Vida de Ignacio Agramonte - Juan J. E. Casasus
Vida de Ignacio Agramonte • Juan J. E. Casasús
<< Libro Cinco Apéndice >>

L I B R O   S E X T O
 

Estatua de Ignacio Agramonte en Camaguey
Erigida por la fevorosa devoción de la Sociedad Popular


Como una advertencia a los espíritus descreídos, como una llamada que viene de lo alto, allí, en los campos de "Jimaguayú", donde el 11 de mayo de 1873 cayera a tierra para alzarse al cielo el fundador de la República, se dieron cita los cubanos de 1895 y promulgaron la constitución que se llamó de "Jimaguayú", superestructura de la segunda República, allí, en el propio lugar donde había caído, entre resplandores de gloria, veinte y tres años antes, el Catón de nuestras instituciones políticas, el fundador primero de la República de 1869.

J. J. E. C.

 
 LIBRO SEXTO
 

Función del héroe y del caudillo en la historia. Doctrinas de Hegel y CarIyle. Condiciones esenciales de todo caudillo. La patria es la encarnación de la justicia. Los grandes justos en la historia. Junio Bruto. Timoleón. Agramonte.

Agramonte un personaje kantiano enraizado en la metafísica platónica. La axiología y los valores espirituales. La tragedia escisoria de que habla Goethe. Paralelo entre Martí y Agramonte. Descripción del personaje. El temperamento del Mayor. Queda probado que la milicia no constituía el medio donde debía desarrollarse su vocación vital. Lo constituía la política. Estudio de siete momentos en la vida política del Mayor. Agramonte en la Asamblea de Minas. Como Miembro del Comité Revolucionario del Camagüey. En su primera entrevista con Céspedes. Como Miembro de la Asamblea de Representantes del Centro. En la formidable proclama del 17 de marzo de 1869. Como Miembro de la Cámara de Guáimaro. En el Horcón de Najasa. Juicio final.
 

——————

EL héroe y el caudillo representan y encarnan los ideales y sentimientos de la época histórica que viven y que llenan de contenido, con su lucha, sirviéndose del material humano, dócil y maleable, que pone en sus manos la Providencia, para que se realicen sus altos destinos. Las masas y el héroe siguen un curso fatal, decretado por Dios. Ambos cumplen la Voluntad Divina llenando cada uno su misión.

Las doctrinas coincidentes de Hegel y Carlyle, afincada la primera en el idealismo absoluto del maestro, lo que le separa un tanto del estudio de los individuos, y le acerca al de los pueblos, hallando en ellos, al través de la Historia, en los elegidos, el espíritu del mundo y descansando, la segunda, en la exploración de los sujetos, hombres providenciales a quienes corresponde el derecho de gobernar las sociedades, se orientan hacia este concepto histórico-teleológico.

Hegel, no obstante, viene a los hombres históricos y dice de éstos, que hacen del contenido de la historia su fin, hallan éste en el espíritu oculto que llama a la puerta del presente, espíritu subterráneo que no ha llegado aún a la existencia actual, a la cual ellos lo traen, porque son los clarividentes, los que saben lo que debe hacerse, los que hacen lo justo.

Nosotros pensamos que ese espíritu que está a la puerta del presente, desde el momento en que está ha llegado; pero necesita quien lo infiltre a las masas y el que cumple esa misión providencial es el hombre superior.

Como toda mutación histórica no se verifica sino dolorosamente, por los medios de la lucha, ese conductor providente de las fuerzas sociales las ha de llevar al palenque de la pugna; por eso el caudillo ha de reunir condiciones excepcionales de talento y probidad, con las cuales penetra en el alma de la masa, la que con intuición maravillosa, propia de la multitud, pronto lo descubre y lo sigue, como elegido, en pos de la justicia.

Ese hombre que sigue la fórmula de Fabio Máximo: "Los padres y los hijos están en segundo lugar; las leyes y el bien de la patria en el primero" y lo deja todo por la patria y por la libertad, no es más que un apóstol de la justicia.

La patria es la justicia; por eso el hecho histórico prueba que cuando un pueblo se ve tiranizado los ciudadanos según pierden las posibilidades de vencer al déspota claman por la intromisión extraña, aun a costa de la misma pérdida de la soberanía, ya que lo característico de ésta es la libertad de los individuos que constituyen las células del estado.

