Vida de Ignacio Agramonte - Juan J. E. Casasus
Vida de Ignacio Agramonte • Juan J. E. Casasús
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L I B R O   Q U I N T O
 

Mayor General Ignacio Agramonte


Por decreto inexcrutable de la Providencia, del campo de "Jimaguayú" huyen, en direcciones opuestas, cubanos y españoles, mientras queda en él, sólo, durante varias horas, el amado cuerpo del caudillo epónimo, que ganaba batallas después de muerto, como el Cid Campeador de la Leyenda, a ese enemigo que huía de su cadáver, tendido para la gloria entre la crecida yerba de aquel palenque inolvidable.

J. J. E. C.

 
 LIBRO QUINTO
 

Se hace cargo Agramonte, el día 13 de enero, del mando camagüeyano. Ordenes de La Esperanza y del Jobo. Organización de sus tropas. Proclamas por la prensa. Juicio de Pirala. Táctica empleada por la caballería de Agramonte. Asalto a la Torre de Pinto. Derrota táctica de las tropas cubanas. Juicio nuestro sobre este combate. Extraordinaria actividad de Agramonte. Combate de Lauretánea. Parte de Fajardo. Asesinato de la familia Mora y Mola. Continúan las presentaciones. La trágica herencia del año 1870. Pronuncia Agramonte su frase "con la vergüenza". Ordenes dictadas en el campamento de Caridad Curana. Combate de Hato Potrero. Marchas de la División Camagüeyana. Embarca Quesada la expedición de venezolanos y les dirige patriótica proclama. Despacho del General Agramonte al Secretario de la guerra, sobre operaciones del General Villamil y Coronel Agramonte. Ataque por el Mayor, en 30 de septiembre, del poblado y fuerte del Mulato. Agramonte es la antorcha a cuya luz viste Cuba sus avíos de guerra. Cartas de Manuel Ramón. Silva, Melchor Bernal y Cornelio Porro. Proclamas de Valmaseda. Se organizan columnas volantes para la persecución de los insurrectos. Sale Sabás Marín. Malta el campamento de Agramonte Porro. Captura a Sanguily. Antecedentes de la captura. Avisa el jefe español a Camagüey. Preparativos de esta ciudad para recibir al prisionero. Recibe Agramonte noticia de la captura. Rasgo que pinta el personaje. Sale con 35 hombres de a caballo a rescatarlo. Episodio del rescate, y destrucción de la guerrilla de Matos. Marcha de Sabás Marín sobre el lugar del encuentro. Partes oficíales cubanos y españoles. Juicio critico de la acción; modelo de cargas de caballería. Relación de los héroes cubanos que tomaron parte en el combate. Homenaje a los mismos en febrero de 1925 (supervivientes). Termina la campaña de 1872 con las acciones siguientes: El Plátano, La Horqueta, San Ramón de Pacheco, La Matilde, Sitio Potrero y El Edén. Juicio de Collazo sobre la caballería camagüeyana. Bajas cubanas y españolas en "La Horqueta". Parte oficial español. Parte de Pocurull en "El Fanal", de 15 de noviembre de 1871, referente al combate de Santa Marta. Asalta Pocurull el 26 de noviembre el campamento de Sebastopol de Najasa. Como explica Sanguily la causa que permitió a Agramonte levantar la revolución en Camagüey. Juicio de Leopoldo Barrios sobre el Mayor. Combates de Palmarito, El Destino, Casa Vieja y San Borge. Acción de San José del Chorrillo, donde muere el Coronel Agramonte Piña. Nombramiento del General Agramonte para la Jefatura del Distrito de las Villas. Deposición del general Máximo Gómez en el mando de Oriente. Enérgica y admirable actitud del Presidente. El 29 de junio ataca y destroza Agramonte la vanguardia de la columna del capitán Feliú. Combate del Salado y destrucción de la fuerza enemiga. Formidable macheteada de Jacinto y destrucción de la "Compañía Volante de Voluntarios Movilizados de Matanzas." Quedan sobre el campo y en las guásimas inmediatas cerca de 200 cadáveres enemigos. Valor incomparable de la caballería camagüeyana. Como la describe Don Fernando Figueredo. Circular de Agramonte en toda la zona de su mando que abarca las provincias de Camagüey y Santa Clara. Termina la campaña de 1872. Ataque al poblado de las Yeguas, combate de la Matilde, acción del Carmen y combate de Loma de Vapor. En la brillante carga de "La Matilde" cae prisionero el hermano de uno de los asesinos de Augusto Arango. Lo ejecutan, después de juzgarle en consejo de guerra. Llega a la Habana el Capitán General Pieltaín. Primeras disposiciones. Se prepara Agramonte para invadir a Occidente. Importancia de esta maniobra estratégica.

Campaña de 1873. Combate de Buey Sabana, donde derrotan los cubanos al enemigo. Bajas cubanas y bajas españolas. Continúa marchando la división camagüeyana hasta el 21 en que se dá el combate en el camino de Jobo a la Ceiba. Bajas cubanas y españolas. Asalto del campamento cubano en la Ceja de Lázaro. Derrota enemiga. Encuentros de Ciego de Najasa y de San Miguel. Orden de la plaza de Camagüey de 15 de febrero de 1873, anunciando la proclamación de la República Española.

Combates del primero y del 3 de marzo. En éste dejan los españoles 28 cadáveres sobre el campo. Combate de Aguará. Versión de Ramón Roa. Acción de Molina. Bajas enemigas. El "Cocal del Olimpo". Quedan 48 cadáveres españoles sobre el campo. Llega el Mayor a Jimaguayú. Revista a sus tropas. Fiesta nocturna. Aviso de la presencia enemiga en Cachaza. La columna española. Las fuerzas cubanas. Posición que ocupaban. Principia el combate. Estudio del mismo por los planos. Muerte de Agramonte. Lugar donde cayó. Tropa que le mató. Descartada, por absurda, la versión de que murió a manos cubanas: de que cargó a los españoles: de que mató con su espada a un soldado enemigo. Juicio critico militar de la acción de Jimaguayú. Agramonte es nuestro Marcelo. Retirada ,de las fuerzas cubanas y españolas. Serafín Sánchez explora el campo. La carta de Enrique Mola y los veteranos de Camagüey. Queda sólo el cadáver del Mayor en Jimaguayú. El campamento de Guano Alto. Refutación de la tésis de Lagomasino. La lógica mística y la lógica racional. Los místicos buscan la explicación de la muerte en el asesinato. Queda probado plenamente que Agramonte murió en combate. Datos de la autopsia. Demora en conocer el jefe español la muerte del Mayor. Parte español de la acción. Alcance al "Fanal" de 12 de mayo de 1873. Incineración del cadáver. Lo que la explica y justifica. Relatos de la acción por el "Gorrión" de 18 de mayo de 1873; por el "Fanal" del día 13; por el del día 29, ambos de mayo: por el "Diario de la Marina" y la "Gaceta de la Habana" del día 15 del propio mes.

Carta de Máximo Gómez a Amalia Simoni y nota de su "Diario de la Guerra". Carta de Amalia Simoni al director de "Patria". Importancia de estos documentos. Paralelo entre el caso Agramonte-Gómez, Filipo-Alejandro, y el Rey Sargento y Federico El Grande.
 

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A el corazón cubano se alza altivo frente al extranjero dominio; donde ayer había desaliento y cobardía hoy reina entusiasmo y coraje; las notas de la trompeta mambisa resuenan alegres en las interminables sabanas del Camagüey legendario y miles de soldados se aprestan a la lucha y se alinean bajo el pabellón cubano; es que ya, el ídolo de sus tropas, el caudillo epónimo de esta guerra; el libertador de Cuba, si una bala maldita y proditora no se interpone en su ruta luminosa, había vuelto al cargo que nadie pedía desempeñar mientras en su pecho latiérale el corazón. Y el día trece de enero de 1871 se hace cargo del mando de su tropa y ese propio día dicta la orden general que tenemos estudiada y el veinte dicta, en el Cuartel General de La Esperanza, su orden de organización que completa en treinta por otra expedida en el campamento del Jobo. (1) Organizó su caballería prescribiendo las Obligaciones que todos habían de observar y cuanto era necesario para el buen régimen que se proponía establecer, sin descuidar los menores detalles. Cada compañía constaba de un capitán, un teniente, dos subtenientes, un sargento primero, tres segundos, cinco cabos, uno de ellos furriel, un corneta y 75 soldados, de éstos ocho desarmados para reemplazar a los muertos, heridos y ausentes. Con esta medida satisfacía, dice Pirala, "una de las mayores necesidades de las fuerzas insurrectas, pues aun teniendo las armas necesarias había que poner a los que las necesitaban en aptitud de usarlas y apreciarlas."

En tanto, la prensa cubana llama a los hombres a la lucha, porque nada descuidaba este hombre extraordinario: "¡A combatir! Nadie está exento de pagar una deuda tan sagrada, y si en estos momentos solemnes, en que va a decidirse acaso de la felicidad o de la eterna desdicha de Cuba, hay alguno tan menguado que no corra al campo de batalla, ése, si mañana celebramos el triunfo, no podrá contemplar sin rubor sobre su frente, flotando al aire, la bandera de nuestra redención, y si morimos en la defensa de nuestro derecho, a donde quiera que dirija, su mirada verá nuestras irritadas sombras, y al sentir de 'nuevo el hierro de la servidumbre sobre su frente, no tendrá , para Su consuelo la simpatía del mundo y la bendición de Dios, porqué el mundo desprecia y Dios maldice a los que contemplan impasibles el asesinato de la Patria, por los inicuos verdugos del despotismo."

En este libro habremos de ver al Mayor empleando la mentada táctica de Viriato, en múltiples combates, según la cual amagaba al enemigo, con una pequeña fuerza exploradora, por lo que aquél, engañado y creyendo en la debilidad de su contrarío, se lanzaba a la persecución, desalado y desprevenido; y a buena distancia, cuando ya su caballería iba rendida por la fatiga que el galope de carga produce prontamente en los caballos, era sorprendido, y vencido, y diezmado por la contracarga irresistible de aquellos escuadrones legendarios, de los que afirmó el propio Pirala que estaban a la altura de las mejores unidades españolas

Jiménez Castellanos, en su obra "Sistema para Combatir las Insurrecciones en Cuba", decía: "Siendo todos los insurrectos del Camagüey buenos jinetes, destinaron a la caballería los jefes, oficiales y soldados que habían demostrado más valor, audacia y conocimiento en el tiempo que llevaban de guerra, con lo cual y los buenos caballos de que podían disponer, a nadie extrañará que tuviesen una caballería ligera, capaz de competir con la mejor."

Ya el ilustre capitán de la milicia camagüeyana cuenta con un par de centenares de soldados disciplinados. Ya es otra la moral de la tropa, a la vista de aquel Ayax, que hoy se encuentra midiendo la arena, donde ha de vencer al enemigo; ya cesó el periodo de calma, la fuga diaria, la deserción contínua y ahora se presentan los cubanos el 20 de febrero de 1871, rente a la torre óptica de Colón, dirigidos por el joven caudillo en la risueña mañana de aquel día de primavera, a disputarle a España la citada posición, situada a 20 kilómetros no más de la capital de la provincia y construida, por orden del capitan General Caballero de Rodas, en la célebre campaña de los cien días que, como dijera Sanguily, fué de los cientotres días.

La posición, sólidamente construida, con maderas del país, tenía dos plantas, aspilleras y estaba rodeada de ancho foso, con el necesario puente levadizo. Defendíala un alférez dé Chiclana con 26 hombres.

Agramonte sale el día 19 por la noche, desde Sabana-Nueva, dividiendo sus tropas para marchar y llevando, en consecuencia, él una parte de sus fuerzas y el coronel Agramonte la otra, esperando tomar por sorpresa la posición; per marró el golpe, porque el jefe de la misma tuvo conocimiento d los reconocimientos verificados, durante • la tarde del día anterior por exploradores cubanos, lo que le hizo tomar medidas de vigilancia y defensa, para evitar la sorpresa, con lo que frustró los planes del audaz general cubano, derrotado por primera vez, en esta ocasión. El destacamento advertido, pasó sobre las armas la noche del 19 al 20 y, ya de día, alejado con la sombra de la noche el temor al ataque cubano, se dispuso la salida del ranchero que hacía el café, en cuyo momento se destacan del palmar inmediato las líneas cubanas que cargaron, acto seguido, sobre la torre, dando vivas a la libertad y a la patria. Envuelta la fortaleza por sus cuatro frentes, se aprestó inmediatamente a la defensa; formaron los insurrectos tres líneas de ataque, Integradas: la primera por negros con fajinas y escalas, la segunda por infantería y la tercera por caballería. Entablado el fuego por ambas partes los cubanos colocaban las balas por las aberturas de las aspilleras, habiéndole causado a los sitiados cinco muertos, trece heridos graves y tres leves; pero luchaban a pecho descubierto y fueron severamente castigados por el fuego español. Los defensores hicieron derroche de heroísmo, reemplazando los pocos valientes que quedaban sus carabinas por las de los muertos cuando no admitían la bala en el cañón de tanto disparar. El jefe hizo prodigios de valor y cuando ya agotado casi todo el parque de la defensa, sólo se defendían con el de los muertos, vió con alegría el valiente Alférez la retirada cubana, que se verificó a Sabana-Nueva, donde se practicó la primera cura de los heridos, en número de treinta; los muertos fueron cinco.

Dice Juárez Cano que Agramonte obtuvo noticias, por el comandante Fidel Céspedes, de que una columna que la noche anterior había pernoctado en la finca "Las Parras", marchaba con rumbo a Pinto y que por ello ordenó tocar retirada. En tanto que Enrique Ubieta afirma como comprendiendo el general que no ameritaba más sacrificio de vidas conseguir el copo, puesto que parte de la torre había sido quemada y la mayor parte de sus defensores muertos o heridos, mandó a tocar alto al fuego y con sus heridos, después de enterrar sus muertos, se dirigió al "Pilar", donde pernoctó. Entre los heridos en esta desgraciada acción se contaban el ilustre Marqués de Santa Lucía y Manuel Sanguily.

Nosotros estimamos acertada la versión de Juárez, por cuanto el hecho probado de las terribles bajas sufridas, por parte de la tropa española, acredita que el fuego de la defensa, al retirarse los cubanos, tenía que ser muy débil; y si uno de los fines de toda acción, en nuestra guerra de independencia, era apoderarse del armamento enemigo, no es concebible que cuando ya el Mayor tenía sus manos sobre la presa fuera a retirarse del lugar por el fundamento peregrino que invoca el citado Ubieta, máxime cuando ellos no querían la posición, sino lo que había en ella. Debe tenerse en cuenta, además, que se trataba de la primera acción seria empeñada por el Mayor, al hacerse cargo nuevamente del mando del Camagüey. Antes de retirarse los cubanos recogieron todos los efectos que había en la bodega-cantina y en los conucos del caserío inmediato, el que redujeron a cenizas.

En esta acción, que constituye un desastre táctico, cometió el Mayor un error muy grave, y ya sabemos que los errores en la guerra se pagan invariablemente con sangre. Consistió en asaltar, a pecho descubierto, una posición defendida por infantería bien armada, apostada tras un reducto que protegía, además, ancho y profundo foso, del asalto de la caballería. Este error, cometido por los españoles, en las acciones de Bonilla, Altagracía, Minas de Juan Rodríguez y el Clueco, en todas las que se destacó brillantemente nuestro biografiado, debía haber contenido su entusiasmo y su ímpetu que, unidos a la imprevisión, incalificable en él, condujéronle al apuntado fracaso. No se nos oculta que el factor suerte, que influye en la guerra, como en todo, se puso esta vez de parte del jefe español, ya que si éste no hubiese estado prevenido, y esperado el ataque, la sorpresa, puesta al servicio del Mayor, habría inscrito en su escudo un triunfo más. Pero tan pronto el jefe cubano advirtió las medidas de defensa del sitado, las reglas más elementales de táctica le aconsejaban colocar sus tropas en posición defendida, desde la cual, merced a la extraordinaria superioridad numérica, y a la habilidad indiscutible de algunos de sus tiradores, hubiera podido rendir a los defensores del fuerte, sin la abundosa pérdida de sangre y de vidas que esta infausta acción produjera a nuestras fuerzas.

En este período de su vida militar despliega el Mayor extraordinaria actividad, como nos va a demostrar, en breve, el relato de sus marchas y hazañas, dignas de la fama. El 27 de marzo de 1871 sostiene dos combates contra gruesa columna española en "Lauretánea", resultando heridos el Teniente Coronel La Rosa, el Comandante Golding, tres oficiales y varios soldados; entre éstos hubo también algunos muertos.

El parte dado por el General Fajardo, de la acción, decía: "A Capitán General, Habana. Príncipe 28 de febrero. En combate de ayer tropas de esta división en "Lauretánea", contra fuerzas insurrectas mando Agramonte, le causaron a éste muchas bajas y entre ellas muerto titulados teniente Coronel La Rosa, siendo herido titulado Comandante Golding y oficiales Delgado, Diago y Caballero, debiendo significar a Vuestra Excelencia buen comportamiento de toda la columna. Fajardo."

En este año de 1871, el día seis de enero, tuvo lugar la horrenda catástrofe de la familia Mora y Mola, que tanta ignominia vertiera sobre el ejército español por la falta de condigno y ejemplar castigo para los infames asesinos, que, perteneciendo a sus filas, cometieron el desafuero vituperable y a los que tan fácil era descubrir.

Cuéntase que el Coronel Chinchilla, a diario, prometía la punición; pero se dice que cuando Acosta y Albear se dirigió a Valmaseda, interesando el cumplimiento de la justicia, este jefe le contestó: "¿No querían Cuba Libre? Mostrarse riguroso con los soldados sería dar mucha importancia a esos bribones."

Aunque resulta innegable la poderosa influencia de Agramonte, en el campo revolucionario, su sola presencia no podía impedir que continuaran, aunque disminuyendo a diario, las presentaciones, ni tampoco que se verificaran sorpresas, por el enemigo, de aquellas huestes, hasta entonces disgregadas: De ahí que a manos de los feroces guerrilleros Tisón y Montané perecieran en aquellos días dolorosos muchos jefes y oficiales de valer y hombres civiles de mérito indiscutible. Era la herencia, trágica y espantosa, del 70 que recogía, cubierto de sangre, el 71.

Pero pronto veremos, mejor, ya hemos visto, al león recogiendo su cabellera y lanzándose a la lucha; por eso hemos calificado no más que de desastre táctico el fracaso del ataque a la Torre de Colón.

En el orden de la ética militar y de la organización, constituyó valioso exponente de lo que había y magnífica promesa para lo futuro. En la batalla de Ceriñola hubo un momento crítico, en que las tropas de España vieron volar su parque de artillería. Ante aquel desastre cualquier jefe se hubiera considerado perdido; pero Gonzalo Fernández de Córdoba, colocándose a la altura de los grandes capitanes de todos los tiempos, recorrió a caballo la línea toda de sus tropas, señalando para las columnas de fuego que se elevaban al cielo, como negros agoreros de la derrota cercana, gritándole a sus hombres: "Mirad las luminarias de la victoria". Con estas frases, propias del genio de la guerra, electrizó a sus huestes y Ceriñola constituyó una joya más que engarzar a la. corona de triunfos de aquel gran general. El historiador de aquel período de nuestra Guerra Grande puede decir, sin temor a equivocarse, que la acción de Pinto, derrota cubana a principios del 71, son las luminarias de la victoria del Mayor, porque marcan la altura a que habían llegado otra vez las huestes mambisas y son, por ende, nuncio de las glorias que vamos a presenciar en breve. Por eso Agramonte, que sabia como sus fuerzas habían recuperado la perdida fuerza moral, cuando en aquellos meses le preguntaran sobre los recursos con que contaba para ganar la guerra respondió, con su frase que inmortalizara la historia, y que constituye una porción no más del acervo moral que ya guardaba en sus trojes: "Con la vergüenza." (2).

El día nueve de mayo de 1871 se hallaba acampado el Mayor en la finca "La Caridad de Curana"; en esa fecha destinó al teniente Coronel Beauvilliers al mando de la artillería del Oeste; ese mismo día llega al campamento el general Julio Sanguily a cuyas órdenes pone el Mayor el segundo escuadrón y otras fuerzas; dispone que el comandante Mola salga a recoger hombres y caballos por "La Trinidad" y destina al Coronel Suárez al Este

El día 28 del mismo mes y año, el "Diario de Campaña" del Mayor anota un combate, de poca importancia, en "Hato Nuevo", donde hicieron un prisionero. Nosotros estimamos que se trata de un error, pues la acción debe haberse librado en "Hato Potrero". Ese día habían llegado, de madrugada, a la finca "Trinidad Al Ranuza," donde almorzaron y recogieron bestias, combatieron luego en el citado lugar y se dirigieron a San Juan de Dios, en donde cogieron bestias nuevamente, continuando a "Santa Clara", "La Luna", y durmiendo en "La Sabana de Congo.'

Al día siguiente continúa marchando la división de Agramonte y recogiendo caballos por Castillo, Alazán, Jagüey, Rineón, Mala Vista y Sabanilla donde pernoctó. Este mismo día el General Manuel de Quesada, dando prueba de su amor a Cuba, dirige, a la expedición de venezolanos que embarcaba hacia la Patria, la siguiente proclama: "He conseguido el amor de los pueblos del mundo para la infeliz Cuba. (3) Cuba será libre. El momento de nuestra independencia ha llegado."

Los días 30 y 31 de mayo continuó marchando la división camagüeyana y el día 7 de junio se dá el combate de "La Entrada" mandando las fuerzas cubanas directamente el Mayor.

En 24 de agosto el General Agramonte, como jefe de la di, visión, cursaba al Secretario de la guerra el siguiente despacho: "24 de agosto de 1871. División de Camagüey. El General Villamil me dice "que el capitán Andrés Piedra con el escuadrón desmontado de su mando se dirigía a las inmediaciones de Ciego de Asila, cuando supo el 11 de junio que el enemigo se hallaba en "Los Chorros", recogiendo ganado, y dirigiéndose a ese punto con objeto de batirlo, sólo vió que salían huyendo cobardemente al divisar nuestras fuerzas, sin que se les pudiera dar alcance: "que continuó su marcha sin fruto alguno hasta el 14 que supo que el enemigo estaba en "La Artemisa"; mandó a explorarlo y supo que eran 50 hombres. Dispuso la marcha para el citado lugar, llegando a las dos de la madrugada a los corrales de la finca. En dichos corrales se encontraba el 'enemigo que fué sorprendido bruscamente por una descarga de los nuestros, después cargaron al arma blanca; quedando en nuestro poder un rifle winchester y dos remington, gran número de hamacas, varias albardas y 15 muertós; pero las bajas que lleva el enemigo pasan de 30, a juzgar por los lamentos que se oían, no pudiendo hacer prisioneros por la oscuridad de la noche. Por nuestra parte tenemos que lamentar la muerte del alférez José Borella, que murió heroicamente, y heridos teniente Emilio Meneses, cabo Simón Quintero, soldados Pedro Vilahomar, Javier López, Emilio Jiménez, todos del escuadrón y dos soldados heridos de las fuerzas del C. José Gómez."

El Coronel Agramonte dice:

"El 14 del presente y habiendo oído tres tiros en el potrero "Guayabo" mandé explorar y supe que el enemigo se hallaba en la casa de dicha finca mancornando ganado. Inmediatamente mandé una sección del primero y otra' del segundo escuadrón de cazadores, desmontados, al mando del capitán Fidel Céspedes. Situados en el carril frente a la casa se esperó 'la salida del enemigo y después de dejarlo entrar en la embosca da se le rompió el fuego, cargando en seguida al machete; per el enemigo en número de 30 a 40 huyó vergonzosamente, sin disparar un tiro, abandonando el ganado, el convoy que llevaba las bestias, armas y hasta los machetes que tenían a la cintura. No puedo apreciar sus bajas; por nuestra parte no hubo novedad. Han sido cogidos en este encuentro once caballos ensillados, una carabina remington y una tercerola, todo del convoy de comestibles, calderos, ropa, hamacas, chaquetones, capas, machetes y otras menudencias, regresando nuestras fuerzas al campamento llenas de entusiasmo, después de haber quemado también los corrales que el enemigo había construido en la casa de "Guayabo". Lo que tengo el honor de poner en su conocimiento. reiterándole, C. Secretario, el testimonio de mi consideración y respeto. I. Agramonte Loynaz. Mayor General."

El 30 de septiembre de 1871 ataca el general Agramonte el fuerte y poblado de "El Mulato" y el 3 de octubre libra la acción de "La Redonda"; cinco días después asombra a Cuba con el combate que de seguida vamos a relatar. Venimos diciendo que el año 1871 recogió, en sus primeros meses, el legad mortal que las controversias, el abatimiento y los errores del 7 le dejaron. Así, en su primer semestre, vemos a rebeldes prestigiosos declarando la impotencia de Cuba para hacerse libre y repugnando la presentación al enemigo; mientras otros sostienen la necesidad de la guerra y prefieren la muerte a la presentación.

Entre ese tumulto de encontradas voces surge, como una clarinada de victoria, el nombre augusto del Mayor, ando ánimo y fe en el triunfo a los tenaces y ,aterrando a los versátiles o débiles. Agramonte es la antorcha a cuya luz viste Cuba sus avíos de guerra.

Manuel Ramón Silva y Melchor Bernal Varona escribían en aquellos meses: "La situación está completamente definida y cumple al deber de los hombres de conciencia, verdaderos amantes del país, contribuir a la pacificación, para evitar mayores catástrofes, ya infructuosas. Son muchos los padres de familia que parten conmigo mañana, y muchísimos más los que seguirán después. Para salvarse es indispensable presentarse al gobierno español; y no te quede duda ni oigas disparates de ilusos e ignorantes; la revolución ha fenecido. Espera a José Eugenio y con él reúnete a tu padre, y preséntense cualquier i día, que ya yo he hablado por ustedes, y puedes estar seguro de que sus personas serán respetadas. Entrega la adjunta a tu papá, y guarda bajo escuadra el secreto de mi marcha hasta que Opas que estoy lejos del campamento insurrecto."

En tanto Centeno Porro decía: "hemos hecho mal en apoyar a los que levantaron el estandarte de la rebelión, contra el gobierno legítimo de esta Isla, pero como comprenderás, muchos fuimos arrastrados, unos engañados como niños y otros obligados por la persuación de los pretendidos redentores de Cuba.... Espero hagas presente al gobernador de Puerto Príncipe, que el no presentarme con la mayor parte de las fuerzas de Caunao es porque hacía ya tiempo que me separaron del mando de éstas por sospechas de que trataba de conspirar.... Desde luego comprenderás que al dar yo este paso, gran número de mis antiguos soldados me seguirán de cerca, como asimismo la gente de la caballería que tenía al mando de Mendoza, quien tú sabes tiene muchas simpatías entre ellos. Espero hagas comprender al excelentísimo señor comandante general lo expuesto que es el seducir cierta clase de gente, pues Ignacio Agramonte tiene establecido tal espionaje, que nadie puede hacer nada sin correr un peligro inminentísimo . . . . También debo advertirle que me seguirán varios padres de familia."

