamente; pues mientras unas querían a toda costa hacerse independientes de la metrópoli, otras se inclinaban a la anexión a los Estados Unidos, y muchos de los afiliados preferían disfrutar, bajo la nacionalidad española, los derechos políticos que su Constitución concedía para llegar después a la independencia. La delegación de Puerto Príncipe compuesta de los hermanos Salvador Cisneros y Carlos Mola, combatió el plazo de dos meses y era la que más se inclinaba al anterior acomodo, así como al aplazamiento de las operaciones militares por un año, pero la de Bayamo pretendía, por el contrario, que la revolución empezara desde luego con un carácter francamente separatista, y que sin pérdida de tiempo, todos los distritos que necesitasen las armas precisas para emprender la lucha, las buscaran en Nassau o en los Estados Unidos. Era unánime el pensamiento, según Cisneros, de todos los hermanos a quienes habló, no ser conveniente lanzarse a la revolución, como pretendía Bayamo, sin que antes se contase con los elementos que ya se estaban procurando. Las conferencias concluyeron sin llegar a un acuerdo; pero a mediados de septiembre, accediendo la exaltada logia de Bayamo a instancias de Manzanillo, anunció a los del Camagüey, que había decidido prorrogar por tres meses la hora del movimiento, con lo cual no se conformó tampoco el. Comité de Puerto Príncipe, porque lo mismo allí que en Vuelta-Abajo y en otros puntos, se necesitaba más tiempo para llegar a un arreglo definitivo y concluir los preparativos revolucionarios. En otra reunión, celebrada en un tejar, a la que asistieron los hermanos Agustín Arango, Ignacio Mora y Rubalcaba, se trató del estado de las Tunas que el último consideraba delicado y lo mismo Bayamo, que sin embargo de la falta de armas y de la escasez de elementos, querían a toda costa lanzarse a la lucha sin esperar el fin de aquel plazo. Y tampoco esto hizo cambiar la opinión de la mayoría de los convocados, quienes, confirmando su anterior acuerdo, manifestaron que no debía contarse con Puerto Príncipe, Holguín, ni Cuba, mientras no pudiesen disponer de los medios necesarios para salir airosos en la empresa, eludiendo por consiguiente, toda responsabilidad en los conflictos que por las impaciencias de los imprudentes pudiesen ocurrir. El 20 de septiembre regresó Cisneros a Holguín con el acuerdo de Puerto Príncipe en contestación al de Bayamo. Así las cosas, y sin previo aviso, no era de extrañar, por tanto, la sorpresa, en los que más sobre seguro querían obrar, al saber el levantamiento del afiliado Don Carlos Manuel de Céspedes."

El biógrafo de Francisco Vicente Aguilera, en su prolijo estudio, impreso en la Habana en 902, dice: "Para hacer menos sospechosas sus reuniones, resolvieron establecer logias masónicas en las diferentes poblaciones, donde se conspiraba, a las cuales hacían afiliar a los principales agentes del gobierno español, para desorientarles. Continuaron así los trabajos revolucionarios con toda regularidad, y sigilo, formándose comités y subcomités, donde quiera que había un número regular de individuos. Los jefes de esos comités asistían a las reuniones en los lugares de más importancia, las que por encubrirse con el nombre de "tenidas" masónicas y ser citados a ellas, y asistir muchas veces, los mismos agentes del gobierno. no despertaban las sospechas de éste. A estos agentes del gobierno fácilmente se les despistaba, para lo cual se quedaban rezagados los revolucionarios después de las tenidas, y volvían a reunirse así que se retiraban aquellos. El lugar donde regularmente se reunían los revolucionarios de Bayamo, era el ingenio "Santa Isabel", de Aguilera, frente a la ciudad y del otro lado del río. Era este un lugar cercado, donde estaban a cubierto de toda sorpresa; allí había establecido Aguilera una "logia" amplia y cómoda, donde se efectuaban las "tenidas" masónicas y al mismo tiempo las reuniones revolucionarias".

Y por último Vidal Morales, en su obra, "Hombres del 68", dice en relación con este asunto: "Reunidos a las doce de la mañana del día dos de agosto de 1867 .en Bayamo en casa de Francisco Maceo Osorio, éste, Francisco Vicente y su primo Manuel Anastasio Aguilera, resolvieron dar principio a los trabajos que habían de preparar y organizar la revolución, acordando ante todo resistir al pago de la contribución y que cada uno de ellos hiciera propaganda entre sus adeptos, para que, cuando hubiera suficiente número de prosélitos, se celebrara una junta general. La logia masónica, con su nutrido y escogido personal, tenía adjunto un club revolucionario, dirigido por un comité. Aguilera era el venerable de la de Manzanillo; su insignia de jefe del augusto cuerpo, colocada al parecer de una manera equivocada, pero especial, era la señal entendida para que los conjurados políticos tuvieran noticia de que después de terminada la asamblea masónica, celebraría sesión el club revolucionario. Convocóse al efecto a todos los ya afiliados a la causa revolucionaria para el catorce del propio mes en la morada de Perucho Figueredo, quien les dirigió la palabra y después de estimularlos y de excitarlos para los grandes hechos que preparaban y que habían de sacar la patria de la flaqueza y del marasmo en que parecía sumida, les dijo que era conveniente nombrar un individuo que los representara y asumiera la dirección del centro que iba a establecerse, a fin de organizar y extender por toda la Isla el movimiento insurreccional. Seguidamente se hizo la elección, y por unanimidad absoluta de votos Francisco Vicente Aguilera fué electo jefe de la conspiración." "La Gran Logia de Colón o Gran Oriente de Cuba" tenía bajo su jurisdicción, las denominadas de San Andrés, Hijos de la Viuda, del Amor Fraternal, de la Habana, y la de La Buena Fé, de Manzanillo. Los afiliados a esta última que eran Carlos Manuel de Céspedes. (h. Hortensio), Francisco V. Aguilera (h. Ermitaño), José María, Eligio y Manuel Izaguirre, Bartolomé, Rafael e Islas Masó, Juan Hall, Manuel Calvar, Baltasar Muñoz, Javier y Pedro de Céspedes, Juan Palma, Porfirio y Andrés Tamayo, Eugenio y Agustín Valerino, Eugenio Odoardo, el Comisionario de policía Germán González de la Peña, el teniente don Pedro Gonzalo, del Regimiento de la Corona y otros muchos solían reunirse en el ingenio Santa Isabel. A ella pertenecían casi' todos los iniciadores de la guerra del 68. En tales circunstancias, el primero de agosto de este año escribió Aguilera a Belisario Alvarez a Holguín, citándole para una reunión en Tirsan, nombre simbólico que en el acta de la sesión se dió a San Miguel de Rompe (Tunas), Alvarez dió cuenta a sus amigos y acordaron acudir al llamamiento él, Salvador Fuentes y Antonio Rubio. En el camino tropezaron con Vicente García, a media legua de las Tunas, y éste los condujo al punto designado, diciéndoles que tenía noticias de su venida por Francisco Maceo Osorio" "Inicióse en Camagüey el año de 1866 una nueva era en la historia de las conspiraciones de Cuba contra España, tres lustros después del sacrificio de Joaquín de Agüero, y de sus heróicos compañeros, que serenos y nobles cayeron en el ara del martirio, mostrando a sus compatriotas el áspero sendero que habría de conducirlos a la anhelada tierra de promisión. Las fiestas de San Juan y de San Pedro, con inimitable estilo y delicado donaire descritas en sus artículos Sanjuaneros por El Lugareño, eran el cuadro vivo y animado de las patriarcales costumbres, la diversión privilegiada y favorita de aquel pueblo: en ellas los jóvenes hacían gala de su habilidad y destreza para regir el airoso potro tierra adentro, lucían bulliciosas, alegres y bellas comparsas y cubiertas de albo lienzo, ensabanadas, velaban su espléndida hermosura garridas mozas de ojos negros de mirar profundo y manos de alabastro. A fines del mes de junio del mencionado año de 1866 cuando el pueblo camagüeyano entregábase a esas diversiones, hubo de perturbarse el público sosiego al promoverse casi una sedición, originada por un pequeño disgusto entre los jóvenes de la Sociedad Filarmónica y un librero español de apellido. Pazo, agravado el conflicto por la inoportuna intervención de unos militares. Los ánimos se exaltaron y desde entonces comenzó el despertar del Camagüey, pues los patriotas allí residentes, previendo lo que pudiera acontecer, fundaron una nueva Junta Revolucionaria, sucesora de la Sociedad Libertadora que existía en 1850, y fueron sus miembros el doctor Manuel Ramón Silva Barbieri, padre del actual Senador, Carlos Varona Torres y Salvador Cisneros Betancourt, quienes dieron impulso a los trabajos que habían de producir la sublevación del 68 y crearon también la logia Tínima, regida por Eduardo Arteaga." "En el Camagüey no volvió a hablarse de ningún otro proyecto de conspiración hasta que Francisco M. Rubalcaba, en la logia Tínima, propuso a los camagüeyanos que secundaran a Oriente; pero habiéndose opuesto el venerable Manuel R. Silva, que en sus sesiones se tratase de política, a petición de Eduardo Agramonte Piña se convocó a todos al ingenio "La Rosalía" de Juan Ramón Xiques, a dos leguas de la ciudad. Reunidos en dicha finca en número de unos cuarenta, el intrépido Eduardo Agramonte sacó del bolsillo una bandera cubana y todos la vitorearon. Nombrase en seguida una comisión compuesta de los ciudadanos Salvador Cisneros Betancourt y Carlos L. de Mola y Varona para que a fines del mes de julio saliesen a conferenciar con los orientales."
 

