P R O L O G O
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SCRIBIR el Prólogo de esta obra debida a la brillante pluma y al raigal afán de investigación histórica, del Comandante Raúl D. Acosta León, —amigo de altas calidades—, supone un honor irrenunciable. No todos los días tiene uno el excepcional privilegio de presentarle a los amantes de la lectura una obra como ésta en la que se hermanan en atadura indestructible, el pulido estilo literario y la pétrea solidez de la tesis. Por razones así yo no quise oponerme o los deseos que de tan subida manera me enaltecen, expuestos por el Comandante Acosta León, "de que fuera yo quien redactara las palabras liminares de su obra". Y a eso voy.
“La llamada verdad histórica, —afirma Montaigne—, siempre conlleva la posibilidad de rectificaciones”. La obra del Comandante Raúl D. Acosta León, viene en parte, a restablecer los fueros de la verdad histórica, precisando con datos irrefutables, porque fueron extraídos de las próvidas y ubérrimas canteras de una realidad vivida, conceptos que el tiempo ha deformado y que la carencia de suficientes conocimientos hubo de enturbiar para la posteridad. La verdad histórica, me parece a mí, debe ser una; no admite diversificaciones. Cuando los historiógrafos divergen en la apreciación de un mismo hecho, es casi seguro que el hecho no se produjo en ninguna de las formas expuestas. En nuestra historia patria, —punto focal de toda la vida de escritor del Comandante Acosta—, hay páginas que al ser tamizadas por la fantasía de
historiadores que no intervinieron en el hecho, alteraron de de tal suerte la verdad que difícilmente serían reconocidas por sus mismos protagonistas. Hasta tal punto es necesario ajustarse ceñidamente a la verdad para escribir la historia, que soslayarla o apartarse de ello es tanto como reproducir, en estos tiempos, el conocidísimo aserto de Walter Raleigh, prisionero en la Torre de Londres.
La obra del Comandante Raúl D. Acosta León —insisto— viene, entre otras cosas, a desvirtuar con antecedentes de monolítica seriedad, versiones recogidas por otros historiadoras que no responden en nado a la realidad de lo acontecido. En el Capítulo destinado al estudio analítico de las Asambleas, se hace una verdadera y rigurosa disección de las reuniones asamblearias de Guáimaro, Jimaguayú, Aguará y Santa Cruz del Sur, aportando a este minucioso enfoque histórico datos de una exactitud irrebatible, porque se engendraron en los moldes de una certidumbre vivida por el autor en alguno de esos episodios inolvidables.
Más adelante, en un magnífico ensayo de doctrina constitucional, el Comandante Acosta León se enfrasca en el estudio de las tres Constituciones que rigieron durante las gestas independentistas: la Constitución de Guáimaro, la de Jimaguayú y la de la Yaya, aportando antecedentes, mediante copia recogida en esta obra, del Proyecto de Constitución que Narciso López intentó promulgar en el año de 1851.
Pero donde adquiere, a juicio mío, caracteres de indiscutible relevancia histórica este libro que prologo para fortuna mía, es en la extensa parte destinada a enjuiciar con paciente minuciosidad aquella memorable epopeya que se llamó LA INVASION A OCCIDENTE. Allí vamos a encontrar detalles ignorados y a enterarnos de cuál fué el verdadero contenido de la famosa entrevista de LA MEJORANA; cuáles fueron las proyecciones de los planes elaborados allí; dónde y cómo comenzó a gestarse el proyecto de Invasión y cuáles fueron los más destacados y notables episodios de aquella sangrienta y apocalíptica acción guerrera.
Esta obra que pronto ha de figurar en la biblioteca de todos los que solemos solazarnos con esta clase de lecturas, viene a cumplir a cabalidad la afirmación de Montaigne: "la verdad histórica siempre será susceptible de rectificaciones". Por el solo hecho de confirmar verdades recogidas en algunos libros y de enmendar otras, tenidas como ciertas, que han visto la luz pública medularmente adulteradas, el Comandante Raúl D. Acosta León merece nuestro aplauso sincero y es digno del pleno reconocimiento y de la gratitud imperecedera de sus conciudadanos. Yo le tributo el primero hasta enrojecerme las manos y estimulo el segundo, con estas breves líneas que a guisa de prólogo colman el vivo y encendido anhelo del Comandante Acosta, al mismo tiempo que me deparan un honor tan inesperado como inmerecido.
Dr. Manuel J. Betancourt Rodríguez. (1) |
Camagüey, Junio de 1951.
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(1) El autor de este prólogo es hijo del que fuera Capitán del Ejército Libertador, que prestara por largo tiempo sus servicios como Jefe de Despacho de lo Secretaría del Interior, en el Consejo de Gobierno, Manuel Betancourt Agramonte.