El Conde de Valmaseda publicaba las siguientes proclamas, que se estrellaron contra el mando del Camagüey en poder, desde enero de este año, de quien, en lo adelante, será el Páez invicto de las llanuras camagüeyanas:

"Camagüeyanos: La resistencia armada que han opuesto las villas de Sancti Spíritus y Morón está terminada; sus habitantes se entregan con ardor a las labores del campo para evitar la miseria que tan de cerca os amenaza a vosotros si por un esfuerzo supremo no entráis pronto en la vida del arrepentimiento y del deber. Tened presente que el que os dirige esta alocución es vuestro antiguo gobernador, hoy capitán general, de la Isla de Cuba, el mismo que hace más de dos años os predijo la ruina de vuestro país y la de vuestras propiedades al ver la conducta que seguíais; el que enjugó las lágrimas de muchos desgraciados mientras fué vuestra autoridad local y tuvo siempre abiertas las puertas de su morada para haceros recta justicia. Al volver de nuevo entre vosotros y recorrer vuestras arruinadas propiedades, un sentimiento solo agita mi pensamiento, el de devolveros la paz en .el término más breve que me sea posible y para ello cuento con vuestro arrepentimiento. Si las malas pasiones que vuestros llamados jefes os han querido inculcar no están completamente arraigadas en vosotros, el perdón está abierto, para todos los que hayan peleado como SOLDADOS y los jefes del ejército os lo concederán al presentaros; pero si persistís en la idea de continuar haciendo el mal, las tropas que por todas partes os envío castigarán vuestra terquedad. Abandonad a esos jefes que se han erigido en dueños de vuestras vidas y hacienda; contribuid con vuestra conducta a su pronto y justo castigo, y apartaos de ellos para que su contacto no envenene por más tiempo la castidad de vuestras familias y la santidad de vuestro hogar. De vosotros depende el que en un término breve, renazca o no la paz y la confianza de este departamento. Ajustad vuestros deberes a lo que os enseña la religión de vuestros padres, y volved al respeto que os merecieron las autoridades legítimas; no tengáis un momento de vacilación para volver al buen camino, y tened entendido que, así como dicta el perdón para los arrepentidos, dicta también el castigo para, los culpables, vuestro capitán general. El Conde de Valmaseda. Habana 15 de junio de 1871."

"CAMAGÜEYANOS: Las fuerzas que he juzgado necesarias para devolveros la paz, están entrando por todas partes en vuestro Departamento, y las órdenes que llevan quiero hacéroslas conocer para que ninguno de vosotros alegue ignorancia sobre la suerte que le está reservada. Tienen orden de no admitir a indulto a ningún individuo que forme o haya formado parte de la llamada Cámara, ni a los que han compuesto la Corte Marcial, ni tampoco a aquellos que fueron los trastornadores de la paz que antes disfrutábais, con sus doctrinas escritas habladas. Llevan instrucciones para perdonar a todos los que han peleado como SOLDADOS, siempre que se presenten arrepentidos y juren de nuevo su lealtad al gobierno de la nación. Admitirán a los jefes de partidas concediéndoles indulto de la Ida, siempre que se presenten con 60 hombres armados: me reservo el derecho de conceder a los jefes su permanencia en la isla o extrañar los al extranjero, según sus antecedentes en la revolución y antes de ella. Quedan exceptuados en este indulto los jefes que conocidamente han figurado como crueles con nuestros prisioneros, y aquéllos que por sus fechorías merecen el dictado d malhechores. Antes de recibir y conceder el indulto a los jefes de partida, los comandantes de las columnas lo consultarán a los señores brigadieres de quienes dependan, al comandante general del Departamento, o a mí si estuviere más cerca.

Los desertores de nuestro ejército y los que, hechos prisioneros, hoy figuran en las filas rebeldes, serán perdonados de la última pena si presentan muertos o vivos a los que les están mandando; me reservo concederles mayor gracia ' si el servicio que prestasen fuese de mayor consideración. Los que dieren noticias de los campamentos enemigos, conduciendo nuestras tropas para sorprenderlos, serán gratificados. También lo serán con más largueza aquéllos que contribuyan a la captura de loe principales corifeos de la revolución. Habana, 15 de junio de 1871. El Capitán General de la Isla. El Conde de Valmaseda."

Al mismo tiempo que Valmaseda llama a los rebeldes a la cordialidad, que implicaba la ergástula y la infamia, prepara su plan de campaña para exterminar a los que continuaban peleando. Al efecto, se organizan, con base de operaciones la capital de la provincia, varias columnas volantes, fuertes, de cerca de 500 hombres cada una, que emprenden recorrido por todo el territorio en pos de las partidas mambisas. El coronel Sabas Marín al mando de una de estas columnas compuesta, se el parte español, de doscientos veinte hombres de Pizarr , 72 de San Quintín, 13 caballos de la Reina y un pelotón de artillería, con una pieza de montaña, operaba en la primera semana de octubre por las inmediaciones de Jimaguayú y el día cinco asaltaba el campamento de Agramonte Porro, establecido en la finca "San Carlos de la Malograda". De labios del glorioso General Agüero, hemos oído el relato que de esta acción ofrece el historiador Juárez Cano, emocionándonos cuando refería, contrayéndose al Rescate: "Por mi lado, enfermo y casi baldado, pasaron al galope los caballos de Agramonte, cuando se dirigían al rescate de Julio." Sabido es que este acaeció tres días después.

Pero oigamos a Juárez: "Cuando la vanguardia española llegó al campamento cubano, el Coronel Agramonte montó a caballo y corrió a la avanzada, compuesta de un pelotón de infantería, mandando que formaran en línea de combate para repeler la agresión del enemigo, envalentonado por la poca resistencia que había encontrado en días anteriores. El coronel personalmente dió la orden de fuego a los tiradores de la guardia, pero de la veintena de anticuados fusiles de chispa, a cargar por la boca, que manejaban, solamente salió un tiro, porque la pólvora que utilizaban para los mismos, de manufactura criolla, estaba mojada; entonces el coronel Agramonte, mandó a sus hombres a cargar al machete. La detonación del disparo, las voces de mando y los gritos de ¡Viva Cuba Libre! y al machete, que son pocos, detuvo a los asaltantes, sobrecogidos de pavor por la sorpresa, circunstancia que aprovechó la guardia para replegarse en buen orden por uno de los flancos, sin baja alguna, cubriendo a la vez la retirada del resto de la fuerza, entre la que se encontraban algunos enfermos, como el capitán Carlos Agüero García, hoy General".

Hasta aquí el relato de Juárez. Los dos días siguientes continuó sus operaciones por aquellos lugares y el día ocho capturó, en la forma que vamos a ver, al heroico inválido.

Pero es hora de que hablemos del campamento cubano. El 7 de octubre acampa Agramonte en el potrero Consuegra, con 70 hombres de caballería, después de incesantes y largas marchas por toda la región que habían durado un mes, según el testimonio de Manuel de la Cruz. Su ilustre subordinado, el general Julio Sanguily, que mandaba fuerzas de caballería, solicitó del Mayor autorización para marchar al cercano rancho de Cirila López, joven villareña, a la que también hemos entrevistado recientemente, que tenía una como enfermería, oasis de bendición en medio de la selva huraña, para que le lavaran y cosieran sus ropas, ensuciadas y deshechas, durante la bélica excursión.

Al día siguiente, ocho de la mañana, sale del campamento el brigadier en dirección al apuntado lugar, al mismo tiempo que parte de la columna de Sabas Marín, al mando del capitán César Matos, cien hombres de Pizarro a caballo, se dirigía al propio punto. El rancho de la joven Cirila, hoy rendida por el peso de los años, estaba internado en el monte; y, como toda la guerrilla no entró en él, fué una sección exploradora de la Pequeña tropa la que reconociendo el monte cercano, y dirigida por dos presentados que conocían bien el lugar y sabían donde estaba el rancho, llegó al recoleto asilo, sorprendiendo a Sanguily, que acababa de bajar de su caballo. Había salido el general con un ayudante, su ordenaza Luciano Caballero y tres enfermos que enviaba el Mayor para encomendarlos a los cuidados y atenciones de la patricia. El capitán ayudante hablase quedado rezagado y tal vez a este golpe de la fortuna debamos apuntar en nuestro calendario heroico el hecho del rescate.

Al llegar los españoles, los que rodean al general salen huyendo, pero Luciano, fiel a su deber, cual otro Eneas, ofrece las espaldas a su jefe inválido, para llevarlo al cercano bosque salvador. Sanguily, que huye ya sobre aquella improvisada cabalgadura, se agarra a la rama de un árbol de la que queda colgando y ordena a su asistente que se interne rápidamente en el bosque. Un sargento enemigo llega: ¡Mambí, date o te mato! El general, por toda respuesta, muestra su herida, profunda y abierta del tobillo. Minutos después ya saben los españoles a quien tienen prisionero y el comandante Matos ordena marchar inmediatamente a donde se halla el jefe de toda la columna, Sabas Marín, no sin antes enviarle parte urgente del afortunado sucedido y de mandar machetear a uno de los tres enfermos que cayó, por su desgracia, prisionero.

El coronel Marín, a su vez, tan pronto recibe el parte dispone que el práctico Llinás de la columna, con una escolta, saliera rápidamente para Puerto Príncipe, a comunicar al Jefe del Departamento el fausto acontecido y aquí, en la capital, cuanto lo saben, se disponen a esperar al caudillo, mambí para infligirlele el martirio de la vejación y de la burla, antes de aplicarle el castigo reservado por España a los cubanos, que se alzaran frente a su tiranía.

Veremos, en tanto, que ocurre en el campo insurrecto: no sabemos si fué el capitán Diago (4) o si el valiente Luciano quien llevó la noticia de la captura al Mayor; Collazo asegura que fué el primero: "Uno de los ayudantes del General, el Capitán Diago, escapa de la ranchería y llega al campamento del Mayor Agramonte que estaba a poca distancia, avisándole de lo ocurrido."

Conocer el Mayor el desgraciado suceso y. disponerse a rescatar a Sanguily, todo fué uno; que él, como decían los lacedemonios, nunca preguntaba de los enemigos cuántos eran sino en qué lugar se encontraban. En el acto, escoge a treinticinco centauros, y parte, al galope, al encuentro del enemigo, disponiendo que el comandante Reeve marchara sobre el rastro y que tan pronto divisase a los contrarios, sin ser visto, viniese a incorporarse al centro (5) . Cuando se preparaban para salir, el capitán Palomino, ayudante del brigadier, se acerca al jefe y le dice: "Creo, Mayor, que se intenta empeñar acción para rescatar a mi jefe, si esto es así, ruego me señale sitio en el lugar más peligroso". "Así es en efecto, y ya esperaba yo esa actitud de los subalternos del brigadier; marche usted al lado del comandante Reeve".

En tanto la guerrilla de Matos, de la que dice Ramón Roa que era de infantería, había llegado a la finca "La Esperanza", y hecho alto, cuando la avistó Reeve, quien informó al Mayor que los españoles, sudorosos y cansados, se arremolinaban a beber alrededor del pozo situado en el potrero. El general, a cuya tropa se había incorporado la vanguardia de Reeve, se hallaba oculto por una arboleda que sombreaba un recodo del camino, desde donde veía, a tres cordeles de distancia no más, a los soldados de Pizarro en la forma que queda descrita. Allí, a la vista del enemigo, Agramonte desenvaina su tajante acero y dice con voz potente: "Comandante Agüero, diga usted a sus soldados que su jefe, el brigadier Sanguily, está en poder de esos españoles, que es preciso rescatarlo vivo o muerto o perecer todos en la demanda." Y volviéndose a la izquierda, adonde tenía el corneta, grita a éste: "Corneta, toque usted a degüello". Al oir el agudo sonar del clarín cubano el impremeditado y sorprendido comandante Matos grita: "Guerrilla, pié a tierra, atrincherarse." En el acto los soldados que había a caballo descabalgaron, con rapidez, y comenzaron a hacer fuego sobre los jinetes cubanos, que avanzaban al galope de carga; pero aquella fuerza, sorprendida y aterrada, se desbandó al instante, huyendo del campo el mismo jefe, seguido de algunos guerrilleros. Grave error el de Matos, pues ningún oficial de caballería espera una carga, a corta distancia, en otra forma que montado para contracargar al enemigo, que si inferior en número, como en este caso, no sólo encuentra fuerte resistencia, sino que tratándose de caballería igualmente poderosa, queda invariablemente vencido. Así lo demostraron los jinetes de Agramonte, más de una vez, al ser sorprendidos por el enemigo.

Palomino, que dió pruebas de extraordinaria acometividad y de valor heroico, rompió de los primeros la línea española; el brigadier Sanguily recibió a los cubanos dando vivas y el sargento Fernández, que le llevaba atado el caballo, quedó muerto en el campo, de donde se recogieron nueve armas de precisión; dos cajas de cápsulas, tres revólveres, dos espadas, un sable, una tienda de campaña, sesenta caballos y cuarenta monturas. Allí quedaron once cadáveres enemigos. Los cubanos tuvieron un rifiero muerto y un alférez y cinco individuos de tropa heridos.

El coronel Marín esperaba ansioso la tropa de Matos para emprender la mucha hacia Puerto Príncipe, con su glorioso prisionero; tan pronto llegaron a Jimaguayú los primeros fugitivos, acudió a la finca "La Esperanza" donde vivaqueó y en la que se le incorporaron algunos dispersos de la vencida guerrilla. Ya los cubanos habían abandonado el campo de su homérica hazaña.

La noticia del rescate causó decepción profunda entre los parciales de España en esta capital. El parte oficial cubano de esta acción es el siguiente:

"En la mañana del 8 de octubre salió del campamento el brigadier Julio Sanguily, cayendo en poder del enemigo dos horas después. Este se componía de cien hombres montados del batallón de Pizarro, a las órdenes del comandante don César Matos. Una hora más tarde, al mediodía, se me presentó en el campamento uno de los hombres que había salido con el brigadier Sanguily, manifestándome lo ocurrido. Sólo con treinta y cinco jinetes bien montados podía contar en esos momentos, para darle alcance al enemigo, y no había tiempo que perder, para hacer esfuerzos desesperados en favor de un jefe distinguido y un buen compañero. Salí con ellos, logrando alcanzar al enemigo en la finca de Antonio Torres, cargué por la retaguardia al arma blanca, y a la invocación del nombre y a la salvación del brigadier prisionero, los nuestros, sin vacilar ante el número ni ante la perspectiva del enemigo, se arrojaron impetuosamente sobre él, le derrotaron y recuperamos al brigadier Sanguily, herido en un brazo, y cinco prisioneros más, que llevaba, y habían recogido en nuestros campos.

Nuestra persecución le siguió a larga distancia, hasta dispersarle por completo. Tuvimos un riflero de mi escolta muerto, y heridos el alférez Manuel Arango Tan y cinco individuos más de tropa.

El enemigo dejó sobre el campo once cadáveres, entre ellos un teniente, según confesión de los prisioneros, nueve armas de precisión, dos cajas de cápsulas, tres revólveres, dos espadas, un sable, una tienda de campaña, sesenta caballos, cuarenta monturas y todo el bagaje. El brigadier Sanguily, todavía entre el enemigo, con el valor que le distingue, nos recibió con vítores a Cuba."

El parte español dice como sigue:

"Comandancia General del Departamento del Centro. Según parte personal que me dá el Sr. Coronel don Babas Marín, llegado hoy a esta plaza, ha practicado las operaciones siguientes, con la columna compuesta de 220 hombres de Pizarro, 72 de San Quintín, una pieza de artillería y 13 caballos de la Reina. El día 19 del actual salió de "Jimaguayú" sobre "Guanausí". El 2 encontró la partida de Manuel Agramonte en "Santa Lucía". que la fué batiendo hasta que la dispersó por completo en "Guano Alto",. quemándoles los bohíos, así como los que tenían en "Consuegra". El 5 se le cogió el rastro al enemigo y se le batió en "San Carlos", cogiéndose 18 caballos, varias armas de fuego y papeles correspondientes a las partidas de Eduardo Agramonte y Fidel Céspedes, lo que prueba que la partida batida era la de Eduardo Agramonte. El 7 cayó la columna sobre Yamaqueyes. En "Ojitos de Agua de Yamaqueyes" encontraron un gran campamento abandonado y rastros frescos de partidas insurrectas. El 8 dispuso que la guerrilla reconociera los montes de "Matehuelo", mientras que la infantería reconocía otros por otro lado y venía a buscar raciones a "Jimaguayú". El sargento Mont, con diez guerrilleros de Pizarro, dió con el bohío en que estaba el cabecilla Sanguily y, al hacerlo prisionero, dió muerte a uno de los cuatro negros que se lo llevaban. El sargento y los guerrilleros con Sanguily y un negro que pasaba por oficial se Incorporaron a los sesenta hombres de la guerrilla y, una legua antes de reunirse ésta con la columna, fué rodeada por partidas insurrectas de Sanguily e Ignacio Agramonte. La guerrilla se defendió con valor, pero tuvo que entrar en el monte. El sargento aprehensor de Sanguily, viéndose rodeado por un grupo de insurrectos, derribó al primero del caballo y le disparó a quema-ropa rompiéndole una muñeca y atravesándole el pecho. El cabo Andrés Camacho dió muerte al otro prisionero que llevaba y murió heroicamente defendiéndose contra un gran número que lo rodeaba. El coronel Marín, que tuvo noticias de lo que pasaba a la guerrilla, con la infantería que tenía a sus órdenes voló al encuentro, tardando sólo media hora en recorrer una legua. Distribuyó sus fuerzas por los montes, persiguiendo a los que huían y apoyando a la guerrilla que seguía todavía batiéndose, no logrando ya dar alcance al enemigo, ni descubrir rastros marcados. Reunida toda la fuerza regresó el 9 a Jimaguayú. El resultado de las operaciones ha sido causar al enemigo 25 muertos, sin contar con el titulado brigadier Sanguily. No fué posible saber el número de heridos. Se cogieron 10 armas de fuego, algunas de remington, peabody y spencer, varias bolsas de municiones, muchos caballos, que algunos murieron o se dispersaron en el último encuentro. Se destruyó un taller de talabartería con lo que contenía. Se presentaron a la columna 79 personas. Por nuestra parte 6 muertos y 5 heridos. Lo que de orden del Sr. Comandante General se publica para conocimiento. Puerto Principe, octubre 11 de 1871. El General Jefe del E. M. Luis de Cubas."

La anterior acción de guerra tiene como causa, un deficiente informe rendido por el servicio de exploración cubano, al comunicar el día ocho por la mañana, que la columna de Marín había acampado en Jimaguayú; y no observar a los jinetes de Pizarro, que andaban por Matehuelo. Prevalido de ese informe omiso el Mayor autorizó a Sanguily para abandonar el campamento. El combate, modelo de cargas de caballería, ofrece las siguientes enseñanzas y prueba la capacidad del jefe cubano, como táctico y organizador; primera, demuestra el valor de una carga de caballería cuando se reunen los elementos del ímpetu y la cohesión; segunda, la importancia de la sorpresa en estos episodios de la guerra; tercera, el error dé resistir caballería desmontada, a corta distancia, y con las armas de la época, una carga de caballería y cuarta, reveló a los cubanos el alto grado de .eficiencia que había alcanzado su caballería.

Como resultado, en primer lugar, hizo variar fundamentalmente la estrategia española que, en lo adelante, organizó columnas fuertes ante el temor de ser destrozadas las pequeñas por el machete mambí; y en segundo lugar, levantó la moral del ejército cubano, porque acreditó cumplidamente el alto grado de su poder ofensivo. Así Ramón Roa, decía: "El rescate de Sanguily si no salvó, por lo menos alivió efectivamente en aquella época, la difícil situación, no ya del Camagüey, que era poco menos que desesperada, sino de la Revolución en su conjunto, puesto que trastornó los planes del enemigo, poniéndole en cuidado, y produjo una reacción en el elemento cubano, que se retorcía en las poblaciones y zonas militares enemigas; porque, a favor de estos chispazos de victoria sintió redivivo su espíritu patriótico."

El 24 de febrero de 1925, los supervivientes de este glorioso episodio, Elpidio Loret de Mola y Boza, Aniceto Recio Pedroso, Eugenio Barceló y José Antonio Remigio Avilés, fueron objeto de patriótico homenaje y recibieron a las cuatro de la tarde, en el parque de Agramonte, frente a la estatua de este glorioso prócer, una medalla y diploma cada uno, en recuerdo de la hazaña inmortal.

Como en todo hecho histórico, hay diversas opiniones acerca del número de jinetes que tomaron parte en la acción, así como en los nombres de los héroes. Insertaremos la lista que estimamos más adecuada a la verdad:

Mayor General Ignacio Agramonte y Loynaz. Coronel Antonio Luaces Iraola. Teniente Coronel Emilio L. Luaces Iraola. Comandante Enrique Mola Boza. Comandante Manuel Emiliano Agüero. Capitán Andrés Díaz. Capitán Henry E. Reeve. Capitán Francisco Palomino Mora. Capitán Manuel de la Cruz Delgado. Capitán Federico Diago. Capitán José Urioste. Teniente Elpidio Mola. Teniente Antonio Arango Tan. Teniente Fructuoso Lanieta. Teniente Ignacio Fernández. Alférez Manuel Mango Tan. Sargento Primero Ramón Bueno. Sargento Segundo Benjamín Estrada. Cabo Regino Avilés Marín. Cabo Diego Borrero. Cabo Francisco Montejo. Soldado Gabino Quesada. Soldado Victoriano Sánchez. Soldado Angel Bueno. Soldado Andrés Camacho Baryola. Soldados: Ramón Agüero, Antonio Abad, Plutarco Estrada. Eugenio Barceló, Aniceto Recio Pedroso. Lorenzo Varona. Mario Zunzunegui. Mateo Varona. Pedro Betancourt. Carlos Martell (6) y Eusebio Montejo.

Termina este año el Mayor con las siguientes acciones: en 31 de octubre, "El Plátano"; en 2 de noviembre "La Horqueta", en 19 "San Ramón de Pacheco" y "La Matilde", en 27 "Sitio Potrero" y en 28 "El Edén". Ya en esta época la incomparable acción, cuyo relato acabamos de verificar, que prestigia los anales de nuestra caballería, revelaba el grado de eficiencia a que aquella arma había llegado, en pocos meses, en las diestras manos del Mayor, de cuyos soldados pudo decir Collazo, años después, lo siguiente: "Con una pequeña fuerza de caballería había entrado el Mayor en la zona de Camagüey, dispersando en las primeras horas de la mañana un grupo de quince a veinte civiles, que encontró al paso. Noticioso el jefe enemigo, teniente coronel Abril, sale en su persecución con civiles y fuerzas de caballería.

Al avistarse ambas fuerzas los españoles cargan con briol emprendiendo los cubanos la retirada, tiroteando al contrario que enardecido en la persecución pierde su cohesión. En ese momento manda Agramonte volver grupas y cargar, iniciando el movimiento su ayudante Villegas; los hasta entonces fugitivos. cargan al contrario que se desconcierta y vuelve grupas, al primer choque, y los primeros fugitivos van desconcertando a los que encuentran a su paso, y haciendo cundir el pánico en sus filas, asombrados de aquel cambio, tan rápido como inesperado.

En desorden espantoso huye la tropa, buscando en Puerto Príncipe puerto de amparo; mientras que en el camino dejan informe montón en que, agrupados por el azar, yacen casi todos sus jefes y oficiales, como pirámide que simbolizara a sus contrarios su decisión heroica y como pueden salvar los jefes el honor militar de su fuerza. Este combate muestra claramente el ascendiente inmenso que sobre sus soldados ejercía el Mayor y el buen espíritu creado en el naciente cuerpo por él resucitado." (7) .

Veamos la acción del 2 de noviembre: fuerzas cubanas al mando del general Agramonte sorprenden a un destacamento español de catorce guerrilleros, recogiendo ganado en el demolido ingenio "La Horqueta", a siete leguas de esta ciudad. Los referidos se refugiaron incontinenti en la casa de dicha finca donde había un retén. Parapetados tras los muros de la improvisada fortaleza se entabló un intenso tiroteo, entre las dos fuerzas, llegando a perder los guerrilleros hasta la mitad de sus hombres; pero, ya al agotárseles las municiones, hizo su aparición en el palenque un alférez de Chiclana, con cuarenta hombres, que a su puesto, situado a legua y media de distancia, había ido a buscar el oficial que mandaba a los voluntarios, acudiendo en auxilio de los sitiados. La llegada de esta nueva fuerza evitó el copo, retirándose los cubanos con tres muertos y dos heridos. Las bajas españolas consistieron en dos muertos, siete heridos y cinco contusos, de los guerrilleros, y cuatro muertos y tres heridos de los hombres de Chiclana.

El parte oficial, rendido por España, de esta acción, es el siguiente:

"Comandancia General del Departamento del Centro. E. M. Orden general del 6 de noviembre de 1871, en Puerto Príncipe. Hallándose el día 2 del actual en la finca la "Horqueta" cogíendo ganado el alférez de caballería, voluntarios de Puerto Príncipe, D. Facundo Gutiérrez y Castillo con 35 hombres de dicho escuadrón y del batallón de voluntarios, dejó en la casa de la finca 18 hombres dedicados al cuidado de las reses recogidas, mientras él con el resto de la fuerza se dirigió a una legua de distancia a hacer corrales.

"Cuando los de la casa quedaron sólos, fueron atacados por la partida de Ignacio Agramonte. Oído el fuego por Gutiérrez, marchó a buscar auxilio al destacamento de Chiclana de la Caridad de Arteaga. Mientras éste llegó, los voluntarios de la casa se defendieron tenazmente, y sin embargo de ver muertos 3 de sus compañeros y 6 heridos y que los insurrectos habían prendido fuego a la casa por los cuatro costados, se resistían a entregarse a pesar de que ofrecían perdonarles la vida. En esta situación apurada, llegaron cuarenta hombres de Chiclana con el alférez D. Luis García y voluntarios que acompañaban a Gutiérrez. Esta fuerza atacó al enemigo de frente y de flanco, poniéndoles en completa dispersión. Reunidos a los que defendían la casa, regresaron a "La Caridad".

"La sencilla relación de los hechos es el mejor elogio del bizarro comportamiento de los voluntarios que tomaron parte en este combate y de la fuerza de Chiclana que llegó a su auxilio"

Según cuenta Eugenio Betancourt, en estos días batía Agramonte a la guerrilla del Rayo y peleaba con la primera columna de la Reina. El 17 de noviembre vencía al capitán Setien, en San Ramón de Pacheco, acción que dice Ubieta se libró el día 19. Aquí empleó el Mayor la conocida táctica de Viriato, amagando con exploradores que atrajeran el grueso enemigo al lugar en donde emboscada esperaba la caballería mambisa, que macheteó despiadadamente a la guerrilla española, pereciendo su jefe. Ese mismo día se daba la acción de "La Matilde", lugar en el cual peleó con los oficiales Vergel el 19 y Pocurull, el 22, a quien esperó, perfectamente protegido por un barranco, desde el que causó considerables bajas al enemigo, retirándose cuando se le hubieron agotado las municiones.