Y la historia pródiga nos ofrece ejemplos de estos hombres superiores; de estos justos, en aquel Lucio Junio Bruto, que por la justicia condena a muerte a sus hijos y va luego a presidir su ejecución; en aquel Timoleón que concurre a la muerte de su hermano, cuando se erige en tirano de la patria y en aquel, cubano que se llamara Agramonte cuando, recién casado, abandona a la mujer que adora con la ternura que Petrarca tuvo para su Laura, "a quien en los ventiseis años que sobrevivió no dejó de recordar un solo día", y marcha al campo revolucionario en el cumplimiento de su destino histórico.

Agramonte eligió entré la dicha, que se le ofrecía de un lado, y el sacrificio, que se le mostraba de otro, éste, que le imponía la lucha y el martirio. Hemos dicho que eligió la lucha ciertamente cumpliendo su destino, porque nada hay sobre la tierra que no haya sido previsto y dispuesto por el Ordenador Omnisciente y Todopoderoso de la creación, causa primera de todo ser y de todo hecho.

Aquel hombre subordinaba el tener que ser de su vocación vital, que le armaba para la arena encendida de la tribuna pública, al deber de ser de la regla moral; era un personaje kantiano; enraizado en la metafísica platónica; como kantiano seguía la ley moral, dada para los hombres racionales, obedecía al imperativo categórico de su conciencia, sentía la grandiosidad de su destino y vencía a las fuerzas de la naturaleza a cuya gravitación, como hombre empírico, no podía sustraerse; como platónico, veía el orbe de objetos ideales, existentes en sí y por si, y a ellos, mónadas de justicia, se sacrificaba, con lo que revelaba los elevados valores de su espíritu, los cuales según la axiología, Kerler, reposan en el desprendimiento: "La vida no encierra valor porque la gastemos y gocemos sino porque nos damos, servimos y nos sacrificamos."

Agramonte es un tipo digno de la axiología; a él hay que comprenderle y no entenderle, en el sentido filosófico de estas frases: comprende el sentimiento, órgano cognoscente del valor, sólo por sus vías se puede llegar a la majestad del insigne personaje camagüeyano. (1)

Tenemos afirmado, desde el principio de este trabajo, que Agramonte no encontró ese su destino íntimo, que debemos separar del otro, del destino histórico, u objetivo, pues aquél lo realiza el ser cuando desarrolla su vocación, cuando goza, y en toda la vida de nuestro biografiado en la manigua, se advierte ese dolor de la tragedia escisoria, del hombre escindido, de que nos habla Goethe. No hay más que una carta de Agramonte, desde el campo, en que se muestra jubiloso. Toda su correspondencia acusa angustia, dolor; el dolor que se sufre cuando el alma se escinde.

Si comparamos a Agramonte con Martí, veremos como el Apóstol marcha alegre al sacrificio, va a la Revolución como a, un paseo y se inmola, en aras de su ideal, con la fe y la santa alegría de los apóstoles; su máximo deseo consistía en "pegarse al último tronco, al último peleador, morir callado." Así le vemos en sus cartas de la manigua: "Hasta hoy no me he sentido hombre, he vivido avergonzado y arrastrando la cadena de mi patria toda mi vida. La divina claridad del alma aligera mi cuerpo." Y luego, hablando de la marcha, dice: "La dicha era el único sentimiento que nos poseía y embargaba. Nos echamos las cargas arriba, y cubiertos de ellas, empapados, en sigilo, subimos los espinares y pasamos las ciénagas.... Ya estaba el rancho de yaguas en pié, veo saltar hombres por la vereda de la guardia, ¡Hermanos!, oigo decir y nos vemos en brazos de la guerrilla baracoana de Félix Ruenes. Los ojos echaban luz y el corazón se les salía."

El crítico advierte como al apóstol le bañaba el júbilo y como aquella alma entregada al sacrificio realizaba plenamente su vida íntima, porque el gozo se le sale por las palabras del discurso; en este caso singular de Martí su destino íntimo se identifica plenamente con su destino histórico.

Agramonte, en cambio, sufre en la campaña y ésto agiganta más su figura de virtuoso kantiano, no hallándose un personaje de la antigüedad que le sobresalga. Para él, como para Arístides, no había oro que igualara la libertad y el decoro; él sacrificaba el de tíbar de su felicidad, por la causa de la justicia. Pero no se le confunda con el personaje estoico, porque para éste la virtud ética es lo primero; el sabio es el virtuoso en sí y la posesión de esta virtud lo hace feliz; "todos mis bienes están conmigo", dice el estoico, al perder sus propiedades, su familia y su patria.