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Antes de glosar ese único capítulo de su vida, donde la personalidad del Mayor no se escindía, según la doctrina de Goethe, y donde por tanto era bañada por el encanto inefable de la más pura felicidad, debemos explorar ese otro aspecto de su vida en el que se destaca, como gallardo y magnífico mosquetero defendiendo, con la tizona en su diestra temible y vigorosa, el punto de dignidad, la más leve falta de cortesía con una dama o el menor ataque a un compatriota por parte de los que tiranizaban a la tierra. Que no en balde en él vivía el alma heróica, arriesgada y generosa del Cid Campeador de la leyenda, al que vemos batiéndose en duelo por sus hijas, por su padre y por la patria.

Cuenta su nieto, prematuramente arrebatado a la vida, que en aquel tiempo había pendencias frecuentes entre peninsulares e insulares, principalmente entre los del pueblo y la tropa forastera, y en ocasión de un insulto de ésta a unos cubanos, en las fiestas de San Juan (carnaval en Puerto Príncipe), Agramonte, movido por su arrojado y caballeroso espíritu, salió por un cubano agraviado, y combatió en duelo a muerte con un comandante de caballería que llevó la peor parte en el terrible encuentro. Aurelia Castillo, en su citada biografía, nos habla del lance aquel con un oficial español a quien increpó por haber tomado una silla, tal vez sin percatarse de que en ella apoyaba los pies una señorita cubana, ligada por vínculo de consanguinidad, en segundo grado, al que luego fuera jefe de los ejércitos cubanos: Manuel de Quesada. Hallábanse en un salón de baile y no faltó un compañero de armas del militar español que al enterarse del incidente sacara a relucir el honor del cuerpo, el prestigio de la milicia y otros términos de idéntico jaez por los cuales tanta sangre se ha vertido sobre la tierra y que llevara a su compañero al mendaz terreno del honor de donde aquel regresó herido, así como su noble e hidalgo contrincante, pues ambos eran hábiles en el manejo de la tizonay valientes en ese absurdo y falso campo del honor, al cual el espíritu extraviado de los hombres del pasado, siguiendo criterios de las selvas germánicas, llevaban todas sus cuestiones y de donde creían salir como de otro Jordán, limpios y purificados, lavada la afrenta y satisfecho el honor. (3)

El orden de exposición, metodizada por cuestiones, nos hace retroceder unos meses en la vida de nuestro biografiado, para levantar el velo de ese capítulo de su intimidad, donde hallaremos facetas que brillan con luz purísima: Plutarco lo ha dicho; nada debe dejarse, ni aún las más nimias cuestiones en la descripción de la vida de un hombre, porque muchas veces un hecho de un momento, una niñería sirve más para pintar un carácter que batallas donde mueren miles de hombres. Y no vamos a presentar un rosario de nimiedades del Mayor, que pocas realizara en su corta y singular existencia, ni a estudiar hechos aislados de intimidad; vamos a poner al descubierto aquel gran corazón, en sus relaciones con Amalia, durante los siete años que durara su idilio, lo que nos permite ese manantial, profundo y cariñoso, de sus cartas íntimas que la ternura de unos hijos agradecidos y buenos ha sabido conservar, para la historia. En ellas se advierte como Agramonte en esa lucha del hombre consigo mismo frustró su vida y que la angustia y la desesperación coronaron los años más bellos de su existencia. Veremos, en el análisis final de su persona, como la vocación de aquel hombre no se hallaba precisamente en el palenque donde sobresaliera y se destacara como un sol; ese fenómeno, raro en los anales de los grandes hombres, lo permitieron sus dotes singulares; pero no su vocación vital. En Martí hemos corroborado esta opinión, que ya nos habíamos formado con la lectura de su epistolario; dice el Apóstol: "Acaso no haya romance más bello que el de aquel guerrero, que volvía de sus glorias a descansar, en la casa de palmas, junto a su novia y su hijo. ¡Jamás, Amalia, jamás seré militar cuando acabe la guerra! Hoy es grandeza y mañana será crimen. ¡Yo te lo juro por él, que ha nacido libre! Mira, Amalia; aquí colgaré mi rifle, y allí, en aquel rincón donde le di el primer beso a mi hijo, colgaré mi sable". Y se inclinaba el héroe, sin más tocador que los ojos de su esposa, a que con las tijeras de coserle las dos mudas de dril en que lucía tan pulcro y hermoso, le cortase, para estar de gala en cl santo de su hijo, los cabellos largos."

Presentemos primero a la que va a ser compañera de la vida del Mayor y luego, muerto él, puede repetir como aquella virtuosa mujer de Michelet, "yo no soy su viuda, soy su alma que se ha detenido un poco sobre la tierra". Así esta mujer, caído su compañero en el campo, cuyo nombre está presente en la memoria del cubano, acopia datos, pide informes y sale en defensa del nombre de su marido cuando lo cree desfavorablemente aludido. Así niega que Agramonte fuera anexionista cuando un señor anónimo, que dice haber escrito en la Cámara de Guáimaro una petición en ese sentido, a los americanos, afirma que la solicitud fué gestionada extraoficialmente por todos los miembros, "siendo los primeros Agramonte y Zambrana"; y dice la ilustre viuda, "tratándose de Cuba, jamás oí de sus labios otro deseo ni otra aspiración que no fuera la completa independencia." En 1891, sabiendo que Máximo Gómez había escrito a Félix Figueredo una carta apologética sobre el Mayor, le pide una copia de la misma, lo que lleva, quizás, al insigne dominicano a escribir aquellas páginas brillantes de su "Diario", constitutivas del más notable documento histórico que sobre la vida del Mayor se haya hecho. Nosotros hemos leído, con orgullo y con respeto, la carta que el Generalísimo dirige a la viuda, que se conserva como preciada reliquia en la biblioteca de la "Sociedad Económica de Amigos del País", lamentando no poder enviarle la copia de la que le pide; pero dándole aquellos informes de su "Diario de la Guerra". ¿Y quién puede asegurar que ese "Diario" no se ampliara o que quizás toda la semblanza que del Mayor aparece allí no la hiciera el Generalísimo para enviarla a la viuda, con lo que a instancias de ésta dió a la historia el notable documento que en su oportunidad presentaremos al lector?