Este coronel Pocurull asaltó el 26 de noviembre, de aquel año, el campamento de Sebastopol de Najasa donde fué gravemente herido Rafael Morales y González quien decía, refiriéndose al Calvario que, en tal estado, dispuso el destino recorriera, lo siguiente: "Me custodiaba una buena escolta camagüeyana , lo que debo a la solicitud de mi queridísimo Ignacio Agramonte, el hombre superior de esta guerra".

El parte oficial español de estos combates reza así:

"El coronel Pocurull, desde Juan Gómez, fecha 23 de noviembre próximo pasado, participa al excelentísimo señor brigadier comandante general, que después de la batida que el 21 dió en la Matilde, a la partida de Ignacio Agramonte, reconoció los montes de la Yaya, San Agustín, Santa Marta, Juico y fincas inmediatas, se dirigó luego a Loma Alta y Verraco Gordo, dónde la vanguardia hizo dos muertos, encontrando más adelante dos campamentos recién abandonados que destruyó, y un rancho con un individuo gravemente enfermo que, según dijo una negra, cogida, procedía de la expedición del vapor "Virginius", quien falleció pocos momentos después.

En los reconocimientos que se hicieron en aquellas inmediaciones dió muerte a dos exploradores, uno blanco y otro de color, cogiéndoles dos armas de fuego.

Recogieron en aquel punto 17 personas, entre mujeres y niños. A las 3 de la madrugada del 24 se dirigió a dos leguas de San José del Chorrillo a destruir una gran estancia de donde se proveían de viandas los insurrectos, dando muerte a dos exploradores de una pequeña partida que, según unas mujeres que encontraron en el campo, no se ocupaban de otra cosa que de robar hasta los trapos con que las familias abrigaban a las criaturas de pecho. El 26 se dirigió a la finca de Sebastopol en que la avanzada de una partida, que no supo cuál era, hizo fuego sin causar daño, cayendo en seguida sobre el campamento que encontró abandonado, con la comida puesta a la lumbre, 20 caballos y 2 mulos cargados con provisiones. Siguió la pista, y los encontró en el fondo del potrero de "San José de Najasa", poniéndoles en completa fuga, dejando en el campo 4 muertos, 5 armas de fuego spencer y remington, 12 caballos y 2 mulos cargados con enseres de cocina. El 27 se dirigió a San Tadeo y Damagal para ver si daba con la partida del nombrado "Jiguaní", recogíendo varias jóvenes y niños. Hecho un escrupuloso reconocimiento se dirigió al "Horcón", sin encontrar rastro de partida. El 28 marchó a Juan Gómez, y en los montes camino del "Plátano" sorprendió una avanzada de una partida de 60 u 80 hombres, que atacó y dispersó causándoles 6 muertos, llegando a Juan Gómez, sin que el enemigo haya hecho a la columna baja alguna. El resultado total de esta expedición ha sido causar 22 muertos al enemigo, coger 12 armas buenas de fuego; 19 blancas, 32 caballos, 9 mulos cargados, destruir 3 campamentos, una grande estancia, 13 ranchos y recoger 27 personas; teniendo por nuestra parte únicamente 7 caballos muertos y heridos.

Lo que de orden del excelentísimo señor comandante general se publica para conocimiento.

Puerto Príncipe 3 de diciembre de 1871. El coronel jefe de Estado Mayor. Luis de Cubas".

Ya el periódico "El Fanal", de Puerto Príncipe, en su edición de 15 de noviembre de aquel año, cuyo ejemplar obra en el Museo Provincial de Camagüey, decía, refiriéndose a las operarionés de Pocurull lo siguiente:

"Comandancia General del Departamento del Centro. Estado Mayor. El Coronel Juan Pocurull Jefe de la columna de Juan Gómez compuesta del Primero de La Reina, da cuenta desde el potrero Santa Marta, fecha diez del actual, al excelentísimo señor Comandante General de la operación practicada sobre aquél punto en la forma siguiente: "Serían las dos de la tarde del mismo día diez cuando fueron descubiertas en los montes de Santa Marta, inmediatos a la finca de este nombre, partidas insurrectas, en los momentos en que se disponían a matar las reses que tenían amarradas. Acometidos instantáneamente y sin más tiempo que para hacer dos o tres descargas, pues ya la avanzada había disparado, corrieron a posesionarse de la parte opuesta del río, que está a corta distancia, pero tan desconcertados debieron quedar al tenderles cinco hombres en el acto que, débilmente sostenido el fuego, fueron desalojados a la bayoneta, poniéndolos en completa dispersión y abandonando en su huida los heridos. El enemigo dejó seis muertos y el titulado oficial Delgado, que falleció a las pocas horas de ser cogido. Momentos antes de expirar, y preguntado que fué, expresó que era Ignacio Agramonte, con trescientos hombres. Por nuestra parte un soldado muerto y un contuso. Puerto Príncipe, 14 de noviembre de 1871. El Coronel Jefe de Estado Mayor Luis de Cubas."

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"Al lado o a las órdenes de Ignacio Agramonte había un grupo de hombres, sin desencanto ni cansancio, vírgenes entonces de ese intenso malestar que vino luego, libres de ese escepticismo profundo, ante el cual se marchitó toda esperanza y que a ellos mismos tan nobles, tan resueltos, tan heroicos los convirtió de compañeros sufridos y alegres de Agramonte, de auxiliares suyos diligentes y esforzados en haz disuelto de gente experimentada ya, demasiado gastada, marchita, falta de fe y aliento que llegaron a contemplar, sin conmoverse, el desastre, que luego lo creyeron indefectible y a la postre llegaron a ser pasivos espectadores de la derrota final, agentes impasibles de la anulación y la ruina". Así contesta Sanguily la pregunta que, a si mismo se hace sobre lo que permitió a Ignacio Agramonte salvar la revolución en el Camagüey, en 1871. Efectivamente, ardor propio de la juventud, fe profunda en el triunfo de su ideal y nobleza, resolución y valor en las legiones camagüeyanas permitieron al Mayor la formación de aquel ejército que, como Filipo a Alejandro, legara, a su muerte, al General Gómez, no sin antes haber conquistado sobre el campo, estremecido por el galope de guerra de su caballería, los gloriosos e inmarcesibles lauros que coronan, para la eternidad, su frente de elegido.

"Las hazañas que acabamos de relatar, acaecidas a fines de 1871, demuestran al ejército español el temple de la caballería camagüeyana y le obligan, como hemos visto, a modificar su estrategia.

Veamos que ocurre en este año de 1872, cuya historia vamos a describir, no sin antes conceder la palabra al historiador Leopoldo Barrios, quien en su trabajo intitulado "Algunas consideraciones sobre la Historia de la Guerra de Cuba", dice: "En el centro el talento organizador de Ignacio Agramonte, quizá el único hombre de verdadero valor que había surgido, llegó a conseguir y mantener hasta 800 hombres, amén de otras partidas."

En el mes de enero de 1872 combatieron las fuerzas del Mayor con Sabas Marín en Palmarito y en las extensas sabanas que hay cerca del Río Muñoz, por el paso de Casa Vieja. Confiesan los españoles que aunque los enemigos no llevaron la mejor parte, en estas acciones, "no cejaban en oponer diaria resistencia en las posiciones que escogían, las cuales por su naturaleza se prestaban a fácil y empeñada resistencia."

Durante estas operaciones asaltó Sabas Marín el Hospital ambulante que dirigía el Doctor Emilio Luaces, quien tenía a su cargo al General Julio Sanguily, herido en la acción del Rescate, á Manuel Arango, también herido allí, a Rafael Morales y González, herido en Sebastopol y a Baldomero Rodríguez, el Aquiles de Palo Seco, con otros enfermos. Tanto el Comandante Luaces como Moralitos, Baldomero Rodríguez, Sanguily y otros enfermos lograron escapar, no así Arango que, por un verdadero milagro, no fué muerto por los soldados de Pocurull, y, prisionero en Camagüey, logró escapar, incorporándose más tarde a sus hermanos de lucha.

Durante el mes de febrero, de este año, combate el Mayor los días 3, 5, 11 y 22 en "Palmarito de Curana", "El Destino", "Casa Vieja" y "San Borges", habiendo estado realizando constantes marchas por toda la región.

El 8 de marzo de 1872, libra el Mayor la infausta acción de "San José del Chorrillo", en la que perdió al coronel de sus rifleros, Eduardo Agramonte, el compañero de muchos años y el hermano de su Amalia, pues el coronel era casado con Matilde Simoni. Hagamos el relato de este hecho de guerra.

En el período crítico de la revolución en Camagüey, Eduardo, que era Ministro del Interior, comprendiendo que el Mayor necesitaba de sus servicios, renunció su cartera y con el cargo de coronel vino a ponerse a las órdenes de su primo. El día citado, yendo en marcha Agramonte, con su Estado Mayor y 40 rifleros de la brigada que mandaba Eduardo, es informado por sus exploradores que una columna enemiga se hallaba acampada en la finca "San José del Chorrillo". Acto seguido el general se decide a batirla y ordena al coronel que embosque sus rifleros, a lo largo de una cerca, paralela al camino, por donde él debía retirarse. Hecho lo cual avanza en dirección a la posición enemiga, desde la cual se le hizo fuego; y una vez que la caballería contraria cargó puso sus tropas en retirada. Este era el momento que el jefe de la brigada sur esperaba, emboscado, para fusilar al enemigo; por lo que rompió inmediatamente fuego contra aquél, , que hizo alto en su carga y entabló un duelo de fusilería en tanto lanzaba un flanco de infantería sobre la posición cubana. El Mayor, viendo la maniobra enemiga, ordena la retirada nuestra, que se verifica en perfecto orden; pero el arrojo de un comandante, deteniéndose más de lo necesario, sobre el terreno, permitió a los contrarios herirle, por lo que el coronel Agramonte con el capitán Miranda retrocedieron para llevarlo cargado. Herido Miranda, el coronel no quiere huir, teniendo el enemigo a diez pasos y recibe en medio del pecho, como dijera Ubieta, el sello de los héroes; un balazo que le privó de la vida. Este fué el final desgraciado de la acción de San José en que empleara el Mayor su táctica acostumbrada.

La brigada Sur, con la muerte de Agramonte, había perdido a su creador y los soldados de su regimiento dedicáronle a él, que tantas piezas militares compuso, una canción, de cuya letra fué autor el coronel Ramón Roa y de cuya música Silvestre Montejo; a sus sones atacaron los mambises la plaza de Puerto Padre.

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El día 10 de mayo de 1872 el Gobierno de la República nombra al Mayor Comandante en Jefe del Distrito de las Villas, con lo que extiende su jurisdicción a dos provincias; el segundo jefe de las Villas lo era el general Villamil. El Presidente Céspedes dirigía la siguiente carta, con la misma fecha, al coronel González Guerra:

"Número 86. Corojo de Caoba, mayo 10 de 1872.—C. Coronel José González Guerra. Mi estimado amigo: Cuento con que al recibo de ésta se hallará usted ya en buena salud y listo para partir con el resto de las fuerzas de las Villas, a fin de penetrar en este Estado inmediatamente, conforme a las órdenes expedidas por este Gobierno, las que llevan por objeto favorecer a Carlos García, que parece ha desembarcado y opera entre Guanajay y San Antonio.

"El general Agramonte, que tanto se está distinguiendo en Camagüey, ha sido nombrado para el mando superior del Estado de las Villas, sin dejar el de Camagüey. El general Villamil es su segundo.

"El brigadier Peña no se presentó; fué aprehendido y fusilado. "Sin otro particular, me repito su afectísimo amigo y hermano. Carlos M. de Céspedes."

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El día 8 de junio de 1872 el Gobierno de la República depuso al General en Jefe de Oriente, Máximo Gómez. El hecho fué altamente lamentable para la causa de la guerra, porque este glorioso adalid había alcanzado éxitos señalados al frente de sus fuerzas, para las que constituía un verdadero ídolo el hombre que las condujo a la victoria en "Pinos de Baire", "Sainó.", "Bijarú", "Ti Arriba", "Cafetal Indiana" y en la invasión de Guantánamo; el hombre que les había enseñado cuál era el arma predilecta de la victoria, en el célebre macheteo de "Baire". Pero el general Gómez, por lo altivo de su carácter, llegó a desconocer la autoridad del jefe de la Revolución; del Presidente de la República, Carlos Manuel de Céspedes.

Con anterioridad, ya se había negado a facilitar medios de embarque a varios individuos que, con orden del Ejecutivo, iban a salir al extranjero y en ocasión de manifestarle el Secretario de la Guerra los propósitos del gobierno, de pasar al exterior, para desde allí dirigir la Revolución, desaprobó la idea, de manera un tanto brusca, diciendo: "Aquí muere Sansón con todos los filisteos".

En este día de junio, el Presidente había pedido asistentes para sus ayudantes y secretarios, obteniendo del general la respuesta de que él también carecía de éllos y que los buscase el Ejecutivo si los necesitaba. Céspedes, dictó inmediatamente una orden general, que leyó a la fuerza, por la que deponía a Gómez y nombraba, interinamente, para el mando al coronel Maceo. Dice Collazo que como Maceo titubease, o se excusase, el Presidente airado le dijo: "Vaya usted a cumplir inmediatamente la orden o yo sabré hacerla cumplimentar."

Esta actitud del caudillo bayamés, restableciendo el principio de autoridad y manteniendo los fueros de la Constitución y la Ley, constituye el exponente más auténtico de las excepcionales condiciones que exornaban a aquel hombre para el cargo de Presidente de la República, cargo que tantos homúnculos han desempeñado después, para vilipendio de la Patria, ludibrio de las instituciones democráticas y grave quebranto de esa ley de gravedad del mundo espiritual: la libertad. El General Gómez, entregado el mando, se presentó al Presidente de la República, con el sombrero en la mano, saludó militarmente, le manifestó que su orden estaba cumplida, y se retiró, con una pequeña escolta. Ese fué el momento más grande en la vida del insigne hijo de la gentil Quisqueya.

Cuando, el treinta de mayo del año siguiente, fué llamado para el servicio, dícese que al encontrarse con Carlos Manuel éste lo abrazó conmovido, contestándole el ilustre dominicano de todos los tiempos: "Aquí tiene otra vez a su viejo soldado". Entonces se le dió orden de hacerse cargo del Departamento de Bayamo y las Tunas y que, caso de confirmarse la muerte del Mayor, pasara a Camagüey a ocupar este mando.

Hablando de este doloroso incidente, dice el general Gómez, que los intrigantes de siempre habían hecho creer a Céspedes en un plan tramado por el propio Gómez, para colocar en la Presidencia al Mayor (8). Pero oigamos párrafos de la carta que en junio de 1893 dirigiera a Don Tomás Estrada Palma:

"¿Podrá creerse, dada mi conducta humilde, en aquellos días aciagos, de amarguras y sinsabores, y de las muestras ostensibles que tengo dadas, entre los que me conocen, del espíritu de disciplina, a pesar de mi carácter violento, que predomina en mí; que fuese yo capaz de darle al Presidente la contestación. que Collazo pone en mis labios, y la cual presupone como causa para mi deposición?

La cosa pasó así. Hombres intrigantes y miedosos unos, y desafectos a mí, quién sabe. por qué, otros, pusieron en el ánimo de Céspedes la duda, o la creencia, mejor dicho, que el movimiento que yo iniciaba (tan estupendo lo consideraban), llevaba en sí miras o tendencias ambiciosas, de mala índole, que podían llevar las cosas a peor. terreno, puesto que en el plan solicitaba darme las. manos con Agramonte (su desafecto .personal), que una vez unido con aquél y con un cuerpo de ejército triunfante, claro está que seria proclamado jefe militar de la revolución, con cuanta más razón, cuando contábamos con lo más. selecto. del elemento militar y con algunos miembros de la cámara, amigos y admiradores del general Agramonte.

Hay que convenir en que la invectiva se prestaba a crédito, máxime cuando yo, sin que jamás cruzara por mi mente semejante pensamiento de ayudar a procedimientos de esa índole, hablaba con cándida franqueza de la candidatura del general Agramonte como el futuro gobernante de Cuba Libre. He aquí la causa secreta de mi deposición."

El Presidente ilustre, por su parte, explica su actitud en la siguiente carta:

"Ciudadano Ramón Sánchez Betancourt. El Gobierno, que se ha querido reducir casi a la impotencia, a pesar de su buen deseo, tropieza con tantos obstáculos, se halla erizado de tantos escollos su camino, se le presentan tantas dificultades para las cosas, que no puede hacer todo lo que quisiera; sin embargo, trabajando poco a poco, pero incesantemente, logrará salir adelante. Efecto de ésto el que últimamente haya tenido que tomar' una medida que le ha sido muy sensible, porque es el primero en reconocer las dotes militares del general Máximo Gómez. Efecto de especialidad de carácter, de malos consejos, de falta de apreciaciones o de miras de otra naturaleza, es lo cierto que hacía tiempo se venían observando en el general tendencias a sustituir su voluntad y acción a las del Gobierno; éste toleró con paciencia faltas y abusos, hasta que últimamente algunos actos de notoria y pública desobediencia hicieron necesaria su separación. El Gobierno espera que este castigo obrará de tal modo en su ánimo que puedan volverse a utilizar en breve sus servicios militares"... .

El 29 de junio de 1872 se movía desde Jimaguayú a Santa Ana de Guanausí la columna mandada por el Capitán Feliú, compuesta de doscientos hombres, cuando se vió atacada rápidamente por fuerzas de infantería y caballería mandadas por el Mayor, que le destrozaron la vanguardia, lo que testifica el mismo parte español, cuando dice: "Agramonte tuvo la suerte de que la vanguardia española, mandada por el teniente Corbeira, no le contuviera, como pudo hacerlo, el cual con algunos soldados llegó solo al campamento. El resto de la columna acudió inmediatamente a proteger los enfermos y acémilas que quedaban." Lo que dice, .en buena lógica, que ante la embestida cubana centro y retaguardia se concentraron dejando abandonada, a su suerte, a la fuerza de vanguardia.

El 21 de julio de 1872 Agramonte escribía a su mujer, "Ya sé que algunas veces te alarmarán con sus falsedades; pero no debes creerlas", se refería a los periódicos españoles, que desde luego publicaban victorias de su parte. Y continúa el Mayor, "Desde San Ramón uso una espada que quitamos a los valientes de Pizarro en el rescate de Julio Sanguily. En cuanto a sus balas, me han muerto y herido caballos, me atravesaron una vez la manga de la chamarreta y otra me hicieron una pequeña contusión en una pierna, pero hasta ahora ni una sola herida". Esto era a los cuatro años de guerra y cuando aquel campeón de nuestra milicia había entrado infinidad de veces en combate. Pero dos días después, en el combate del Salado, recibía, como un aviso de la Providencia, un balazo que le atravesó ambos omoplatos.

El día 23 de julio de aquel año recorría ,el Mayor, con su escolta y una pequeña fuerza de caballería, la jurisdicción de Guáimaro, cuando tuvo conocimiento de que un fuerte destacamento español, compuesto de cerca de cien hombres, mitad voluntarios de Guáimaro y mitad tropa de línea, había salido con propósito de recoger ganado en la finca "El Salado", próxima a las ' "Minas de Juan Rodríguez", donde ya habían peleado cubanos y españoles, por rara coincidencia del destino, a las órdenes de generales extranjeros; un americano, mandando a los cubanos y un negro dominicano, a los españoles.

El combate, breve y al arma blanca, terminó con la destrucción total de la fuerza española, cayendo herido y prisionero su jefe el teniente Don Luis González y Estévez, a quien el Mayor envió con una escolta al poblado de Cascorro, impidiendo que sus subordinados, enfervorizados al verle herido, y en represalia con lo que España hacía, dieran muerte al jefe contrario. Algunos guerrilleros escaparon a la macheteada y lograron refugiarse en los vecinos pueblos de Guáimaro, Cascorro y Sibanicú, merced a la ligereza de sus caballos y al conocimiento que aquellos mercenarios tenían del terreno donde operaban.

El botín de guerra fué cuantioso, a tal extremo que parte del material ocupado, en este combate, fué remitido al gobierno de la República, para dotar a otras unidades, después de haberse equipado suficientemente las fuerzas del Mayor.

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Al día siguiente, por la tarde, entraba en Cascorro la "Compañía Volante de Voluntarios Movilizados de Matanzas", integrada por elementos extraídos de la escoria social, compuesta de cerca de doscientos hombres y mandada por un capitán, natural de Santo Domingo, que había militado allí, en la reserva, de donde nos vinieran Máximo Gómez, Luis Marcano y Modesto Díaz. Esta tropa operaba de ordinario como fuerza independiente y sus integrantes al par que saciaban, en toda vandálica excursión, su abominable sed de sangre, satisfacían sus insaciables apetitos de codicia cargando con cuanta cosa de valor se pusiera en su camino.

Refiere Juárez Cano que Agramonte tuvo conocimiento de la llegada de aquellos hombres a Cascorro y envió mensajeros para que informaran al Comandante Militar de que las prefecturas insurrectas en el cuartón de Jacinto estaban desguarnecidas. Tan pronto Alfaro, que este era el nombre del capitán de la Compañía Volante, tuvo conocimiento de aquel informe falso, se preparó para asolar la comarca. Y efectivamente, al día siguiente, 48 horas después de la victoriosa y sangrienta acción del "Salado", sale la Columna Volante en dirección a Jacinto. En este lugar el Mayor había preparado corrales simulados, para atraer al enemigo, que de seguro se dirigiría a ellos, tan pronto los columbrase, con el avieso intento de robarles todo el ganado. Agramonte, cuando recibe por sus patrullas exploradoras la noticia de enemigo a la vista, se dispone a la acción, colocándose sobre el rastro de la tropa española.

A las diez de la mañana, aproximadamente, de aquel día 25 de julio de 1872, la vanguardia de la Columna Volante llegó junto a los corrales de Jacinto. Agramonte, que marchaba sobre el rastro, a corta distancia del enemigo, casi todo de infantería, tan pronto observa que está llegando a Jacinto ordena el toque de degüello y aquellos hombres, que dos días atrás habían destrozado el centenar de soldados de González Estévez, envalentonados por el éxito, se lanzan en carga a fondo, insuperable e incontenible, sobre la célebre Compañía de Movilizados que rueda deshecha minutos después, bajo el filo de los aceros de aquella caballería sólo comparable a los llaneros de Páez o a los escogidos escuadrones del glorioso Seidlitz. De la macheteada escapar pudieron solamente algunos exploradores y los prácticos, por ir montados y por su conocimiento del terreno, sobre el que había quedado la flamante compañía que llevara en su marcha hacia Bayamo el General Valmaseda a fines de 1869.

Cuando la trompeta mambisa tocó alto a la carga, había por el suelo 180 enemigos muertos y heridos: Las bajas cubanas consistieron en tres muertos y siete heridos y entre las enemigas se encontraban los cadáveres del capitán Alfaro y de todos sus oficiales. Los prisioneros fueron juzgados inmediatamente y, condenados a muerte, se ejecutó el fallo en los árboles inmediatos.

El botín cubano consistió en diez acémilas, dos mil cartuchos, víveres, efectos de la oficialidad y de la tropa, seis caballos equipados, 192 fusiles y carabinas, machetes, revólveres, equipos, archivo, botiquín, etc. De labios del General Agüero hemos oído la anécdota que consigna Juárez: él, capitán entonces, que entró casi desnudo en combate, pudo vestirse y equiparse completamente, al igual que muchos cubanos, que carecían de vestuario y de zapatos.

Para conmemorar esta sangrienta jornada organizaron los cubanos el regimiento de infantería "Jacinto", que fué modelo de eficiencia y disciplina, hasta la Paz del Zanjón. Y en la guerra del 95 volvió a organizarse un regimiento, con el mismo nombre y de la propia arma.

Las dos acciones que quedan relatadas, son índice elocuente de la labor egregia realizada por el Mayor, quien había dotado a Cuba de tropas de caballería superiores, sin lugar a duda, a la propia caballería de línea española; y digo superiores porque lo eran la calidad de los caballos y la habilidad de los jinetes, cuyas cualidades somáticas les permitían formar con sus monturas una sola pieza, ideal acariciado, como un sueño, por los grandes jefes de caballería en la historia de esta arma, que aquí se ofrecía con todos los caracteres de la realidad, en virtud de la serie de circunstancias coincidentes en el hombre de Camagüey, de que hemos hablado, en el primer libro de esta obra.

Así pudo decir Fernando Figueredo: "Ese hijo de la intemperie, nacido en las ricas haciendas de crianza, acostumbrado desde niño a jugar con el caballo, enlazando y colocando las reses en las dilatadas sabanas de Camagüey, imaginaos un nuevo animal, un centauro, mitad hombre, mitad caballo, inteligente, ágil, atrevido, valiente, armado de un rifle corto, un machete y una espuela que maneja a discreción, con soltura y facilidad, pendiente el rifle de una bandolera, que lleva terciada, y el machete que sujeta un cordón, cuando desnudo, que se enreda a la muñecá: la espuela, el eslabon que une al hombré con el bruto y por ella se identifican y el uno obedece al otro; formaos una idea de lo que será un grupo de estos centauros, cuando embriagados por el combate, animados por el jefe, guiados por el más puro de los sentimientos, el amor a la tierra que le vió nacer, y exaltados por el odio al tirano, que lo oprime y lo veja, cae como una avalancha sobre su contrario, y arma al brazo, libre de la brida que abandona, afirmado en el estribo, despreciando los fuegos de la fusilería y el espantoso estrago de la artillería, salta por encima de la triple fila de aceradas bayonetas, y arrollándolo todo, atropellándolo todo, todo cuanto a su paso encuentra, entrando por este lado del cuadro, sale por el otro, acuchilleando, matando, destrozando... , y os habréis formado una idea pobre de lo que es la caballería camagüeyana y de lo poderoso de su empuje."

Hemos visto que el 10 de mayo de 1872 el gobierno de la República había nombrado al Mayor jefe del departamento de Santa Clara. Meses después hacía circular Agramonte, en toda la amplia zona de su mando, las siguientes instrucciones:

"Orden General de la Jefatura del Distrito de Occidente de 28 de julio de 1872.

"Con el fin de evitar entorpecimientos en las marchas y las graves consecuencias que en los combates suelen originar las voces desautorizadas, que se dan y se repiten, con perjuicio de las miras e intenciones del jefe de la fuerza, comprometiendo el éxito de la acción, y a veces la moral misma del ejército, así como de las que provienen de la demora, por entretenimiento del soldado, mientras despoja al vencido u ocupa efectos de cualquier clase, dando lugar así a que el enemigo se rehaga, en vez de impedirle que forme un centro de resistencia, lo cual puede a menudo convertir en desastre un triunfo ya consumado, el Cuartel General ha dictado las prescripciones siguientes:

"Primero: no se obedecerá en las marchas ninguna voz de mando trasmitida por las filas, sino las que lo sean por el condueto regular.