Ignacio Agramonte fué dotado admirablemente por la Providencia, en él se hallaban hermanadas la dulzura con la energía más indomable, realizando el ideal de Domingo de Soto, amable por la dulzura de tus palabras y terrible por el celo de tu justicia. Amaba la justicia como Arístides, por ella lo abandonó todo y marchó a la manigua irredenta (2) ; pasional tenía de Petrarca y de Leopardi; su carácter le emparejaba con el de Utica, él también se hubiese atravesado con la espada por no caer prisionero de César; pero por encima de todo encarnaba el ideal romántico del caballero de leyenda, generoso, magnánimo y audaz dispuesto a ofrecer la vida ante los altares de esa religión del pundonor y la hidalguía que llevaba inscriptos en su escudo inmaculado. (3 )

Su temperamento ni colérico ni sanguíneo tenía, más del primero que del segundo, ese afán tenso de dominio que le vemos desde sus primeros pasos en la vida, cuando marcha al campo de ejecución de Agüero, cuando le dice a su novia que su amor es superior al de élla y cuando le sale al encuentro al Presidente Céspedes; esa violencia en la reacción a la actitud de éste matizan el carácter colérico del temperamento, que tiene del sanguíneo menos el placer de vivir que el criterio normal para ponderar las cosas de la vida.

Convencidos de que no es posible estudiar el carácter de una persona sino oteando en todas las facetas de su vida, captando sus múltiples actitudes en el escenario de la existencia, multiplicando los puntos de referencia, hemos traído a la biografía del Mayor todos los detalles de su vida que nos ha sido posible acopiar para afirmar que este hombre singular cumplió su destino histórico; pero frustró su destino íntimo. Se nos antoja. otro Goethe buscando, "ya en el noveno lustro, los caminos de su vida, cuando había llegado a superiores grados de excelsitud literaria y filosófica". (4)

Que Agramonte no tenía vocación para la milicia y que detestaba la guerra y los soldados es cosa no sólo implícita en sus aptitudes, sino explícita en sus declaraciones. Así se lo dice a su mujer en la carta que ya conocemos: "Qué pesados me están pareciendo la guerra y los fusiles". Así lo repite constantemente a ella, quejándose amargamente de la separación, que la guerra les impone. Así lo refiere Martí: "Jamás, Amalia, jamás seré militar cuando acabe la guerra. Mira, Amalia: Aquí colgaré mi rifle y allí, en aquel rincón, donde le dí mi primer beso a mi hijo, colgaré mi sable."

Que la vocación del Mayor estaba en la tribuna y en la política lo prueban esa tesis de grado con que se conquistó en el acto la simpatía de sus jóvenes oyentes; aquellos sus éxitos tribunicios en el Liceo de la Habana donde se aplaudió su verbo fluente, severo y enérgico. Reunía las condiciones físicas del tribuno y llevaba de compañera inseparable la primera cualidad para vencer: La verdad. Con la verdad y la justicia de la mano triunfó en la Asamblea de Minas, de la que se retiró maltrecho y desilusionado Napoleón Arango; con ellas llevó a Céspedes a la asamblea de Guáimaro e impuso aquí el noble ideario que albergaba su pecho, un tanto romántico, un poco irreal; pero noble y puro, como los principios que orientaban su vida.

Allí en la tribuna política realizaba el Mayor su vocación para la que tenía, además, dotes excepcionales; pero el destino histórico le salió al paso y frustró su destino íntimo, su vida íntima. Por eso le vemos escindirse, quebrado por la angustia, durante esos cinco años de guerra, impedido de realizar su vocación y separado de la mujer que amaba, con la ternura y la pasión que manaban de su corazón grande, hasta que la muerte, madre amorosa de los héroes, le extendiera sus brazos acogedores y graves y se lo llevara, sin sufrimiento y sin martirio, al trono de gloria que ya le habían conquistado sus virtudes ejemplares.

Conocidas la vocación y las dotes del Mayor. le vamos a estudiar como político, en siete momentos culminantes de su vida: En la Asamblea de Minas; como miembro del Comité Revolucionario del Camagüey; en su primera entrevista con Céspedes; como Miembro de la Asamblea de Representantes del Centro; en la formidable proclama de 17 de marzo de 1869; como miembro de la Cámara de Guáimaro y en el Horcón de Najasa.

Allí en Minas, la palabra elocuente, virtuosa y persuasiva de Ignacio Agramonte frustró los planes pacifistas de Napoleón Arango y arrastró al Camagüey a la guerra, con aquel su apóstrofe formidable: "Acaben de una vez los cabildeos, las torpes dilaciones, las demandas que humillan: Cuba no tiene más camino que conquistar su redención, arrancándosela a España por la fuerza de las armas." La historia probó luego, con los hechos, que hablan el más elocuente de los lenguajes, la clara visión de aquel joven abogado y la certeza de sus palabras. Y un argumento de probabilidad extrínseca o testimonio doctrinal corroboró su afirmación, pues todos los cubanos de valer se declaraban partidarios en aquel período de nuestra historia de la lucha armada contra España.