Siendo estudiante Agramonte, en la Habana, va a pasar periódicamente sus vacaciones al Camagüey, adonde llega de Europa, después de un viaje de cerca de seis años, por Estados Unidos, Canadá y aquel continente, la señorita Amalia Simoni y Argilagos, hija de un médico prestigioso, por su cultura y por sus valores morales, y de una virtuosa dama de esta austera sociedad de Camagüey.

El destino no tarda en poner en contacto a aquellos dos seres y ya en 1866 se han prometido, como dice y repite a través de su epistolario el Mayor, "amor hasta más allá de la muerte." Pero hagamos una semblanza de esta ilustre camagüeyana para lo cual cedamos la palabra a su amiga, de toda la vida, Aurelia Castillo de González: "Para pintar a Amalia sería muy gráfica la expresión inventada por serviles cortesanos, repetida en pleno deslumbramiento de imaginación por multitudes primitivas, y que en plena democracia perdura: "¡Parecía una reina!" Sí, al arrogante cuerpo de Amalia Simoni, a su apostura altiva, hubiesen caído perfectamente la corona y el manto regios. Sus negros ojos eran hermosísimos; la profusa mata de sus cabellos, estando suelta, formaba espléndido fondo de sombras a su gentil figura de líneas helénicas, y podían recordar, salvo el color, la que en doradas ondas envuelve casi por completo a la Magdalena del Tiziano, bajando de la fina y atormentada cabeza, cual si fuesen ondas de llanto también, como el que corre de los bellos ojos, no tanto por las pasadas faltas cuanto por el purísimo y perdido amor presente que la transfigura de pecadora en santa. Añadid a aquellos encantos físicos de Amalia una cultura exquisita adquirida en viaje tan extenso que de Europa solamente le faltó visitar a Rusia; y ésto fué un privilegio y un prestigio de que ella y su hermana únicamente gozaron entonces en Puerto Príncipe; pensad que esa joven cantaba con deliciosa y bien educada voz; que, hablaba correctamente varios idiomas, y comprenderéis cómo se grabó para siempre su imágen seductora en el corazón del joven que iba muy pronto a ser héroe, comprenderéis, como lo comprendieron o mejor, lo sintieron ellos, que Amalia era digna de Ignacio, e Ignacio digno de Amalia. Mas no dejó de interponerse entre los amantes ligera nube, que costó algunas lágrimas a la enamorada joven. El doctor Ramón Simoni gozaba de muy buena posición; quería con extremo a su hija; la veía llena de gracias, y es bien seguro, que si no pensaba en un príncipe para ella, era porque no había príncipes en Cuba. Pero había jóvenes ricos en la Habana que anhelaban la mano de Amalia, y Agramonte, aunque de familia distinguida y que disfrutaba de posición desahogada, no contaba por entonces más que con su carrera de abogado; notable, desde luego, pues había llamado ya poderosamente la atención en la Habana al desarrollar su tesis de grado, para obtener el de licenciado." "Estaban todos en la Habana, y hospedaba a la familia de Amalia el Marqués de Casa Calderón, gran favorecedor de la interesante pareja. Amalia confió a Ignacio las objeciones de su padre, a quien ella había dicho: "No te daré el disgusto, papá, de casarme en contra de tu voluntad; pero, si no con Ignacio, con nadie lo haré". Agramonte no se inquietó lo más mínimo. Invitó para el día siguiente a Simoni a almorzar con él. No le disimuló nada absolutamente del grave compromiso que tenía contraído para con la revolución, próxima ya a estallar, según se creía, y aquella elocuencia y esta lealtad conquistaron al padre, que volvió a la casa, radiante de alegría, a dar con un abrazo la fausta nueva de su derrota a su contristada hija."

Y el 1º de agosto de 1868 se casaron en la Iglesia Parroquial Mayor de esta ciudad de Puerto Príncipe, oficiando de padrinos de la boda el doctor Simoni, padre de la novia, y doña Filomena Loynaz y Caballero, madre del novio. Ya le hemos medido la altura moral y la nobleza a este patricio cubano en el relato que nos hace Aurelia Castillo cuando, después de su entrevista con Agramonte, convencido de los valores de su futuro yerno, depone su actitud y acepta el noviazgo con su hija; más tarde le veremos en la asamblea de Minas pronunciando aquellas palabras dignas de la Historia: "Señores, debo confesar que había venido a buscar, a llevarme, a mis hijos Ignacio y Eduardo; pero después de lo que he oído decir me quedo aquí con ellos." Y por último lo contemplamos tomando el camino de la manigua para acompañar a su Amalia que, en el monte. heróico y rebelde, se va unir con su marido.

"No quiero el sacrificio de arrostrar hasta la cólera de tu padre, por evitarme el menor disgusto, aunque agradezco con toda mi alma el sentimiento que inspira tal ofrecimiento. Complácele siempre, y cuando para hacerlo te veas en un conflicto entre su voluntad y mis convicciones o las consideraciones que creas deberme, háblame para ponerme de acuerdo con él. Adiós, Amalia mía; hasta la noche. Las horas que han de pasar antes de que yo te vea me parecen eternas; pero la idea de que transcurriendo voy a mirarte y a oir tus palabras tan dulces para mi, me llena de placer. No dudes jamás de que te quiere con delirio y te idolatra siempre tu Ignacio".

Ausias March poeta catalán, nacido en Valencia a mediados del siglo 15, y uno de los más grandes amadores, entre los platónicos y petrarquistas, decía que el amor vale cuanto vale el amador, así como el sonido depende del instrumento que lo produce; y ya, al descorrer los regios cortinajes tras los que discurre la vida íntima de esta pareja de amantes ideales, confirmamos la tesis del poeta hispano y por parte nuestra le otorgamos caracteres de sentencia. Esta carta seguramente fué escrita en aquel período en que el padre de Amalia se oponía a su matrimonio con Ignacio y este gran amador, ya Ortega nos tiene dicho que el amor es un hecho infrecuente y un sentimiento que sólo pocas almas pueden llegar a sentir, prefiere disgustarse a sí a violentar al padre de su amada, con lo que penetrará hasta los silos en el alma de Amalia Simoni.

"No vuelvas a quedar sola otra vez como dices; allá te acompaña mi pensamiento que nunca te deja, mi amor está contigo; allí tienes mi alma. Nunca mientras viva yo estarás sola, que nunca dejarán de acompañarte". "La separación fué harto dolorosa, y ésta la escribo en esos momentos de la noche que acostumbraba pasar deliciosamente a tu lado; mas ¿qué importa? Yo quiero alejar el dolor, y la voluntad, cuando se ama tanto como amo a mi Amalia, tiene un poder irresistible. Pienso continuamente en ti, pero pienso en que abril y mayo pasarán; pienso en la tarde en que te volveré a ver, gozo figurándome que ya tu mirada se fija en mi con ese encanto indecible que tiene, me parece que siento otra vez el efecto mágico de tu sonrisa celestial, y espero con júbilo oir tus palabras, tu voz. Sí, Amalia; yo debo ser feliz aun en estos momentos, porque tu me amas mucho, mucho. ¿No pensarás lo mismo? ¿No es cierto que negarás a la tristéza la entrada en tu pecho? ¿Estarás contenta pensando en las horas de dicha que tendremos cuando volvamos a estar juntos? Y si para serlo quieres que te lo diga una vez más, yo te protesto mi cariño eterno, mi cariño hacia ti que no conoce medida ni límites".