"Segundo: Los soldados se abstendrán, durante el combate, de dar y repetir voz ninguna de mando para practicar o efectuar movimiento alguno por más que les parezca seguro o inmediato su buen resultado, debiendo por el contrario dejar que los oficiales transmitan sin dificultad las del jefe respectivo, siendo deber del soldado obedecer estrictamente las órdenes superiores.

"Tercero: Ningún individuo del ejército, cuando se va cargando al enemigo, se demorará por ningún motivo a recoger efectos, ni a despojar a los contrarios derribados, pues esto es de la incumbencia de los que vienen detrás; debiendo los más avanzados ocuparse exclusivamente de derrotar al enemigo, evitando que forme núcleo alguno de resistencia y de lo cual deberán cuidarse los oficiales.

"Cuarto: Esta orden general se leerá a la tropa dos veces por semana, hasta tanto quede bien instruida de sus disposiciones y poseída de su espíritu sea supérflua su lectura. Ignacio Agramonte Loynaz."

Termina este año la vida militar de nuestro biografiado con las siguientes acciones: ataque por sus fuerzas al poblado de "Las Yeguas", el nueve de octubre; combate de "La Matilde" el 22; acción del "Carmen" el 29 de noviembre y combate de "Loma de Vapor" el 21 de diciembre.

Refiriéndose a la primera de las mentadas acciones de guerra, dice Pirala: "Que procedían activamente los insurrectos sus agresiones, y así acometieron al poblado y destacamento de "Las Yeguas", en el camino de Puerto Príncipe a San Jerónimo, sin tener apenas tiempo los vecinos para acogerse al fuerte, por lo imprevisto de la acometida, rechazada por la pequeña guarnición, imposibilitada en los primeros instantes de emplear todos los fuegos, como lo verificó desde las torres y trincheras del hospital, que algunos enfermos contribuyeron a defender, sin poder impedir que los insurrectos penetraran en el poblado." Las fuerzas cubanas se aprovisionaron abundantemente de lo que necesitaban y quemaron las casas del pueblecito, a la vista de los españoles, que se mantenían a la defensiva. La segunda de las acciones citadas la empeñó el Mayor solamente con su Estado Mayor y escolta. Iba de marcha el insigne capitán de la milicia cubana cuando se entera que en la zona donde operaba se encontraba una fuerza española. Acto seguido busca contacto y la carga al machete, derrotándola, haciéndole numerosas bajas al arma blanca y varios prisioneros. Entre las fuerzas de Agramonte marchaba el joven Augusto Arango quien hizo prisionero al alférez de voluntarios de Puerto Príncipe Don Miguel Ibargaray, hermano de uno de los que asesinaran, a principios de la guerra, en el Casino Campestre de esta ciudad, al glorioso veterano del 51 Augusto Arango, padre de aquel joven, quien no quiso matar en la carga al oficial español, ,capturándolo y entregándolo al Mayor. Sometido a consejo de guerra sumarísimo, en el que actuó de defensor Ramón Roa, fié sentenciado a muerte y ejecutado el mismo día sobre el campo de batalla.

La tercera acción costó la vida a Manolo Pimentel: Oigamos el relato que de la misma hace Ramón Roa: "Mi hermano, díjome Manuel, acentuando su acostumbrado cariñoso vocativo, tengo el presentimiento de que en la primera de cambio voy a morir por la Patria.... Tú sabes que mi antecesor, je de la escolta, valiente hasta la temeridad, fué J. de la Cruz, que con riesgo de la suya salvó una vez la vida al Mayor, que estos doce hombres que él mandaba, y yo mando ahora, no tienen mas Dios que el Mayor, y que su forma de adorarlo es lanzarse entre el enemigo irreflexivamente, como una legión de diablos. Para imponérmeles tendré que sobrepujarlos, buscando que 1 s españoles me hieran, porque no consentiré que ninguno de s subalternos mejore la plana a un habanero. ...Así iba diciendo cuando el fuego de la avanzada interrumpió nuestro diálogo, momentos después el Mayor, con su escolta, salía a galope a encontrar al enemigo. Nuestra fuerza montada se había desplegado en tiradores, en un pequeño declive del terreno atisbando la ocasión de lanzarse a la carga. Mientras los exploradores y escolta les fogueaban en guerrilla, por el frente, y nuestra infantería a buena distancia, a retaguardia, ocupaba una posición favorable para el caso de que los realistas los obligasen a retroceder."

"Los infantes enemigos, a pie firme, nos dirigían 'descargas repetidas, que fallaban las más por elevación, aventando la hoja-rasca de la arboleda que de trecho en trecho salpicaba l el campo. Una de tantas balas de fusil así disparadas, hubo de tronchar el tallo de una verde y lustrosa güira, que pesaba de 3 a 4 libras, por lo menos, en el instante preciso en que rápidamente pasaba nuestro buen capitán Federico Diago, de la Habana, lar debajo del árbol cuyo era el mencionado fruto; el que desprendido, aplomo le cayó sobre la espalda, a tiempo que hendía los ares la detonación de una pieza de montaña. ¡Qué cañonazo me :un dado! exclamó Diago, contrayéndose de dolor por la contusión, pero sin detenerse en ,el tropel del galope; y al dirigirnos a él los más inmediatos, vimos rodar hecha pedazos la derribada güira, que exhibía sus blancas tripas desparramadas entre las hierbas, por los furores de la guerra."

"Lentamente renovó el enemigo su movimiento de avance; hasta hacer alto enfrente de nuestros tiradores, quienes a fuego graneado se fueron replegando con dos heridos de consideración, el Comandante H. M. Reeves, que lo fué gravemente en el abdomen y el Capitán Tomás Rodríguez, en un pie. Una sección de exploradores quedó cubriendo nuestra retirada."

"Entre tanto, el general Agramonte colocó sus fuerzas de infantería en actitud de defender el campamento, pasando la caballería a formar la reserva."

"Sobre el portillo de una cerca de "mayas" puso al teniente Escipión de Varona, con algunos números, y detrás de éste, escalonado al teniente Manuel Pimentel, con. la Escolta; por allí se esperaba el grueso del enemigo, que no tardó en iniciar el ataque con fuego de fusilería; Varona, "el niño del campamento y el hombre del combate", le recibió como acostumbraba el incomparable doncel, oponiéndole temeraria resistencia bajo una lluvia de plomo, hasta que cayó mortalmente atravesado por el pecho. Avanzó Pimentel con la Escolta, y a poco ¡maldito presentimiento! cayó también, con una herida en el cuello, y, al desplomarse exánime, otra bala le penetró en la región occipital."

"Se reforzó la línea y se aguardó el avance general, pero de improviso cesó el fuego del enemigo y un silencio incomprensible sucedió al estrépito de las armas. ¿Se le había acaso rechazado, siendo sus fuerzas superiores, sin que mediara grande empeño ni porfía? ¿O era aquélla una estratagema, para encubrir un movimiento combinado? De nuestra parte se adoptaron todas las medidas de precaución que el caso requería y nos quedamos en espectación con natural incertidumbre y no disimulada impaciencia, que las pausas en la guerra saben mal cuando se está oliendo la pólvora. Demasiado próxima la noche, no parecía lógico esperar ya nuevas acometidas de un enemigo, a quien no era dable sorprendernos; pero ¿qué motivaría aquel espantable silencio? ¿Aquella cesación de hostilidades apenas rota la primera lanza?"

"¡Se fueron! dijo. ¡Van huyendo en diferentes grupos y en donde no hay vereda van arrollando esos maniguazos que dá lástima! Ello es que se marcharon fraccionados. Ni el "Mayor", ni nadie pudo explicarse semejante retirada, la que a todos nos dejó estupefactos. Tendrían órdenes terminantes de vivaquear en otro sitio estratégicamente fijado."

"En medio del mayor recogimiento se dió sepultura a los cadáveres de Pimentel y de Varona, modelos de disciplina y de amor patrio, y se despacharon los heridos con el Dr. Luaces, un practicante y una pequeña escolta para dejarlos en el lugar menos expuesto a las irrupciones del enemigo, que era el maximo de seguridad entre nosotros".

La última acción, con la que se cierra la campaña de este año, la dió el Mayor contra una columna compuesta por el batallón del Rayo al mando del teniente coronel Camps y Feliú. Los españoles eran 450 hombres de infantería y 80 de caballería y los cubanos 250 jinetes del Camagüey, apoyados por un centenar de infantes. La acción fué reñida. El caballo del coronel Camps recibió un balazo, a dos pulgadas del ojo derecho, teniendo que descabalgar dicho jefe, a quien también le mataron el próximo caballo que utilizó.

El Mayor dirigió admirablemente la acción, causando muchas bajas a la columna, que sostuvo sus posiciones, mientras los cubanos se retiraban ordenadamente por falta de cartuchos.

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El 18 de abril de 1873 llega a la Habana el Capitán General Pieltaín y una de sus primeras disposiciones fué ordenar que se acudiera prontamente a batir a Agramonte, lo que debía de ejecutarse antes de que principiara la época de las aguas. Esto marca, por si sólo, la importancia que para el gobierno español tenía la figura guerrera de nuestro caudillo que ya, en el año que vamos a historiar, había propuesto con fecha primero de enero, un plan de invasión a occidente pidiendo, como hemos dicho más arriba, solamente 400 armamentos de precisión; él tenía los soldados y ansiaba, confiado en sus altas dotes, que en las llanuras de las Villas sintiera el español tirano el trote de su corcel de, guerra, nuncio seguro del éxito por toda Cuba acariciado.

Pero el Gobierno, que ya había aplazado la petición de Gómez, menos optimista que el Mayor, aprueba y aplaza nuevamente el sabio plan de estrategia notable. Concedamos Otra vez la palabra al glorioso veterano Ramón Roa:

"Sin duda, propúsose Agramonte redoblar sus empeños militares, cuando el día primero de enero de 1873 dirigió al Presidente de la República una carta semioficial, en la que excitaba el ánimo del Gobierno a la realización inmediata del pensamiento salvador de nuestra causa, que era nada menos que invadir el territorio de las Villas, abandonado en definitiva desde el desastre de las Varas y muerte de Diego Dorado, para cuya reconquista, por decirlo así, solamente exigía, en su concepto, que se le enviasen 400 armamentos de precisión, provistos de una cantidad regular de municiones, sin que por el pronto fuese necesario acudir a un esfuerzo de tropas para llevar a cabo operación de tanta trascendencia."

"Anticipándose, con buen razonamiento, a la aprobación del Gobierno, pocos días después despachó al comandante Francisco Jiménez a fin de que, allende la trocha de Jácaro a Morón, preparase el terreno para la mejor ejecúción de sus proyectos."

"Agramonte confiaba mayormente en las fuerzas villareñas que tenía a sus órdenes, bajo las inmediatas de jefe tan heroico como el brigadier José González Guerra, quien además le era muy adicto; por lo que en él tenía un celoso cumplidor de todas sus disposiciones y medidas, encaminadas a mejorar los servicios."

"Contaba aquel general, a mayor abundamiento, con la disciplina proverbial de su tropa camagüeyana, ya para dejar cubierta su base de operaciones a retaguardia, ya para rodearse de un escogido contingente de caballería, arma que gozaba de merecido prestigio por su intrepidez y arrojo, de los cuales los españoles mismos se hacían lenguas, especialmente después del caballeroso rescate del brigadier Julio Sanguily".

"El General Agramonte, a favor de su espíritu, recto y justiciero, de su tacto en el manejo de la cosa pública y de su conocimiento de los hombres, que le permitía ser inflexible, sin dejar' de ser bienquisto, merced al buen ejemplo, que en todo y para todo, a todos daba. había logrado lo que, medida la intensidad del mal, hubiera sido para todos obra de romanos, que no era un punto menos la de obtener que el villareño, algo así como peregrino displicente, olvidase las ofensas y el despojo de que fueron objeto sus conterráneos, por parte del camagüeyano general Manuel de Quesada, con el especioso pretexto de organizar las distintas armas del Ejército en los comienzos de su mando."

"Agramonte, en efecto, había logrado destruir de cuajo todo sentimiento de regionalismo, entre villareños y camagüeyanos, por lo que aquéllos llegaron a sentirse como en casa en la tierra del "Lugareño", en donde formaban una valiente división del Ejército; y los camagüeyanos, a su vez, gustaban de alardear de esa hospitalidad que en pueblo tan viril fué característica, cuando el infortunio llenó de huéspedes su territorio, bravamente por éstos defendido, como campeones de la libertad."

Si se considera que los párrafos anteriores salieron de la pluma de un villaclareño, podrá ponderarse la admiración y simpatía de que gozaba el Mayor entre aquella gente y si se estudia, con ojo de estratega, el plan de Agramonte se descubre en el acto su bondad.

Es un hecho indiscutible que el acontecimiento más importante de la guerra de 1895 a 1898, lo constituyó la invasión, que llevó el fuego de la Revolución a las provincias occidentales, recogiendo elementos importantes de guerra, en la larga ruta recorrida, y alzando a toda Cuba en armas contra la nación opresora; y nadie puede dudar que el arma que realizó ese milagro bélico fué la caballería. Así la célebre frase del General Gómez que compendia, con nitidez y precisión admirable, toda su estrategia: "Nada importa flanco y retaguardia sucios, frente limpio."

Imagínese lo que hubiera resultado de la invasión en 1873, cuando los fusiles enemigos eran muy inferiores en precisión y rapidez de tiro al máuser, que empleó el ejército español en aquella segunda campaña, y cuando la caballería camagüeyana había llegado al grado de perfección y eficiencia qué le hemos podido apreciar, en el estudio de los múltiples combates librados por el Mayor. Aquí, en Camagüey, había sólo los puntos fuertes de la línea Camagüey-Guáimaro, y las dos ciudades costeñas, que se mantenían en poder del enemigo; en tanto en Santa Clara decenas y decenas de pequeñas guarniciones se ofrecían, pródigas de armas y pertrechos y fáciles a la captura, al ejército cubano; guarniciones que hubieran ido cayendo, como lo fueran en Habana y Pinar, durante la invasión del 95 y que hubiesen ido repletando las cananas de nuestros soldados, con cada éxito más enardecidos, y cada día más seguros de vencer. Pero todo se frustró, porque la Providencia habíalo dispuesto de otro modo; que no es falsa la frase formidable de Bossuet: "El hombre se mueve y Dios lo conduce."

El día 5 de enero inauguran las tropas del Mayor la campaña de este año 1873 con el combate de Buey Sabana, quedando dueñas del campo y obligando al enemigo a retirarse, con bastantes bajas.

Principia el combate lanzando el jefe cubano una punta de caballería sobre el enemigo, que contesta con fuego de artillería y avanza hacia el campamento nuestro, en donde Se le recibe con fuego graneado, por aquella admirable infantería de las Villas, en tanto que la caballería y tropas de infantería del Camagüey, cargan sobre él, obligándole incontinenti a retroceder. Reforzados los españoles intentan un segundo asalto, en el que son rechazados nuevamente, retirándose a la casa de "Curana", lugar de donde les sacaron los cubanos, con su punta provocadora. Las bajas nuestras en esta acción consistieron en dos muertos y diez heridos. Se recogieron rifles, un caballo equipado machetes y parque.

Al día siguiente se ordena un asalto al campamento enemigo, por exploradores e infantería de las Villas, retirándose los cubanos hacia "Limpio Grande", después de haber llenado s, misión.

Durante los días sucesivos continúan las fuerzas del Mayor marchando constantemente, hasta el 21 de enero, en que dá la acción en el camino del Jobo a la Ceiba, que dura una hora y de cuyo campo los españoles tuvieron que retirarse.

El combate tiene el mismo matiz que el anterior,, pues a las cuatro de la tarde se advierte en el campamento cubano que un grupo de caballería enemiga persigue a los exploradores, por 1c que sale al encuentro de la contraria tropa la primera compañía del primer batallón de las Villas que le carga, rechazando al enemigo. Bajas cubanas: dos muertos y tres heridos. Bajas españolas: seis muertos y diecinueve heridos, que llevaron al siguiente día a Magarabomba; mandaba la columna española el coronel Macías, que demostró su tenacidad y valor peleando tres días después con la propia fuerza de Agramonte, en la Sabana de Lázaro. Veremos como se desarrolla esta acción:

A las cuatro de la tarde del día 24 de enero de 1873, asaltan, bajo abundoso aguacero, el campamento del Mayor, establecido en la "Ceja de Lázaro", tropas españolas al mando del citado coronel Macías. Lo imprevisto y violento de la acometida, que constituyó una sorpresa para el mando cubano, hace que sus jinetes entren en acción sin haber puesto las monturas a sus corceles; pero la excelencia de su caballería les permitió repeler el ataque y después de reñida brega hubo que dejar el campo al enemigo, que confesó cuatro muertos y once heridos. Las bajas cubanas consistieron en tres muertos y seis heridos, habiéndose ocupado algunas armas y pertrechos; pero perdido al capitán José Moreira y teniendo herido gravemente, a un teniente. El "Diario" del Mayor, llevado por su secretario Ramón Roa, dice de esta acción:

"1873. Enero 24.—"Boca Potrero", "Babiney Amarillo", "Laguna del Descanso" y "Sao de Lázaro". Por el camino de Magarabomba hizo fuego nuestra avanzada, confundiéndose los disparos, bajo un recio aguacero, con golpes de guano al caer. El enemigo, fuerte de 300 jinetes, se presentó de súbito a la entrada del campamento. Nuestra fuerza montada hizo frente y cargó, siguiéndola gran parte de la infantería. Los enemigos, pie a tierra, se defienden; muchos mueren al machete y la mayor parte, en desorden, se repliega; nos apoderamos de muchos caballos; nuestra fuerza carga al convoy enemigo y éste se rehace y carga; los nuestros se retiran, abandonando la mayor parte de los caballos recogidos. La lucha fué tenaz, cuerpo a cuerpo, y se hicieron alardes de valor, tomando prisioneros. El enemigo sufrió considerable número de bajas. Las nuestras: Actiagno, herido, Villas, primer batallón; muertos, el capitán José María Moreira, un cabo y un soldado, herido un cabo del segundo batallón; heridos, un sargento, un cabo y dos soldados. Total: 3 muertos y 6 heridos. Ocupó el primer escuadrón, una carabina remington y dos caballos. Ocupó el segundo escuadrón dos armas de precisión, con cápsulas, y tres caballos con montura. Ocupó la escolta del Cuartel General ocho caballos y 36 cápsulas, ropa y otros efectos."

Los españoles confesaron haber perdido en este combate un sargento y tres guerrilleros muertos, y once heridos.

Durante los primeros cinco días de febrero realiza constantes marchas la columna de Agramonte y el día sexto sostiene un encuentro con el enemigo en el "Ciego de Najasa", habiendo durado el fuego cuarenta minutos. En esta acción recibió una herida en el cuello el doctor Antonio Luaces. El día 9 sostuvo el Mayor otro encuentro en "San Miguel", resultando heridos el teniente coronel Antonio Rodríguez y el capitán de Sanidad José Miguel Párraga. Antes de romperse el fuego habían llegado al campamento los heroicos comandante Reeve y capitán Diago. Veamos el "Diario de Operaciones" del Mayor, refiriéndose a la mentada acción:

"9 de febrero de 1873. Domingo. Como a las siete y media se presentó el enemigo en "San Miguel" y trabóse combate durante cuarenta minutos, siendo herido el teniente Coronel Antonio Rodríguez, del Oeste, y dos individuos de tropa, el doctor Párraga, del Sur, y cuatro sargentos, un cabo y seis soldados de las Villas. Antes de romper el fuego habían llegado el comandante Reeve y capitán Diago; marchamos todos a "Rincón-Arriba", "Sabanitas" y "Genoveva Pacheco". Al rancho de Jesús Mendoza, llevados por Agustín Carmenates, sargento Jesús Socarrás, enfermo y Patrocinio Mancebo. Heridos, todos, enviados al Oeste."

En tanto en la manigua cubana se continuaba bregando fieramente, por la libertad, en España se había proclamado la República y el día 15 de febrero, de aquel año, se publicaba en Camagüey la siguiente orden:

"Orden de la Plaza del 15 de febrero de 1873. Según telegrama recibido del excmo. Sr. Capitán General ha sido proclamada la República en la Península, por abdicación del Rey Amadeo, habiendo quedado constituido el Gobierno en la siguiente forma: Presidencia: Figueras. Guerra: General Córdoba, Marina: Berenguer, Fomento: Becerra, Hacienda: Echegaray, Gobernación: Pi y Margall, Estado: Castelar, Gracia y Justicia: Nicolás Salmerón. Ultramar: Francisco Salmerón.

Lo que de orden excmo. Sr. General en Jefe se hace saber para conocimiento del Ejército. Puerto Príncipe, 15 de febrero de 1873."

El 1º de marzo de aquel año dispersan las fuerzas de Agramonte una guerrilla que conducía ganado, y le ocupan armas y municiones.

El 3 de marzo Agramonte, al frente de su escolta, estado mayor y el segundo escuadrón de cazadores montados, derrota a una fuerza de caballería a las órdenes del capitán Manuel Olega, de la Guardia Civil. Recorría el Mayor los talleres de montura, de serones, soga, sudaderos, fábrica de cal, depósito de azufre y armería, ocupación que entreteníale buena parte de su tiempo y que evidencia sus cualidades de general, pues ese aspecto de la milicia, que constituye la administración, no debe descuidarse nunca; cuando, hallándose acampado, los tiros de la guardia anuncian la presencia del enemigo. Inmediatamente se oye en el vasto escenario del campamento el agudo toque del clarin, llamando, a las armas y formada rápidamente la tropa veterana, parte a encontrar al enemigo. Mandan las tuerzas contrarias, además del citado capitán, el teniente de caballería del Príncipe Enrique Muñiz. Y como ocurre siempre, cuando dos fuerzas de caballería se encuentran al arma blanca, la más débil cedió el campo a la más fuerte, convirtiéndose la fuga en espantosa derrota, con ensangrentada secuela de cadáveres y heridos. Así, cuando la trompeta cubana llamó a sus fieles, para el pase de lista, había sobre el terreno 28 cadáveres españoles. Se hicieron dos prisioneros, se ocuparon caballos, carabinas, sables, revólveres y parque.

Sobre el campo de la acción fué ascendido a teniente coronel, el comandante Henry Reeve facultad que, dice Roa, tenía el general quien propuso, además, el ascenso a coronel del referido valiente americano diciendo: "Y no extrañe al gobierno que se 'sucedan casi sin interrupción las propuestas de este digno jefe para coronel y para brigadier. Necesito un segundo en Camagüey y desgraciadamente entre los muchos jefes superiores en el Departamento de mi mando, no encuentro uno que reuna las, aptitudes indispensables que concurren en este jefe para secundarme. El comandante Reeve, con sus relevantes cualidades, se hace acreedor a toda mi confianza, y creo de mi deber prevenir al Gobierno de la República favorablemente hacia este joven extranjero."

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El 8 de marzo de 1873, libra el general Agramonte el combate de Aguará, contra una fuerza española superior, la que salió derrotada.

Como a las dos de la tarde de este día una columna española al mando del comandante Sánchez del Campo, en número de 300 hombres, de infantería de la Reina y contra-guerrillas de Puerto Príncipe, se encontró con el campamento donde se hallaba el Mayor General Ignacio Agramonte con el primero y segundo escuadrón, su estado mayor y escolta.

Tan pronto la guardia cubana anunció enemigo a la vista, se colocó sobre las armas el campamento, saliendo las tropas al encuentro del español, a quien cargaron, arrollándolo y obligándolo a replegarse, perseguido, hasta las márgenes del río, repasado el cual se parapetó su infantería en la barranca opuesta, desde la cual abrió nutrido fuego de fusilería. Sobre el campo quedaron diez cadáveres enemigos y, según propia confesión de los españoles, por sus partes oficiales, tuvieron veinte muertos y gran cantidad de heridos, entre éstos el propio comandante Sánchez del Campo, quien lo fué de tal gravedad que murió poco después.

En la propia sabana, frente al enemigo, y a tiro de fusil, desplegó el Mayor sus escuadrones haciéndoles maniobrar y provocándolo a fin de que empeñara combate nuevamente, lo que no pudo lograr.

Las pérdidas cubanas consistieron en un muerto y cuatro heridos, habiéndose apoderado nuestras tropas de un buen número de caballos, fusiles, cápsulas, monturas, machetes, etc.

Ramón Roa, hablando de la acción de "Aguará" y en palabras liminares a su descripción, dice que el Mayor dirigió una carta a Vicente García, Jefe de Operaciones del Distrito de las Tunas, dándole conocimiento de ciertos planes del enemigo e invitándole a ponerse de acuerdo, con la mira de destruir aquéllos. Que la aludida carta mereció pronta y honrosa contestación del caudillo de Las Tunas, el que ofreció sus servicios, al frente de sus tropas, al general Agramonte. Tal era, dice Roa, la consideración que Agramonte merecía a sus conmilitones de la Revolución armada.

El día 7 de mayo de 1873 recorría el general Agramonte la zona de cultivo de Puerto Príncipe, que se había extendido a unas tres leguas por el Tínima, hacia el Sur, y donde se encontraba enclavado el fuerte "Molina", que custodiaban fuerzas de la Guardia Civil.

El Mayor tocó la trompeta y provocó al enemigo que, en número de 50 a 60 hombres de infantería y caballería de la Guardia Civil, salió a pelear. Esta fuerza, en combate con la tropa de Agramonte, fué rápidamente derrotada, habiendo dejado sobre el campo diez cadáveres y llevádose algunos heridos. Los derrotados se ampararon en el fuerte, abandonando muertos, armas, caballos y pertrechos, que ocuparon los cubanos, quienes destruyeron por el fuego la casa de vivienda contigua al fortín, de la que extrajeron cuantos efectos útiles había.

Cuando estos hechos sucedían, recorría la zona de cultivo, ya dicha, el teniente coronel Abril con tropas de Guardia Civil y del Regimiento de la Reina quien, desde luego, acudió al lugar de la acción; llegando después de terminada y cuando los cubanos se habían movido hacia la finca "El Rosal". Abril persigue a la tropa mambisa y tan pronto la encuentra se lanza a la carga. La caballería nuestra contesta con una descarga de fullería, lanzándose inmediatamente en terrible contracarga a fondo con tal ímpetu que el enemigo, perdida la cohesión y resquebrajada la fuerza moral, vuelve grupas precipitadamente, resultando vanos los esfuerzos de la oficialidad por mantenerlo firme, y convirtiéndose la acción en una macheteada formidable, la que en vano impedir intentaron los heroicos oficiales españoles, quedando sobre el campo de la acción 47 cadáveres; entre ellos loa del teniente coronel citado, un capitán graduado, un capitán efectivo, un alférez y 43 alistados.

Se ocuparon 48 rifles, 2.600 cápsulas, 47 armas blancas, 40 caballos, monturas, equipos, ropas, etc. Las bajas cubanas consistieron solamente en un capitán herido. Se repetía el fenómeno, frecuente y conocido, en los anales de la caballería de todos los tiempos, a que hace rato venimos aludiendo.