Una vez que los camagüeyanos acordaron la guerra se constituyó el Comité Revolucionario de Camagüey, designándose para él a Ignacio Agramonte con Salvador Cisneros y Eduardo Agramonte. La labor de este Comité Triunviral, en el orden administrativo, la hemos expuesto ya en los primeros libros de esta obra. Pero su labor política, esencialmente política, es más importante todavía. La vida de este Comité marca la entrevista en diciembre, y en el pueblecito de Guáimaro, de las dos figuras cumbres de la Revolución en Oriente y Camagüey; de Céspedes y Agramonte. Allí quedó de relieve el sentido político de cada uno de los dos caudillos. Céspedes propugnaba la dictadura y la instauración de un gobierno militar, hasta obtener la independencia. Agramonte, en cambio, exigía la constitución de una República sobre base democrática.

De ahí que la reunión de ambos no diera otra cosa que él conocimiento de. los puntos de vista respectivos, separándose los personajes hasta que acontecimientos posteriores, dirigidos con fortuna para Cuba, determinaron la unión de todos los insurgentes en Guáimaro, sobre la plataforma de una Carta Constitucional como pedían los camagüeyanos, dirigidos principalmente por Agramonte.

En 27 de enero de 1869 el Comité Revolucionario de Camagüey se eleva al Empíreo de la generosidad y la nobleza ordenando a los comisionados de Dulce regresen a Nuevitas, "pues ni aun en justa represalia olvidan los cubanos su fe empeñada", cuando aquellos sicarios de España en Camagüey habían asesinado al malogrado Augusto Arango.

Como miembro del Comité Revolucionario, vemos a nuestro biografiado, de seguro, redactando la respuesta a una comunicación de la Junta Revolucionaria de la Habana, cual respuesta que pasamos a insertar lleva el espíritu recto y el estilo inconfundible de Ignacio Agramonte y Loynaz: "A la Junta Revolucionaria de la Habana. Esta Corporación ha recibido la comunicación de ustedes fecha 17 de enero que trajo nuestro comisionado y se congratula y regocija porque los hermanos que en la Habana trabajan se hallan animados de los mismos deseos y experimentan el mismo ardor por el bien de Cuba de los patriotas de Camagüey. Concluye su comunicación diciendo que al dirigirse esa Junta a la del Camagüey es en el concepto de que ésta depende del Gobierno Provisional de Bayamo, a cuya cabeza está el ciudadano Carlos Manuel de Céspedes. No hemos leído esas palabras sin un profundo sentimiento porque no dependemos del ciudadano Céspedes y tanto mayor es ese sentimiento cuanto que estamos resueltos los camagüeyanos a no depender jamás de dictadura alguna ni a marchar por el sendero que ha trazado la primera autoridad del Departamento Oriental. Amamos la unión estrecha de todos los cubanos y sin ella no concebimos el bien de Cuba, pero esa unión no puede tener otra base que la de las instituciones democráticas y no podemos ni debemos cimentarlas sobre el capricho o la voluntad de un hombre, porque tanto valiera el régimen que condenamos en los opresores de Cuba y que nos lanzó a la revolución.

En el orden racional podríamos demostrar lo absurdo de la dictadura y los males que acarrea a un pueblo renunciar a su derecho y hasta el pensamiento para entregarse a un hombre por bueno que éste sea. En el orden histórico podríamos comprobar como jamás produjo otro fruto para los pueblos que la tiranía y el imperio del capricho. Pero no es eso sólo; la dirección dada por el Jefe del Departamento Oriental a los negocios públicos no puede satisfacer las elevadas satisfacciones de los habitantes del Centro. El ciudadano Céspedes ha establecido en un todo la administración española que con su desmedida descentralización corta el libre ejercicio de la acción individual y que con su párrafo de empleados da pábulo a la desmoralización y consume el tesoro público.

El Departamento del Centro quiere que al propio tiempo que los cubanos derroquen al caduco despotismo el poder civil y las bases del orden democrático vayan levantándose firmes y sólidas para que a medida que triunfemos reemplace el bien al mal, la libertad a la opresión y como nuestra convicción profunda no nos señala otra marcha racional y acertada, infatigables hemos insistido e insistimos con Carlos Manuel de Céspedes para que, renunciando a las prerrogativas y facultades omnímodas con que se ha revestido, constituyamos el Gobierno Provisional Republicano, acatando y reconociendo todos los derechos del Pueblo. El Comité Revolucionario del Camagüey."