Platón. nos habla de dos clases de amor representados en el Olimpo griego por las dos Venus: la antigua, hija del cielo, Venus Urania, o celestial, es el amor que se dirige a la inteligencia, es el amor digno de ser buscado por todos; la segunda, Venus vulgar, la más joven, hija de Júpiter, significa el amor sensual, no se dirige más que a los sentidos, es un amor vergonzoso.

En sus cartas de abril 4 y 17 de 1867, mayo 3, 13, 19, y 8 de agosto se encuentra esa idea de la muerte que era la obsesión persistente de Leopardi; así leemos:

    "Aún después de la tumba te idolatrará tu
                                    Ignacio"

    "Cuídate mucho y no dudes nunca del inmenso y eterno amor de tu
                                    Ignacio"

    "Seré tu apasionado eternamente".

    "Cuídate mucho y ama siempre a quien te adorará con toda el alma, aún después de la muerte, y será feliz tu
                                    Ignacio"

    "Hasta otro día, Amalia de mi vida. Consérvate y no dudes que aún después de la muerte te amará tu
                                    Ignacio"

    "Cuéntame siempre cuanto te pase y ocurra a tu alrededor y te interese y así complacerás a quien también te lleva en su corazón y te adorará aún después de la muerte.
                                    Ignacio"

Es el desbordamiento pasional de aquel gran corazón que no hallando límite para su amor en vida, emplaza a la amada para después de la muerte, pero lo verifica con tal persistencia, y pone en sus palabras un acento tal de veracidad y convicción que llena la concepción hegeliana, sentirse en uno y sentirse fuera de uno, siguiendo el juego dialéctico de su metafísica, para lo cual es necesario que la tesis llame a su opuesto la antítesis y se fundan en la síntesis que es la unión. Aquí se ofrece el pleno amor de enamoramiento, radicalmente distinto al arbitrio vago y sensual, con lo que volvemos a la metafísica platónica. El sujeto se siente encantado por otro ser que le produce ilusión íntegra y desplazándose de sí mismo se encuentra en el otro, absorbido por él, hasta la raíz misma dé su ser, como dice Ortega.

"Me dices que te escribe Matilde desde el campo y te desea que seas tan feliz conmigo como lo es ella con Eduardo. Me parecería mezquina nuestra felicidad si fuera comparable a otra en la tierra; yo quiero para ti, asi como para mí, una dicha suprema que la imaginación me presenta; algo muy superior a todo lo que en la vida se ve y que sólo la he sentido, tocando la realidad, algunas ocasiones que estando a tu lado te oía."

En carta de julio 20 de 1867, le dice: "¿Por qué no te comprendí desde la primera vez que te vi, para haberte consagrado desde entonces mi vida y no haber existido muchos años sin que el corazón palpitase ébrio de amor? La imaginación guardaba su ideal y el corazón que no le encontraba en el mundo languidecía y desesperaba de hallarle: ¡Qué imperfecto, sin embargo, era comparado contigo!". Por esta se advierte que Agramonte, como era natural, conocía desde muchos años antes a su Amalia, probablemente desde niño; porque si él marchó para la Habana, todavía adolescente, y ella salió de viaje en 1860 se infiere que el conocimiento a que se contrae en ésta databa de la niñez.

"Adorada Amalia mía: días hace ya que recibí tu carta N° 24, y todavía la leo una y otra vez, y sus palabras me llenan de alegría. Comprendo bien cuanto me amas; no es un amor como el que a ti me arrastra, porque este es singular en el mundo y ninguno puede rivalizar con él, pero sé que el tuyo es grande y superior, muy superior, al que todos ven y conocen en los demás. ¿Llorabas de placer cuándo oías a Simoni hablar de mi? ¡Quién hubiera estado allí, ángel de mi vida, para enjugar ese llanto adorado! ¡Quién hubiera podido en ese momento una vez más ofrecerte eterno amor y hacerte comprender que lo que en realidad es grande y valioso en tu Ignacio es el sentimiento que solo tu has sabido inspirarle! ¡Quién hubiera podido entonces hacer llegar hasta tus oídos los latidos de mi corazón respondiendo, lleno de entusiasmo, a tanto amor! ¡Quién ahora, Amalia, pudiera a tu lado contarte como se hincha el pecho y el corazón se embriaga cada vez que leo tu carta! Ámame, Amalia; ámame siempre así, y el mundo será para mi un paraíso. Para otros la existencia tiene nubes y borrascas; y para mí todas se disipan cuando tú me dices: "¿No sabes que es imposible que te separe ni un solo instante de mi pensamiento?" "Allí (en la imaginación) y en el corazón, que incesantemente palpita lleno de amor a ti, estás siempre". Y ¿a qué más puedo aspirar? ¿Qué puede en el mundo tener mayor título para mover mi deseo? Sólo para una cosa es insaciable: quiero amor en tu corazón, y cuando allí le encuentro, no importa que sea inmenso, quiero y anhelo más y ni aún lo infinito colmaría el afán del mío. Espero con impaciencia a diciembre. ¿Qué ventura será comparable a la mía cuando mi amada Amalia me reciba llena de cariño?"

En esta Carta se advierte el afán de superioridad de aquel hombre que hasta a su amada quería superar en el amor recíproco; estima que el amor que a ella le arrastra es único en el mundo y no le admite la alternativa. Revela la epístola, también, el raro talento de Amalia que fulge en su carta al amado y que lee el observador en la respuesta de Agramonte.

Vamos ahora a abrir ese capítulo interesante y revelador de las cartas de Agramonte en la manigua que nos servirá, admirablemente, para estudiar, a la luz de la psicología de Goethe, el alma de aquel grande de la Patria y que nos ha permitido afirmar, como venimos haciéndolo, desde el principio, que el Mayor, llevó para su vocación una vida casi frustrada, pues sólo disfrutó de momentos cortísimos de felicidad; él, que venía regiamente dotado, por la naturaleza, para llenar a plenitud su vocación.
 

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 CARTAS
  DE AGRAMONTE A SU MUJER DESDE LA MANIGUA MAMBISA
 

"Adorada Amalia mía: por falta de conductor no te escribí antes, y aún dudo que haya llegado al Pre. la noticia de estar buenos Enrique y yo, que ayer envié desde San Miguel. Ahora me aproximo un poco a ti y podré comunicarme mejor contigo, aunque no estaré mucho tiempo en ninguna parte porque hay que caminar un poco para dar mucho que hacer. A pesar de mucha agua y todo lo que hay por todas partes, gozo de la salud más completa que puede apetecerse, y sólo me hace mucha falta, por estas alturas, la compañía de mi idolatrada compañera. Eso sí, Amalia mía, me parece que no te veo hace un siglo, y ansío abrazarte. ¡Cuánto te ama tu Ignacio, Amalia mía! Sin embargo, sigamos el deber. Pide la carta a Papá, léela y enséñasela a Simoni. Quizás hoy o mañana vea a Eduardo. Adios, Amalia mía; aún después de la muerte te amará tu Ignacio"

Esta carta se hizo a los cuatro días de echarse el Mayor a la manigua; ya lo devoraba el deseo de estar al lado de su adorada compañera, ya principia la lucha en su entelequia, esa lucha, que ya, en lo adelante, toda la campaña, constituye una agonía, para su espíritu, que se hace cada día mas cruel a medida que se aleja de su amada.