Este éxito de Agramonte lo produjo la incontrastable superioridad de su caballería y la veneración y fanatismo que por él sentían sus subordinados. Muy pocos días hace que oímos de los labios del Sargento Luis García Ramírez, ya citado,, el relato de esta gloriosa acción en la que el Mayor electrizó a sus hombres al darles el grito de ¡A caballo, muchachos! (9) Es conocida en la historia con el nombre del "Cocal del Olimpo".

Veamos el parte oficial que aparece en el "Diario de Campaña" del Mayor Agramonte.

"Mayo 7.—Olimpo, Rosario y fundo de Santa Cruz. Se capturaron algunos paisanos; se recogieron armas blancas, ropas y vinieron voluntariamente a nuestras filas Salvador Betancourt y Rafael Zaldívar; aquél con un rifle. Al frente de la finca se capturaron cinco trabajadores con machetes y ropa; al ingenio de Zaldívar, y se detuvieron a algunos trabajadores. A Miranda; se recogieron dos bestias, comestibles y ropa; y a Molina, donde se cogió a unos carreteros y seguimos a un potrerito inmediato al fuerte, en el cual se trancaron, a tiro de rifle del enemigo, ocho bestias y se tomó un prisionero, de la Guardia Civil. Se tocó la trompeta y provocó al enemigo. Se ejecutó al prisionero. De regreso a Santa Rosa, y cerca de la casa, enemigo por la retaguardia, como 50 hombres de infantería y caballería de la Guardia Civil. Fueron derrotados completamente, obligándolos a ampararse en el fuerte, dejando 10 cadáveres en el campo, arma y caballos. Se llegó a la casa de vivienda del fuerte; fué incendiada y se extrajeron efectos. Heridos el trompeta de caballería Manuel, el caballo del teniente coronel Reeve ("Tigre"), y muerto uno del primer escuadrón. Regreso a "Santa Rosa", "San Fernando" y el "Rosario"; alto para despachar los prisioneros; fuego por retaguardia. Nuestra fuerza retrocede ocho o diez cordeles, a tomar posición: al presentarse el enemigo (más de 100 hombres de la Reina y Guardia Civil), que venía cargando, sable en mano, se le hace una descarga y nuestra gente se lanza sobre ellos con tal ímpetu, machete en mano, que aquéllos vuelven grupa con precipitación, y aunque dos veces trataron de hacerse, firmes y oponer resistencia, el empuje de los nuestros lo impidió, matándole 47 hombres, "entre ellos el teniente coronel Abril, un capitán graduado, un capitán efectivo, un alférez, etc. persiguiéndolos vivamente, hasta su campo atrincherado, donde se refugiaron. Por nuestra parte fué herido el capitán R. López, herido los caballos del teniente coronel Reeve y comandante Rafael Rodríguez. El comportamiento de los nuestros fué brillante, habiendo sobresalido el teniente coronel Reeve, por su denuedo, el alférez Tomás Rodríguez y el soldado J. de la C. Sánchez, ocupándose por las distintas fuerzas 48 rifles, 2.600 cápsulas 47 armas blancas, 40 caballos, monturas, equipos, ropa, etc. Por el "Rosario" a "San Pablo". Distribución del botín."

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Al día siguiente se dirige el Mayor General Agramonte, según consta de su "Diario de Campaña", al campo de Jimaguayú, donde se había dispuesto una concentración de tropas de las Villas y Oeste, llegando allí el nueve, al mediodía, entre las delirantes aclamaciones del ejército acampado. Su entrada en aquel campo revistió caracteres de apoteosis, pues frecos todavía los laureles alcanzados en brillantes combates contra el enemigo de la Patria, presentábase ahora cargado con las palmas que el hada de la victoria entregárale en los llanos del Cocal. Por ello, reconociendo sus méritos egregios, las tropas de las Villas y Caunao, que allí se encontraban acampadas, al presentar s s armas al paso de aquel hombre, que venía al frente de sus marciales huestes y encarnaba la persona misma del Dios de la Guerra, del héroe invicto que las habría de llevar, por caminos de 'ictoria, al través de las bayonetas enemigas, al capitolio de los libres, prorrumpieron en entusiastas y atronadores vivas al general y a su ejército.

En ese campo, donde tanta gloria se conquistara para Cuba, esperaban al Mayor el brigadier José González, los tenientes coroneles Lino Pérez y N. Moral y los comandantes Cecilio González y Manuel Sánchez. oficiales superiores todos del mama de infantería, de los citados regimientos. Como oficial subalterno, de mucha nota y que desempeñara importante papel en la acción de Jimaguayú, debemos citar a Serafín Sánchez.

Tan pronto el Mayor saludó a las tropas acampadas, se instaló sobre el flanco derecho del campamento, en lugar próximo a una de las márgenes del arroyo, que le atravesaba, y en seguida principió a ocuparse del estado de todas las fuerzas que allí se hallaban, de su organización, instrucción militar, equipos, etc.

Al punto se principiaron a realizar ejercicios en el campamento funcionando sin cesar la escuela militar: era práctica de aquél ilustre jefe en cada lugar en que acampaba para pasar más de dos días. (10).

El 10 de mayo fué de jácara y de júbilo en aquel lugar; la oficialidad de Caunao daba un banquete a la de las Villas, al que asistieron el general Agramonte, con todo su Estado Mayor, y el valiente coronel Reeve, con su oficialidad de caballería.

A las ocho y media de la noche había terminado la fiesta y entonces, bien por un ranchero que vivía cerca de Cachaza, según cuenta Serafín Sánchez, bien por uno de los monteros de las tropas cubanas, Esquivel, cabo camagüeyano, que había violado la prohibición del Mayor de que saliesen en busca de ganado en la dirección de Puerto Príncipe, supo Agramonte que a Cachaza había llegado y acababa de acampar una fuerte columna española, de las tres armas. Minutos después el cornetín de órdenes tocó retreta y repetido el toque por las trompetas de los demás cuerpos se escuchó, de seguida, y, con sorpresa, por todo el campamento, el agudo y prolongado de silencio.

El Mayor dió las instrucciones pertinentes a los jefes de cuerpos y avanzadas y luego, con aquella calma serena, de los grandes guerreros, como Condé la víspera de la batalla de Rocroi, se tendió a dormir profundamente; pero como Argos, siempre con los ojos abiertos, ya a las dos de la mañana estaba en pie y preparaba la patrulla exploradora que salía, momentos después, para Cachaza, a buscar al enemigo.

Dejemos a Agramonte preparando sus huestes y trasladémonos al campo español. Pocos días antes se había hecho cargo, aunque interinamente, del mando del Departamento Central el brigadier Valeriano Weyler y Nicolau a quien, por una ironía del destino, había tocado reproducir la proclama que el Capitán Cándido Pieltaín dirigiera, en nombre del Gobierno de la República Española, a los habitantes de la siempre fiel Isla de Cuba. Weyler ordenó que saliera inmediatamente a operaciones, en la dirección donde debía estar el enemigo, que había destrozado a las huestes del infortunado Abril, una columna al mando del teniente coronel Rodríguez de León, integrada por 250 hombres del batallón de León, 240 de la columna volante, 74 de guerrillas a caballo y 1 pieza de artillería, servida por 60 hombres. Esta columna llegó el día 8 al fuerte Molina, desde allí a "Buey de Oro" y "San Fernando" enterró 45 muertos que encontró desperdigados por la ruta. y sobre el campo del "Cocal del Olimpo"; entre ellos dos capitanes y un coronel del ejército de España. abatidos por el filo de los machetes cubanos y abandonados, para pasto de las aves de rapiña, por los soldados que vencieran en Pavía y en San Quintín, que saquearan a Roma y que hicieran morder el polvo a los primeros generales de Napoleón el Grande.

Realizada su fúnebre tarea, siguió la columna española por "Yareyes", "Santa Agueda" y "Cachaza" hasta "Jimaguayú", en busca de su enemigo.

Se halla situado el campo de batalla de Jimaguayú a 30 kilómetros al sur, en línea recta, de la ciudad de Camagüey; constituye un paralelógramo con tres lados limitados, en la fecha del infausto suceso, por el bosque, mientras por el otro lado se extiende amplia la sabana, por donde avanzaba, entrando por el camino de Cachaza, la tropa española.

Cruzan el campo dos brazos de un arroyo, que confluyen en un punto del potrero, situado al sur y casi coincidiendo con el eje norte-sur del cuadrilátero. Las fuerzas cubanas esperaban al enemigo en las siguientes posiciones: Su centro, en el fondo del potrero, ocupando el lado sur del paralelógramo, y dando la espalda al monte inmediato; estas fuerzas estaban formadas por ,el regimiento Caunao y la infantería de Serafín Sánchez; el flanco izquierdo ocupaba la línea oeste del paralelógramo, colocado perpendicularmente sobre la izquierda del centro, dando el frente al potrero, y teniendo su espalda apoyada en la faja de monte que cubre ese lado, constituía el clásico martillo de los mambises; el flanco derecho, por último, formábalo la caballería camagüeyana, situada al otro extremo de la posición; es decir, al este del vasto cuadrilátero, a distancia de sobre 800 metros del ala derecha de la infantería, que cubre el fondo, ala que mandaba, como se ha dicho, Serafín Sánchez.

Croquis del combate de Jimaguayú—11 de mayo, 1873.
Levantado en 1º de mayo, 1935.—Juan J. E. Casasús
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Esta situación de las fuerzas cubanas la ofrecen al historiador los planos y versiones siguientes:

Primero: el que aparece en la obra de Ubieta, hecho por los veteranos del Camagüey y que publicara el periódico "La Discusión" del lunes 4 de julio de 1910 (11); Segundo: el que publicó el "Diario de la Marina" de La Habana, en su edición de 11 de mayo de 1921; Tercero: el que publicó el "Boletín del Ejército", colección de 1930 y Cuarto: los relatos de Serafín Sánchez, Carlos Pérez Díaz, los veteranos citados y el sargento Luis García Ramírez (12). Difiere de esa colocación el plano que presenta Lagomasino, para quien las fuerzas cubanas ocupaban posición al norte, al oeste y al sur del cuadrilátero.

Muchos historiadores y veteranos, al hablar de la presencia enemiga en Cachaza, de lo que tuvo conocimiento el Mayor a las ocho de la noche, se refieren a las disposiciones que tomó para el siguiente día y a la orden de entregarse al descanso inmediatamente, implicada en el toque de silencio; pero el historiador reflexivo tiene que presumir, y casi aseverar, como a la pericia y experiencia del Mayor no podía ocultarse el peligro que próximo tenía, ya que Cachaza está aproximadamente a cuatro kilómetros de Jimaguayú, y la posibilidad de que el enemigo, con conocimiento de su campamento, se decidiese a atacarlo por sorpresa. Serafín Sánchez afirma que Agramonte despachó exploradores sobre el enemigo; de seguro que estos exploradores constituían fuerte destacamento, colocado en la ruta obligada de aquél, y de seguro también que el Mayor aquella noche reforzó las guardias de su campamento, para ponerse a cubierto de sorpresa.

A las cinco de la mañana del día 11 resuenan en los ámbitos del campamento cubano las notas alegres de la Diana y momentos después nuestro gallardo general adopta las disposiciones procedentes para el combate. A las seis lo hallamos dando órdenes a los jefes de infantería, mientras ya la caballería de Reeve, en el otro extremo del campamento, y que mira desde su posición Serafín Sánchez, realiza movimientos tácticos.

No podemos entrar en la descripción del combate de Jimaguayú sin llamar la atención del lector hacia los cuatro planos que teníamos para su estudio. Entre ellos se advierten contradicciones notables acerca del lugar donde murió el Mayor, y de cuál fué la fuerza que hubo de matarlo.

Guardando el respeto que estos estudios, la probidad intelectual y la cortesía imponen a toda persona bien nacida, debemos declarar que los cuatro planos referidos, levantados tal vez fuera del terreno, contenían tales y tan substanciales diferencias que a nosotros, acostumbrados a estudiar en la escuela de la guerra las acciones militares sobre el mapa, nos impidió, tanta incongruencia, realizar ese estudio, para presentar la acción con la precisión y claridad con que debía ofrecerse en una obra de esta naturaleza.

Para obviar ese grave inconveniente fué que nos dirigimos al lugar del combate, y allí sobre el campo memorable, tomando como base tres puntos de situación precisos, levantamos el plano que ofrecemos al lector, en el cual se cumplen los requisitos esenciales de la cartografía militar.

Copia del croquis que aparece en el "Boletín del Ejercito," año 1930.
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Recomendamos, pues, que se estudie el combate por nuestro croquis para, posteriormente, y con conocimiento del mismo, enjuiciar los errores cometidos por quienes llevados de un noble afán levantaron obras de esta naturaleza fuera del terreno, a donde precisa constituirse, para tomar orientación, puntos y medidas que nos permitan levantar, con precisión y seguridad, el croquis, trabajo sencillo; pero delicado.

Este plano apareció en la edición del "Diario de la Marina" del 11 de Mayo de 1921.
A su pié dice: "Hecho por varios veteranos,, Difiere del remitido por E. Lor. de Mola.
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Los croquis citados, con la sola excepción del de Lagomasino, carecen tanto de escala como de orientación y el presentadó por éste, atribuido al comandante Ramírez, además de carecer de escala, viola las reglas de la cartografía, al situar los puntos cardinales; ésto, por si sólo, constituye serio obstáculo para el estudio de la acción sobre el citado croquis.

Copia del plano que presenta a la historia Enrique Ubieta, sin explicar el nombre del autor.
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El enemigo, de seguro que muy temprano estaba sobre las armas, porque ya a las siete de la mañana se escuchaba en el campamento cubano el tiroteo, entre nuestras patrullas y la tropa española, que avanzaba, en pos de aquéllas, razón por la cual se va sintiendo más cerca el fuego, hasta que irrumpe, con gran des precauciones, aunque parezca paradoja, en el campo de Jimaguayú. De su centro entonces parten, hacia los flancos derecho e izquierdo, fuertes destacamentos de infantería y caballería, que chocaron con los respectivos flancos cubanos, choques que constituyeron en sí la acción; siendo rechazado el flanco de caballería española por la camagüeyana; en tanto la infantería se mantuvo a distancia, haciendo fuego de fusil.

Ramón Roa dice que el Mayor no pensaba entablar acción formal con el enemigo, porque para el 24 de ese mes de mayo había convocada una junta de jefes militares en las Tunas, en que se iba a. proponer su nombramiento para el cargo de General en Jefe del Ejército Libertador, que había tiempo se encontraba vacante; este criterio de Ramón Roa lo comparte el nieto del Mayor: pero las disposiciones que adoptó para el. combate, el orden de colocación de los distintos elementos que el mando tenía y su actitud posterior, revelan lo contrario. Corrobora esta tesis nuestra Loynaz del Castillo, quien dice que Serafín Sánchez le manifestó en la guerra que el Mayor, desde el principio del combate, decidió sostenerlo hasta la destrucción del enemigo, lo que le parecía posible, por la poderosa infantería y la situación en que la colocó. El enemigo, fusilado de frente y de flanco, recibiría al retroceder la carga de aquella caballería incontrastable.

De seguro que si el Mayor no cae en la emboscada artera, que le costó la vida, Jimaguayú hubiera contemplado un macheteo como el de "Jacinto" o una carga demoledora, como la del "Cocal", en proporciones superiores.

Según la propia versión de Roa, antes de comenzar la acción el Mayor se hallaba en la derecha cubana y allí, volviéndose a los hombres de su estado mayor, les dijo: "Mis amigos, yo no voy a pelear, quédense ustedes con el doctor a las órdenes del jefe de la caballería." (13) Que dió instrucciones a ésta de encontrarse con él en la finca "El Guayabo" y se fué a inspeccionar toda la línea, dirigiéndose hacia el centro, donde estaba la infantería de Serafín Sánchez, cubriendo la vereda de Guano Alto, y llevando de acompañantes a Rafael y Baldomero Rodríguez, Diego Borrero, Ramón Agüero y cuatro números de la escolta. Que momentos después ' los oficiales superiores Rafael y Baldomero Rodríguez, respectiva y sucesivamente, trajeron la ratificación de la orden; de retirarse hacia "El Guayabo."

Pero dejemos a Ramón Roa y vayamos al relato de Serafín Sánchez, ya que hacia éste venía el Mayor. Dice Sánchez, que Agramonte vino a situarse en el lugar que él cubría cuando ya la infantería de las Villas, izquierda cubana, peleaba con las fuerzas españolas; que le preguntó que órdenes había recibido del coronel González y al contestarle que la de mantenerse en aquel flanco, hasta recibir las del Mayor General, Agramonte le dijo: "pues bien, aguárdelas usted, y avance, después de recibirlas, en apoyo de mi escolta."

Croquis de la Accion de 11 de mayo de 1873.
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Hasta aquí los relatos concordes; a partir de aquí la discordancia y la contradicción llegan hasta poner una nota de ignominia en la acción de Jimaguayú. Ceda el paso, pues, la historia inmediata a la historia reflexiva y veamos como ocurrió la muerte del Mayor.

No hay duda que mientras Agramonte recorría su extensa línea de infantería ya la izquierda cubana sostenía fuego con el enemigo y hablase dado principio al combate. Parece lo más probable que el general, después de hablar con Sánchez, recorrió todo el centro de la infantería y el flanco izquierdo, hasta la altura que ocupaba el centro de las Villas, según aparece en el plano nuestro, lo que corroboran los planos de Ubieta, del "Boletín" y del "Diario de la Marina", a que nos hemos referido, de donde salió en dirección a la caballería, que estaba en el extremo este del potrero, "porque allí se peleaba bravamente". Los planos a que venimos aludiendo aceptan esta marcha de Agramonte, desde la línea de infantería, en dirección a la caballería; no obstante la diferencia de punto de partida, que señala Ubieta.

No hay duda, por ser casi unánimes los informes cubanos, que su muerte ocurrió yendo en compañía de cuatro hombres: dos asistentes, el teniente Díaz de Villegas y el sargento Lorenzo Varona. Muerte gloriosa, pero sombría, que llega en el momento en que el general abandona su puesto para ocupar el de soldado; en el momento en que sale de la línea cubana unos centenares de metros dirigiéndose, imprudentemente, hacia su caballería, situada en el lado opuesto del potrero. Y en su recorrido; a doscientos metros de sus líneas, a cien del arroyo, y ya a la misma altura, donde 800 metros más al este se hallaba la caballería, recibe el disparo que le priva de la vida, procedente del flanco derecho, lanzado por la columna española. Flanco situado a 100 metros de distancia del Mayor. Aseguramos ésto, después de un prolijo y profundo estudio alrededor de la acción de Jimaguayú, afirmamos que Agramonte no llegó al cuerpo a cuerpo con la infantería enemiga, porque no hay un testigo presencial de nuestra parte que lo asevere, porque la versión de que mató a un soldado con la espada que el capitán Chucho Correa arrancó de las manos crispadas por la muerte del coronel Abril, (14) como dijera Ramón Roa, en un arranque de romántico entusiasmo, procede del campo contrario y porque lo niega un testigo mudo al que nadie, sin embargo, puede desmentir; me refiero al campo de Jimaguayú. Veamos: la versión del choque la rechaza el buen sentido, porque habiendo muerto Agramonte a cien metros al suroeste de una de las márgenes del arroyo, y a 200 metros de las líneas de infantería cubana, era necesario que el flanco español, que lo mató, hubiese cruzado el arroyo, de orilla escarpada y crecido por la época del año en que ocurrió el combate, tropa que necesitaba para ello introducirse prácticamente dentro de la línea cubana. Ese avance lo niegan todos los historiadores y supervivientes del combate, de modo implícito, cuando afirman que la columna se condujo con extraordinarias precauciones. Lo niega también el estudio crítico de la acción, pues el temor español lo corrobora la actitud durante el combate del jefe enemigo y la posterior, abandonando el campo y no iniciando la persecución de los insurrectos en retirada. Lo niega, por último, la posición de las fuerzas contendientes, que aparece ahí, en el plano nuestro, de lo que no puede dudarse, por la coincidencia de respetables testimonios. Para que ese flanco español pasase el arroyo era necesario que perdiese el contacto con su centro, y se colocase en la difícil posición que se advierte allí, para una fuerza, con el arroyo a sus espaldas y al frente, a 200 metros, una tan poderosa infantería como la de las Villas, mientras por el flanco izquierdo, a 350 metros de distancia, desplegados en batalla, cientos de infantes del Camagüey la hubieran fusilado sin piedad.

Agramonte cayó a 100 metros de la margen suroeste del brazo derecho del arroyo, en un lugar elevado, de su vertiente derecha, por lo que se comprende que la infantería enemiga, en la margen opuesta, cubierta por la alta yerba, pudo verle fácilmente, al destacarse sobre su caballo, ya que se hallaba en plano superior al ocupado por ella; pero el fuego se le hizo, y este documento irrefutable lo acredita, a distancia aproximada de 100 metros.

En cuanto a su ayudante, si bien es verdad, que cayó cerca de 200 metros del lugar donde pereciera el Mayor, también es cierto que sus heridas permitiéronle correr hasta allí. (15)

Las otras dos heridas, "al parecer de instrumento cortante", situadas en cuello y cabeza, de que nos habla el dictamen pericial, pudo haberlas recibido el cadáver durante el largo trayecto que, a través de monte y manigua, recorriera en la marcha hacia esta ciudad, pues que nos guardamos mucho de hacer la más ligera imputación al adversario, sin la prueba evidente de la profanación. (16)

La caída del Mayor, como la de Maceo 23 años después, puso en fuga a sus acompañantes, que buscaron refugio, unos en la caballería, otros en la infantería, y otro en los brazos helados y acogedores de la muerte; este último fué el heroico teniente Jacobo Díaz de Villegas; el valiente que conquista siempre la inmortalidad, inmolándose al lado de un caudillo.

Rechazamos, por absurda, la versión recogida en los centros españoles de que el jefe de la sexta compañía pidiera refuerzos, para rechazar al Mayor, con sus cuatro acompañantes, pues la descripción precedente de su muerte destruye ese infundio; pero trasladándonos al propio relato hispano se advierte que si la fusilada fué a quemarropa y el gran caudillo cayó en una emboscada, dada la enorme superioridad numérica de sus enemigos, toda una compañía contra cinco hombres, y el elemento imponderable de la sorpresa, queda destruida por la lógica tal afirmación. Por otra parte, el hecho de que el parte español afirme falsamente que Agramonte quiso introducirse en el campo enemigo, por el centro, al frente de caballería e infantería, resulta plenamente negado por el concorde testimonio de todos los militares cubanos que han hablado de esta acción. Pero necesitaba la prosa bélica de aquellos días hacer constar, en el parte, como la compañía de refuerzo, unida a la otra, a los gritos de ¡Viva España! y ¡A la bayoneta! destrozó, completamente, al enemigo.

El sargento Varona dice que al ver caer al Mayor pretendió cargarlo; pero al perder su caballo, y no pudiendo arrastrar el cadáver de su jefe, debido a su peso, huyó refugiándose en la infantería, donde dió la desagradable noticia. Por otra parte, Diego Borrero, se apareció en el lugar de la caballería diciendo que había visto caer al Mayor; y cuando ya esta unidad se hallaba en camino de la finca "El Guayabo", llegó el último compañero, Ramón Agüero, confirmando el hecho de la muerte.

La noticia de la caída de Agramonte se mantuvo en secreto por los jefes, para evitar la pérdida de los valores éticos, entre la tropa, que ya se retiraba del campo, obedeciendo precisamente las órdenes del caudillo, perdido para siempre. Dice Serafín Sánchez que, cuando las fuerzas abandonaban el trágico palenque, pidió órdenes al coronel Reeve, quien le mandó mantenerse en el lugar, observar los movimientos enemigos, registrar el terreno, una vez que aquél se hubiera marchado, y luego, siguiendo el rastro, incorporársele con la infantería. Que permaneció sobre el campo desde las once de la mañana, en que lo abandonaron los españoles, hasta las dos de la tarde, en que se retiró, siguiendo las huellas de la columna, habiéndolo registrado cuidadosamente, comprobado que los cadáveres enterrados por los españoles pertenecían a miembros de su milicia, y enterrado, con los honores de su grado, el del valeroso teniente Jacobo Díaz de Villegas, sin encontrar el cadáver del Mayor, que suponía en poder del enemigo, razón por la cual confiesa que no se tomó empeño en buscarlo.

Ante juicios tan diversos y contradictorios, como alrededor de la caída de Agramonte y de Jimaguayú nos ofrece la historia, debe el estudioso someter este episodio de nuestras luchas a las reglas infrangibles de la lógica, ponderando ese criterio de autoridad humana, por el cual conocemos el triste sucedido, con arreglo a sus condiciones esenciales: que el testigo no sea engañado; que no nos engañe; debemos limitar el testimonio a medida que el número de intermediarios aumenta e investigar los medios de conocimiento de cada testigo.

Ha llegado la hora de negar la repetida y errónea afirmación de que Jimaguayú fué una escaramuza, ya que este vocablo tiene su significado en la terminología guerrera y allí no pelearon "sólo y ligeramente las avanzadas enemigas". Allí entraron en acción varias compañías de la columna española, toda su caballería y la sección de artillería, mientras por nuestra parte pelearon el contingente de caballería del Camagüey y la infantería de las Villas. El combate, en síntesis, es un choque entre esos poderosos flancos destacados por el centro español, y la patrulla fuerte de las Villas, con la infantería que ocupaba el martillo izquierdo y la caballería que formaba el ala derecha. La acción, como dice Serafín Sánchez, se empeñó con brío, con ardor, a fondo, sin que en un cuarto de hora cesara el estruendo de los rifles y del cañón que el enemigo traía.

Corrobora nuestra afirmación el número de bajas experimentadas por los contendientes: cinco muertos y diez y nueve heridos los cubanos, que ocupaban magníficas posiciones, mientras los españoles confesaron treinta y cinco, seis muertos y veinte y nueve heridos, lo que hace pensar, dada la costumbre de aquel ejército, que sus bajas fueron superiores. El enemigo no se atrevió a intentar desalojar a los cubanos de sus posiciones, en lucha cuerpo a cuerpo, y al ser rechazados sus ataques a la formidable caballería que tenía a su izquierda tal vez pensó, empavorecido por el recuerdo, en el medio centenar de muertos que recogiera sobre el campo de la "rota del Olimpo" y no queriendo darle el flanco, al lanzarse al ataque, sobre las posiciones de la infantería, se mantuvo quieto en su terreno, hasta que vid, inexplicablemente para él, abandonar el campo a aquellas fuerzas vencedoras. Ocurrido lo cual no persigue a la tropa contraria, sino emprende la retirada, por el propio camino que trajera. Era el miedo a encontrarse con la caballería mambisa, era una paladina confesión de su impotencia; era el triunfo de las huestes revolucionarias, dueñas de la campiña cubana.