Terminaremos la admirable labor política del Comité Revolucionario del Camagüey, que marca un momento en la vida política de nuestro biografiado, transcribiendo un juicio acertadísimo de Vidal Morales y haciendo mención a aquel acto de humanidad singularísima por el cual se opuso el Comité al Decreto del General Quesada de 13 de febrero de 1869; por el que éste mandaba a fusilar ciento treinta y cinco prisioneros españoles a fin de evitar la fuga de los mismos, lo que venia acaeciendo. Aquí se destacaron egregiamente aquellas dos personalidades, Salvador Cisneros e Ignacio Agramonte, y desautorizando al General en Jefe desaprobaron la ejecución de tan sangrienta como estúpida medida, reivindicando los fueros de humanidad y levantando el prestigio moral de la Revolución.

Vidal Morales, por su parte, dijo: "El Comité Revolucionario del Camagüey prestó grandes servicios a la patria naciente, consagrándose a velar para que los hombres que aceptaron la revolución respetaran recíprocamente sus derechos. Uno de los abusos más grandes que reprimió fué la facultad de formar partidas, lo que si bien podía considerarse como patriótico cuando no había ejército organizado, desde el momento que ese ejército existió, dispuso dicho Comité que todo el que abrigase el noble deseo de servir a la Independencia de la Patria, se afiliase al Ejército Libertador.

El Comité entendía que la revolución de Cuba no significaba sólo la separación material de España, sino un cambio completo de instituciones. "Desacreditadas las antiguas, decían, por la moral, la ciencia y la observación, las nuevas serán el reflejo de los elevados principios que constituyen hoy el hermoso credo de la Democracia."

Estos hombres del Camagüey, dotados de pureza y probidad insuperables, no sabían detentar los cargos públicos, lo que tan admirablemente conocen los embaidores y ramplones que nacieron con este Siglo XX, y así cuando los Miembros del Comité vieron que la Revolución crecía en su distrito, estimaron necesario que el mandato a ellos conferido, por los legionarios de noviembre del 68, fuera ratificado por los crecidos núcleos rebeldes que ya había en la manigua, o encomendados a otros compatriotas. De aquí las elecciones de fines de febrero de 1869 en las que resultaron electos para la Asamblea de Representantes del Centro, que así se llamó la nueva corporación, Salvador Cisneros, Ignacio Agramonte, Eduardo Agramonte, Antonio Zambrana y Francisco Sánchez Betancourt.

El primer Decreto de esta Asamblea fué el de abolición de la esclavitud. De él dijo Manuel Sanguily que constituía la más decisiva conquista de aquella década olímpica.

Siguiendo las corrientes políticas de la época, la Asamblea no pudo sustraerse al estudio del problema anexionista. Así en seis de abril dirigía al General Banks la siguiente comunicación: "Ha llegado a nuestro conocimiento que en una de las últimas sesiones del Senado se autorizó por excitación de usted al Presidente de los Estados Unidos para que reconociera la Independencia de Cuba. La Asamblea de Representantes del Centro tiene un gran placer en manifestar a usted que sus nobles esfuerzos en favor de nuestra redención han producido en el pecho de los cubanos un vivo y profundo sentimiento de gratitud.

El nombre de usted era antes de ahora para nosotros el de un verdadero liberal y de un patriota distinguido; pero de aquí en adelante será un nombre especialmente respetado por los cubanos.

Cuba desea, después de conseguir su libertad, figurar entre los estados de la Gran República; así nos atrevemos a asegurarlo interpretando el sentimiento general. Puede usted estar seguro que, si los Estados Unidos no se apresuran a proporcionarnos sus valiosos auxilios, una larga guerra mantenida con un enemigo que conociendo su impotencia tala y destruye los campos que ya no volverá a poseer, ha de cubrir de ruinas nuestro hermoso país. A la gran República, como defensora de la libertad, como nación a cuyos brazos nos lanzaremos terminada la guerra, y como protectora de los destinos de la América, le corresponde en rigor, dar con su influjo un término inmediato a esta horrible contienda.

Cualquiera, sin embargo, que sea su futuro proceder, conservaremos con agradecimiento el recuerdo de lo que usted ha hecho en pro de nuestra Independencia. Camagüey, abril 6 de 1869. Salvador Cisneros. Francisco Sánchez. Miguel Betancourt. Ignacio Agramonte. Antonio Zambrana."