"Pueblo Nuevo, Noviembre 23 de 1868: Mi adorada compañera: no sé si recibas ésta antes o después de la que te escribí anoche. De todos modos con el portador podrás escribirme y enviarme el par de botas que dejé en casa, en mi cuarto. Procúrame luego mis polainas con Juan el calesero, bien que poco las necesitaré teniendo las botas.

No quiero demorar al portador que tiene que continuar su viaje. Avisa a todos que Enrique y yo gozamos de salud.—Tuyo aún apres le tombeau. Ignacio."

Tibisial (en Cubitas) Enero 5 de 1869.—Adorada Amalia mía: pobre angel mío, como te considero por allá disgustada y sufriendo mil privaciones en un rancho; yo que gozo de salud completa, que en todas partes me hallo bien, no me conformo jamás con tus incomodidades y daría la vida porque gozaras del más completo bienestar. Por acá estamos muy ocupados, con la repartición del armamento y pertrechos recibidos. Tenemos a Quesada de General en Jefe interino, nombrado por nosotros. No tengo tiempo para más. Nos veremos dentro de tres o cuatro días, si antes logro despachar lo más urgente. Tuyo hasta la muerte y aún después.—Ignacio".

"Sibanicú, Febrero 13 de 1869.—Amalia adorada: toujours, toujours. Te mando el hilo. Mañana nos veremos. ¡Qué bueno sería que nos viéramos constantemente! Cuídate mucho. Tuyo jusqu'apres la mort. Ignacio."

"Bijabo, Marzo 6 de 1869.—Idolatría única de mi vida, Amalia adorada. Envío a Ramón a tomar noticias de ti y de la familia, porque después de la carta de Simoni que contesté con Paco Benavides no he tenido noticias de Uds. Hasta ayer me ha sido necesario permanecer en Caunao para disponer y arreglar un millón de cosas. Ya de este lado de la línea me será más fácil verte, aunque dificulto pueda ser antes de dejar encarriladas las operaciones de este lado. Sin embargo, de tal modo siento la necesidad de verte, que aprovecharé cualquier oportunidad, aunque no sea mayor que el ojo de una aguja. Si acaso no han determinado marchar sin demora al lugar donde se halla Pedro, desearía que se retiraran por lo menos tres leguas más, si por fin resulta cierto que el enemigo acampa donde me decía la carta citada. No lo sé aún positivamente; espero tener noticias exactas dentro de algunas horas. Nuestras tropas siempre llenas de vivo entusiasmo, espero harán mucho en breve. Lo único que me impide estar contento es no estar a tu lado. Mil cosas a la familia y tu recibe toda el alma de tu apasionado Ignacio."

"Sibanicú, Mayo 6 de 1869.—Amalia mía adorada: ninguna novedad ocurre por acá, ni siento otra cosa desagradable que estar separado de tí, porque a eso no me acomodo nunca. Voy viendo que no podré pasar contigo el día de mañana, como me proponía. No hay novedad camará; así no quedará asunto que no despache. Cuídate, procura estar contenta y ama a tu eterno adorador.—Ignacio."

Al través de todas estas cartas se descubre la ansiedad febril, incontenible, de volar al lado de su amada; nada, ni la vida agitada de la campaña, ni el puesto prominente que ocupa, ni los múltiples combates en que ya, en este mes de mayo, de 1869, ha intervenido quitan de su mente, ni arrancan de, su corazón aquella idea y aquella pasión persistentes.

"¡Qué pesados me están pareciendo, la guerra, los soldados y los fusiles desde que veo pasar uno y otro día sin que me permitan ver mi ángel querido y a nuestro chiquitín! Yo no pienso sino en ti; contigo sueño y tu amor es mi vida. Cuídate, amor mío; cuídate mucho y da un millón de besos a nuestro hijito. Mientras ambos disfruten de salud y bienestar será dichoso tu compañero que contigo delira.—Ignacio."

"Santa Lucía, Agosto 11 de 1869.—Adorada Amalia mía: hace más de veinte y cuatro horas que me hallo en esta finca recibiendo las fuerzas y distribuyéndolas convenientemente a medida que llegan. No sé cuando pueda continuar mi marcha, aunque es perjudicial toda demora. Escríbeme y dime como siguen tu y Alberto. Ya estoy pensando cuando podré volver a tu lado. ¡Se deslizan tan dulcemente las horas contigo! ¡Son tan desagradables las ausencias! Por lo demás, bien mío, me hallo en completo estado de salud y halagado con bellísimas ilusiones en lo que concierne a nuestras armas republicanas. Tu contento y felicidad, el bienestar de nuestro Alberto, y triunfos para Cuba, todo lo espero; y tan dulce esperanza me alegra, a pesar de no disfrutar de cerca de los dulces encantos de mi angel idolatrado. Cuídate, amor mío, y jamás dudes del eterno delirio con que te adora tu Ignacio".

"La Deseada, Enero 1. de 1870.—Angel mío adorado: Sin novedad te escribo a la carrera aprovechando el viaje de Ramón, mi asistente, a esa finca, en busca de uno de mis caballos, por muerte del que tenía acá, a consecuencia de un estacón. No puedes figurarte, bien mío, la ansiedad, porque acabe de emprender su marcha esta columna, para poderte ver luego. Un siglo parece que ha transcurrido desde que me separé últimamente y ni los deberes para con la patria, ni el entusiasmo que me inspira la esperanza de un triunfo definitivo sobre aquella son bastantes a mitigar la sed ardiente de verte. No sé vivir, no puedo vivir, sino a tu lado; tu pensamiento, tu mirada, tus sonrisas me hacen falta. A tu lado, un desierto me pa= rece un paraíso; mejor dicho, el cielo, y tú, mi única deidad. Hago diligencias activas para la orificación de tu diente. Tengo ya dentista e instrumentos, sólo me falta oro, el cual espero conseguir pronto. Adiós, ilusión de mi vida, hasta que pueda verte que acaso no será muy tarde. Muchas cosas a toda la familia, un millón de besos a Ernesto, y tú, Amalia mía, recibe mi amor infinito, el alma toda de tu eterno adorador y compañero.—Ignacio."

"No pienso en ti, contigo sueño y tu amor es mi vida" le dice en la carta en que le parecen pesados, es decir, en que siente antipatía, odio que es, según la clasificación tomista, lo opuesto al amor. Claro, porque es el amor quien crea todas las pasiones, ya que él es el movimiento natural hacia el bien, hacia la felicidad del individuo. Platón decía que era hijo dé Poros, la abundancia, y de Penia, la pobreza pobre, como su madre; pero siempre, como su padre, a la caza de lo bello y de lo bueno. Es la gran tragedia del espíritu que en Agramonte la vemos como pocas veces en la vida. "El amor es cruel, porque se alimenta de lágrimas", se ha dicho: en el caso Agramonte se repite el episodio del héroe medioeval de la España legendaria.

Nos parece oirle, como describe el poeta al Cid Campeador de la Leyenda, en los versos 1271 y siguientes del poema inmortal, clamando porque le dejen llevar consigo a su esposa y a sus hijos "telas de su corazón de las cuales se separa como la uña de la carne."