Jimaguayú es un combate entre dos enemigos igualmente fuertes, que no termina en la derrota completa del español, por la muerte desgraciada del Mayor. ¿Quién puede conjeturar el propósito que llevaba nuestro general, ya adelantada la pelea, al dirigirse hacia sus fuerzas de caballería? De seguro que convencido de que el enemigo no avanzaría, no obstante sus manífestaciones al Estado Mayor, de no pelear, iba a preparar la caballería para repetir una de sus homéricas hazañas, porque si no ¿a qué virar? ¿No había dicho que no pelearía; que se le incorporaran en Guayabo? Misterios que la Providencia hace inexcrutables a los miserables esfuerzos de los hombres.

El juicio crítico, imparcial de la historia debe aprobar el dispositivo tomado por Agramonte para la acción. La situación de sus fuerzas era admirablemente ventajosa, con relación a la tropa contraria, desde el punto de vista del volumen y dirección del fuego, que tenía que abrirse en la línea española, para contestar al cubano que, parapetadas en el monte mismo, concentraban sobre el núcleo enemigo, en el centro del potrero, las infanterías de las Villas y Camagüey.

De alto valor estratégico debe calificarse el lugar ocupado por la caballería, porque esta posición resultaba inexpugnable, dado el talud natural que el arroyo a su frente le ofrecía; porque completaba la extensa línea, por ese otro motivo favorable del Ejército cubano, a los efectos de la concentración del fuego; porque amenazaba constantemente el flanco y la retaguardia enemigas y porque estaba en admirable situación para cargar y destrozar a la tropa contraria, tan pronto el fuego de la infantería la hubiese quebrantado. Así ese flanco enemigo que, oculto entre la alta yerba, sorprendió al Mayor pudo haber sido destruido fácilmente, bien por la formidable infantería que cerca de él había, bien por un escuadrón de caballería nuestra, protegido por la misma yerba, y escudado en la distancia que había al centro español. Pero al gran guerrero hay que apuntarle un error, grave error que tan caro costara a Cuba. El mejor general de su época, el mejor oficial de caballería que han tenido los cuadros de nuestro ejército, el Mayor General, Jefe de nuestras huestes en dos provincias, actuó en aquel momento, en que se separaba de la infantería para dirigirse a su caballería, como un simple soldado, y puso a los pies del ejército enemigo de su patria cuatro años de incesantes triunfos, su brazo, su talento, el alma de la guerra en estas dos provincias, y la esperanza más pura de la República.

Agramonte es nuestro Marcelo, de quien decía Plutarco que murió como un batidor, ofreciendo a Númidas e Iberos sus triunfos y su gloria.

Después de muerto Agramonte, bien un soldado de García Pastor, bien un guerrillero rezagado, como afirmara Camps y Feliú (17), raqueando, como dice Juárez, sobre el campo, sustrajo al cadáver la cartera, donde guardaba documentos que permitían su identificación.

Retiradas las tropas españolas del lugar, hicieron campamento en Ingenio Grande donde, a las cuatro de la tarde, descubrieron que habían matado al ilustre cubano. En el acto destacó Rodríguez de León, no un piquete, como dice Betancourt, que el reciente descalabro del "Cocal" lo prohibía, sino fuerte destacamento, medio batallón, que puso al mando del comandante José Caballos, quien volviendo al sitio de la acción, y explorando el campo, ya abandonado por los cubanos, encontró el k cadáver, a las cinco de la tarde, llevándolo a su jefe Rodríguez \de León, a quien lo entregó, a las nueve de la noche.

La infantería de Serafín Sánchez, abandonó, como hemos visto, a Jimaguayú a las dos de la tarde, sin llevar los despojos del jefe ilustre, y ya de noche, contrita y silenciosa, entraba en aquel campamento lúgubre y desolado de Guano Alto, donde sollozaba sin consuelo, el alma abatida por el más acerbo de todos los dolores, la Niobe de la República, a quien las crueles flechas de esa Latona, de la tiranía española, habíanle arrebatado su hijo predilecto.

Todo era silencio, dice Serafín, "todo era aflicción y tristeza, los que hablaban, hacíanlo en voz baja y de duelo, como hacen las familias numerosas cuando han perdido a uno de sus deudos". Y es que la intuición, esa intuición que rige la conducta de las masas, les decía, que allí, en el campo cercano de Jimaguayú, se había perdido la República. (18)

Se ha cuestionado alrededor de la pérdida del cadáver; por parte de los cubanos, y algún jefe ha llegado a hacer imputaciones a los oficiales nuestros, por no haber cargado inmediatamente a los españoles, arrebatándoles el fúnebre trofeo, si lo tenían, destruyéndoles y ocupando nosotros el campo, para enterrar al Mayor, con toda solemnidad y guardar sus restos en el panteón único de la República irredenta: los campos que no hollara sin riesgo y sin miedo el enemigo. Pero, aparte de no resultar probado que los jefes de la caballería, arma que pudo dar la carga, tuvieran conocimiento exacto de la muerte del Mayor, había la orden de retirada, de él emanada y por los Rodríguez reiterada, orden que fué cumplida, sin que pueda tampoco pasarse por alto ese fenómeno, que ocurre con frecuencia, y, que presenciamos en la caída de Maceo: los adoradores de estos grandes jefes reciben con la caída del ídolo un golpe psíquico de tal naturaleza que les exonera de toda imputación. Así Miró, el guapo general que veneraba a Maceo, hablando de su muerte, dice: "Salimos aterrados del lugar". Es decir, aquellos hombres que jugaban con la muerte, que habían atacado múltiples veces los cuadros enemigos, al machete, al ver caer a su jefe, paralizadas todas sus energías espirituales, sintiendo miedo, miedo ante la muerte del hombre que consideraron invulnerable, llevados de su admiración, su cariño y su fanatismo, abandonan aterrados el lugar. (19)

Una vez más se comprueba que el hombre es sólo un niño grande. Rechacemos toda imputación y atribuyamos al destino la caída del cadáver en manos enemigas.

Aquí en Jimaguayú, como allá en Punta Brava, paralizado aquel corazón que no animara a un hombre, sino a todo un pueblo, al que infundía confianza en su potencia y fe ciega en la victoria, el ejército cubano se apresura a abandonar el campo, dejando en él, perdido entre la alta yerba, e ignorado del enemigo, que también se retira del lugar, temeroso al coraje del Mayor, el cuerpo que sirviera de morada terrenal a uno de los mas fuertes caracteres que ha tenido Cuba, al espíritu superior de Ignacio Agramonte y Loynaz. Y así, por decreto inexcrutable de la Providencia, del campo de Jimaguayú huyen en direcciones opuestas cubanos y españoles, mientras queda en él, sólo, durante varias horas, el amado cuerpo del caudillo epónimo, que ganaba batallas después de muerto, como el Cid Campeador de la Leyenda, a ese enemigo que huía de su cadáver, tendido entre la crecida yerba de aquel palenque inolvidable. (20)

Se ha querido también atribuir la muerte del Mayor a los propios cubanos; unos dicen que fué la caballería nuestra que le hizo fuego confundiéndole con los contrarios, mientras otros aseguran que lo asesinaron aquellos patriotas de dos días: Rafael Zaldívar y Rafael Betancourt, que hemos visto incorporados a nuestras fuerzas el día 7 de mayo.

Rechazo la primera tesis, porque Agramonte cayó a gran distancia de su caballería, cerca de ochocientos metros, y no puede dejarse de tomar en cuenta que la crecida yerba en aquel campo, impedía ver a doscientos metros. Pero estudiemos esa hipótesis, imposible, y ya destruída con los elementos nuevos que hemos traído al debate. Se ve que la dirección que el Mayor llevaba era opuesta a la que debía llevar la caballería .enemiga, en su ataque a la cubana, y no es presumible que sus hombres, los que durante años anduvieron con él, por la manigua, no le distinguieran, aún a la distancia de cuatro o seiscientos metros, que era la máxima en que en aquella época se podía hacer fuego directo con eficiencia. Por otra parte, ninguno de sus acompañantes ha afirmado ni admitido ese hecho; pero el testimonio del comandante, que invoca Lagomasino, nos obliga a destruir el error, sobre su propio plano.

Obsérvese el croquis citado. Se verá que la distancia del flanco de la caballería española al lugar donde cayera Agramonte es casi la mitad de la distancia que hay del flanco cubano al propio punto de la caída. Se verá que la dirección que traía el Mayor, por el plano, varía fundamentalmente de la dirección que debía traer la caballería española en su carga. No es conjeturable que los cubanos fueran a hacer fuego sobre quién salía de su propio campo, sin haberle reconocido previamente, máxime cuando el Mayor había marchado en aquella dirección. Y véase lo errada de la tésis que ofrece como punto donde cae Villegas uno, situado ya, en la misma línea cubana.

Otro error, la afirmación de que Agramonte murió llegando al arroyo de lajas. Del arroyo citado a donde cae el Mayor, en el plano, la distancia es notable, aparte de que si llega al arroyo sus tropas le hubieran reconocido. Pero por esta vía de los errores llega a afirmar que murió de una bala de revólver, disparada directamente para rechazarlo en la creencia de que eran, él y su ayudante Villegas, pues no admite otros acompañantes, exploradores enemigos. Aquí si que el error alcanza la categoría del absurdo; todo hombre que conozca la teoría del tiro y el alcance efectivo y virtualidad del fuego de revólver a caballo sabe que más allá de los cincuenta metros todo disparo que se haga es nulo. Aunque el plano no tiene escala, de las dimensiones del campo se infiere la magnitud de la distancia entre Agramonte y la caballería, lo que rechaza la hipótesis del fuego de revólver; si se admite que la distancia es corta entonces surge lo evidente del reconocimiento. Aun ese autor va más lejos y dice que caído Agramonte su ayudante clavó las espuelas a su corcel en dirección hacia su caballería, muriendo del mismo modo; ¿y tampoco le reconocen, preguntamos nosotros, cuando Lagomasino afirma que cayó al pié mismo del arroyo estrecho que los separaba?

Hemos querido destruir la tésis contraria, presentando todas las hipótesis posibles con el propio plano de Lagomasino; esto, parece ergotismo de escolásticos, pues que huelga toda polémica ante la prueba definitiva y toral que ofrece nuestro croquis, con el cual estimamos haber dejado resuelto, de una vez y para siempre, este problema de la muerte del Mayor.

La tésis de que le mataron los citados cubanos, con la cooperación de Lázaro Vega, quienes se pasaron al enemigo después de Jimaguayú, es infantil también y tiene la explicación que más adelante le daremos. El hecho de la presentación, subsiguiente al infortunado encuentro, constituye un acaecimiento corriente y propio de aquella contienda; es lógico que si aquellos dos jóvenes se habían incorporado a la caballería camagüeyana, atraídos por la fama del Mayor, muerto éste abandonaran las filas cubanas.

Pero examinando la prueba observamos que no hay ningún cubano que les viera juntos, durante la pelea y que, como dice con sabiduría el nieto del Mayor, este jefe no iba a incidir en la ligereza de internarse en la sabana con sujetos recién llegados a su campo; aparte de que teniendo sus ayudantes y ordenanzas, él, el primero en observar los reglamentos militares no iba a violarlos innecesariamente. Y si no fué acompañándole en aquel trágico recorrido, ¿dónde le pudieron haber dado muerte? Además, hay informes precisos e innegables de testigos de mayor excepción que afirman como ese sujeto, tildado de asesino, se encontraba entre las tropas de caballería. (21) Tampoco puede olvidarse que al lado del Mayor cayó Villegas y que con él iban Diego Borrero, Ramón Agüero y Lorenzo Varona, que hubieran inmediatamente ejecutado sobre el propio terreno a su infame asesinó.

Los argumentos acerca de que la herida tenía orificio de entrada por la sién derecha, de que no era de fusil, que usaban los españoles, sino de revólver y de que el caballo cayó en poder de los enemigos, son tan deleznables que nada prueban. El Mayor marchaba en dirección este acercándose al río cuyo curso seguía, para continuar hacia la caballería camagüeyana. Si la línea contraria, que le sorprendió, la formaba una compañía, colocada a su frente, necesariamente habría tiradores que ocuparan lugares a su derecha, con lo que queda explicado el tiro por este lugar. En cuanto a que hubiera sido de revólver, el certificado médico, que constituye en este caso la prueba toral, afirma que la herida era de fusil; pero en este terreno de las hipótesis diremos que, así como el tiro de revólver a caballo es muy difícil, no s imposible que un buen tirador a pie, con revólver, desde cien metros haga blanco. Por último, en cuanto al caballo pudo haberse quedado al lado de su jefe muerto, siendo capturado por los contrarios, como botín; aparte de que si quedó corriendo por el inmenso palenque, como los españoles quedaron sobre él, hasta las once de la mañana, no es extraño que lo hubieran apresado. Este argumento se revuelve contra la tésis de Lagomasino, pues muerto el Mayor por los cubanos y cerca de su línea era lógico que los caballos, el de él o el de su ayudante, hubiesen corrido hacia los caballos del Camagüey, allí próximos.

Desvirtuadas quedan todas las versiones que no afirmen la muerte del Mayor por parte del enemigo. Los datos serios, lógicos y matemáticos, que ofrecemos al lector lo prueban de modo definitivo. Hemos hecho nuestro estudio sobre bases firmes, trayendo a él la versión innegable de un grupo numeroso de testigos presenciales; los planos levantados por esos propios testigos, o sus informes; y por último, la propia inspección realizada por nosotros del campo de la acción, situando en el lugar en que sin duda estaba colocada cada fuerza y midiendo las distancias de estos lugares al lugar preciso, inconfundible donde cayó el Mayor, y donde hoy se alza el obelisco que venera su memoria.

Pero es que hay una lógica mística, como hay una lógica racional y el adorador que no admite que a su ídolo, ya consagrado como invulnerable, se lo maten las balas enemigas, busca un mito o construye una leyenda para justificar lo que a sus ojos intelectuales constituye un imposible. Por eso el mito del asesinato de Maceo y por eso el mito del asesinato de Agramonte. El autor ha interrogado a aquella Cirila López, que recogiera fusiles enemigos sobre el campo legendario del Rescate, y esta viejecita, ya decrépita, sólo repite, como un autómata, que a Ignacio lo mató el "Buey de Oro": Es el mito que sobrenada en su conciencia. Y este mito fué el que recogiera el señor Lagomasino.

Ese "Buey de Oro" a quien se refiere doña Cirila es Zaldívar, cuya salida, una semana antes, de Camagüey y regreso, tan pronto cae el ídolo cubano, dió pábulo para que se construyera el monumento de la acusación, que más que acusar al aludido buscaba explicación, según la lógica de estos místicos, a la muerte del hombre que consideraban invulnerable.

El nieto de Agramonte habla de un documento, que ofrece insertar en el apéndice, y que su muerte de seguro se lo impidiera, en el cual siete militares cubanos, de alta graduación, negaron la versión de que al Mayor lo matara una bala cubana. Ese documento es el que hemos insertado nosotros en la nota precedente. Además de estos militares cubanos ahí están los españoles Pirala, Camps y Feliú, Leopoldo Barrios, Enrique Ubieta; los partes oficiales cubanos y españoles y los escritores nuestros Máximo Gómez, Boza, Miró, Serafín Sánchez, Loynaz del Castillo, Santovenia, Juárez Cano, Betancourt, Vidal Morales, Collazo y Armando Prats, entre otros mil, que afirman como el Mayor murió a manos enemigas; testimonios doctrinales que robustecen y confirman los elementos irrefragables ofrecidos en este trabajo.

Pero hay, por último, en .el estudio de los partes españoles de aquella acción, otro testimonio concluyente que ha escapado a la sagacidad de polemistas y escritores. En el parte del Comandante General de Puerto Príncipe a la Capitanía General se dice que fuerzas españolas sostuvieron combates con los insurrectos y que cogieron el caballo, el sombrero y el impermeable de Agramonte. Este parte fué tomado del mensaje que Ruiz de León, después del combate, envió a la Comandancia; quizás desde Ingenio Grande cuando, horas después del desplome, ignoraba todavía hecho de tanta trascendencia. Es claro que si Zaldívar le asesina, y se les incorpora de inmediato, lo primero que hubiera hecho era descubrir su criminal trabajo y llevarlos al lugar donde reposaba, para no levantarse ya, el cuerpo inanimado del Mayor. No hubiera habido ese parte, sino otro, afirmando la muerte del Mayor. Léase el parte: "Ejército de Cuba. Estado Mayor General. El Comandante General de Puerto Príncipe en telegrama de esta fecha, manifiesta al Excmo. Sr. General en Jefe de este Ejército que, según parte recibido por el Jefe del Batallón de León, éste, con el cuerpo de su mando, encontró y batió al enemigo, fuerte de unos ochocientos hombres, en el sitio denominado Jimaguayú, haciéndole 80 muertos y varíos heridos, entre los cuales supone hallarse el cabecilla Sanguily, exponiendo también que cree haber muerto el titulado general insurrecto Ignacio Agramonte, puesto que se ha cogido su sombrero, atravesado de un balazo y lleno de sangre, apoderándose también de su caballo e impermeable. En telegrama posterior de la misma fecha hacía presente que el cadáver del citado Agramonte era conducido a Puerto Príncipe; y, por último, en otro recibido a las cuatro de la tarde manifiesta que la columna de León entró ,en dicha ciudad conduciendo el precitado cadáver, recibiendo a la columna un gentío inmenso; y expuesto al público el cadáver, se levantó acta de reconocimiento, quedando probada su identidad por toda la población." Habana, 12 de mayo de 1873. El General en Jefe del E. M. General J. Monte."

Tan pronto como el jefe español tuvo a su disposición el cadáver de nuestro caudillo dispuso inmediatamente la marcha hacia esta plaza; y habiendo salido a las nueve de la noche del día once llegó a Camagüey a las nueve de la mañana del día doce. En doce horas habían recorrido aquellas fuerzas los 32 kilómetros que le separaban, de la ciudad, marchando de noche y trayendo su convoy de heridos, por lo que siendo casi toda de infantería, la marcha puede reputarse de forzada. Como el mensaje previo, tan pronto llegó el cadáver a Ingenio Grande, debió haberlo despachado con un correo de caballería, al hacer su entrada en esta ciudad la columna española, era .esperada con su trofeo. Oigamos el relato de un testigo anónimo: "Circulaba la noticia de haberse extinguido la insurrección, y era de creerse por el bullicio de los españoles y sus insultos a las familias cubanas, que anhelantes esperaban el resultado de aquella popular y militar manifestación. Pronto y en una misma dirección acudían las tropas en marcial orden, y en tropel el pueblo. Iban a esperar la llegada de una columna, que según las últimas noticias había hecho la captura de un general insurrecto. Las calles del Comercio, de la Plaza de Armas y el Casino Español estaban adornadas con colgaduras de colores nacionales. Por la noche había retreta doble, iluminaciones en Palacio, fuegos artificiales por todas partes. Llegó la columna esperada. En su centro, atado sobre un mal aparejo, que tenía una acémila, venía el cadáver del insigne y nunca bien ponderado mártir de Cuba, Ignacio Agramonte. Un hurra unánime, un viva a España, saltó de los labios de aquella turba miserable. Las bandas militares rompieron con himnos de victoria. Ignacio, con la severidad de la muerte, rígido, imponente, movíase a cada pisada de la bestia. No recuerdo que jamás mi corazón se oprimiera como aquel día. Mujeres hubo que en su patriótica desesperación proferían palabras más propias del obsceno soldado español, que de una dama, contra los guerrilleros, y éstos, cuando no con hechos, con palabras castigaban aquella santa insolencia."

Llevado el cadáver al Hospital de San Juan de Dios, para su identificación, allí fué colocado a la pública espectación, no sin que antes manos piadosas, las del Padre Manuel Martínez Saltage, entonces Capellán del referido centro, y Fray Olallo Valdés, les lavaran el rostro y la herida. En ese edificio hay hoy una inscripción: "En este lugar fué expuesto el cadáver del Mayor General Ignacio Agramonte y Loynaz. Mayo 12 de 1873. El Centro Escolar Ignacio Agramonte le dedica este recuerdo. 1921".

El periódico "El Fanal" de este día decía: "Alcance al Fanal. Puerto Príncipe, 12 de mayo de 1873. Viva España! El titulado Mayor General Ignacio Agramonte y Loynaz ha muerto en el rudo combate que contra numerosas fuerzas enemigas sostuvo en el potrero de Jimaguayú el teniente coronel Primer Jefe del Batallón de León D. José Rodríguez de León, al frente de su batallón, columna volante, artillería y guerrilla. Las bajas causadas a los insurrectos son considerables y la pérdida de su primer cabecilla los ha puesto en completa dispersión. El cadáver de Agramonte ha sido identificado por un acta formal y se halla expuesto a la vista pública en el Hospital de San Juan de Dios. Las tropas victoriosas de Jimaguayú han conseguido un triunfo de notoria trascendencia para la pacificación de este distrito. Loor a los valientes; y por ello felicitamos también al Excmo. Sr. Comandante General don Ramón Fajardo, que con tan gloriosa fortuna, empieza la época segunda de su mando. La falta de tiempo no nos permite dar más extensión a tan fausto suceso, pero nuestro colega "El Gorrión", que se publicará en esta imprenta, consagrará mañana el primer número a historiar todos los detalles de este acontecimiento."

El acta de identificación, a que se refiere el alcance que transcrito dejamos, dice así: "Acta de inhumación de Agramonte. 12 de mayo de 1873. Acta. En la ciudad de Puerto Príncipe a doce de mayo de mil ochocientos setenta y tres, y acto continuo, el inspector instructor para identificar el cadáver a que se refiere la anterior acta, hizo comparecer en este Hospital de San Juan de Dios a los individuos que han asistido al campo insurrecto y que deben conocer al titulado Mayor General D. Ignacio Agramonte Loynaz y lo son don Cornelio Porro y Muñoz, don Manuel Agramonte y Porro, don José Antonio Ronquillo y Agramonte, don José Llauger y Beltrán, don Tomás Barrio y González y don Agustín de Varona y Miranda, a cuyos individuos, y con el fin que queda indicado, se les puso de manifiesto el cadáver de que antes se ha hecho referencia, y después de haberle examinado detenidamente, expusieron que por su edad, figura, estatura y demás que observan en dicho cadáver, pueden asegurar que pertenece a la persona del indicado Mayor General insurrecto D. Ignacio Agramonte y Loynaz, a quien los exponentes conocían perfectamente, antes de la insurrección y después de ella en el campo insurrecto, y, además, don Manuel Agramonte y don José Llauger. En este estado el Inspector hizo además comparecer a don José García Acebal, Celador de Policía, don Pedro Recio Betancourt, don José Tomás de Socarrás y don Diego de Varona y Zaldívar, personas que conocían en esta ciudad a don Ignacio Agramonte y Loynaz, para que asimismo reconozcan el cadáver, que se encuentra en este Hospital, y manifiesten si es efectivamente el de la persona de don Ignacio Agramonte y Loynaz y después de examinarlo, expusieron que por su fisonomía, figura y demás que observan en el cadáver, están en completa inteligencia que pertenece a Agramonte y Loynaz, a quien efectivamente conocían de vista, trato y comunicación en esta ciudad, como persona visible antes de la insurrección. Con lo que el Inspector dió por terminada esta acta, que leída a todos los exponentes la hallaron conforme, en descargo del juramento que previamente prestaron, y firmaron todos después del mismo inspector, por ante mí, de que doy fé. Antonio Olarte, Manuel Agramonte, José Llauger, Agustín Varona, Tomás Ramos y G., José Antonio Ronquillo, Cornelio Porro, José García Acebal, Diego de Varona y Zaldívar, José Tomás de Socarrás, Pedro Recio Betancourt y Francisco de Arredondo."

El acta de reconocimiento médico, dictamen pericial, que tanta importancia tiene en el estudio de la muerte de Agramonte, es del siguiente tenor:

"En la ciudad de Puerto Príncipe, a doce de mayo de mil ochocientos setenta y tres, el inspector don Antonio Olarte, por ante mí el escribano público de Gobierno y Guerra, dijo: Que habiendo conducido a esta ciudad, la "columna" en operaciones del Batallón de León, el cadáver de un individuo que se asegura ser el del titulado Mayor General insurrecto don Ignacio Agramonte Loynaz, a quien se dió muerte por dicha columna, en un encuentro tenido el día de ayer con los insurrectos, y recibido órdenes del señor jefe principal de policía, a quien se las ha trasmitido el Excmo. Sr. Comandante General Gobernador Civil de este Departamento, para que se identifique convenientemente la persona del repetido Mayor General insurrecto Agramonte Loynaz, con ese objeto se trasladó el mencionado inspector Olarte, con mi asistencia, al Hospital de San Juan de Dios, de esta propia ciudad, donde se halla depositado el cadáver a la espectación pública, encontrándole colocado en unas andas de madera, teñida de negro, boca arriba, con las piernas y los brazos extendidos y apoyada la cabeza en una almohada, vestido con camisa blanca, ensangrentada y sucia, recogida su delantera hacia el pecho, teniendo el vientre al descubierto, pantalón de dril crudo, también sucio, zapatones de vaqueta de medio uso y botas negras de búfalo; de estatura alta, delgado, al parecer de treinta años de edad, cabello castaño y con patillas, sin poderse precisar sus demás facciones por abotagamiento que ya ha ocurrido en la cara. En este estado y habiendo comparecido los facultativos médicos Lcdos. don Pedro Nolasco Marín y don José Salvador Areu, a quienes se hicieron llamar para el reconocimiento del cadáver, en forma legal, después de manifestar que son naturales y vecinos de esta ciudad, mayores de edad, casados y ejercitados en su profesión, y de prestar juramento con arreglo a derecho, procedieron al indicado reconocimiento, con la detención conveniente, y verificado expusieron: Que el cadáver que tienen de manifiesto se halla en estado de putrefacción bastante adelantada, encontrándole una herida de forma circular en la parte lateral derecha, causada al parecer por una de las cápsulas remington, cuya herida se halla situada en el frontal del lado que antes han manifestado, teniendo salida por la parte superior del parietal izquierdo, que ésta debió haberla recibido de costado y caso de hallarse al frente el que disparó el arma, fué herido en el punto que dejan dicho al volver la cabeza. Seguidamente reconocieron una herida de tres pulgadas de longitud y profundidad de la de los tegumentos comunes y vasos gruesos en la parte anterior y media del cuello, hacia el lado derecho. También se le notó otra herida de pulgada y media de longitud y profundidad de los tegumentos comunes, situada en la parte superior del hueso coronal, ambas causadas al parecer con instrumento cortante; que la herida de la cabeza es mortal por necesidad, por haber atravesado toda la substancia cerebral, y que debió haber fallecido instantáneamente. Con lo que dió el Inspector de policía del primer distrito de esta dicha ciudad que instruye esta diligencia, por terminados los actos del reconocimiento judicial y pericial que comprende esta acta; leída que les fué a los facultativos lo que les concierne, la hallaron conforme y firmaron después del referido inspector por ante mí de que doy fé. Antonio Olarte. José Salvador Areu. Pedro N. Marín. Francisco de Arredondo."