Evidentemente Agramonte, en este momento histórico, no hizo otra cosa que incorporarse a la corriente de. opinión reinante en aquella época en nuestro país. Pero habiendo estudiado, prolija y profundamente, su vida, no le hemos encontrado otro momento en que ratifique este ideario anexionista, cuya, explicación encontrará el lector en él primer libro de esta obra.

Inscribe la Asamblea como ,primer hecho glorioso en sus anales el haberse acercado a Céspedes, para convencerle de lo conveniente que era a los comunes intereses organizar la República y unir los gobiernos revolucionarios. En la entrevista que celebraron en Oriente, Agramonte insistió, defendiendo los derechos fundamentales del ser humano, en la abolición de la esclavitud, propugnó la separación de los poderes civil y militar, y sobre todo se empeñó en la promulgación de una Carta Constitucional. De esa entrevista dijo Manuel de la Cruz que en ella "se reconocieron y recíprocamente se midieron los dos más ilustres adalides de la Independencia, iniciándose el desacuerdo, el antagonismo de aquellos caracteres, que más tarde habrá de tomar las proporciones de un duelo entre dos voluntades de hierro."

Ligada a la vida de la Asamblea la actitud de Napoleón Arango, llega el momento de estudiar la conducta de nuestro biografiado en relación con aquel incidente. Conocido el propósito, decidido y tenaz, por parte de Napoleón Arango, de terminar la lucha armada, fué acusado del delito de alta traición ante el Comité Revolucionario del Camagüey, quien dispuso que la Corte Marcial hiciese una investigación, de la que salió procesado y en la que se decretó su detención. Por estos hechos Agramonte dirigió a los camagüeyanos aquel manifiesto comparable a las filípicas formidables de Demóstenes o a las catalinarias de Marco Tulio. En él pone en descubierto a Napoleón Arango, defiende las instituciones democráticas y entre ellas la independencia de los tribunales, cuyo fuero estima sagrado: "Para la debida separación de los poderes se nombró una corte marcial compuesta de tres jóvenes distinguidos de la Habana conocedores de la Ciencia del Derecho", dice en aquel documento, destacándose aquí el político puro, a lo romano, y grande como los griegos de los tiempos de Temístocles. Llama a las armas libertadoras "conquistadoras de la honra", con lo que nos explica su sacrificio y promulga su ideario de igualdad cuando, emparejándose a Dante, "doquiera hay virtud existe nobleza, mas no a la inversa", dice: "a un lado los insensatos fueros de familias; no se trata de los allegados de Napoleón Mango, se trata de éste."

El 7 de febrero de 1869 millares de villareños lanzan el grito de guerra contra España y envían de inmediato sus delegados a Céspedes; pero al ponerse en contacto con los hermanos de Camagüey aceptan las bases políticas de la Asamblea de Representantes del Centro; así, cuando Céspedes llega a Guáimaro, ya convencido por Ignacio Mora, de que debía ceder en sus empeños dictatoriales y constituir la República que Camagüey le pedía, es escoltado por el glorioso polaco Carlos Roloff con sus fuerzas villareñas, desde el río inmediato al pueblo hasta el propio Guáimaro. Y allí, a la primera entrevista, nacía la gloriosa República del 69, alentada e inspirada por el genio político de Ignacio Agramonte, cuyo triunfo revistió los caracteres de la apoteosis.

Allí, el ,diez de abril, reunidos los representantes de Camagüey, Las Villas y Oriente, bajo la presidencia de Céspedes, se constituyó el gobierno de Cuba Libre habiéndose acordado: "que los representantes reunidos en dicho lugar para establecer un Gobierno General democrático en virtud de las circunstancias porque atravesaba la Isla, se consideraban autorizados para asumir su representación total y acordar lo que fuera conducente al indicado objeto, con la reserva de que sus acuerdos serian sometidos, para su ratificación o enmienda, a los representantes de los diversos pueblos pronunciados, y de que más tarde, cuando fuera posible, y el país se encontrara legal y completamente representado, estableciera en uso de su soberanía la constitución política que entonces hubiera de regir. Que la Isla de Cuba se considerara dividida en cuatro estados: Occidente, Las Villas, Camagüey y Oriente, y se encomendó a los Secretarios un proyecto de ley político, concluyendo el acto después de otros acuerdos."

Antonio Zambrana e Ignacio Agramonte cumplieron en el día la eminente y transcendental misión, ya que eran los secretarios de la asamblea, y a las cuatro de la tarde presentaban su proyecto de Constitución que aprobado, en conjunto, sufrió ligeras modificaciones. Veámosle la esencia: Soberanía del pueblo, división tripartita de los poderes del Estado, reconocimiento de la hegemonía del Legislativo, sumisión del Ejecutivo a los Tribunales de Justicia, independencia del Poder Judicial, promulgación de los derechos fundamentales de igualdad y libertad y sumisión de los militares al Poder Ejecutivo.