En la última, le dice, con desesperación inaudita: "no sé vivir, no puedo vivir, sino a tu lado; tu pensamiento, tu sonrisa, tu mirada me hacen falta. A tu lado un desierto me parece un paraíso; mejor dicho, el cielo". Nótese que esa carta tiene fecha de 1870; es decir, fué escrita, al año y medio de matrimonio.

"Camagüey, Febrero 27 de 1870.—Mi queridísima mamaíta; el día seis del corriente mes supimos la muerte de nuestro bueno e inolvidable papá, y aunque se nos dijo que la última carta de él y dos de Ud. venían en el "Anua", éste se volvió a llevar por equivocación, y sin desembarcar la correspondencia, circunstancia que aumentó nuestra amargura. La última carta a nosotros de papá y las de Ud. después de tan rudo golpe, cuanto nos importarían en estos momentos! Pedimos nuestro pasaporte, y aunque se nos concedió en los primeros momentos, tanto se me ha instado no me separe en estos momentos del mando de las fuerzas del Camagüey, y tanto se me ha dicho que mi ausencia sería funesta para la revolución en este Estado, que he aceptado la mensualidad de ciento setenta pesos que me ofreció el Gobierno de New York para los gastos más urgentes de mi familia y a cuenta de sueldo, y he resuelto quedarme, sacrificando así mis deseos más ardientes en aras de la Patria. No quisiera negarle la continuación de mis servicios, cuando tan encarecidamente se me pide, y cuando ya tanto he sacrificado por su independencia. Pero por otra parte ella me ofrece una suma que quizás no me proporcionaría mi trabajo en país extranjero donde no pudiera ejercer mi profesión. Hemos determinado, en consecuencia, Enrique y yo que marche él, que lleve la orden para el abono como lo hace, y mis sentimientos más tiernos a mi adorada Mamá y a mis inolvidables hermanos, acaso no esté muy lejos el día en que pueda abrazarlos diciéndoles: "Cuba es ya independiente." "No han sido infructuosos tantos sacrificios". Verdad es que no podré decir lo mismo a mi papá; entonces no le podré abrazar; no le podré dar a conocer a mi hijo; pero él nos bendecirá desde el cielo. Enrique lleva encargo de arreglar las cosas del mejor modo; y si fuere necesario, después que él me escriba, todo lo dejaré, y marcharé con Amalia y Ernesto a cumplir mis deberes más sagrados si estos no fueren compatibles con los de la patria."

"Peralejo, Abril 2 de 1870.—Adorado angel mío: Después de mi anterior, en que te hablaba de la acción de "El Cercado", coloqué los torpedos, que no hicieron explosión, y más tarde los descubrieron los enemigos; pero hice batir mis emboscadas de infantería con el tren, habiendo causado en éste muchas bajas y el espanto en los pasajeros. Las pobres mujeres, aunque nuestro fuego se dirigía a los carros de tropa, gritaban y pedían retrocediera la máquina. Fué un día de júbilo para nuestros soldados a pesar de que se defraudaron sus esperanzas de un buen botín, por la no explosión de los torpedos. Tuve cinco heridos, entre ellos, el Comandante Alberto Adán, todos leves. Cinco días de operaciones, con infantería y caballería, durante los cuales ambas pelearon con entusiasmo y notable valor, con hambre, marchando siete y ocho leguas en un día y todo sin oir la menor queja, y trayendo los veinticinco Remington del Cercado, me tiene muy contento con mis tropas. Por lo demás, tan lejos de ti, tan acostumbrado a verte con frecuencia, cuento las horas transcurridas sin contemplar mi cielo encantador y con afán pienso en el momento de volver a verte. Adiós, angel mío, hasta que pueda ir a verte. Escríbeme; muchas cosas a la familia, un millón de besos a nuestro Alberto y piensa siempre que te adora con delirio tu esposo y eterno amante. Ignacio. Se me olvidaba decirte que mientras yo batía al enemigo en la línea, también lo hacían repetidas veces el Coronel Díaz por Cascorro y Sibanicú, el Teniente Coronel Rodríguez por Yaguajay y el Comandante Castellano por el Corojo, causándoles bajas considerables. De suerte que ha tenido una semana de fuego constante. Vale. Tuyo, bien tuyo, y solamente tuyo. Sábelo bien.—Ignacio."

"Mi dulce y adorada Amalia: ¡qué largos son los días pasados lejos de tí! Algunas veces todo lo llevo con resignación pensando en la libertad de Cuba, pero con más frecuencia me parece una necesidad cruel que para servir a aquella tenga que vivir separado de tu lado, y mi corazón rebosa de inconformidad. Sin embargo, llevo a todas partes y en todos momentos la suprema dicha de "tu amor; de ese amor, dulce bien mío, que me convierte el mundo en un paraíso y que me hace probar una ventura inerable. No dudes jamás, amor mío, de que tu esposo vive pensando en ti, de que te adora con delirio, y de que tu amor constituye toda su dicha, y es el único elemento de existencia de su alma enamorada, Cuídate bien, un millón de besos a Alberto y no dejes de pensar que eternamente te adorará delirante tu Ignacio".

"Camagüey, Julio 14 de 1871.—Idolatrada esposa mía: Mi pensamiento más constante en medio de tantos afanes es el de tu amor y ,el de mis hijos. Pensando en ti, bien mío, pase mis horas mejores, y toda mi dicha futura la cifro en volver a tu lado, después de libre Cuba. ¡Cuántos sueños de amor y de ventura, Amalia mía! Los únicos días felices de mi vida pasaron rápidamente a tu lado embriagado con tus miradas y tus sonrisas. Hoy no te veo, no te escucho, y sufro con esta ausencia que el deber nos impone. Por eso vivo en lo porvenir y cuento con afán las horas presentes que no pasan con tanta velocidad como yo quisiera. Y luego el no saber de ti, ni de nuestros chiquitines, aumenta mi anhelación constante.'

"En cuanto a mí, Amalia idolatrada, puedo asegurarte que jamás he vacilado un solo instante, a pesar de cuanto he tenido que sacrificar en lo relativo a mis más caras afecciones, ni he dudado nunca de que el éxito es la consecuencia precisa de la firmeza en los propósitos y de una voluntad inquebrantable: sobre todo, cuando se apoyan en la justicia y en los derechos del pueblo. Escríbeme, amor mío, escríbeme mucho sobre ti; con los detalles de cada cosa. Tu sabes cuanto me interesan. Tus cartas podrán endulzar mucho el sufrimiento de ausencia tan dilatada. Por mi bienestar material puedes estar tranquila; mi salud, siempre inalterable: de nada indispensable carecemos, porque la experiencia nos ha enseñado a proveernos del enemigo; los peligros son seguramente menores que como aparecen de lejos. Tu Ignacio."

Aunque hemos comparado al Mayor con Catón el Menor, por tener evidentes puntos de contacto con este personaje del estoicismo romano, no puede afirmarse que haya paralelismo entre estas dos vidas. Agramonte encarna éticamente el tipo kantiano. Es el virtuoso que quiere Kant: que cumple la ley universal del deber, porque lleva en su conciencia un imperativo categórico; éste hace que mientras el hombre sensible sufre el rigor de la imposición, el hombre moral se sienta elevado. Este es el caso Agramonte, gran pasional, que ofrece el fenómeno de un corazón protestando adolorido mientras la voluntad, obedeciendo el imperio de la ley moral, lleva al sujeto por las vías del apóstrofe kantiano. "¡Oh!, deber, santo y divino nombre, nada favorito que en sí encierre el halago en ti llevas, sino que sólo deseas sumisión; con nada amenazas que despierte repulsión en el ánimo o aterrorice, para mover la voluntad, sino que propones tu ley que por si misma halla entrada en el ánimo."