A las cuatro de la tarde de ese día sacaban su cadáver unos negros para el Cementerio donde no se le inhumó, sino incineró, argumentando los españoles que con el propósito de impedir que los voluntarios y guerrilleros, en cuyas filas tanta brecha sangrienta había abierto la espada noble y valerosa del Mayor, lo arrastraran por las calles de la ciudad, para lo que se dice habían solicitado permiso del Coronel Rodríguez de León y del General Fajardo, Jefe de la Plaza. De esta incineración protestó la prensa española, habiendo dicho en su defensa el Capitán General Pieltaín: "Una vez, sin mi consentimiento, tuvo lugar en Puerto Príncipe un acto que reprobé altamente cuando llegó a mi noticia de una manera extraoficial, porque en efecto podía merecer la acusación de ensañamiento contra un cadáver. La autoridad que lo mandó a ejecutar en secreto obró a mi juicio con indiscreto celo, aunque no sin fundamento, pues se anunciaban y se preparaban manifestaciones inconvenientes que, por tal medio, pudo evitar y evitó; sin esta consideración que atenuaba la gravedad del hecho, no me habría conformado con reprobarlo."

Se dice que entregaron la leña y el petróleo para el acto objetivamente profanatorio, pues violaba la costumbre del lugar, y hacía desaparecer los restos del caudillo tan amado, un comerciante español, nombrado Antonio Mujica y un oficial de voluntarios Pedro Recio Betancourt.

Sin embargo, si la expresada causa fué la que determinó a Fajardo ordenar la incineración queda exculpado, ante la historia, porque ya la experiencia tristemente demostraba el ascendiente de aquellas turbas incontenibles de voluntarios, tan cobardes y pasivos en la manigua, como arrojados e impetuosos en la ciudad.

El hecho de que fuera o no quemado íntegramente carece de importancia para la historia, pero la versión que estimo más acertada, después de leer el testimonio del padre Martínez, y de varios cubanos que salieron a una encendido polémica, alrededor de este asunto, datos que nos ha facilitado, con generosidad, y llevado por su amor a estos estudios, el señor Jorge Juárez Cano, Académico de la Historia, es la que afirma que el cadáver fué totalmente incinerado.

Por último, traemos aquí el parte con el que se cierra el "Diario de Operaciones" del general Agramonte, llevado por su ayudante el Capitán Ramón Roa: "Gran Combate en Jimaguayú. Muere sobre el campo de batalla el Mayor General Ignacio Agramonte y Loynaz. 11 de mayo de 1873. A las siete de la mañana enemigo de las tres armas, en número considerable. Combate; el Mayor General, al avanzar la caballería sobre el enemigo y hallándose él a vanguardia con sólo algunos jinetes, dirigiendo la acción, antes que aquélla pasase el río, cargó sobre el enemigo valerosamente, sin contar el número; matando un contrario con su espada, mas la infantería enemiga, escondida en la yerba, le hace fuego a quema-ropa, derribándole del caballo, cuando solamente había cerca de él tres o cuatro hombres, a quienes fué imposible recogerle. Mientras tanto, el resto de la fuerza montada, que nada sabía de lo ocurrido, cargaba al enemigo, matando a muchos al machete. Cumpliendo con las órdenes que pocos momentos antes había trasmitido el ilustre jefe, la caballería emprendió su retirada haciendo fuego, y ya cuando había andado buena distancia vinieron a saber sus jefes y oficiales que nuestro gran Agramonte había sucumbido. Ya el enemigo había formado un "cuadro", colocando el cadáver en el centro, y a nuestra escasa fuerza le era imposible rescatarlo. Muerto, además, el bravo teniente Leopoldo Villegas, uno de los más brillantes oficiales del Ejército, y herido el alférez I. Fernández y cuatro individuos de tropa de la caballería y dos del primer escuadrón y 6 caballos muertos. Nuestras fuerzas se batieron con denuedo en el limpio del potrero, rechazando varias veces al enemigo, que no llegó a posesionarse. del campamento. Bajas, además de las' enumeradas: heridos, el comandante M. Sánchez y el capitán Carrillo, de las Villas; muertos: un soldado de las Villas, dos del Oeste y 10 heridos. Total: muertos, un general, un oficial y 3 individuos de tropa. Heridos, un jefe, 2 oficiales y 16 de tropa. El comandante Rafael Rodríguez, el de mayor graduación en el Estado Mayor, se encargó de comunicar la noticia a las distintas fuerzas y de combinar el modo de reunirlas a la llegada del mayor general Julio Sanguily, que debe tomar el mando. De esta manera cierra el "Diario de Operaciones" del mayor general Ignacio Agramonte y Loynaz su ayudante el capitán Ramón Roa."

Llamamos la atención al lector hacia las diversas versiones que se han publicado del combate de Jimaguayú, y que insertamos en el Apéndice. Para dar un relieve objetivo de la importancia excepcional que el Mayor tenía, para los españoles, vamos a transcribir aquí las informaciones de prensa, españolas, tanto de esta ciudad como de la capital de la República.

"El Gorrión", de Puerto Príncipe, de 16 de mayo de 1873, decía:

"LA ACCION DE JIMAGUAYU:—Cumplía referir a la ligera los asuntos que dejamos apuntados, para poder apreciar, en su verdadero valor, la victoria alcanzada en los llanos de Jimaguayú, y las consecuencias que han de suceder, para la pacificación de este territorio, azotado por una continua lucha de más de cuatro años.

"El día 7 del corriente, a las 7 y media de la mañana, las fuerzas indicadas en la general, al mando del modesto; pero bizarro teniente coronel D. José Rodríguez de León, rompían el fuego contra las partidas reunidas, del titulado Mayor General, Inglesito, Sanguily y Pepillo Moreno González, ascendientes a unos 800 hombres de ambas armas. El fuego enemigo era intensísimo y su resistencia tenaz, para poder retirar según costumbre sus muertos y heridos. Hubo momentos en que intentaron arrollar con brío el centro de nuestra columna, pero reforzado éste y hecho fuego con la pieza de montaña con el mayor acierto, el enemigo se pronunció en vergonzosa fuga, después de un nutrido fuego de 5 cuartos de hora.

"La caballería mambisa en número de más de doscientos emboscados sobre la izquierda trató de atacar la retaguardia, mas la cuarta compañía de León y dos de la Volante, que la protegieron muy oportunamente, no solamente resistieron al enemigo sino que le hicieron retroceder por la derecha, distinguiéndose en este hecho el teniente D. Angel Blazaques.

"Las guerrillas tercera y cuarta al mando del capitán D. Rafael Vasallo y teniente D. Pedro González, efectuaron, con el mayor acierto la orden de amagar una carga a la caballería enemiga y replegarse a la línea de la infantería; consiguiendo con ello atraerla a tiro de fusil y metralla, donde tuvieron considerables bajas, mediante combates personales de arma blanca.

"Las pérdidas del enemigo no bajarán de ochenta; entre ellos el titulado Mayor General Ignacio Agramonte y el teniente de su escolta Jacobo Villegas. Es de presumir que hayan tenido igual suerte otros cabecillas, debiéndose este honor más principalmente a la sexta compañía del Batallón de León. El enemigo dejó en nuestro poder armas y caballos, y se le destruyó un vastísimo campamento, en el que tenían una glorieta con arcadas y asientos en forma de estrella solitaria.

"Nuestras bajas siempre sensibles, consisten en 6 muertos, 15 heridos y 13 contusos. Además 3 caballos, entre ellos el del comandante D. José Ceballos y el del Alférez de la tercera contra-guerrilla D. José Alcaina. "Todas las tropas que han tomado parte en este brillante hecho de armas, se han portado como buenos bizarros; se han hecho dignos de alabanza y premio.

"Reciban los vencedores de jimaguayú, nuestra más cordial enhorabuena."
 

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"El Fanal", de Puerto Príncipe, de trece de mayo de 1873, decía:

"Un acontecimiento de gran trascendencia para la pacificación del Departamento Central, según el común sentir de los que han seguido paso a paso el desarrollo, progreso y decadencia de la insurrección en el Camagüey, y para los que conocen los elementos materiales y morales de los enemigos de la integridad nacional, tan decantados en los órganos del filibusterismo, y de los que han pretendido y pretenden todavía sacar partido para mantener en Cuba la inquietud, el desasosiego y la perturbación, ha venido ayer a ocupar la atención general de la Capital del Centro.

La figura más prominente, el jefe más caracterizado, el caudillo más tenaz y animoso de la insurrección, que desde el principio de la fratricida lucha se pronunció tan acentuadamente en favor del principio separatista, el que más ascendiente tuvo siempre en las filas enemigas y que pretendía a toda costa mantener el entusiasmo y conservar viva la llama de la insurrección, porque, quizás en sus aspiraciones, su adhesión a la causa que defendía y sus servicios, de todos sus parciales reconocidos, pudieran más tarde colocarle en el puesto más elevado de la sofiada República de Cuba, acaba de pagar con la vida su temerario error, que lo indujo a empuñar las armas como a otros muchos que han tenido el mismo fin, contra la madre patria que le había dado el ser. (22)

Como a las ocho de la noche del día once circuló, con la rapidez del rayo, la noticia del brillante hecho de armas que a las ocho de la mañana del mismo día había tenido lugar en Jimaguayú, entre las tropas que, al mando del señor teniente coronel del Batallón de León, Rodríguez de León, habían salido de esta ciudad el siete del corriente por disposición del Brigadier Valeriano Weyler y las partidas enemigas reunidas mandadas por el titulado Mayor General Ignacio Agramonte, que formaban un total de 800 hombres, lo más granado y escogido de la insurrección y que más confianza inspiraba al caudillo rebelde, habiendo tomado parte en la función .el bizarro batallón de León, algunas contra-guerrillas y artillería; pero faltaban detalles y a las doce de la noche súpose ya con certeza la muerte de Agramonte, cuyo cadáver había sido encontrado, transcurridas algunas horas del combate, que fué rudo y sostenido con empeño por ambas partes por espacio de hora y media, y glorioso para nuestras armas.

Cuatro años de lucha, tan estériles en resultados para los que la provocaron, y tan fecundos en males de todo linaje para la joven Cuba, tiempo es ya que no tengan nuevos sucesores; venga la paz y desengáñense de una vez los temerarios y los ilusos, que aún conservan las armas en la mano, no para triunfar, porque Cuba será siempre española, sino para arrancar las entrañas a la más preciada de las Antillas, a la hija mimada de la noble y generosa España....

Cuando a raíz del natural sentimiento que habíamos experimentado los leales por la muerte del valiente y pundonoroso Coronel Abril y de los no menos bizarros Capitanes Larrumbe y Torres que con fuerzas infinitamente menores acometieron denodadamente el siete de este mes a las de Ignacio Agramonte en Ingenio Molina, cuando unos cuantos soldados acababan de sacrificar heroicamente su vida en aras de la Patria y cuando nuestros enemigos, por uno de esos acontecimientos tan frecuentes en la suerte de las armas, pudieran soñar futuros triunfos, ha venido a derribar en el corto período de cuatro días este hecho providencial sus efímeras y deleznables esperanzas.

La facción ha sido desbaratada en cinco cuartos de hora y ha perdido con su principal caudillo el elemento más poderoso que le daba vida, forma, organización y valor.

La aparición del periódico dominical "El Gorrión", en el estadio de la prensa de esta localidad, que consagrará parte de sus columnas a la reseña de la acción de Jimaguayú, y la premura del tiempo con que escribimos estas líneas, nos relevan del cargo para nosotros muy grato de hacerlo en este lugar."

El periódico "El Fanal", de Puerto Príncipe, de 29 de mayo de 1873, decía:

"A la serie de victorias alcanzadas por nuestro Ejército, tenemos que añadir la que ha obtenido la columna del teniente coronel Rodríguez de León, en el potrero de Jimaguayú. Victo ria de trascendencia, pues que ha venido a privar a la insurrección de su principal caudillo, así en el terreno militar como en el político.

Por disposición del Comandante General salió de esta plaza el día ocho el referido jefe con cinco compañías de su aguerrido batallón, la columna volante compuesta de 250 hombres al mando del Comandante Don Juan Godoy, fuerzas de las guerrillas tercera y cuarta al mando del Capitán Rafael Vasallo y una pieza de montaña con su correspondiente dotación. Después de tres días sobre el rastro enemigo se encontró a éste en el punto denominado Cachaza, en cuyo sitio, vista la huella en dirección a Jimaguayú, y siendo ya muy tarde para continuar la marcha, acampó la columna en aquel punto y salió al siguiente día, al romper el alba, ,en dirección a Jimaguayú

Una legua llevaría andada la columna cuando se encontró un corral falso para recoger ganado, lo que indujo a creer al Coronel León que el enemigo se hallase acampado en aquel punto. Un cuarto de hora no había transcurrido cuando se oyeron dos disparos de exploradores enemigos.

Con arreglo a las instrucciones que llevaba hizo alto la cabeza y ordenó a dos compañías de León que marcharan por sus flancos una por la derecha y otra por la izquierda a la altura de la guerrilla y por el pie del monte que servía de límite a la llanura de la antigua casa de Jimaguayú. A los pocos minutos de marchar entraron flanqueando las dos compañías de vanguardia, y a los breves instantes rompió el fuego, sobre ésta, una avanzada enemiga de 16 a 20 hombres montados, cuya vanguardia se lanzó a la carrera sobre el enemigo, haciéndole huir.

El bravo coronel comprendió que el enemigo esperaba nuestras tropas, en ventajosa posición, y ordenó al Capitán Ayudante José Gutiérrez que con dos compañías marchase flanqueando el callejón que conduce desde aquel punto al potrero del llano de Jimaguayú y al comandante Ceballos que con tres compañías continuase por el camino real en dirección al punto donde estuvo el fuerte de Jimaguayú, esperando con el resto de la columna a que se rompiese el fuego, para proteger a la fuerza que más lo necesitase. Pocos minutos habían transcurrido cuando la mandada por el Comandante Ceballos empezó un nutrido fuego sobre fuerzas enemigas que esperaban emboscadas en el camino con intento de atacar por retaguardia a la columna. El Teniente Coronel marchó a escape con las guerrillas montadas a la línea de fuego y mandó al Capitán Gutiérrez que flanqueara sobre la derecha del enemigo, cayendo sobre él por retaguardia. Con el mayor acierto ejecutó esta orden dicho capitán, haciendo un completo cambio de frente bajo el nutrido fuego enemigo mientras que el Comandante Ceballos la batía de frente. En aquel momento estableció el jefe la pieza de montaña, dispuso la reconcentración de las acémilas en un punto resguardado del fuego y escoltadas por una compañía de la columna volante, ordenó al Comandante Godoy que se emboscara con las otras dos sobre la izquierda de nuestra línea, consiguiendo atacar al enemigo por s r flanco derecho. Un fuego nutrido se sostenía por ambas pa tes, el bizarro jefe recorría la línea de fuego. En esta situación observó la posición de la caballería enemiga que en número de más de 200 se hallaba formada sobre nuestra izquierda. Ordenó a nuestras guerrillas que amagasen una carga por la izquierda y centro, seguro de que aquélla, envalentonada con sus últimos hechos, había de salir en su persecución, proporcionando a nuestras tropas el escarmentarla y destruirla. El Capitán V sallo emprendió la carga y al llegar a la inmediación de la caballería enemiga rompió ésta nutrido fuego sobre nuestras guerrillas, las que desplegadas en línea de batalla contestaron con fuego tan eficaz como violento, ocasionándole gran número de bajas; se estrecharon las distancias y se cruzaron multitud de cuchilladas. En esta disposición ordenó el Capitán Vasallo la retirada de sus fuerzas con objeto de que la caballería enemiga cayese sobre la cuarta compañía de León, que protegía la carga, y se trabase un nuevo y terrible combate, a quemarropa. sí sucedió, se emprendió la retirada con tanto acierto que se traje al enemigo hasta las bocas de fuego de la citada compañía. combate se hizo de nuevo más terrible, las descargas de nuestra fusilería abrían brecha entre la masa inmediata de la caballería enemiga. Las dos compañías de la columna volante, mandadas por Godoy, que estaban a la izquierda de la cuarta de León, rompieron sobre la caballería enemiga con descargas tan nutridas como certeras, al propio tiempo que las guerrillas ro pían de nuevo el fuego sobre el costado derecho.

La pieza de artillería de montaña hizo dos disparos de metralla tan eficaces, que destrozaron aquella hueste, cuyos restos huyeron a refugiarse a una masa enemiga de 500 a 600 Infantes que estaban haciende fuego sobre nuestro centro. El Coronel ordenó entonces fuego de granada sobre aquella gente y dos proyectiles les hicieron dispersar completamente.

El fuego continuaba en toda la línea. El titulado Mayor General Agramonte organizó los restos de su caballería y alguna infantería, al frente de a cual quiso introducirse en nuestro campo por el centro que creyó descubierto por estar la sexta compañía de León rodilla en tierra, y oculta entre la yerba guinea. Dicha compañía no disparó sobre Agramonte y su gente hasta que no los tuvo a boca de jarro; las guerrillas apoyando los flancos de esta compañía rompieron nutrido fuego, verificandose un combate desesperado de resultas del cual murió atravesado de un balazo entre otros muchos que le acompañaban el titulado Mayor General Ignacio Agramonte y se cree fuese también herido el titulado Brigadier Sanguily. El enemigo hizo entonces un terrible esfuerzo en aquel sitio; su ira se revelaba por sus voces; pero el bizarro Coronel ordenó reforzar aquella parte de la línea, con otra compañía, la que a su oportuna llegada y al grito de ¡Viva España! ¡a la. bayoneta, a la carga! en medio del más ardoroso entusiasmo, cayeron al arma blanca sobre el enemigo arrollándole y precipitándole en vergonzosa fuga al monte inmediato.

La acción empezó a las siete y media y terminó a las ocho y media, después de la cual y de reconocido el campo, se recogieron nuestros muertos y heridos que no lo habían sido antes, dando sepultura a los primeros y curando a los segundos; mientras tanto se destruyó el vastísimo campamento que ocupaba el enemigo, construido hasta con lujo, pues tenía en su centro una espaciosa glorieta con arcos y asientos y en medio de ella una estrella de cinco puntas en figura de mesa de grandes dimensiones.

Nuestras bajas corroboran las acertadas disposiciones del Coronel; seis muertos, quince heridos, trece contusos de tropa y un oficial contuso.

Las del enemigo de consideración, excediendo de ochenta las que se vieron en la refriega, sabiéndose que lleva un convoy de doscientos diez heridos, entre ellos el titulado brigadier Sanguily."
 

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La "Gaceta de la Habana", del día 15 de mayo de 1873, decía:

"El día doce la columna de León encontró al enemigo en Jimaguayú, ocho leguas al suroeste de Puerto Príncipe, al que consiguió batir y derrotar después de un reñido combate. Las fuerzas enemigas se calculan en 800 hombres de infantería y caballería.

Los nuestros 400 hombres de León, 250 de la columna volante, una pieza y 60 guerrilleros. Las bajas del enemigo han consistido en 80 muertos vistos y muchos heridos que retiraron, entre los cuales se cree iba el cabecilla Sanguily, a quien se vió caer de su caballo. En esta acción ha muerto el titulado general insurrecto Ignacio Agramonte, cuyo cadáver fué recogido y conducido a Puerto Príncipe y expuesto en público fué reconocido levantándose acta, después de que se comprobó su identidad por toda la población en masa.

La muerte del cabecilla ha sido de gran, importancia, no sólo por su valor y conocimiento sino por la influencia que ejercía sobre sus secuaces.

Se cogieron armas al enemigo y caballos, entre los que estaba el de Agramonte. Nuestras bajas han consistido en 6 muertos, 15 heridos y 14 contusos."
 

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El "Diario de la Marina", de la Habana, de 15 de mayo de 1873, dice:

"Un acontecimiento importante del cual puede depender la pronta terminación de la guerra ha tenido lugar durante el período quincenal que hoy reseñamos. La muerte de un hombre cuya alma pertenece a Dios y cuya memoria a la Historia, como dijimos al ocuparnos particularmente de este suceso, ha venido a llevar la dispersión y el pánico a los rebeldes del Departamento Central. Ignacio Agramonte, titulado generalísimo de los insurrectos del Camagüey, ha muerto en un reñido encuentro con nuestras tropas. He aquí como oficialmente se publicó el hecho en la tarde del 12 que produjo en esta Capital profunda sensación. El Comandante General de Puerto Príncipe, dice el General Jefe de Estado Mayor, en telegrama de esta fecha manifiesta al General en Jefe de este ejército que según parte recibido, por el jefe del batallón de León, éste con el cuerpo de su mando encontró y batió al enemigo, fuerte de unos 800 hombres, en Jimaguayú, haciéndole 80 muertos y varios heridos, entre los cuales supone hallarse el cabecilla Sanguily, exponiendo también que cree haber muerto al titulado general insurrecto Ignacio Agramonte, puesto que se ha cogido su sombrero atravesado de un balazo y lleno de sangre, apoderándose también de su caballo e impermeable.

La pacificación del Camagüey, hemos dicho una vez más, es la pacificación de la Isla de Cuba. En el Camagüey ha tenido la insurrección sus mejores elementos de fuerza; en el Camagüey se constituyó esa parodia de gobierno rebelde que fijó en Guáimaro sus reales; en el Camagüey se lanzaron aI campo casi todas las familias que residían en Puerto Príncipe, dándole al movimiento separatista cierto prestigio moral de que ha carecido en otros departamentos; en Camagüey se levantaron reductos y trincheras que tenían por fortalezas inexpugnables los partidarios de Cuba Libre y del Camagüey, por fin, se han surltido y surten de carne los insurgentes del resto de la Isla.

Y el alma de la Revolución en ese distrito, el que ha impedido numerosas presentaciones con la energía y el terror, el que pronunció la tristemente célebre frase, "africanos antes que españoles", cuando en "Las Minas", a principios del 69, la mayoría de los cubanos quería abandonar la lucha, era Ignacio Agramonte. (23)

A más de uno de nuestros bizarros jefes, que se ha distinguido en nuestra campaña, hemos oído decir: "Preferiría en bien de la paz de Cuba coger a Ignacio Agramonte que al mismo Céspedes." Comprendan, pues, nuestros lectores con esta frase la importancia del suceso que reseñamos.

Ignacio Agramonte era la personificación en la actualidad del movimiento separatista y muerto él no queda en la insurrección cabecilla alguno de suficiente prestigio que pueda reemplazarlo."

Y ya expuesto lo que la prensa española de las capitales de la Provincia y de la Isla dijo, sobre la muerte de Ignacio Agramonte, que constituye exponente preciado de la importancia que el personaje tenía para la nación progenitora, vamos a traer aquí el documento más importante, a nuestro juicio, que se ha escrito sobre Ignacio Agramonte; no sólo por llevar al calce la firma de Máximo Gómez, que recogiera el legado militar del Mayor, sino por los hechos singulares que revela.

En 1891 la ilustre esposa de nuestro biografiado, que como hemos dicho no desperdiciaba oportunidad para ocuparse del prócer fenecido, se dirigió al General Gómez pidiéndole la copia de una carta, escrita (24) por él a Figueredo, en que aquél se refería a Ignacio Agramonte. Entonces, el General le contestó en la forma que vamos a ver y le acompañó párrafos de su "Diario de Campaña". Estos documentos, originales, los hemos leído con unción patriótica y fervor religioso en la valiosa biblioteca que la "Sociedad Económica de Amigos del País" tiene en su casa de la calle de Dragones en la ciudad de la Habana.

"Montecristy, 30 de septiembre de 1891. Sra. Amalia Simoni de Agramonte. Señora mía: Siento muy mucho que no me sea posible complacer a usted remitiéndole la carta que desde Camagüey dirigí a Félix Figueredo a Oriente.

Recuerdo que le decía, lleno de entusiasmo, hechos y cosas de Camagüey y finalmente del General Agramonte; pero apenas recuerdo confusos conceptos.

Sin embargo, para llenar en parte los deseos de usted, le adjunto copia de algunas páginas de mi "Diario de la Guerra", donde están expresadas mis primeras impresiones al llegar al Camagüey y mis juicios respecto al heroico soldado de la Libertad, su digno esposo de usted.

S. S. que besa sus pies.
MAXIMO GOMEZ.

APENDICE:

No obstante que quizá usted pueda saberlo, por sus muchos amigos que acompañaron al acto, un día se levantó un acta fúnebre con la fecha y los detalles del fatal suceso y puesta en una botella, bien tapada, la enterraron en el lugar, que según sus compañeros en el combate, cayó el General.

Después, para que quedara bien mareado aquel lugar, levantaron un panteón a tierra viva. Todo debe estar allí, Jimaguayú. Para los fines que convenga. Gómez. Copiado de mi diario. Año 1873. Julio primero. He llegado a San Diego, primer punto de Camagüey donde acampo después de una marcha tan larga y fatigosa. Francisco Sánchez Betancourt es al primer camagüeyano que he visto, y con éste tomo informes de la zona donde actualmente puede encontrarse el general Sanguily, jefe que de interino sujeta el mando de este Departamento.

Día tres de julio. Me dirijo al campamento de Reeve, donde llego el 5. He sido recibido por este jefe y su pequeña escolta de caballería con una atención y cortesía admirables. He quedado admirado del espíritu y buen orden de esta gente. Veo reflejarse en ellos el carácter del jefe muerto. A la vista de la escolta de Sanguily y de la que fué del Mayor me conmuevo profundamente, pues aquellos hombres visten luto en el alma".

Al dirigirse a las tropas formadas les dice: "Jefes, Oficiales y Soldados. Designado por el gobierno para ponerme al frente de vosotros, vengo lleno de confianza en mis aptitudes a cumplir este mandato y con más razón cuando es muy difícil sustituir bien al Mayor General Ignacio Agramonte".

"Día 10. Ya han concentrado todas las tropas. Hoy a las ocho de la mañana he pasado revista a 500 jinetes y 800 infantes. Son anexas las tropas de las Villas que el General Agramonte había organizado e incorporado.

A la vista de este pequeño ejército, pero bien ordenado y organizado, no era por menos que sentirse vivamente preocupado con el vivo recuerdo del General Agramonte. Su presencia se refleja en todo esto. Lamento no haberle conocido. Pocos podrán cual yo, apreciar la pérdida que ha sufrido la revolución con la muerte del General Agramonte. Es regla general que en el soldado se han de ver, como de relieve, marcadas las condiciones morales de su jefe, y en estas tropas se notan el hábito de disciplina, moralidad y orden, que eran sin duda una de las primeras cualidades de aquel carácter.

Los españoles no saben una cosa, y es que Agramonte, inspirado en un puro patriotismo, dejó asegurada la Revolución en este punto. Agramonte les hará tanto daño muerto como vivo. Por mi parte, he encontrado el instrumento templado, y mi fortuna estriba en arrancarle buenas notas.

¡Ah! ¡Cómo no nos unió el destino en el campo de batalla! Yo le hubiera hecho vivir para la Patria antes que morir para la gloria!

Céspedes no tubo buen ojo, como Napoleón primero; si no no se malquista con Agramonte, o como Bolívar, hubiera podido ver a un futuro Sucre cubano. Consigno estos pensamientos bajo las más sensibles impresiones. Ocupada toda el día mi tienda por jefes y oficiales que han venido a visitarme (saludarme), el tema de las conversaciones ha sido la muerte de este hombre tan sentido. Un oficial de limitados alcances, ha dicho: "Qué desgracia que el Mayor tuviera que morir, para saber nosotros que le queríamos tanto!"