"Articulo 7. La Cámara de Representantes nombrará al Presidente encargado del Poder Ejecutivo, al General en Jefe, al Presidente de las sesiones y demás empleados suyos. El General en Jefe está subordinado al Ejecutivo y debe darle cuenta de sus operaciones.

Artículo 8. Ante la Cámara de Representantes deben ser acusados cuando hubiere lugar, el Presidente de la República, el General en Jefe y los Miembros de la Cámara. Esta acusación puede hacerse por cualquier ciudadano. SI la Cámara la encuentra atendible, someterá al acusado al Poder Judicial.

Artículo 22. El Poder Judicial es Independiente. Su organización será objeto de una Ley especial.

Artículo 24. Todos los habitantes de la República son enteramente libres.

Artículo 26. La República no conoce dignidades, honores especiales ni privilegio alguno."

En esta Constitución vive el alma de Ignacio Agramonte. Defendiendo el más importante de los artículos atacados, de mostró aquel hombre su devoción a la Justicia, cuando propuso el Presidente su enmienda al artículo 22, pidiendo se diesen facultades al Ejecutivo para indultar a los delincuentes políticos; y al ver rechazada la misma solicitó se atribuyesen esas facultades al Poder Legislativo. Los autores expusieron: "que pudiendo ejercerse un gobierno tiránico lo mismo por una corporación que por un hombre, la principal garantía de las libertades públicas estribaba en la Independencia de los Poderes, que esta independencia no era completa si las sentencias dictadas por los tribunales podían alterarse en algún sentido y que si bien la Cámara tenia el derecho de declarar amnistías generales, lo que por cierto no era necesario consignar detenidamente, semejantes amnistías no debían alcanzar a los condenados por los tribunales."

Con esta tesis admirable de Derecho Político se anticiparon los gloriosos autores del proyecto imperecedero a los criminalistas de la época y a los más esclarecidos filósofos de este siglo que intentan rescatar el ejercicio del derecho de indulto, para los tribunales de justicia, de las manos del Poder Ejecutivo.

Y cuando el Marqués propuso, llevado por un mimetismo que tan funesto nos ha sido siempre, que cada Estado se hiciera sus propias leyes, como en los Estados Unidos, fué rechazada también la proposición por aquellos dos jóvenes juristas, que la juzgaron inaplicable a Cuba por la comunidad de intereses y de costumbre de todos los habitantes de la Isla.

De aquella Constitución decía Enrique Piñeyro "que cada sílaba era una chispa, cada artículo una llama y el todo un sol de libertad que iluminaba con sus rayos la Isla entera y el Mar Caribe."

Otros dos instantes debe el historiador crítico de subrayar en la actitud del Mayor en relación con el ideario de Guáimaro; cuando defendiendo la bandera de López y Agüero, que fué la tremolada por los patriotas de Camagüey, rebatió la tesis de Lorda, el que invocaba las leyes de la heráldica diciendo: "no deben tenerse en cuenta en este caso, porque ellas arreglan los, blasones y los timbres de los reyes y de los nobles, y la República puede gloriarse en desatenderlas intencionalmente." Y luego, cuando luchaba por impedir que entre sus soldados se entronizara el sistema de saqueo en los asaltos a poblados indefensos diciendo: "No hay que olvidar que estos soldados de hoy serán el pueblo de mañana, porque el desorden consiguiente a tales operaciones, quebranta la disciplina, desnaturaliza el carácter de la Revolución y desmorona la jerarquía militar tan imprescindible para formar un ejército; prefiero educar mis soldados desnudos y descalzos para la gloria, a vestirlos y calzarlos a costa de la respetabilidad de nuestra causa."

Veamos, por último, al Mayor Agramonte en el Horcón de Najasa, en los dos momentos de quince y dieciséis de diciembre. En el primero, sensato y elocuente, defiende la tesis comedida y razonable de Quesada pidiendo más independencia y mayor iniciativa para el poder militar, que ahogaba con sus excesos la Cámara de Representantes; allí obtuvo Agramonte un triunfo decisivo. En el segundo momento, cuando Quesada, prevalido de su auxilio, y envalentonado con el triunfo del día anterior, pide las facultades del dictador, y al encontrarse enconada y ardiente oposición, por aquella asamblea de idealistas, vuelve sus ojos a Agramonte y le ofrece la lugartenencia del Camagüey si ponía sus extraordinarias dotes a su servicio, ayudándole en la discusión. Agramonte le vuelve la espalda, indignado y magnífico, y prorrumpe luego en la reunión de Representantes que él mismo convocara de inmediato: "Es necesario la deposición de ese miserable."