Véase como se dirige a su madre en esta carta, digresión inevitable en el epistolario consabido: "he resuelto quedarme, sacrificando así mis deseos más ardientes, en aras de la Patria, ella me ofrece una suma que quizás no me proporcionaría mi trabajo en país extranjero, donde no podría ejercer mi profesión." Es el deber fraterno y filial que le llama y que el imperativo le ordena cumplir; pero como halla retribución y modo de satisfacer aquél se queda, enviando al hermano.

En la segunda epístola se le halla satisfecho, confiesa alegría, habla de sus hombres jubilosos; es la primera carta del Mayor donde vemos que le refiere prolijamente a su mujer las operaciones, dándole detalles de las acciones y la única en que le hallamos pleno de exultación. Fué quizás la única vez en que el hada de la alegría, tan huraña con él, en el campo de sus heróicas hazañas, le arrullara entre sus brazos maternales y generosos y le besara, con amor y con orgullo, en su frente de elegido para el dolor y el sacrificio.

En la tercera epístola muestra el Mayor su gran dolor, revela la agonía de su espíritu, por la falta del ser amado, así dice: "Me parece una necesidad cruel que para servir a Cuba tenga que vivir separado de tu lado y mi corazón rebosa de inconformidad." Reitera al final sus protestas de fidelidad y de amor eterno. En la siguiente cifra toda su dicha en volver al lado de su mujer; añora el pasado feliz, y pone sus ojos en el porvenir, como única esperanza de su vida.

En esta última carta, de fecha diecinueve de noviembre de 1872, escrita casi seis meses antes de caer en la rota de Jimaguayú, se manifiesta el temple magnífico de aquel espíritu recio, muestra la firmeza de su voluntad respondiendo a los dictados del imperativo categórico; así le dice: "puedo asegurarte que jamás he vacilado un instante, ni he dudado nunca de que el éxito es la consecuencia precisa de la firmeza en los propósitos y de una voluntad inquebrantable."

Para terminar este capítulo, de la vida íntima de Ignacio Agramonte, vamos a insertar la carta que Amalia le escribiera en abril 30 de aquel infausto año, desde Mérida, y que describe el noble carácter de aquella mujer extraordinaria; de aquella espartana de "La Matilde", carta que descubre, mejor que nada, la angustiosa tragedia en que debatía sus horas, horas de agonía y de sobresalto, esperando a cada momento recibir la espeluznante y espantosa noticia. Así le ruega, le suplica, le implora que no exponga su vida e invoca primero su amor, después el de sus hijos y por último el nombre mismo de la pobre Cuba "que tanto necesita tu brazo y tu inteligencia". En esta epístola sentida se revela, si ya no lo hubiésemos probado, el talento de Amalia Simoni, quien agota todos los recursos de esa dialéctica del sentimiento, para alejar a su marido de los peligros a que su coraje le llevaba. "Yo quiero verte en esta vida y mi deseo más ardiente es que mis hijos conozcan a su padre". Aquí encontramos otra vez a la amada de Michelet puestos sus ojos, no en esta tierra, sino en la otra vida donde está segura que ha de encontrar a su compañero. Y, como un argumento definitivo y toral, le dice: "Mi pobre niña jamás ha sentido tus labios tocar su semblante angelical." Se refiere a la que nació lejos de su padre, después de la dolorosa separación de mayo de 1870.