Nadie es capaz de saber los grados de egoísmo que guarda el corazón humano. Yo me he sentido a la vista de todo ésto casi envidioso del General en su tumba.

Sin duda estos hombres se habían batido siempre por un sentimiento, en lo adelante se batirán por un recuerdo también.

Aquel hombre, hijo de esta tierra, que sólo a sus propios recursos atenido y sin nociones militares de ningún género, juzgo, por lo que he encontrado hecho, que se había colocado en primera línea de todos los generales que combatimos, pues los conozco a todos. Estaba llamado, en lo porvenir, a ejercer grandes y altos destinos en su Patria.
MAXIMO GOMEZ."

Este hermoso documento, hecho y firmado por quien es sin disputa el primero de nuestros generales, constituye el más certero y valioso juicio que se haya pronunciado sobre Ignacio Agramonte como hombre de guerra. Leyéndolo nos parece ver aquella figura, gallarda e imponente del Mayor, dirigiendo los trabajos de organización militar, presente luego en los campos de, ejercicio, hablando a sus hombres para marcarles la ruta del honor e infiltrarles en el alma el patriotismo y llevándoles, por último, al combate, en donde se destacaba el primero, siempre dando con el ejemplo la ley del valor y del sacrificio. (25) Por eso pudo formar el cuerpo formidable de tropa que legara a Gómez y que permitieron a este otro guerrero excepcional deslumbrar al mundo americano con el rosario interminable de victorias que muestran esas campañas de los años 1873 y 1874. (26)

Alejandro Magno no hubiese podido conquistar a Grecia y Asia si no hubiese habido un Filipo que creó y organizó la invencible falange macedónica, con la que aquél llegó a dominar al mundo. De igual modo si a Federico "El Grande" no hubiese precedido un Rey Sargento, que formó el ejército prusiano, la Europa del siglo XVIII no habría contemplado, asombrada por la audacia, la técnica y el valor, el fenómeno militar de la guerra de siete años, en la que una pequeña nación pelea airosamente con el resto de todo el continente. De igual manera el General Máximo Gómez no hubiera dejado para la historia un "Palo Seco", ni Cuba anotaría en .el calendario de sus hechos de guerra ese tríptico que forman el "Naranjo", "Moja Casabe" y "Las Guásimas de Machado", si el destino no llega a poner al frente de las tropas camagüeyanas durante aquel trienio 71 a 73 el carácter, el corazón y la inteligencia singulares que levantaron muchos codos por cima de las cumbres gloriosas de su tiempo la personalidad insigne de Ignacio Agramonte y Loynaz.
 


Notas:

(1) Véase como reclama a Villamil hombres, armas y caballos para su división: "Don Ignacio Agramonte, dice Pirala, escribió a Villamil que sabía se encontraban en la división de su mando, con objeto de pasar a las Villas, los oficiales que nombraba, sin estar debidamente autorizados; que el citado Villamil poseía armas y caballos que no le pertenecían y sí a la división del Camagüey, de la que habían desertado algunos individuos para servir con aquél en las Villas, y habiendo resultado infructuosas las conferencias celebradas pera un arreglo amistoso, formuló la debida reclamación con amenaza de proceder enérgicamente. Reflexione usted, le decía, en que los recursos de guerra del Camagüey que no le hayan sido asignados por el gobierno, no han podido ser legítimamente adquiridos por usted y se apresurará sin duda a hacerme entrega de ellos explicándome como llegaron a su poder. Tengo todos los datos necesarios para perseguir ante los tribunales a las personas que se los han proporcionado, y procederé a ello si no se verifica su entrega, dirigiéndome contra los que como autores, cómplices o encubridores hayan tenido alguna participación en los hechos de que se trata".

(2) Dice Juárez que "por esta época algunos presentados, parientes y amigos del General Agramonte, para halagar a los españoles, tal vez, o con el deseo que tenían de que terminase la guerra, enviaron al Mayor recado solicitando una entrevista, en la que le harían proposiciones de paz, ventajosas a los cubanos. Aceptó el Mayor la entrevista y salió a recibir a los comisionados, a los que encontró en la sabana "La Redonda". El Mayor saludó, frío y ceremonioso, a los que integraban la comisión, cuyos miembros quisieron convencerlo de la inutilidad de sus esfuerzos, porque la guerra estaba perdida para Cuba, diciéndole que se presentara mediante una capitulación honrosa y conveniente, hasta que uno, para agotar los medios de convicción, después de decirle que era imposible continuar la guerra, preguntóle: ¿"Qué elementos tienes para continuarla? ¿Con qué vas a seguir esta lucha sangrienta, tú solo, careciendo de armas y municiones?" "¡Con la vergüenza ....!" Replicó con dignidad. Y volviendo grupas regresó con su escolta al campamento".

(3) Véase en esta actitud de Quesada su innegable amor a Cuba y el mérito indiscutible de sus servicios a nuestra causa. Se comprueba con esta conducta del general la rara habilidad política de Agramonte luchando, en el momento en que aquél debía abandonar el mando, porque la Cámara le aceptase la renuncia, que presentada tenía, y no le depusiese. Agramonte, además, realizaba, defendiendo al general caído, un acto de pura justicia.

(4) Ubieta asegura, al igual que Collazo, que fué este oficial quien llevó la noticia al Mayor.

(5) Dice Aurelia Castillo que al dirigirse a sus hombres, para llevarlos a la pelea. lo hizo con estas palabras: "Los que tengan buenos caballos y estén dispuestos a morir que avancen un paso".

(6) El 25 de abril de 1905, el General Bernabé Boza escribía al Coronel Manuel María Coronado, director de "La Discusión", una carta, acompañándole relación de 37 jinetes que dice fueron los hombres del rescate; en esa relación figuran, además de los nombres citados, los de Escipión de Varona, Alejo Caballero, Carlos Díaz y Rafael Basulto; faltando en ella Manuel de la Cruz, Federico Diego y Mateo Varona. A la lista referida, publicada en "La Discusión", hicieron rectificaciones los veteranos Gaspar Rosales Socarrás y Tomás Basulto. El primero, que dice haber tomado parte en la acción, apuntó lo siguiente: "El Corneta que tomó parte en el combate se nombra Juan Antonio Avilés, tenía el grado de cabo. Andrés Díaz era comandante. Emiliano Agüero, se quedó con el resto de la caballería en "Consuegra". Faltan en la lista Mateo Varona, Eusebio Martínez y el que suscribe, Gaspar Rosales Socarrás". Tomás Basulto dijo lo siguiente: "Con el propósito de aclarar conceptos que deben servir para la Historia, es mi deseo hacer público que habiendo visto en el número de "La Discusión", en un suelto, la relación de cubanos que tomaron parte en el rescate del general Sanguily, y habiendo notado que de ella se omiten los nombres de los compañeros José de la Cruz Delgado, Federico Diago, Luis Montalvo, Mateo Varona y el nombre del que suscribe, que era cabo primero del escuadrón de caballería del Regimiento Agramonte, con el fin de que la verdad quede en su lugar, envío a usted las presentes líneas: Vicente Estrada es confundido con Benjamín Estrada; Alejo Caballero no estuvo en la acción, pues ese día estaba en el campamento del coronel Eduardo Agramonte; Rafael Basulto, lo confunden con Tomás, pues aquél quedó en la impedimenta y Carlos Díaz, sargento primero, no estuvo en la acción, pues el sargento primero que estuvo en ella fué el segundo Carlos Martell. Camagüey, junio 19 de 1906.—Tomás Basulto". Este documento obra en poder de los familiares de Enrique y Elpidio Mola, quienes conservan como preciada reliquia, y entre múltiples recuerdos históricos, la gloriosa bandera cubana que fué lábaro de victoria en la sangrienta acción de "El Jíbaro".

(7) El autor ha tenido oportunidad de comprobar personalmente ese grandísimo ascendiente del Mayor sobre sus tropas interrogando a veteranos de la Guerra Grande En esta misma semana en que escribe, oyó de los labios trémulos del sargento Luis García Ramírez, que peleara a las órdenes del Mayor, en la acción del "Cocal", como se inició ese combate y como el Mayor al sentir los tiros en su retaguardia, estando él a caballo, rodeado de sus soldados, se dirigió a los mismos con las siguientes palabras, que al ser repetidas despiertan coraje insospechado, energía sublime y ponen fulgor de gloria en los ojos del anciano García: "¡A caballo, muchachos!" De esta acción cuenta el mismo veterano que todos sus compañeros se maravillaron del dominio del Mayor, pues cuando cargaba sobre el enemigo al cruzar, al aire de carga, por el lugar donde yacía, retorciéndose en loe estertores de la agonía. el jefe español, acertó a verle las insignias y gritó: "¡Comandante Mola, quítele los papeles a ese coronel español!".

(8) Dice el general Gómez: "Acampaba muy tranquilo en "Peladeros" y al día siguiente noté, con inexplicable sorpresa, que por orden de la Secretada de Guerra se presentan en formación las tropas acampadas se les lee la orden de mi deposición. Fandábase aquélla en un acto de desobediencia de mi parte, por el hecho de no haber proveído a un número de asistentes que se me había pedido para la comitiva del Gobierno, y a mí no me era posible conseguirlos sino aprovechando una concentración, para poderlos sacar de modo conveniente, pues en el estado de entusiasmo a que habían llegado nuestros hombres no era muy fácil encontrar ya, en las filas del ejército, soldados que quisieran prestar esta clase de servicios voluntariamente, y la gente de color, que habíamos arrancado a sangre y fuego de las garras de la esclavitud, era necesario que fueran libertos muy inútiles para que prefiriesen al rifle la servidumbre, cualquiera que ella fuese: No importa que la prestaran al Presidente o a un general. Yo quedé aturdido con aquel inesperado procedimiento y se me hacía difícil creer en la causa que se invocó para ejecutarla. El ayudante que leyó la orden la terminó con un ¡Viva Cuba Libre! y otro al gobierno, que las tropas inconscientes respondieron. Esto último, aunque por instantes, me impresionó. tristemente".

(9) El sargento Luis García Ramírez, hoy octogenario, peleó en la caballería cubana, con el Mayor Agramonte, en diversas acciones,, encontrándose en el macheteo del "Cocal" y en la acción de Jimaguayú. Este glorioso veterano terminó la guerra con el grado de sargento, concedido por el general Máximo Gómez, quien también le dió el ascenso a cabo. En Jimaguayú tenía 17 años de edad. Vive actualmente en la Sierra de Najasa, dedicado a la agricultura y a la crianza.

(10) En los exámenes verificados la víspera de la acción de Jimaguayú, los que fueron presenciados por Agramonte, obtuvo su premio, consistente en un revólver, donado por el Mayor, el capitán Francisco Carrillo.

(11) El heroico coronel Enrique Loret de Mola escribía la siguiente carta a Francisco Arredondo:—"Camagüey, julio 5 de de 1910. Sr. Francisco Arredondo: Mi querido y buen amigo Pancho : Adjunto te remito un croquis, con las modificaciones que le he hecho al que publicó el señor Lagomasino en el periódico "La Prensa", del combate de "Jimaguayú", en donde tuvimos la desgracia de perder a nuestro inolvidable Mayor (como le decíamos todos sus subalternos). He tratado de hacerlo cona cooperación de mis compañeros supervivientes, que se encuentran aquí, con la idea de que sea lo más aproximado al original, pues después de tantos años como han transcurrido hasta la memoria flaquea; pero fué tanta la impresión que causó a nuestro espíritu tan horrible desgracia en ese día funesto, que creo que aun cuando transcurriera doble número de años, si fuera posible que lo escribiéramos, no Be borraría jamás de nuestra imaginación. Como no soy ni pintor ni nada que valga la pena, a pesar de mi insuficiencia, he tratado de hacer allí unos garabatos; pero están claros y precisos, para que cualquiera pueda, por lo menos, formarse una idea del objeto que nos ocupa. Hubiera querido mandar el croquis con mi anterior, que te escribí, donde protestamos del parecer de algunos mal intencionados; pero no me fué posible, por la premura con que traté de contestarte, y por eso lo hago ahora, con el propósito de que los cubanos se dén cuenta de la verdad de lo ocurrido, o por lo menos que nos dejen tranquilos, pues nuestra única aspiración en nuestra Revolución del 68 fué el deber cumplido para con la Patria. Soy modesto y de corto alcance, y, por lo consiguiente, no entraré en polémica de periódicos, pues lo que decimos es con toda sinceridad y ajustándonos a la verdad de nuestra conciencia. Concluyo enviándote un abrazo y recuerdos, etc.—Enrique Loret de Mola".

(12) Este sargento peleó en la caballería camagüeyana en esta acción. Ha visto nuestro croquis y se muestra conforme con la colocación dada a las fuerzas cubanas.

(13) El Doctor Hortsmann, abogado ilustre del foro camagüeyano, nos refiere que Sanguily, allá en Madrid, le habló de la muerte del Mayor en los siguientes términos: "El Mayor no quería pelear ese día, porque preparaba sus huestes para la consabida entrevista de Victoria de las Tunas, a la cual las quería llevar en inmejorables condiciones. Que sus amigos y compañeros de armas habían obtenido de él, a fuerza de ruegos incesantes y reiterados, la promesa de no llevar arma blanca, pues, dado lo impetuoso de su carácter, y su amor apasionado a la causa que defendía, tan pronto se hallaba frente al enemigo se lanzaba el primero a la carga, con inminente exposición riesgosa de su preciada existencia. Que momentos antes de su muerte inspeccionaba el campo, con un grupo de hombres; cuando se halló, de repente, cerca de la tropa hispana, y, que en ese momento, al ver a los soldados, alguien, detrás de él, gritó: "Mayor, al machete". Que entonces Agramonte desenvainó la tajante hoja de Toledo y se lanzó al arma blanca sobre el enemigo". El lector juzgará de la certeza del relato al estudiar con nosotros la acción. No obstante, tiene el mérito de ofrecer valiosos elementos para el estudio integral del personaje, que no puede desdeñar el biógrafo. Por ello, y por venir de Sanguily, se inserta en el trabajo.

(14) Por los años 75 a 80 ocupaba el Casino Español de Camagüey el edificio que antes tuvo la "Sociedad Filarmónica" y que hoy tiene "El Liceo". En un ángulo interior del mismo tenían los españoles, en una urna, de cristal y cedro, como preciada reliquia, esa espada, tomada por Correa en la rota del Olimpo y recuperada por los hombres de España en el campo terrible de Jimaguayú. Este dato lo debemos a la memoria privilegiada del eminente camagüeyano Enrique Hortsmann.

(15) Al valiente Jacobo Díaz de Villegas le recogieron los españoles gravemente herido y cuando le iban a curar, como español, se irguió altivo y heroico diciendo que era un oficial del Ejército Cubano; por lo que le remataron, en el acto, a machetazos.

(16) El padre Martínez, que lavó el cadáver de Agramonte, afirma: "que no presentaba más que una herida, de arma de fuego, en la cabeza".

(17) Campa y Feliú, páginas 87 y siguientes, dice: "Fué encontrado su cadáver por un guerrillero rezagado, atravesado en un mulo y enterrado en Puerto Príncipe". Relata el episodio de la cartera que entregó el guerrillero rezagado. Dice Juárez: "Un guerrillero al servicio de España, de aquellos que se dedicaban con mayor fruición a los despojos de los muertos, registraba los caídos y recogió, entre otras cosas, una cartera y una fotografía, que mostrara más tarde al teniente coronel Rodríguez de León quien, tratándose de un retrato del Mayor, ordenó, desde Ingenio Grande, al comandante Caballos que volviera a Jimaguayú a recoger el cadáver. El propio Juárez, en trabajo publicado en el periódico "El Camagüeyano" de esta ciudad, fecha once de mayo de 1935, dice: "Un mestizo asistente de Agramonte, que durante el combate se había mantenido agregado a la impedimenta, cuando supo la novedad (la muerte del Mayor), acompañado de otro soldado blanco y cuyos nombres no hemos podido averiguar, ambos montados, se dirigieron al lugar de la acción, cuando ya la compañía de Sánchez se replegaba al campamento cubano; la retaguardia de esta unidad explicó al mulato detalles del suceso y le indicó la tumba del bravo Díaz de Villegas, que acababa de ser inhumado. Los dos soldados llegaron hasta este lugar y de allí partieron directamente al punto donde encontraron el cadáver del Mayor, sin sombrero y sin arma. Cuando el asistente mestizo se cercioró de la muerte de su amo se bajó del caballo, despojó al cadáver de la culebra, o sea, el cinto de cuero forrado de monedas de oro que llevara en la cintura, la cartera de bolsillo, con algunos objetos y cartas, y la bandolera, de la cual pendía un bulto repleto de correspondencia oficial. Terminado este acto de pillaje, montó nuevamente a caballo y ambos tomaron a Cachaza, en el trayecto echaron la bandolera con su contenido en el pozo de un batey abandonado, y continuaron marcha, para caer más adelante en una avanzada o guardia del campamento español. El efe de la patrulla envió los prisioneros a presencia de Rodríguez de León y éste, buscando información sobre el enemigo, interrogó al mulato para saber el número de las fuerzas cubanas, su armamento, bajas durante el combate y demás; el astuto mulato declaró al teniente coronel que Agramonte había caído en el combate. El jefe español le prometió perdonarles la vida, si guiaban sus tropas al lugar donde yacía el general, y mandó al comandante Caballos a verificar tal servicio. Caballos, guiado por el mulato mambí, que era práctico del terreno que pisaba, volvió a Jimaguayú, recogió el cadáver del prócer 7 retornando en seguida a Cachaza, se unió al grueso de las fuerzas e inmediatamente emprendió el regreso a esta ciudad, Así fué como los españoles ocuparon el cadáver de Agramonte".

(18) Y que con Agramonte se perdiera la República es un dolor que llevamos muy hondo y una realidad que a diario constatamos. Perdida aquella aristocracia espiritual del 68 no hemos vuelto a tener los cubanos, ni aun en los campos de febrero del 95, la República de Guáimaro, obra inmortal que desapareciera con aquel titán iluminado de la democracia y la civilidad, que se llevara también el siglo de oro de la dignidad cubana.

(19) El año 1881 hizo la hoy venerable matrona Olema de Miranda Varona un retrato del Mayor, reliquia que conserva todavía. Ese retrato se custodiaba en el Liceo de aquellos tiempos, oculto del público, descubriéndose sólo los días de sesión, en que la efigie augusta y venerada del caudillo insigne, con los atributos de su elevada jerarquía, presidía los conciliábulos de sus compatriotas. Años después estalla la guerra del 95, vuelve el retrato a la casa de Olema, verdadero templo de la Cuba heroica, y ante él, ara sagrada, venían cientos de atridas, que ya no existen, a jurarle al "Mayor" no retornar del palenque heroico sin haber conquistado la plena soberanía.

(20) Cuenta Ramón Roa que siete días después de muerto Agramonte fueron atacados en el Majagual, cerca de "Vista Hermosa los cubanos, en su propio campamento, y sólo unos cuantos se arrojaron, montando sus caballos en pelo, sobre el enemigo al grito de ¡A vengar al Mayor! lanzado por el valiente Enrique Mola, rechazando a los españoles con su carga.

(21) Veamos la siguiente carta que varios veteranos de Camagüey remitieron en 3 de junio de 1910 a Francisco de Arredondo y Miranda: "Mi querido amigo: Con sorpresa inaudita me he enterado del contenido de tu carta e indignacíón me ha producido lo que ha publicado en el periódico "La Prensa" el señor Luis Lagomasino, referente a la desgraciada muerte en el combate de Jimaguayú de nuestro inolvidable Mayor General Ignacio Agramonte. Suponer que de s fuerzas de caballería del Camagüey, arma favorita de Ignacio, partiera la bala que debía acabar su preciosa existencia, es un crimen horrendo, pues con sólo fijarse en el croquis que el mismo presenta, que con pequeñas modificaciones lo creo bastante exacto y ver la posición que tenía la caballería y en la que por última vez se vió en donde Ignacio estaba, al iniciarse la carga que dimos a la caballería española, que venía a la vanguardia, se comprende que antes que Ignacio pudiera incorporársenos, como era su propósito, tenía irremisiblemente que chocar con la infantería española, que en sus descargas le ocasionó a muerte indudablemente. Viene bien explicar ahora el por qué n ninguno de los ayudantes de nuestro querido e inolvidable Ignacio estuvimos con él en el momento de su muerte. Poco antes de empezar la acción nos dió orden a todo su Estado Mayor que nos incorporáramos a las fuerzas de caballería, cuyo jefe era el bravo Brigadier Enrique Reeve, que él, Ignacio, después de dar órdenes al Brigadier José González, jefe de las fuerzas de las Villas y al coronel Manuel Suárez, jefe de las fuerzas de Caunao, ambas de infantería, se reuniría a nosotros; lo que trató de hacer él solo impremeditadamente, sin duda, en un arranque de entusiasmo despreciando el peligro, iniciado ya el combate. Se dice en el citado artículo que Villegas fuera Ayudante del General Agramonte y que andaba con él. Ni Villegas era Ayudante de Agramonte, ni estaba con él. El capitán Villegas, como el Estado Mayor de Agramonte, estaba incorporado al cuerpo de caballería, como el mismo General nos había ordenado antes de empezar la acción y fué uno de los que murió valientemente en la carga que le dimos a la caballería española. También dice el articulista que tuvo en la Administración de Hacienda de esta ciudad, una conversación con el Doctor Emilio Luaces, sobre este particular, y que éste convino en la misma idea. A la verdad ni comprender podemos que Luaces pudiera estar de acuerdo con la creencia del señor Lagomasíno, y .creo que si él viviera habría de pedir al articulista una rectificación de lo que ha dicho. Es falso suponer que el señor Rafael Zaldívar pudiera cometer ese crimen, pues este señor estaba en las fuerzas de caballería. En fin, amigo Pancho, creo que con esta carta quedará desvirtuado lo que dice en su artículo el señor Lagomasino y si así no fuese, ten tú la plena seguridad de lo que te dejo dicho, que es la verdad de todo lo que pasó y que varios compañeros que se encontraban en esa acción lo justificamos con nuestras firmas. Estos amigos han querido hacerse solidarios de esta carta al enterarse de ella. Soy enemigo de las exhibiciones personales, vivo retraído y desde mi retiro te envía un abrazo tu consecuente y decepcionado amigo y compañero, Enrique. Loret de Mola, Coronel Ayudante. General Maximiliano R amos. Mayor General Javier de la Vega. Elpidio Loret de Mola, Comandante. Capitán Antonio Arango. Mayor General Manuel Suárez y Manuel Barreto.

(22) Proclama que el general Fajardo dirigió a la guarnición de Camagüey: "Soldados: La columna compuesta de parte del batallón de León, columna volante, fuerzas de las guerrillas tercera y cuarta, y una pieza de artillería de montaña al mando del teniente coronel del primer cuerpo, acaba de cubrirse de gloria derrotando y dispersando en Jimaguayú a numerosas fuerzasinsurrectas. La insurrección ha sufrido un rudo golpe, no sólo por las considerables bajas que se le han causado, sino más principalmente por la pérdida del cabecilla de más importancia, que ha dejado de existir. Ignacio Agramonte Loynaz ha muerto y quedan vengados el teniente coronel Abril y sus compañeros, así como las víctimas de Máximo y Palmarito y todas las inmoladas a la crueldad de aquel cabecilla. El excelentísimo señor capitán general, a quien anima el firme propósito de terminar esta lucha, y yo, que tengo el deber y deseo de secundarle con todas mis fuerzas, confiamos en que, imitada por todos la conducta de los vencedores de Jimaguayú, restituiremos a esta tierra la tranquilidad tan deseada. Puerto Príncipe, 11 de mayo de 1873.—Vuestro comandante general, Fajardo".

(23) "El Fanal", de 14 de noviembre de 1873, dice: "En recompensa al buen comportamiento que observara en la acción sostenida con los insurrectos en 11 de mayo último, en Jimaguayú, se ha concedido el grado de teniente coronel al comandante José Caballos Urrutia, el empleo de médico mayor al graduado primer ayudante del mismo batallón Genaro Rodríguez, la cruz de la clase al capitán del Regimiento de Infantería N. 2 Francisco Sabondo, el grado de comandante a los capitanes Constantino Hernández y Rafael Vasallo".

(24) Corrobora la anterior afirmación, que ya ha sido hecha en otras partes de esta obra, la siguiente carta: "Nueva York, junio 15 de 1893: Sr. Director de "Patria". Muy señor mío y estimado amigo: Al llegar a esta ciudad el 7 del corriente, he visto con tanta sorpresa como indignación, porque injustamente se ataca a mi decoro político, que se le baya dado una interpretación torcida y maliciosa a mi entrada ocasional que hice al jardín de la quinta de "Los Molinos" en compañía de mi hija, el 12 del pasado en la Habana, en ocasión en que allí celebraban una fiesta en obsequio de la Infanta Doña Eulalia. Mis amigos, mis conocidos, la sociedad entera, nos llenó de invitaciones para las fiestas de aquellos días en la Capital de la Isla, a ninguna asistí, porque no debía, porque no quería asistir. La primera tarde de referencia paseaba en compañía de mi hija por los alrededores de dicha quinta despreocupada por completo de la celebración que allí se verificaba. Encontramos a nuestros distinguidos amigos Don Federico Mora y Don José Jerez y sin intención seguramente por su parte, y muy ajena de la nuestra, penetramos en el jardín como continuación del paseo que teníamos emprendido, porque ese jardín es del dominio público. Pronto hube de comprender, por las insinuaciones que se nos hicieron para que pasaramos al cuarto de recepción, que aquello tenía un carácter que hacía allí penosa mi presencia. Salimos inmediatamente y por tanto, no saludé a los ínfantes, ni siquiera ví a la infanta. Eso es cuanto ha pasado, que dejo al juicio del público. Inútil es toda otra explicación. Los que aman la memoria del que yo tanto amé, cuyo recuerdo venero, son los llamados a hacerme justicia. A ésta apelo en situación tan penosa como ha estado mi ánimo al ver comentar cruel y despiadadamente un mero incidente ocasional.—Soy de usted segura servidora y amiga.—Amalia Simoni viuda de Agramonte".

(25) Trujillo, hablando de Agramonte, decía que era un hombre símbolo; que lo que lo exaltó, lo que le sublimó ante el ejército fué su carácter pontificio al par que guerrero. Recuérdese la cita que hace Sanguily del americano que vió a Agramonte en el campo insurrecto y dijo que el caudillo le había parecido a lo que se imaginaba del Apóstol San Juan.

(26) En pos de otros documentos sobre Agramonte hemos acudido al erudito historiógrafo cubano Dr. Benigno Souza, quien en amable carta de 9 de febrero de 1936, nos dice lo siguiente: "Aún cuando he examínado el archivo del general Gómez, no he encontrado documento ninguno, con excepción de las notas de su Diario a que usted hace referencia".

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