Aquí contemplamos al desnudo aquel carácter que luego, generoso y magnánimo, pide a la Cámara le acepte la renuncia, para evitar el espectáculo lamentable de la deposición. Sabia medida política que tenia además la ventaja de no disgustar a Quesada, cuyas magnificas dotes de organizador de tanto sirvieran a la Revolución después.

Hemos estudiado en siete momentos de su vida política a Ignacio Agramonte; en esas siete cumbres de la montaña de su vida que confundía su cima con las nubes le hemos advertido aquella clarísima visión de los problemas políticos, sus facultades egregias para resolverlos, la pasión con que los acomete y el goce que experimenta en su labor. En todos la Diosa bien amada de la victoria coloca sobre sus sienes de elegido la corona envidiable del triunfador.

Ahora, vista su obra política, en la que se destaca Guáimaro como un sol, donde alcanzó relieve pragmático el dogma que Agramonte acariciaba, queda probado lo que venimos afirmando desde el principio; la vocación del Mayor se hallaba en la arena política, para cuyas luchas estaba excepcionalmente dotado y en la que hubiera realizado su destino íntimo.

Estúdiese esa Constitución de Guáimaro, redactada por él y por Zambrana, bajo el imperio de la urgencia, y se le descubrirá como ha dicho Sanguily; un romano de los gloriosos tiempos de la República. Todas las conquistas de treinta siglos estaban vaciadas en aquel Código, que será imperecedero porque se fraguó en el molde mismo de la más pura justicia.

Como una advertencia a los espíritus descreídos, como una llamada que viene de lo alto, allí, en los campos de Jimaguayú, donde el 11 de mayo de 1873 cayera a tierra para alzarse al cielo el fundador de la República, se dieron cita los cubanos de 1895 representando los cinco departamentos en guerra y en septiembre de este año promulgaron la Constitución que se llamó de Jimaguayú, superestructura de la segunda República, allí donde había caído, entre resplandores de gloria, veintitres años antes, el Catón de nuestras instituciones políticas, el fundador primero de la República de 1869.
 


Notas:

(1) Esto explica la extraordinaria, subyugadora simpatía que por el gran caudillo experimenta la mujer cubana, superior, sin discusión, a la ejercida por ningún otro prócer, ni aún siquiera por el Apóstol mismo; es porque en la mujer, de las tres potencias del espíritu: sentimiento, inteligencia y voluntad, predomina la primera.

(2) Dice Manuel L. de Miranda en carta a Coronado de "La Discusión", de 21 de febrero de 1912, lo siguiente: "Durante su vida de estudiante y permanencia en la Habana, frecuentaba Agramonte el gimnasio, y tomó lecciones de esgrima de un maestro afamado, llegando a ser magnífico tirador de florete, temible en el manejo de la espada y cer taro en el del rifle; llamaba la atención por su agilidad y fuerza. Levantaba pesos que pocos hombres de su edad podían levantar, sin que se notara en él agitación ni esfuerzo alguno".

(3) Dice Aurelia Castillo de González que la noche en que Agramonte llega a su casa de Arroyo Hondo, a ver a su mujer recién parida, se tiende al pie de la liberta, porque el cuarto de la enferma estaba lleno de mujeres que descansaban, Al llegar el día se acerca al lecho de Amalia, Ana Betancourt, esposa de Ignacio Mora y la enferma le dice: "Me encuentro muy bien y me parece haber sentido llegar a Ignacio". Ana abre la puerta y lo encuentra en un estadode extraña agitación. "¡Levántense pronto—grita a las otras—y salgan, que aquí está un hombre desesperado por abrazar a su mujer y conocer a su hijo!" Refiere Rodríguez García en su trabajo "De la Revoución y de las Cubanas en la Epoca Revolucionaria" que cuando Marta Abreu, desde París, o desde Bayona, giraba gruesas cantidades a Tomás Estrada Palma, la firma que usaba era "Ignacio Agramonte". Era la simpatía de la mujer cubana hacia aquel caballero de leyenda.

(4) Vida frustrada no significa en este caso esterilidad; al contrario, su vida fué útil, lo que prueba su obra; pero, a la luz de la psicología de Goethe, si bien excepcionalmente útil, en el orden objetivo o histórico. en el orden subjetivo, o íntimo, fué una vida frustrada, ya que se pasó de ordinario en la agonía.

<< Libro Cinco Apéndice >>