"Mérida, Abril 30 de 1873.—Ignacio mío adorado: después de tantos meses pasados sin que llegara a mí ninguna carta tuya, y de no tener otras noticias sino las que da en sus periódicos el enemigo, he tenido el placer imponderable de recibir tu cariñosa y querida carta fecha 19 de noviembre que trajo Zambrana. ¡Ay, Ignacio mío, el corazón parece querer saltárseme del pecho cuantas veces la leo; cada una de tus esperanzas, cada tormento, cada palabra, me hacen sentir, demasiado; y me admiro de encontrar fuerzas para vivir tanto tiempo lejos de la mitad de mi alma. Has estado herido, mi bien, y dices que ligeramente; podrá ser como me lo dices; pero también me asalta la duda de que disminuyas la gravedad de tu herida para aminorar algún tanto mi dolor. Ya lo supe antes de recibir tu carta por un periódico ya atrasado, que papá no pudo ocultarme! ¡Que angustia, que ansiedad, que desesperación experimenté! Y este tormento se ha repetido: en enero p febrero último te han herido otra vez y ocho días después y débil aún, te batías de nuevo sin pensar que podrá ocasionarte un gran mal. Cuantos vienen de Cuba Libre y cuantos de ella escriben aseguran que te expones demasiado y que tu arrojo es ya desmedido. Zambrana dice que con pesar cree "que no verás el fin de la revolución". Estas palabras de Zambrana recién llegado del campo de Cuba, no sé como no me han hecho perder la razón. ¡Ah! tu no piensas mucho en tu Amalia, ni en nuestros dos ángeles queridos, cuando tan poco cuidas de una vida que me es necesaria, y que debes también tratar de conservar para las dos inocentes criaturas que aún no conocen a su padre. Yo te ruego, Ignacio idolatrado, por ellos, por tu madre y también por tu angustiada Amalia, que no te batas con esa desesperación que me hace creer que ya no te interesa la vida. ¿No me amas? Además, por interés de Cuba debes ser más prudente, exponer menos un brazo y una inteligencia de que necesita tanto. Por Cuba, Ignacio mío, por ella también, te ruego que te cuides más. ¿Recuerdas las veces que me has dicho: "ojalá pudiera yo hacer algún grande sacrificio por ti, algo que me costara mucho, me sentiría feliz después como si hubiera llenado un, sagrado deber"? Pues bien, Ignacio de mi alma, yo, tu esposa, la madre de tus hijos, la que tanto amas (¿verdad?) te pido el sacrificio de cuidar más tu salud, tu vida. Estoy ' más tranquila porque me parece ver tu semblante adorado, y adivinar en él que me ofreces cumplir lo que tan encarecidamente te ruego. ¡Ay, si pudiera hablarte siquiera una hora! Cuánto siento que mis cartas no lleguen nunca a tus manos! Constantemente te escribo, porque sé el consuelo que será para ti saber de nosotros. Yo creía que al menos habrías recibido la que hace un año te envié con Lorenzo Castillo, junto con los retratos de los niños y que él me juró entregarte. Hace cuatro o cinco meses varios periódicos cubanos dijeron que Castillo había llegado a Cuba y estaba a tu lado; desgraciadamente parece que no te ha visto. No te figures, bien mío, ni te atormente la idea de que tengo privaciones de ninguna clase. En New York es cierto que no podríamos vivir tan cómodamente como aquí y por este motivo determinó papá venir a Mérida donde todo es barato y el clima, igual al de Cuba, nos agrada más, particularmente por los niños. Vivimos desahogadamente y papá cree que aún en el caso desgraciado de que se prolongara algunos años más la guerra de Cuba, siempre aquí, y contando sólo con los recursos con que hoy cuenta, podremos vivir cómodamente. No te preocupes con los sufrimientos de este género; no tengo otros, te lo aseguro, sino no verte, y sobre todo, no olvidar ni un instante los peligros que te rodean de todas clases. ¡De nuestros encantadores hijitos, tengo tanto que contarte! Los dos continúan robustos, traviesos y alegres. Los pobres ángeles quien los viera siempre así. ¡Ernesto cumple cuatro años (el mismo día que hará tres que me separaron de mi adorado); pero parece de cinco, lo menos; es grande y esbelto, siempre conserva el cabello rubio y sus ojos son tan azules como cuando tenía un año: es hermosísimo y sumamente inteligente, bullicioso y "preguntón". Su carácter "fuertecito" es al mismo tiempo cariñoso y tierno con todos; pero con, su mamasita lo es aún mucho más. Me idolatra y siempre me está observando para adivinar si tengo algún nuevo pesar. Si vieras como cambia su fisonomía, siempre alegre, en afligida y grave, cuando cree adivinarlo! Las veces que ha cometido alguna de esas travesuras, tan comunes a su edad, el castigo que le he impuesto ha sido no besarlo durante dos o tres horas, o decirle que voy a morirme si mi hijo no me es dócil, o cualquiera cosa por el estilo. Si lo oyeras, si lo vieras entonces, como me acaricia y cuantos propósitos hace para en lo adelante. Habla de ti con entusiasmo, como si te conociera, y muchas veces me ha dicho : "Qué malos deben ser esos españoles que tienen la culpa de que yo no vea a mi papá." Tiene tu "aire", tu cuerpo y a veces cierta expresión grave que lo hace parecerse mucho a ti. ¡Ay! Yo espero también que algún día será tan bueno, tan perfecto como su padre. Herminia, ese otro ángel querido, es la repetición de Ernesto en inteligencia, carácter y gusto; jamás dos hermanos se han parecido más en todo esto. Es blanca, con ojos y cabellos castaños oscuros, igual a ti. Linda y monísima y bastante parecida a tu mamá. A mi me parece un querubín. Tuve el pesar de no poderla criar, como crié a Ernesto; pero tampoco permití que una extraña hiciera mis veces, y con leche de vaca, sagú y otras sustancias la alimenté nueve meses. Ya empieza a comer de todo y a robustecerse muchísimo. Ambos, Ignacio Mío, son el consuelo de mi vida, siempre inquieta y sobresaltada; a los dos los idolatro con igual ternura; ellos ocupan todo mi tiempo porque jamás he querido niñeras ni persona alguna que los cuide: la única a quien dejo a veces que me ayude es mi buena y santa madre que los quiere condelirio. Pronto te volveré a escribir y entonces te enviaré los retratos de los dos. ¡Cómo desearás verlos! Esta carta se la recomendaré a Enrique y a Zambrana. Quiera Dios que no tenga el mismo destino de mis anteriores. Papá y mamá siempre llenos de abnegación, sufriendo con valor y esperando con la mayor ansiedad el momento de abrazarte; ellos dicen que ese sería el día más dichoso de su vida. Matilde, mi infeliz hermana, aún ignora su inmensa desventura y todos nos esforzamos para que no la sepa sino lo más tarde posible. Perdió también sus dos niños más chicos y sólo le queda Arístides, que es una criatura interesante y de clarísima inteligencia. ¡Pobre Eduardo! No tengo valor para preguntarte ningún detalle sobre él. Este pesar ha envejecido a papá de algunos años; pero siempre está al parecer sereno; nunca se nota en él síntoma ninguno de debilidad sino cuando hablan de ti y de tu arrojo en el combate que tan horrible puede ser para todos. El y mamá tienen "fanatismo" por los tres niños y éstos les profesan el más decidido cariño. Ramón siempre en New York, trabaja y se conduce de una manera muy satisfactoria. Tu mamá y las muchachitas me escriben en todos los correos, manifestándome cada día más cariño a los niños y a mi. Mi salud es muy buena; el alma si padece porque no es tan grande como te figuras, y no puede sobreponerse al dolor que le causa tan cruel separación. Cuídate más, amor mío, cuídate; yo quiero verte aún en esta vida y mi deseo más ardiente es que mis inocentes hijos conozcan a su padre. Mi pobre niña jamás ha sentido tus labios tocar su semblante angelical! ¡Que júbilo para mí, Ignacio mío, el día que vuelvas a mi lado, y puedas abrazar a los dos ángeles! Dios querrá que ese día no esté muy lejos. Papá va a escribirte, él te contará algo de los negocios de Cuba. Se preparan grandes expediciones. ¡Ay! como te sigue la imaginación allá, en los campos de la pobre Cuba. No olvides mis ruegos, Ignacio de mi vida. Recuerda que tu amor es mi bien, y tu existencia indispensable a la mía, que "quiero" que vivas y espero te esfuerces en complacer a tu esposa que adora y delira incesantemente por ti. Adiós, mi bien más querido, quiera Dios que pronto vuelva a verte tu Amalia. Escríbeme siempre. Tuya eternamente. Amalia."

Cuenta la leyenda helénica que una vez Júpiter dirigiéndose a la mujer de Filemón preguntóle cuáles eran sus deseos, contestándole aquélla: "morir junto a mi marido". Júpiter, al morir ambos conyuges, que integran el símbolo perfecto del amor conyugal, representado en su prístina belleza, hizo que el uno se volviera encina y la otra tilo, y que un árbol se inclinara hacia el otro enlazando amorosas sus ramas mitológicas. La encarnación exacta de este mito nos la ofrece en Cuba el matrimonio de Amalia y el Mayor.
 


Notas:

(1) Véase en el Apéndice el documento inserto en "El Fanal" de 20 de agosto del 65.

(2) Probablemente a esta carta se debe la errónea afirmación,. paralogismo propio de la vehemencia tropical, que hace Márquez Sterling cuando dice que Agramonte "recibió el título de doctor", quien yerra también, al decir que en 1855 ingresó en "El Salvador"; que de este colegio pasó a la Universidad; que siendo estudiante ingresó en la masonería; que el gobernador de Camagüey al estallar la guerra era Lesca, cuando hasta los niños de las escuelas públicas saben que lo era el brigadier Don Julián de Mena; que los camagüeyanos en campaña calzan de corte bajo y van vestidos de cuello y corbata; que el Mayor no se distinguió en Bonilla; que en unión de Quesada planeó el asalto a Camagüey; que el episodio del rescate ocurrió al día siguiente de salir Sanguily del campamento de Consuegra; que Agramonte no quiso llevar a esa acción un contingente mayor; que hizo prisionero al coronel Pocurull; marra, también, cuando llama batallas a los combates del Salado, Cocal y Bonilla; cuando ignora la topografía de Camagüey, al colocar el barrio de la Caridad en el centro de la ciudad; cuando invierte lastimosamente los actos de confraternidad celebrados en Jimaguayú, con posterioridad a la acción del Cocal, afirmando que uno ocurrió antes y otro después de la citada acción; cuando confunde las dos acciones que libró Agramonte el día 7 de mayo de 1873, la una frente al fuerte de Molina y la otra en el Cocal del Olimpo, diciendo que el coronel Abril sale del fuerte de Molina en persecución del Mayor; y yerra, por último, al poner centenares de jinetes cubanos en la acción del Cocal y al afirmar que Serafín Sánchez mandaba la infantería de las Villas en la acción de Jimaguayú Pero baste de citar errores de la mencionada obra y cedamos la palabra al señor Jorge Juárez Cano, que le ha bautizado, desde las columnas del diario "El Camagüeyano", con este titulo: "burda caricatura del Mayor".

(3) Los antiguos griegos desconocían el duelo que introdujeron en Roma los bárbaros del Norte. Cuenta Valeyo Patérculo como estos miraban sorprendidos al ciudadano de Roma, pueblo respetuoso de la ley, porque llevaban al tribunal de la justicia las cuestiones que ellos dirimían con la punta de la espada.

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